t h i r t e e n
Fui a visitarte.
Cada día.
Es decir, no a ti, pero a sí a tu cuerpo.
O el que queda de él.
El día del entierro parecías dormida.
Como si en cualquier momento pudieras abrir los ojos y sonreír.
Pero no lo hiciste.
Claro que no.
Aunque lo deseé con todas mis fuerzas.
Y no pude soltar ni una lágrima.
Porque me negaba a creer que estuvieras muerta.
Que ya no volvería a verte.
Me negué a creer que estabas en una lápida, y no junto a mí.
Pero ahora, en el cementerio, con la lluvia cayendo sobre mí, y yo escribiendo estás palabras, me pregunto:
¿Realmente quisiste dejarnos?
¿Realmente fue tu decisión?
Lo dudo.
Siempre lo dudé.
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