Es una noche de primavera más, dejando el vidrio de mi ventana abierta para que entre el suave viento del exterior.

Yo estoy acostada, con mi poca ropa de noche, tapada con una sábana y un acolchado de media estación cubriendo mis piernas.

Mi cama está contra la pared con el ropero enfrentado y un enorme espejo en una de sus puertas y con un puf entremedio. Es una habitación chica, pero no necesito más.

Y esta noche como otras, estoy acostada, boca arriba, respirando plácidamente, hasta que abro los ojos y dirijo mi mirada al espejo.

Me quedo quieta, ya parecería que no respiro, fijo mi mirada a mi rostro, y  sonrió, sonrió de forma amplia y creciente, pero esa sonrisa se va expandiendo de tal forma que se distorsiona, y ahora ya no es mi rostro sonriente de siempre, es algo mucho más macabro, espeluznante, yo podría llegar a decir hasta diabólico.

Y me quedo ahí, acostada, viendo "mi reflejo", o lo que se supone que debería de serlo, y cuando escucho una risa que se que no es la mía es cuando más me asustó, y quiero irme, pero no puedo, porque un espejo nunca se moverá del sitio al que fue puesto,y yo sin saber quién está ocupando mi cama.