No.3 : Pointless.
La primera vez que Oliver se sintió atraído al cuerpo de otra persona fue justo después de su cumpleaños dieciséis.
Era diciembre y naturalmente se respiraba un aire frío; aún así, el pelinegro había despertado a las 5:00 A.M.
Odiaba con toda la fuerza de su ser despertarse temprano pero aún así lo hizo, porque no le gustaba que su amigo saliera a correr solo a esa hora.
Esa era su rutina, forzarse a salir de la cama, vestir ropa deportiva, encontrarse con Tobías en el parque y luego correr de regreso a su casa.
Comenzó a caminar, mientras intentaba no pensar en lo heladas que sentía las piernas y lo mucho que su almohada estaría extrañándolo en ese momento.
Las calles estaban tranquilas, no después de mucho se encontró con el lunático que ya había corrido más de dos kilómetros desde su casa.
—Oye, idiota.—Le llamó.—No voy a correr, solo a trotar, así que ni se te ocurra adelantarte. Ah, y daremos un par de vueltas alrededor del vecindario, nada más.
Sonrió de lado.—Buenos días a tí también, Oliver.—Se acercó a él mientras se burlaba. —Parece que alguien despertó muy temperamental hoy.
— Sí, y es tu culpa.
—Oh, vamos. Sé que te gusta hacerme compañía.— Demasiado feliz, avanzando a una velocidad moderada.
Serio, rompiendo la felicidad del otro.— Hago esto por tí...por nuestro acuerdo. Ten eso en mente, en que al regresar a mi casa debes cumplir tu parte.
—Eso dependerá de si el puedes seguirme el paso.—Casi corriendo.
—¡Espera! Agh, Perro tonto.—Masculló el pelinegro antes de seguirle.
Su figura a una corta distancia era una increíble vista. La espalda ancha, el sudor y los muslos que ahora parecían lucir más definidos.
Oliver sabía que alguna parte de su estúpido ser hormonal estaba embobado con cuerpo de su amigo. Y le molestaba sentirse así, porque odiaba lo que ese cuerpo representaba para el castaño.
Tobías solía tener sobrepeso.
Solía.
El último año de su vida había pasado dedicándose a ejercitarse sin descanso y a beber agua en grandes cantidades; pero esa no era la parte que le preocupaba.
Lo que realmente le preocupaba era saber que su amigo estaba casi literalmente matándose de hambre. Y lo más probable es que de no ser porque al menos bebía agua, la fatiga ya lo hubiese matado.
Era real, era malo, porque estaba obsesionado con cambiar, tan cegado por él mismo. Siempre viendo en el espejo el reflejo del niño triste y humillado.
Tobías podía tener dinero; pero aún así el dinero nunca podría comprarle estabilidad mental, no podía darle atención, amor.
Y bueno, Oliver ya no sabía qué hacer. Por eso tenían un trato, él lo acompañaría a hacer ejercicio, solo si Tobías prometía desayunar bien cada mañana, desayunar en la casa del pelinegro donde él pudiera asegurarse de que estuviera comiendo. Pero estaba desesperado porque ya no quería escucharle vomitar.
Al principio tenía una rutina y una dieta balanceada, después de que entraran a la preparatoria todo empeoró, llegando a los extremos en los que estaban ahora.
Estaban parados frente a la casa de los Styles, Oliver jadeaba mientras el otro se limitaba a sonreír distraídamente.
Entraron.
—Ve a lavarte las manos, mientras yo hago el desayuno, ¿Está bien?—Le dijo de la forma más amable y dulce posible. El otro solo asintió.
El menor de los dos cumpliendo con sus palabras, sacó varios sartenes y luego de buscar sus ingredientes en la nevera se esmeró cocinando.
Tobías lo veía moverse de un lado a otro sin comprender el afán de su amigo por hacerle comer. De todas formas, era lindo verlo batallar para partir una naranja.
Harry y Louis bajaron algún tiempo después de que Oliver terminara la comida para cada uno de ellos, exceptuando al castaño menor.
—¿Qué tienes para mí hoy, Renacuajo?—Dijo feliz el rizado, sentándose.
—Oh, hice Hotcakes. Sirvete, Harry.—Le demandó descaradamente, mientras servía a Louis.
—Eres malo conmigo.—Bromeó mientras tomaba un par y comenzaba a comer.
Tobías tragó pesadamente, no concebía la idea de comer eso.
Pánico.
Empeorándolo sin intención de hacerlo. —¿Quieres?—preguntó Louis ofreciéndole un trozo de panqueque lleno de miel y mantequilla.
Pánico real.
—No, él no comerá eso.— interrumpió Oliver, sus padres y el mismo Tobías que estuvo a punto de aceptar le vieron extrañados.
—Oli…— Antes de que terminara su frase, el susodicho se acercó a la mesa con otros dos tazones, y después un vaso.
—No estás acostumbrado a comer eso, te hará daño.—Puso los platos frente a él. — Comerás fruta con yogurt, tostadas con jalea y jugo de naranja. Y antes de que preguntes, nada tiene azúcar.
Los dos mayores se vieron sorprendidos entre sí.—¿¡Por qué él tiene servicio personalizado y nosotros no!?—Chillaron para sonrojar a su hijo.
—Porque él es un invitado, ustedes no. Callen y coman.
Sonrió porque vio como poco a poco el chico del que inconscientemente estaba enamorado masticaba con tranquilidad.
Y allí estaba él siendo perfecto. Creando una vista simple y espectacular a la vez. Porque, maldita sea, él era arte.
Tan hermoso como los dibujos y pinturas que hacía. Era casi un pecado que no pudiera ver lo especial que era.
Tobías regresó a su casa un par de horas después.
Lastimosamente, cuando entró, se encerró en el baño e intentó vomitar con tanto empeño y tanta fuerza, que lo logró.
Pero al verse al espejo, ya no se veía a sí mismo, veía la sonrisa de emoción de Oliver al verlo comer. Con sus ojos extrañamente lindos brillando y las mejillas sonrojadas.
Con culpabilidad se prometió a sí mismo, que no volvería a hacer algo como eso otra vez
Tenía un problema, lo reconocía. He intentaría mejorar, mejoraría por él mismo, y para mantener los ojos de Oliver brillando.
Manténgase con vida. J.S.
No sé si alguien lo lea, pero lo tengo en mis borradores desde hace mucho. Jaja
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