9.- Matthew ha vuelto
— ¿¡Es enserio, mamá!? —Chillé indignada. —¿Tú lo has invitado? ¡Dime! —Vociferé con furia. Mis manos se cerraron como acto reflejo, casi lista para poder golpear lo primero que viera a mi lado. La rabia e impotencia me consumían considerablemente. No podía creer que la mujer que me había dado la vida, invitara al tipo que se atrevió a dejar en el altar a su primogénita.
—H-hija, y-yo... L-lo siento tanto —Lloriqueó. —C-Claire...
—¡Dios mamá! No lo veo hace mucho tiempo. —Suspiré. —¿Y-y por qué está en la ciudad? ¿Qué quiere? ¿Te lo dijo? —Pregunté sin parar. —Estoy segura que algo quiere... —Deduje. —¡Si! estoy segura.
—Lucía diferente, Claire. Demasiado diferente, no era el Matt que tu algún día tuviste la mala suerte de conocer.
—Pues me quedo con esa imagen. —Espeté. —No pienso modificarla. Matthew me dejó en el altar, mamá. Me humilló frente a nuestros amigos y familiares. —Chillé, indignada por tal osadía de mi madre al traer al hombre que menos quería ver en mi vida. Invitar a Matthew a comer a nuestra casa nuevamente, me parecía una falta de respeto no solo para mí, sino para toda la familia.
Mi madre insistía en que él se mostraba bastante diferente a como lo conocí tiempo atrás. No me podía imaginar qué tan distinto podía llegar a estar, al menos esencialmente no. Pudo haber aumentado de peso, quizás haber perdido un poco de cabello, o su piel lucir un poco más opaca debido a las fiestas que él frecuentaba ir. Pero internamente, estaba segura que seguía siendo el mismo patán del que tuve la mala suerte de enamorarme algún día.
Suspiré mientras me encaminaba hacia la cama. Allí me senté, exhausta. Estaba cansada. No sabía por qué razón lo estaba, pero deduje que la noticia había sido como haber trotado cien millas lejos de él y sin parar.
—Sé que fue un error de mi parte haber invitado a Matt —Admitió mi madre, acongojada.
—Sí, lo fue —Repliqué. Mis manos jugaban entre sí, captando mi atención por completo, evitando ver a mi madre. Estaba furiosa y, verla solo aumentaría aún más la rabia que sentía por haber hecho tal cosa. —al menos lo admites.
—Pero tú no has admitido que lo quieres...
—Si mamá, lo quiero... —Contesté parsimoniosamente irónica. Fuerzas para seguir peleando no me quedaban. Esta vez me atreví a observar a mi madre, quien lucía totalmente esperanzada. Fruncí el ceño, entrecerrando los ojos, cabreada. —Lo quiero lejos de mí, obviamente. — Aclaré tajante. Mi madre negó como si estuviese indignada con tal decisión y, es que no era algo que se debía discutir después de tres años. El tema era pasado, al menos para mí, por lo que no había nada más que hablar sobre ello.
—Al menos quédate a almorzar con nosotros —Suplicó mi madre. Mas negué rotundamente a su invitación. Caminé por el corredor en dirección al living en busca de mis pertenencias y con ello también me despedí de mi hermana y padre. No hacía falta excusar mi ausencia en el almuerzo "familiar" pues, ellos sabían ya de ante mano lo que iba a suceder. Caminé hacia la puerta lo más rápido posible, escapando de mi pasado. Escapando de Matthew.
De un momento a otro, los recuerdos en donde yacía Matthew enterrado en lo más profundo de mi pasado, aparecieron de golpe. Y eso no fue todo. ¡No! ¡Claro que no! Con ello, también apareció él, en carne y hueso. La viva imagen de Matthew reposaba tras la puerta que yo segundo atrás había abierto. Me vi de un rato a otro, envuelta en un torbellino que mezclaba un sinfín de emociones encontradas. Consigo, mi respiración y pulso aumentaron.
—M-matthew —Balbuceé casi sin poder creer que era el quien estaba frente a mí, sonriendo. Fruncí el ceño. Tan confusa que, por un momento creí que todo no era más que un sueño. Ello hizo que yo cerrara los ojos con fuerzas, concentrándome en querer despertar en la comodidad de mi hogar, en mi habitación, acurrucada entre mis sabanas. Pero al abrirlos nuevamente, segura de que despertaría allí, solo vi el rostro de Matthew, esta vez, mostrando su dentadura en una sonrisa divertida.
—Claire Blair, tanto tiempo —Saludó cortésmente. Su mano quedó tendida en el aire, esperando a que yo la recibiera, pero, al ver que no iba a suceder así, éste no hizo más que reír con suavidad. — Luces distinta — Opinó, esta vez tosiendo levemente.
No, claro que no seguía siendo el mismo Matthew de antes. Mi madre tenía razón en ello. Había subido ligeramente de peso, como lo había predicho. Su cabello lucía un poco más largo de lo que usualmente lo llevaba y su rostro, aquel rostro blanco rosáceo era cubierto por una barba tupida que recorría sus mandíbulas pronunciadas. Físicamente se presenciaba el cambio, pero no era más que eso. Un cambio físico que a mi madre le hizo pensar que en él todo había cambiado.
—T-tu igual —Murmuré. —Y-yo...yo debo irme —Me apresuré en decir. Me despedí de forma general y salí antes de que cualquiera de ellos emitiría palabra que detendría mi andar. Hice caso omiso a todo. Solo tenía una meta y esa, era llegar a casa lo antes posible.
No hice más que llorar al llegar a casa y cerrar la puerta. Me desplomé contra está, maldiciendo una y otra vez su llegada a la ciudad. Él, jamás debió haber llegado a la capital. No si tenía un trabajo prometedor en Italia. ¿Qué rayos estaba haciendo en New York ahora? Busqué entre el amasijo de pensamientos el porqué de su llegada a la ciudad. Pero nada surgió. Nada con lógica y, supuse que éste, si aún seguía siendo el mismo hombre compulsivo y tozudo, me lo haría saber tarde o temprano.
Lo único que surgió en mi mente fue un nombre, ocho años de amistad y mi posible salvación: Rachel Collins.
—Amiga —Sollocé casi sin poder respirar. Rachel con desesperación me pedía que hablara, que, si no contestaba, vendría con Paul a mi hogar. Paul, pensé. El juego. El maldito juego. Y, con ganas, esta vez comencé a llorar desconsolada.
—¡Claire, Vamos, dime qué sucede —Insistió del otro lado, pero mis palabras no lograban salir. Respiré con profundidad. Una bocanada de aire llenó mis pulmones, lo suficiente para poder darme las fuerzas necesarias para notificarle a mi amiga lo que estaba sucediendo.
—Matthew ha vuelto, Rachel. —Confesé finalmente. —El idiota está en la ciudad.
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