
Veintiuno
Blair abrió los ojos, no recordaba... ¿el hospital? tampoco podía moverse, no...
Ella llegó a casa, dejó todo en la cocina, se encerró en su habitación durante algunas horas e hizo ejercicio, se agotó demasiado rápido, era su culpa, dejó de ser constante.
Se molestó consigo misma y lloró un rato más antes de ir a pesarse, había subido cuatro kilos y estaba por encima del peso que le había costado tanto perder, volvió a llorar, no fue capaz de verse al espejo, sintió que sería peor. Sus defensas eran bajas, todo en su día hubiese sido menos gris si no pensara tanto en eso.
Sintió asco. Asco de sus piernas, de sus brazos, su torso, rostro. Todo en ella era horrible, nadie la miraría nunca con bonitos ojos, no lo merecía.
No podía cargar con ella misma.
Y lo recordó, tuvo una crisis, se arrepintió de todo lo que había consumido, en ese instante no pensó en lo mucho que había avanzado, tampoco en sus padres, no pensó en nada ni nadie más que en lo miserable que se sentía y lucía.
Así que Blair intentó repararlo, recuperar su esfuerzo para poder sentirse bien. Se acercó al lavadero, lo que más cerca tenía y simplemente se obligó a sacarlo todo, vomitó demasiado, quería deshacerse de todo ese peso extra que había adquirido, la garganta le dolía, ardía, pero sentía su estómago vaciarse.
Y de esa manera era que ahora despertaba en el hospital, seguro se había desmayado, sus ojos se inundaron en lágrimas y sollozó un poco, lo había arruinado.
—Mamá... papá...— musitó, le dolía hablar.
Ambos padres que llevaban allí largas horas, espabilaron al oír su voz, caminando hasta ella, su madre acarició sus cabellos y sintió las manos grandes y cálidas de su padre apretar una de las suyas, entonces Blair lloró más fuerte, más triste, más culpable.
—No pasa nada, cielo.
—Lo siento— no podía ver sus rostros, pero solo se sentiría peor, odiaba ver llorar a sus padres, le dolía el corazón saber que era a causa suya— l-lo siento.
—No es tu culpa, mi niña— consoló su padre, dando palmaditas gentiles a su mano, odiaba no poder ser él quien cargase con el dolor que su hija sufría— todo estará bien, siempre se puede volver a empezar.
También era difícil para los padres, saber que a sus hijos algo los atormentaba, que algo los hacía sufrir profundamente y la impotencia de también saber que no podían hacer gran cosa para ayudar... dolía en el alma, como un puñal directo al corazón, así se sentía.
—Vas a tener que quedarte aquí unos días más— avisó su mamá, lo que se temía— pero no será durante mucho tiempo, solo unos días, van a estar revisandote y el doctor decidirá cuándo podrán darte de alta.
—Vamos a estar también muy pendientes, yo me quedaré contigo esta noche y tu mamá estará aquí mañana.
—No tienen que hacer eso, solo... vayan a casa a descansar, yo estaré bien aquí.
—Nada de eso, tu papá se quedará y mañana temprano te traeré algo rico para desayunar. Es tarde, intenta dormir.
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