ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 14
Capítulo 14
Los latidos de su corazón se acoplan a los míos. Ambos son el ritmo constante que se repite en mi cabeza, a tiempo perfecto, cada uno latiendo a su manera como si fuesen un tango.
—¿Ya estás bien? —Noto una ligera preocupación en su susurro.
Respiro profundo y me separo de él. Asiento y no sé porqué me abarca la vergüenza. Supongo que porque me acaba de ver tan vulnerable. Él, un chico poco amable con el que no me llevo tan bien, al que le prometí atardeceres por siempre y él me regaló un: ¿por qué no iba a estar? Es tan raro todo, me siento tan extraña cuando estamos cerca, es como si quisiera descifrarlo pero sintiera que no hay nada que descifrar, que todo está dicho. Este abrazo me ha sentado demasiado raro.
O quizás es que no he recibido muchos abrazos en mi vida.
Estira su mano y esconde un mechón de cabello detrás de mi oreja.
—Sé que no estás bien.
Un nudo se me crea en la garganta, por un instante mi lado fuerte dice que necesito defenderme, crear nuevamente mi coraza porque ante él destapé muchos miedos. Sin embargo, el chico me mostró parte de lo que es, de su dolor, es justo que no me cohíba del mío. Por alguna razón frente a él no me molesta dejar salir ese lado vulnerable, porque lo tengo, soy una chica de dieciséis años, merezco mis momentos de vulnerabilidad.
—¿Y qué eres?, ¿adivino?
—No, pero dos partes rotas se saben reconocer, ¿recuerdas? —Doy un paso atrás cuando utiliza mis propias palabras en mi contra— ¿Dónde quedó eso de mostrar las heridas?
—Pero...
—Yo te mostré parte de las mías.
—Yo también lo hice.
—Pero esto no es una competencia —sentencia. Ashton acorta el paso—. Ahora estoy aquí. Tú decides, Maia.
Las firmeza con la habla me desconcierta, es como si hubiese algo implícito en sus palabras.
Ahora estoy aquí.
Esa expresión se repite en mi cabeza mientras paso mi peso de un pie a otro. Hace mucho que alguien no está para mí, por lo menos alguien con quien pueda hablar. Lo noto suspirar y sube su capucha. Se va a marchar y, sinceramente, no quiero que lo haga; no me apetece regresar a las pesadillas.
—Espera. —susurro.
Agarro su brazo. Voltea y me apresuro a tomar una sudadera de una de las sillas destinada para la ropa. Todos tenemos una silla así en alguna habitación. Le doy un último vistazo a mi hermana y enfundo mis pies en mis pantuflas azules. Noto como se recarga en la puerta, espera que me coloque la sudadera gigante y luego salimos de la habitación.
El pasillo está en completo silencio. Parecemos prófugos que se dirigen hacia el otro extremo del corredor, he de suponer que subiremos a la azotea. La puerta de Lillian y Susana está abierta y debemos pasar por delante. Realmente intento tener cuidado de no hacer mucho ruido porque a pesar de que tengo pantuflas, el piso de madera rechina con el peso. Dejo ir una bocanada de aire cuando justo me queda pasar por delante, pero una mano se aferra a mi brazo. Volteo y Ashton me señala con la cabeza las escaleras que dan a la planta baja.
Me parece extraño, aunque no me da tiempo a mucho porque me jala en esa dirección. Estoy realmente confundida, suponía que iríamos a hablar a la azotea, pero lo dejo estar porque tal vez el destino de esta noche sea el risco. Bajamos las escaleras e intentamos hacer el menor ruido posible. Me tiene agarrada del antebrazo y todo me parece aún más extraño cuando nos desviamos por el pasillo que da a la cocina. Se adentra a la oscuridad de la habitación y me quedo en la puerta mientras lo veo rebuscar en la alacena. Demora unos minutos que me hacen desesperar.
—¿A dónde vamos?
—A un lugar.
—No me digas eso, Einstein. —replico, un poco molesta.
Me cruzo de brazos mientras lo veo apartar algunas ollas y maldecir por lo bajo cuando al parecer no encuentra lo que quiere. Cansada de esperar, deslizo mi mano por la fría encimera, sonrío cuando mis dedos tocan unos pequeños objetos y con cuidado de no hacer ruido las guardo en el bolsillo de mi sudadera.
—Tienen que estar por aquí.
Lo veo molestarse, en cierta forma me hace gracia la sarta de maldiciones que suelta. El castaño intenta modular el tono de voz.
—¿Qué es exactamente lo que buscas?
—Unas lla-
—¿Qué hacen aquí?
De momento la oscuridad de la cocina es opacada por la luz. Ashton me mira congelado. Ambos volteamos hacia la puerta.
Débora mantiene una expresión acusadora mientras nos mira con ojos entrecerrados. Pone las manos en sus caderas y alza el mentón. Me resulta gracioso como la actuación intimidante queda burlada por su piyama de Hello Kitty y lo rolos en su cabello.
—Son ustedes, de verdad no lo esperaba. —murmura en un tono "molesto" es que con esta mujer no se sabe si está actuando o no.
Se adentra a la cocina y toma un pan del envoltorio que está sobre la encimera. También se para en puntillas para tomar un cuchillo de la alacena que está cerca de la puerta, con el nos señala a ambos. Debo reconocer que por un instante siento mi frente perlarse de un sudor frío. Observo a Ashton, este me mira igual de desconcertado y se encoje de hombros.
—Es que yo lo sabía, lo sospechaba desde que noté que faltaba queso —acusa la morena. Alterna el cuchillo entre ambos—. Ustedes se han estado levantando de madrugada para comerse la comida.
Una ligera risilla escapa de mis labios al comprender lo irónico de todo. Me acerco cautelosa y, con una ceja levantada, tomo el pan de sus manos para luego volverlo a depositar en ellas. Abre la boca, incrédula ante lo que he hecho, como si fuese la peor de las acusaciones. Un sonido ronco inunda la habitación.
Volteo y Ashton se recuesta a la encimera. Mantiene las manos en sus bolsillos y tiene una sonrisa en el rostro, inmediatamente provoca que voltee y lleve una mano a mi mejilla. Ahora es Débora quien alza una ceja y antes de que lance un comentario que pueda dejarme en vergüenza, me adelanto.
—¿Y bien? —inquiero. Adopto su pose de antes.
—Yo soy más vieja, necesito mantener este cuerpo, ¿crees que se hace solo? —comprimo la risa ante su actitud tan seria—. Todavía quedan hombres en el pueblo, pero es más fácil juzgar a la pobre y vieja tía Debi. Nadie se compadece de mí, me juzgan por un pobre pan —Dramatiza llevándose la mano al pecho—. Que feo todo, que feo.
—Nadie te ha juzgado, pero no somos nosotros quienes nos comemos la comida.
—¿Entonces qué hacen aquí? —Toda expresión de alegría se esfuma. Con ojos bien abiertos, volteo a ver a Ashton. Él también se ha puesto serio—. No quiero mentiras, no conmigo.
—Bueno, pues... —Necesito inventar una mentira rápida.
—Íbamos a salir.
O al parecer no.
—¿Sin autorización o compañía de un adulto?
Trago en seco en lo que espero a que Ashton hable. ¿Él no era el que estaba hablando? Pues que continúe.
—Sí.
—¿A dónde es que pensaban ir?
—Es un lugar aquí cerca —Débora entre abre los labios, Ashton se apresura—. No es el risco, no es nada peligroso.
¿Cómo que no es el risco?
Volteo a verlo.
—Bueno, ustedes ya están bastantes grandecitos. Estoy depositando mi confianza en ustedes, nada de ir al risco o lugares peligrosos. No quiero problemas y a ustedes no les conviene ver a la tía Débora enojada.
—Entendemos.
—¿Y qué justificación tienen aparte de "No nos estamos comiendo la comida" —me da gracia como hace las comillas en el aire—, para estar en la cocina?
—Es que estaba buscando las llaves de la puerta que da al patio.
—Las dejé en la encimera —Señala ese lugar— ¿No están?
Ashton se acerca y busca sobre la superficie marmolada. En un principio me imaginé lo que estaba buscando.
—No están.
—Ah, ¿son estas? —pregunto, tintineo las llaves que guardé en mi bolsillo.
Ashton gira con cautela y Débora suelta un ligera risa mientras corta un poco de jamón.
—Ustedes no tienen remedio.
Veo al castaño tensar los músculos y respirar profundo. Se acerca a velocidad para arrebatarme las llaves. Cuando pasa por mi lado escucho algo de "intento ser mejor" "me lo pone difícil" y alguna que otra maldición por la que Débora lo reprende. Me hace gracia molestarlo porque siento que provoco una emoción aparte del cansancio que siempre aparenta traer, y para qué decir que no, me divierto en el proceso.
Abre la puerta trasera y me despido de Débora. Al salir el contraste de luces vuelve el paisaje aún más oscuro, hasta que nos adaptamos a la oscuridad. Lo sigo en silencio cuando se adentra en la zona de árboles que rodea la casa. Vamos en dirección contraria al camino que tomamos para ir a la escuela, el risco está del otro lado.
—¿A dónde vamos? —pregunto. Intento esquivar las rocas del camino— Y si dices que a un lugar, te golpeo. —siseo.
Estoy tan concentrada en no caerme, que no noto cuando frena y mi frente impacta contra su espalda. Voltea acomodándose la capucha mientras masajeo mi zona adolorida.
—¿Me golpearás? ¿En serio? La violencia es mala, no sabía que eras esa clase de persona. —Se burla de mí.
Ruedo los ojos y pongo las manos en mi cintura. La oscuridad es prominente debido a los altos árboles frondosos.
—¿A dónde vamos?
—¿Puedes poner tu repertorio de preguntas en modo aleatorio, por favor? Me comienzo a cansar.
—¿A dónde vamos?
—Pareces el burro de Sherk con su frase "¿Y ya llegamos?" —bufa—. Son igual de molestos.
—Pero mira —Me hago la asombrada—. Al final sí tuviste infancia —Lo rodeo con las manos en mi cintura. Alzo el mentón— ¿Quién eres tú entonces? ¿El hada madrina?
Voltea sus ojos.
—Sí, definitivamente eres el burro.
—Cállate, Sherk.
Lo oigo inhalar, luego exhala despacio. Camina un poco más.
—¿A dónde vamos?
—A ningún lado.
No puedo evitar que mi boca se abra con incredulidad.
—No me digas que hemos estado caminando sin dirección.
—No, porque ya llegamos.
Mi mirada cae en la maleza, quizás es tarde para darme cuenta de que aquí no hay nada, ¿para qué me trajo a mitad del bosque? Doy un paso atrás, escenarios bastante preocupantes se empiezan a formar en mi cabeza. Mi corazón comienza a latir más rápido.
—Vamos. —exige, guiándome hacia un árbol.
Forcejeo y me aparto.
—No voy contigo a ninguna parte.
Lo noto suspirar y recostar su silueta al tronco. Parece divertido.
—¿Es en serio? ¿Después de que llegaste hasta aquí se te ocurre decir eso? —Bueno, sí que es bastante estúpido, pero más vale tarde que nunca— ¿No confías en mí?
—No.
—Es una casa del árbol —dice. Se despega del tronco y comienza a subir por una escalera que no había notado hasta ahora, ya va por la mitad del camino—. No te haré nada, vivimos en la misma casa y ya dejaste muy claro que eres bastante violenta.
—Por supuesto que no me harás nada.
—Nada que no quieras que te haga.
—¿Qué? —chillo.
Me molesta que comience a reír.
—Sube.
Estoy algo nerviosa, pero es cierto. ¿Qué me puede hacer? Débora ya nos vio salir juntos y no soy de las que se queda callada si me hacen algo. Suspiro y me acerco, la escalera es un poco inestable y cuando miro hacia arriba, Ashton ya ha llegado a la cima y me espera de brazos cruzados. Tengo cuidado con los escalones, después de unos minutos ya estoy pisando la superficie de madera. Los árboles son realmente altos. El techo de la casita no lo es tanto y me debo doblar un poco.
Me asombra todo su interior. No tiene polvo y la iluminación son algunas lucecitas de Navidad, tiene una camita para niña en una esquina y algunos juguetes acomodados sobre ella. El olor a madera húmeda mezclada con flores se cuela en mis fosas nasales, lo que provoca que suspire con satisfacción. Aquí huele a lavanda mezclada con pino. Algo incómoda por la posición, continúo caminando hasta llegar a Ashton que está sentado en una especie de puerta ancha que da al vacío.
Me acerco y me siento a su lado. Su cabeza está apoyada en el marco mientras una de sus piernas cuelga fuera de la casa y la otra la mantiene doblada y apoyada sobre el piso. Me apoyo en al marco y me coloco en posición de indio frente a él. Lo detallo un poco, trae una sudadera negra junto a unos pantalones chándal holgados de igual color; también trae unas pantuflas. Su cabello está desordenado como todos los días y, sus ojos, esos tienen una chispa curiosa al ver que lo detallo.
Las luces navideñas—que son la única iluminación de este lugar—iluminan parte de su rostro y el otro queda adornado por las sombras. Tiene unas ligeras ojeras, las mejillas algo hundidas, las cejas gruesas y sus labios carnosos. Aparto la vista cuando noto que lo he observado más tiempo del que debía.
—¿Qué hacemos aquí? Esto es raro.
—Tranquila que no te voy a enseñar la diferencia entre Ashton y Ashley. No soy un chico fácil, Maia.
—No me refería a eso. —siseo. Entrecierro un poco los ojos.
—Vinimos a hablar —aclara. Aprieto las manos, estoy un poco nerviosa— ¿Qué te atormentó tanto?
—Eran pesadillas simples, monstruos y esas cosas, ya sabes, lo típico.
—Me dijiste que eran recuerdos —Aparto la vista de los árboles, lo miro—, no te contradigas tu misma ni me hagas pasar por tonto.
—Yo...
—No te juzgaré. No estoy aquí para juzgarte, sino para escucharte si es lo que quieres.
—¿Puedes dejar de hacer eso? —Me sonrojo, estoy rezando para que en la oscuridad no se note.
—¿Hacer qué?
—Nada.
—Entonces habla, te hará bien.
—Yo...
—¿No quieres?
Lo miro. Tiene las cejas fruncidas, parece realmente interesado, o podría decir preocupado.
—Sí quiero hablar, es que... es difícil. Pero quiero hablar contigo, sólo... no lo sé.
—Yo te regalo mis atardeceres, pero tú regálame una madrugada.
Juego con las manos sobre mi regazo. Mi corazón va a mil por hora.
—De verdad tienes que dejar de hacer eso. —susurro.
El olor a pino me embriaga y me hace sentir cómoda. Ashton se mantiene expectante, en un momento pasa una mano por su cabello, lo que provoca que caigan mechones desordenados sobre su frente. Ese hecho me distrae, vuelvo a jugar con mis manos. No sé si estoy lista para hablar, pero las palabras dejan mis labios antes de poderlas retener:
—Mi madre no fue muy buena conmigo.
—¿Te golpeó? —niego— ...pero te maltrató.
Aprieto mucho los ojos. Hablar sobre esto duele.
—Cuando eres madre soltera tu hija espera que seas su pilar, o por lo menos eso esperaba que fuese ella, pero resulta que su pilar era yo. Desde que tuve seis años, dejé de ser una niña ante sus ojos y me correspondió limpiar, organizar, botar bolsitas con polvillo blanco —No puedo evitar que una risa desganada se escape de mis labios—. Me tocó cambiar sueños y salidas al parque por un trapeador. No era excelente ama de casa, lo admito, pero para mi edad hacía lo que podía. Mamá llegaba cada noche con un hombre diferente, yo dormía en la sala y me intentaba despertar temprano al otro día, pero para cuando lo hacía ya el hombre se había ido y la expresión "Él es tu papá" no flotaba en el aire.
»Nunca supe quién era mi padre, solo tenía la esperanza de que fuese alguno de los tantos que visitaba la casa cada noche.
—Estuviste expuesta a un escenario bastante peligroso.
—Sí, es una suerte que nunca pasó a mayores.
Siento como una lágrima se escurre de mis ojos y su dedo la atrapa. Le dedico una sonrisa, me encojo de hombros.
—Comprendo que ella no era feliz, yo quería ser su ayuda, pero a veces eso no es suficiente. A los diez me dijo que estaba embarazada, me alegré, sentí que era la compañía que tanto esperaba. Mamá continuaba ingiriendo alcohol y todas esas sustancias, que a pesar de que en la casa no habían porque yo solía botarlas, ella las consumía en la calle y no había mucho que pudiese hacer. Caroline fue un embarazo de riesgo.
»Supongo que se cansó, de mí, de mi hermana, de ella, de su vida. Un día nos dejó en una casa hogar, allí conocí a Lucas —Asiente con seriedad—, él fue adoptado y me mantuve unos años allí, hasta que a los catorce nos trasladaron a un hospicio. No te puedo decir que mi vida mejoró, fuimos cohibidas de muchas cosas y ninguna era feliz. Mi desahogo era hacer esto, escaparme en la madrugada y caminar por las frías calles de Londres para regresar antes del amanecer. En una de esas noches me tatué y cambié mi cabello, este siempre fue rubio.
—Como un ángel.
Quedo paralizada cuando habla. Esboza una media sonrisa que provoca un nudo en mi garganta. Lo observo con seriedad. Lucas me solía llamar de esa forma.
—¿A qué te refieres?
—Tienes las facciones finas, no sé, supuse que te asemejarías a eso —Pasa una mano por su cabello. Lo noto nervioso—. Es eso.
—No lo creo. Estás actuando demasiado raro.
—Recordaré no hacerte cumplidos nunca más.
Nos mantenemos en silencio mientras nos miramos.
—¿Y tus padres? —pregunto.
—En la cárcel.
—Lo lamento.
—Créeme, yo también. —farfulla, mirando los árboles de alrededor.
—Sabes, no eres tan malo, pero reconozco que me caíste pésimo la primera vez que nos encontramos —Una pequeña sonrisa aparece ante mi comentario—, bueno, la primera vez y las demás.
—La biblia estaba interesante.
—Claro, como si hubieses leído mucho en los dos segundos que giré para acomodar mi ropa. —Entrecierro los ojos.
—Pero fue una primera oración interesante.
Su carcajada envía vibraciones por todo mi cuerpo. Es una risa ronca y contagiosa a la que me uno.
—Veré si Susana tiene alguna que pueda darte.
Asiente.
—Lamento como me referí a ti y a tu hermana la primera vez. Estaba enojado por todo el tema de la habitación.
—Si sirve de algo, no pretendía desplazar a nadie de su habitación —Eso me recuerda algo—. No has recogido tus afiches.
—Al parecer mi nueva habitación es demasiado fea y Suliet siente la necesidad de regalarme dibujos para que la decore —Sonrío ante la forma divertida en que lo dice, debo reconocer que Suliet es una niña bastante especial— ¿No te gustan los afiches?
—Sí me gustan, pero no he escuchado ninguna de esas bandas, donde vivía no permitían escuchar esa clase de música.
Pestañea, un poco perplejo. No creo que sea para tanto, aunque su expresión es bastante cómica. Se inclina hacia adelante. Me causa gracia el asombro que adorna su rostro.
—No puede ser, ¿no has escuchado a ninguna? —Aprieto mis labios e intento contener la risa. Niego con la cabeza—. He traficado un mp3, lo tengo en mi habitación. Uno de estos días te lo enseño. Pero no le puedes decir a nadie, si los niños se enteran querrán que se los preste y se terminará rompiendo. No le puedes decir a nadie.
—Vale.
—Promete que no se lo dirás a nadie.
Achico mis ojos y le dedico una sonrisa divertida. Endurece su mandíbula y pasa una mano frustrado por su frente.
—Esto ya me parece mala idea. —musita.
—Ya no te puedes retractar.
Me mira fijamente.
—Sí puedo.
—Pero no quieres.
Coloco mis dos manos en sus mejillas, hago presión. Eso hace que sus labios sobresalgan. Me parece divertido.
Por un instante queda paralizado ante mi toque, puede que haya sido muy atrevida al tocarlo, me salió de forma natural. Cuando creo que ya lo hice sufrir lo suficiente, le prometo que no le diré nada a nadie. Me lanza una mirada amarga.
—Creo que deberíamos irnos.
Aunque la conversación está bastante amena, mis ojos escosen anunciando que ya me estoy saltando varias horas de sueño. Con cuidado me levanto y él hace lo mismo. Soy la primera en bajar, paso un poco de trabajo por culpa de la escalera. Ashton se demora mucho más que yo y cuando llega a abajo suelta un suspiro de alivio.
Comenzamos a caminar de vuelta, en el trayecto recuerdo que nunca pregunté de quién era esa casita. Me extraña que fuese de él, tal vez Lillian la fabricó, aunque no creo que sea eso porque dudo que la colocara en medio del bosque.
—¿De quién es esa casita? —pregunto. Alzo un poco la voz porque Ashton camina detrás de mí.
—No tengo idea. —Noto su voz un poco agitada.
Continuamos caminando, ambos concentrados en no tropezar con alguna roca. Al poco rato llegamos a la parte trasera, donde están los columpios.
—¿Cómo la encontraste?
Me extraña no encontrar respuesta, cuando volteo lo veo agarrado a uno de los laterales de la canal mientras hace intentos por tomar bocanadas de aire. Luce agitado y cansado a la vez. Me asusto y corro hacia el castaño.
—¿Qué pasa?, ¿qué sucede? —Intento encontrar sus ojos, los cuales noto llenos de lágrimas. Ashton niega con la cabeza y aprieta sus ojos. Con manos temblorosas, producto a los nervios, aparto los mechones de cabello de su frente. Aunque es de noche veo como se aferra con fuerza a la canal— ¡Ashton, dime qué pasa!
—No... puedo...respirar.
Un calambre de pánico me recorre el cuerpo.
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