ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 15
Capítulo 15
La desesperación me consume al notar que no puede respirar, por como lucha por tomar bocanadas de aire, asumo que es un ataque de asma. Espero que no sea algo grave como un ataque al corazón, estoy rezando por estar en lo correcto. Necesito encontrar un inhalador. Ignoro que estoy tocando parte de su cuerpo y meto las manos en los bolsillos de su chándal. Mis mejillas se calientan, pero no es momento para dejar mis hormonas fluir. Intento controlar los calambres de pánico que aparecen cuando no encuentro nada, trato de no enloquecer porque lo único que haría es empeorar todo. Sé que es bastante inútil pedirle que respire. No tengo idea de qué puedo hacer. Mis dedos chocan con el manojo de llaves, es una clara señal de que debo pedir ayuda.
—¿Sufres de asma?
Asiente. Paso su brazo sobre mis hombros.
Con las llaves en mano ayudo a Ashton a llegar hasta los columpios, gimo de dolor cuando clava sus uñas y deja medias lunas en mi piel. Me está haciendo daño, parece tan desesperado por respirar que me asusta. No puedo entrar con él a la casa porque me restaría tiempo, mi idea es correr lo más rápido que pueda y traer el inhalador.
Espero estar haciendo lo correcto y que mis acciones sean acertadas.
Lo dejo en los columpios. Sin esperar mucho, me lanzo a la carrera, mis manos están temblorosas mientras intento encontrar la llave correspondiente. Soy un manojo de nervios, no es la primera vez que lidio con una persona con asma, aunque igual estoy asustada. No puedo gritar producto al inmenso nudo que tengo en la garganta, no creo que alguien me escuche ya que todos están dormidos. Suspiro cuando siento el sonido que indica que la puerta está abierta. Corro acelerada por los pasillos.
Tropiezo con unos legos que están en el suelo y maldigo porque este no es momento para torpezas. A lo lejos veo una luz que se filtra por el bajo de la puerta de la habitación de Débora, sería menos tiempo si le pido ayuda, yo no tengo idea de donde Ashton guarda su inhalador, por lo que ir a buscarlo sería perder más tiempo.
Mis palmas se estrellan contra la puerta una y otra vez. Mis ojos se nublan cuando la cabeza llena de rolos aparece en mi campo de visión. La hago a un lado para poder entrar. Mis palpitaciones van a mil, estoy tan exaltada que surge la incertidumbre de si seré yo quien moriré de un paro cardíaco.
—Maia. ¿Qué sucede?
La cara de Débora es todo un poema.
—Ashton.
—¿Qué pasa con Ash? —pregunta. Cruza sus brazos, en su rostro un gesto de preocupación.
—Está sufriendo un ataque de asma.
—¿Qué? ¿Dónde está?
Desesperada, comienza a movilizarse. Corre hacia una de las gavetas que están junto a su cama. Mis manos sudan.
—Está en el patio, por favor Débora, ayúdame.
—Mierda —Se queja, voltea una de las gavetas sobre el suelo. Su voz tiene un tinte de pánico. Se agacha todo lo que le es posible hasta tomar un inhalador. Agradezco ser lo bastante rápida para atraparlo cuando lo lanza— ¡Corre! ¡Voy a preparar el tanque de salbutamol!
Asiento y me dispongo a regresar.
—Iré con ustedes en unos segundos, intenta traerlo hasta acá.
La última información es casi inaudible porque ya estoy llegando al pasillo. Corro y a los pocos segundos me encuentro en el patio. Ashton se aferra a las cadenas del columpio y, forzándolo, coloco el inhalador en su boca. Doy un toque largo, espero y doy un segundo toque.
No parece funcionar del todo porque todavía lo noto acelerado. Jalo de él hasta ponerlo en pie y paso su brazo sobre mí. Agradezco que ponga de su parte porque aunque noto que su peso es ligero, no puedo sola.
Caminamos unos pasos hasta que visualizo la silueta de Débora, viene corriendo, cuando nos alcanza trata de ayudarme pasando el otro brazo sobre ella, así repartimos el peso. Hacemos el mismo recorrido hasta llegar a su habitación, creo que la situación de Ashton retrocedió porque su respiración está aún más errática. Débora nos guía hasta una silla apartada de la cual no me había percatado antes. Lo sentamos allí. Toma un pequeño aparato que le extiende al castaño. Ashton lo coloca en su boca y Débora abre la válvula de un equipo parecido a un tanque de oxígeno, supongo contiene lo que me mencionó antes.
Veo como el chico apoya la cabeza en la pared. Luce cansado. Una sensación de pesar se asienta en mi cuerpo y me dejo caer en la cama que está a unos pocos metros. Débora pasa la mano por su frente, creo que eliminando un poco de sudor. Cuando coloco mis manos en mis mejillas, noto que están congeladas.
—Vaya chiquillo del demonio este —dice la morena mientras ve fijamente a Ashton—, menudo susto.
—No entiendo qué lo desencadenó, veníamos caminando por el bosque—. Callo de golpe cuando Débora me lanza una mirada nada amistosa.
—¿Qué dije sobre hacer cosas peligrosas?
—Pero no fuimos al risco. —intento justificarme.
—¡Cualquier bosque de noche es peligroso! —regaña—¿Qué pasaría si hubiera algún desquiciado del pueblo? No digo que lo haya, pero nunca se sabe. ¿O un animal peligroso? Cuando los dejé salir pensaba que iban a estar en el patio, o en los alrededores.
—Lo siento —susurro. Dirijo mi mirada a Ashton—. Todo iba muy bien, no nos adentramos mucho, pero cuando veníamos de regreso se puso muy mal. Ni siquiera habló, si no es porque volteé no me hubiera dado cuenta.
El suspiro de la morena rellena la habitación, la cama se hunde cuando toma asiento a mi lado. Creo que entiende que estoy preocupada, ambas lo estamos.
—Ashton sufre ataques de asma —explica. Con calma acomoda mi cabello detrás de mis hombros. Es un gesto dulce—. No son tan frecuentes, hace meses no tenía uno, son tan graves que si no estamos preparados en la casa toca llevarlo al hospital en estado crítico. Hemos pasado muchos sustos con él.
—¿Es por eso que están tan preparados?
—Siempre tenemos tanques aquí porque varios niños son asmáticos. Ash presenta el cuadro más grave. Le advertí mil veces que cargue consigo el inhalador —suelta un suspiro—. Pero el chiquillo este no me escucha, se le ocurre subir a la azotea y toma sereno como si fuese un maldito murciélago.
—¿Sabes lo de la azotea?
—Claro que lo sé. Nadie le dice nada porque en si, Ash ya tiene muchos problemas encima —Lo mira de una forma que me encoge el corazón, es como si fuera una madre preocupada por su hijo—. Si es su manera de escapar de lo que lo atormenta, nadie tiene el corazón tan frío para frenar eso; es su burbuja.
No sé hasta que punto ella sabe sobre la azotea, ni si tiene idea de que acostumbra quitarse la camiseta cuando está allí. Si sufre ataques de asma, no es lo más sensato hacer eso, aunque no es difícil darse cuenta de que en Ashton todo son contradicciones. No se ve cómodo en lo alto, sin embargo, sube a la azotea. Es asmático, pero se quita el jersey a bajas temperaturas. Parezco no agradarle, pero orbitamos uno alrededor del otro.
—Vaya noche. —musito.
Miro a Ashton, sus ojos están cerrados y mechones de cabello se escurren por su frente. Lo noto más tranquilo, eso me alivia.
—Necesitaré más cremas antiarrugas después de hoy. Envejecí, estoy más que segura de que envejecí.
Me causa gracia su comentario, pero por respeto a lo enojada que está intento controlar la risa.
El cuerpo me pesa cuando toda la adrenalina se disipa. Una sensación de terror me inunda ante la idea de levantarme en pocas horas para ir a la escuela.
—Deberías ir a dormir. —sugiere.
—Prefiero quedarme hasta que esté bien.
—Creo que no hablé muy claro. Mañana tienes escuela, vete a dormir, Maia.
—¿No puedo quedarme unos minutos más?
—¿Hoy hiciste tu tarea? —pregunta. Débora se cruza de brazos.
—Emmm...
—Emmm. ¿Qué?
Alza la ceja de una manera tan imponente que siento ganas de encogerme sobre la cama, si se lo propone puede llegar a ser intimidante.
—No.
—Eso pensé. Ahora, si no quieres que me enoje más, vas a ir a tu habitación a dormir tranquilamente, que en unas horas tienes clases.
Intercalo la mirada entre ella y el castaño. Está molesta y eso me incomoda, no quiero decepcionarla a ella también. Me levanto y seco mis manos en mi sudadera, las tengo muy húmedas producto a los nervios. Le doy un último vistazo al chico, para luego abandonar la habitación. En la mía todo está tranquilo, Caroline continúa durmiendo y me dispongo a hacer lo mismo, o por lo menos intentarlo.
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Soy la última en llegar al comedor. El ambiente está como siempre; la mochila me pesa más de lo habitual. Veo a Ashton sentado en una de las mesas apartadas con su cabeza entre las manos. Suliet está parada sobre una silla haciéndole trencitas en el cabello. Es una bonita vista. Me rio un poco y me siento junto a Claire, mi hermana también se encuentra en esa mesa. Desde atrás le planto un beso en la mejilla.
—Me costó mucho trabajo despertarte —comenta Claire revolviendo su desayuno—. Eras como un animal muerto.
—No dormí muy bien.
Extiende una bandeja y entierro mi cuchara en la avena.
—¿Qué tuviste, pesadillas?
—No. —Ambas volteamos hacia mi hermana, su respuesta me hace esbozar una media sonrisa. Ella sabe que no me gusta hablar de mis pesadillas.
—Pues tus gritos se escuchaban por toda la casa. O fue una pesadilla o tu crush se estaba besando con otra frente a ti.
—¿Crush? ¿Qué es un crush?
—Cuando seas una adolescente lo vas a entender, Caro.
—Siempre dicen que cuando sea grande, yo quiero entender ahora.
—Hoy amaneció exigente, eh —Claire la molesta tomándola de las mejillas—. Cuando seas adolescente me vas a agradecer no haberte insertado en el club de las sufridas desde edades tan tempranas.
Me rio ante su ocurrencia. Con calma como un poco de mi avena. Mi amiga me mira esperando la respuesta a la pregunta que me hizo antes.
—No te preocupes, no fue nada importante. Solo un sueño feo que ya pasó.
Miro a mi hermana mientras desayuna. Hoy trae puesto un vestido floreado y los rizos recogidos en un moño flojo. Se ve hermosa.
—Estás muy linda, Caro.
—Tía Debi y tía Susi me ayudaron. Ambas peleaban porque querían vestidos diferentes.
—¿Y quien ganó? —pregunta Claire, interesada en la pelea.
—Yo —responde con ligereza—. Al final yo escogí mi vestido.
—Mi hermana es lo máximo. —Mi voz sale con un tinte de orgullo. Claire se hecha a reír.
—Caro es la niña más hermosa e inteligente de aquí.
—Las otras niñas también lo son —rectifica a la pelinegra—, y los niños. Bruno sabe hacer muñecos de plastilina solo, parecen juguetes, los hace muy bonitos. Clara aprendió a leer hace poco, me dijo que me iba a enseñar porque es muy divertido. Ves, todos son inteligentes.
—¿Por qué no tengo hermanas?
Claire se queja mientras mira a la mía de forma soñadora, tiene una mano bajo su barbilla, lo único que le falta son los corazones flotando alrededor.
—¿Qué pasó con lo de trillizas? —pregunto. Me siento mejor cuando su sonrisa se ensancha y sus ojos se vuelven mini rendijas.
A veces, cuando estoy con Claire, me pregunto qué se sentirá no tener familia en lo absoluto. Ella ni siquiera tuvo la oportunidad de tener una madre o un padre. Por lo menos yo tuve la mía por un tiempo, sí, no fue la mejor, tampoco tomó buenas decisiones, pero la tuve. Si de algo estoy segura es que esas personas que decidieron no tenerla en su vida, sea por la situación que sea, se están perdiendo un excelente ser humano, porque Claire es lo máximo y tampoco está sola. Nos tiene a todos.
Terminamos de comer. Siento una silla arrastrarse a mi lado y cuando volteo, veo al chico rubio llamado Tony. Ahora que lo veo de cerca me doy cuenta de que es guapo, ni de forma exagerada, pero si Tony se lo propone podría hacer suspirar a cualquier adolescente.
—Hola. —Nos saluda.
—Hola.
En la respuesta de Claire puedo notar fastidio. Eso me llama la atención, es la primera vez que noto esa actitud en ella.
—¿Cómo te fue con Lillian? —Me pregunta.
No tengo idea de a qué se refiere.
—No te entiendo.
—Se enteró de que Ashton tuvo un ataque y que salieron en la noche.
—Ah, eso... —empiezo a mover mi pierna bajo la mesa.
—¿Ash tuvo un ataque? —pregunta Claire. Se levanta con premura y busca al castaño con la mirada. Cuando está dispuesta a ir en su dirección, Tony la agarra del brazo y la vuelve a sentar.
—No entiendo el porqué de tanto drama, él los tiene a cada rato.
—No entiendo porqué te cae tan mal. ¿Estás celoso, Tony?
Me siento en un partido de tenis viendo de uno a otro.
—No tengo nada que celar.
—Podrías empezar por admirar su actitud, porque si la de él es una mierda, la tuya lo es el doble.
—Cálmate, fiera.
Estoy con la espalda pegada a la silla, esto es como estar en medio de una guerra de comentarios y miradas no muy amistosas.
—Sé lo que le dices —Claire se inclina en la mesa, está tensa por completo al igual que Tony—. No te acuso porque estamos en la misma casa, pero no dudes que te puedo hacer pedazos, no intentes abusar con tus palabras de otras personas porque eso te hace una basura. ¿Escuchaste? Regodearte en la desgracia ajena te convierte en un cerdo envuelto en barro, y llega un punto en el que el barro asfixia y se te pega a la piel. Cuesta mucho quitarse las costras, no lo olvides.
—Ten cuidado con lo que dices, niñata.
—Me estás arruinando la mañana, como siempre. —Sin más, arrastra la silla y se pone en pie. Toma su mochila para luego abandonar el comedor.
Mi cara debe ser un total: ¿Qué rayos acaba de pasar?
—Ustedes no se llevan muy bien. —Caro dice la oración que se repetía en mi cabeza.
—Ella se lo toma todo muy a pecho —responde el rubio. Se encoje de hombros y me mira—. Te recomiendo hablar con Lillian, está muy enojada con Débora.
Asiento con la culpa carcomiéndome, lo menos que quiero es buscarle problemas a Débora. Todos nos retiramos del comedor ante el grito de "¡Vamos tarde! "que se escucha desde la entrada. Los que vamos a la escuela nos reunimos en la salida. Veo a Josh que llega corriendo y choca las palmas con Ashton. Observo la actitud relajada del castaño, trae una sudadera negra, unos pantalones anchos rasgados y unas botas. Alza la vista mientras se acomoda la mochila. Trato de disimular mirando hacia otro lado.
Al poco tiempo comenzamos a caminar. La mañana es más fría de lo habitual. Los árboles retienen un tono lúgubre en sus hojas en lo que avanzamos por el camino rumbo al pueblo. Hacemos el recorrido al que me he acostumbrado hasta que llegamos a la escuela. Suelto la mano de Caroline y Claire la toma, necesito aprovechar este momento para disculparme con Débora, sé que tuvo problemas por mi culpa.
—Lo siento mucho. —Me apresuro antes de que Débora vaya a dejar a los demás alumnos en la otra escuela.
La morena voltea y le pide a Tony que se adelante con los otros niños.
—¿Qué pasa bonita?
—Sé que Lillian se enteró de que nos diste permiso para salir. Me disculpo, no era nuestra intención crear problemas.
—No pasa nada, no te preocupes que con la tía Debi nadie se molesta mucho tiempo. —bromea.
—No tenías que decir que nos diste permiso.
—Pero lo hice, no iba a dejar que toda la culpa cayera sobre ustedes.
—Pero...
—¿La pasaste bien con mi retoño? —Frunzo las cejas confundida, mas no dura mucho porque caigo en cuenta de que habla de Ashton—. Eliminando todo el tema de que casi nos provoca un infarto. ¿La pasaron bien?
—Fuimos a una casita cercana.
—¿A una casita? —Ese hecho parece asombrarla—. No andarían haciendo cosas de adolescente hormonales, ¿no? Advierto que soy la tía divertida, pero no quiero dramas en la casa.
—No, no, no —explico antes de que todo se distorsione—. Claro que no.
Encierra sus ojos como si dudara si creerme o no.
—Bueno, entonces no me arrepiento de haberles dado permiso, y no te preocupes, no hay ningún problema.
—Gracias. —Esta mujer es maravillosa.
—Ahora entra rápido a la escuela que ya vas tarde.
—Vale. —acepto y deposito un beso en su mejilla.
Voy directo a mi salón, confío en que Claire dejó a mi hermana en el suyo. Cuando llego a mi piso, los alumnos aún están afuera de sus aulas. Veo a Samantha a lo lejos y me dirijo hacia allí. Tiene agarrado a Ashton por la cintura mientras conversa con Claire, Mauro también está.
—Llegó la pelinegra faltante. —anuncia el moreno.
Samantha esboza una sonrisa cuando me ve llegar.
—No le hagas caso a Mauro, hoy está muy pesado.
—¿Sólo hoy? —sisea Ashton.
—Para una vez que pregunto algo importante les fastidia. —refunfuña.
Ashton voltea los ojos y Claire se echa a reír.
—Es que si fuera algo importante si se te puede prestar atención, pero todo lo tuyo son bromas, algún día necesitarás que te crean y nadie lo hará. —comenta la asiática.
—Para mí esto es importante —El moreno se lleva la mano al pecho—, se supone que eres mi amiga, Claire. ¿Dónde quedó el apoyo en esta amistad?
—No seas exagerado.
—Me dolió.
—¿Tanto como te dolió que Brenda te rechazara esta mañana? —interviene Samantha—. No tienes que cambiar nada de ti para agradarle, ella se pierde a este bombón.
Lo único que hago es ver del uno al otro. No me entero de nada en la conversación, ni tampoco es que me concentre mucho con los ojos de Ashton puestos en mí. Aclaro mi garganta.
—Bueno, ¿cuál es la pregunta?
—¿Crees que me vería sexy calvo? Es que creo que me estoy cansando de los rulos.
—¿En serio, esa es la pregunta de gran importancia?
—Ven, nadie me apoya.
—Ya te dije que calvo era mejor. —Mauro entrecierra los ojos hacia Ashton y lo señala con un dedo.
—Tu criterio no es confiable.
—Mauro se le declaró a una chica esta mañana, pero la chica tiene novio —Miro a Claire que parece apiadarse de mi ignorancia en este tema—. El punto es que el novio es calvo y ahora Mauro también quiere serlo porque es lo suficientemente idiota como para pensar que eso lo sacará de la zona de los rechazados por Brenda.
El ruloso aprieta los labios, parece dolido. Me mira buscando algo de apoyo, trato de no ser tan cruda como Claire porque quizás lo que voy a decir no le guste.
—Mauro, si la chica tiene pareja, debes respetar eso. Además, no tienes porqué cambiar ni tu apariencia, ni tu forma de ser para agradarle a alguien. Eres perfecto así como eres. Tus rulos son hermosos al igual que tus camisas floreadas y tu personalidad. Y como dijo Samantha, eres un bombón.
—Como sea —susurra. Entra al salón, aunque a medio camino grita algo— ¡¿Oíste, Ash?! ¡Soy todo un bombonazo candente!
—¡Ya quisieras!
Comprimo la sonrisa. Es cierto que Mauro es despreocupado y pareciera que nada le afecta, pero a pesar de eso, pude percibir que estaba incómodo y quizás algo cabizbajo con todo lo que se le dijo. Espero que haya captado el mensaje porque de verdad él es genial así como es.
—Ya se le pasará —Samantha se encoge de hombros—. Hace dos semanas tenía un drama por Laurence, la chica del otro salón, así que solo hay que esperar a que se le pase esta rabieta.
La conversación muere cuando suena la campana y todos se comienzan a movilizar. Me voy hacia mi salón, pero freno cuando me toman del brazo.
—Gracias. —Ashton se encuentra bastante cerca, mi mirada se desliza del pecho a su cara y viceversa. Alza una ceja. Noto como el azul de sus ojos se vuelve más claro por la luz blanca del lugar.
—¿Por qué?
—Tú sabes porqué.
Me suelta y se dirige a su salón.
La clase de literatura es muy divertida, la profesora da criterios sobre las obras y luego su opinión personal de cada una. Algunas de esas obras ya las he estudiado y otras se incorporan en este curso. Samantha se sienta en uno de los pupitres de enfrente, algo no muy inteligente de su parte ya que la profesora la regaña varias veces por no prestar atención. En realidad se la ha pasado mirando a un chico pelinegro que está sentado a unos puestos de distancia. Aprovecho cuando la profesora voltea y lanzo un papel que se estrella en la cabeza de la rubia.
Gira y gesticulo con mis labios que preste atención. Saca la lengua como una niña pequeña, le devuelvo el gesto.
Es una chica bastante agradable y hasta puedo decir que loca. Me agrada el giro que ha tomado mi vida. Suspiro mientras la veo concentrada en la clase. A ella también le entrego una pieza. Estoy superando miedos y, aunque continúa la incertidumbre de confiar, espero no estar tomando todo demasiado rápido y terminar dañada en el proceso. Pero es tan agotador esto de ocultarse bajo capas y corazas. A veces lo único que se necesita es saltar, tú decides si abrir las alas o estrellarte contra el suelo.
Aprovecho y al final de la libreta hago algunos de mis garabatos. No tengo idea si Samantha me pegó su falta de atención, pero de momento la clase no se me hace tan interesante. Tomo una pluma y comienzo a dibujar.
Necesitas quitarte las gafas y comenzar a ver todo a color.
Me digo a mi misma mientras ilustro unas pequeñas gafas.
Toma las alas y vuela. Se puede tocar el cielo con los sueños y caminar sobre el suelo cumpliéndolos.
Afinco la punta cuando comienzo a detallar unas alas. Se ven poderosas, grandes, justo como las necesito.
No necesito luz ni oscuridad. Necesito atardeceres eternos donde todo se desdibuja y ves hasta donde quieras ver, real, sin adornos. Atardeceres nuestros.
Pienso cuando un garabato de sombras comienza a dar forma a un ocaso. Aunque no es un dibujo a color, intento crear destellos de luz.
La tinta se acaba y cierro de golpe la libreta. Me hundo en la silla mientras pienso. ¿Qué hago? ¿Qué pretendo? Yo no tengo armadura y eso me hace más valiente, me he saboteado demasiadas veces y ya estoy cansada.
Paso mis dedos sobre la línea de mi muñeca y dejo que los recuerdos me arrastren a la oscuridad.
Ya pasó la hora del rezo y todo está en silencio. El sonido de la gotera del baño se reproduce en las cuatro paredes como si quiera marcar la soledad de este lugar. Confío en que todos estén dormidos. De verdad espero que sea así, porque si alguien me descubre a esta hora, seré premiada con horas de castigo en la sala de rezos por el pecado que estoy a punto de cometer. Tendré que pasar tiempo reflexionando sobre lo que iba a hacer, sobre mi vida, y lo último que quiero es caer en cuenta de la vida de mierda que he tenido. Miro el espejo que traigo en la mano y lo estrello contra el suelo.
Por un instante me alarmo pensando que alguien me pudo escuchar, por una milésima de segundo quiero ver a alguien en la puerta, por unos instantes necesito el abrazo de alguna persona que me diga "No lo hagas, todo estará bien". Y por largos minutos me siento entumecida en esta vida a la que no le encuentro salida, porque el día se complica más. Me agacho hasta el espejo roto.
¿Y Caroline?¿Qué pasará con ella? Son los pensamientos que surgen en mi mente mientras tomo uno de los cristales.
Ella estará bien, lo que le pasó no es nada.
¿Entonces por qué hago esto?
¡Cobarde! ¡Eso soy, cobarde!
Las manos me tiemblan y el cristal se escurre entre mis dedos. Me apoyo en la pared y me deslizo hasta el suelo, dejo mis muslos cubiertos por la bata reposar sobre las baldosas frías.
Cinco años.
Más lágrimas caen.
No puedo hacer esto. Soy egoísta.
Pero eso no impide que tome nuevamente el cristal y, sin vacilar, lo penetro en mi piel. Me arde, todo arde más que el cristal que ahora se desliza. Siento como la piel se abre causando una mueca de dolor en mi rostro. El líquido espeso y carmesí se escurre por mi muñeca hasta caer al suelo. Cierro los ojos, tomo esto como una salida.
Ahora toca esperar.
—Maia. —El susurro de una voz femenina me hace abrir los ojos.
La profesora me observa preocupada. Paso las manos por las mejillas que siento húmedas. Algunos de los alumnos me miran indiscretos y otros hacen un intento por disimular. Claire y Samantha me observan preocupadas. Mi corazón late acelerado producto a la vergüenza.
Dispuesta a irme, me levanto y tomo mi mochila.
—¿A dónde vas? —pregunta la profesora.
—No me encuentro bien. ¿Me puedo retirar?
Su asentimiento es lo único que esperaba. Me apresuro, necesito salir de aquí. Noto que Claire y Samantha se levantan, pero la profesora las regaña y no les queda más que obedecer.
Las puertas de los salones están abiertas, corro escaleras abajo. Salgo de la escuela, sé que está prohibido, pero me encuentro mal. Corro hasta adentrarme en el camino de vuelta a casa, pero al final me desvío y tomo el trillo rumbo al risco. Tal vez no merezco un atardecer, tal vez pido demasiado, puede que mi destino esté dibujado con carboncillo y sólo me corresponda oscuridad.
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