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2.- Propuesta


—¡Oh, vamos! Es solo un juego, Claire. — Rio Amanda. Mis pasos siguieron los suyos por todo el edificio hasta donde se encontraba la fotocopiadora. —Además, ¡te ha tocado con Chris! Mírale el lado positivo. Sabemos que es el hombre que toda mujer desea. Es atento, caballero, simpático...—Suspiró, como si de una adolescente enamorada se tratase.

No me parecía extraño que ella, al igual que todas en la oficina, soltara suspiros cada vez que hablaran del famoso Chris Evans: El joven deseado por toda fémina. Supuse en un momento que su forma de ser era lo que tenía a mis colegas vueltas locas por él; era, según había escuchado, un príncipe sacado de los cuentos de hadas.

Sin embargo, pese a que él mostraba esa faceta de hombre gallardo, Chris se mostraba difícil de conquistar. Él no era de esos hombres que se dejaran seducir por el cuerpo más esplendido. No, él era diferente. Él, simplemente pasaba por alto una buena figura femenina. Lo que en más de alguna ocasión llamó mi atención.

—Esto es estúpido. ¡Son cinco meses! —Regañé. —A Chris no le interesa nadie, y a mí, obviamente no me interesa él.

—Eso lo veremos en cinco meses, Claire. — Canturreó. Y, dicho aquello, Amanda se alejó de mi lado, desapareciendo tras la puerta que daba en dirección hacia el siguiente edificio, directo a su oficina. Pensé en seguirla y continuar reclamando. Mas sabía que era una pérdida de tiempo si no hablaba con Chris directamente.

Cinco meses, repetí internamente. No hice más que soltar un gemido, abatida por la estupidez en la que Chris me había involucrado al aceptar el desafío que Amanda le propuso. Y, es que por más que me lo imaginara, no me podía hacer una idea de cómo sería Evans en una cita. Nunca habló de tener novia, como todos lo hacía en algún momento de nuestras salidas a los bares. Al igual que yo, era un tema en donde no opinaba mucho por el solo hecho de no tener buenas experiencias con los hombres. Muchas veces creí que el problema era yo y no ellos; estaba segura que, con nuestro noviazgo ficticio, no se haría la excepción.

—¡Claire! —Gritaron a mi espalda. El grito me hizo brincar asustada, sacándome del trance en el que estaba. — He llamado tu nombre más de diez veces. —Espetó la mujer encargada de la fotocopiadora. Miré a mí alrededor, percatándome de que aún estaba en la habitación, de pie en medio de ella.

—L-lo s-siento. —La mujer frunció el ceño, negando ligeramente con la cabeza. — L-lo siento —Volví a repetir avergonzada y, sin perder el tiempo, salí de la oficina.

Bajé las escaleras en dirección hacia el casino, donde sabía que estaría vacío por unas horas. Lo suficiente para poder aclarar mi mente y, aceptar que estaba inmersa en la apuesta que conllevaba el estúpido juego. Estaba más que claro que yo no sería la que se enamoraría de Chris. Imposible. Él no era mi tipo. Aun cuando tuviese una buena presentación como el hombre deseado. Lamentaba decir que no era de mi gusto y, daba por seguro que al decir aquello, me llevaría la fama de "extraña" para mis colegas femeninas, quienes, se sabía matarían por una noche junto a Evans. El muchacho de cabellos atractivamente sedoso y ojos más hermosos que el color del océano en todo su esplendor.

Frustrada, cerré los ojos con fuerzas. Noté de inmediato la presencia de alguien tras de mí. Sentí sus pasos rodear mi puesto, removió la silla desocupada frente a mí y se sentó. Es Rachel, pensé. Lista para darme tips de cómo conquistar a Evans si quería tenerlo como novio oficial.

—No Rachel, no tomaré tus tips para conquistar a Evans. —Dije molesta, aun con los ojos cerrados — Ni siquiera sé por qué estoy jugando a esto. No es maduro, para nada. Hablaré con Amanda y le diré q-que.... — Tras abrir los ojos me topé con la sonrisa de un Chris divertido tras escuchar mis palabras. Negó un par de veces, más nunca borró su sonrisa. Él seguía riéndose, como si de un chiste se tratase. —¿Qué te causa gracia? —Cuestioné con irritación.

—Te creí más inteligente, Claire. —Contestó. —Déjame adivinar. Crees que me contradije a mí mismo al aceptar fingir ser tu novio, ¿no? —Arqueó una de sus cejas, sin borrar su sonrisa de su boca, esperando mi respuesta. No negué, pero tampoco admití que sí había creído en ello. De igual forma, Chris sonrió y realizó un ligero ademán al deducir mi respuesta.

—No quiero fingir ser tu novia, Evans. No es nada personal. —Aclaré. Chris asintió, al parecer entendiendo mi postura. —Pero pienso que esto no va a resultar. Tú lo dijiste, ¿cuál es la probabilidad de que dos personas que finjan ser novios, terminen como novios de verdad? Es imposible, ¿no? Llámame escéptica, pero no creo en ello. De partida, debe haber una conexión, algo en común. ¡Nosotros no tenemos nada!

Reí con nerviosismo. Y es que, realmente, entre él y yo, nada nos podía unir más que lo laboral. Fuera de eso, Chris y yo éramos dos seres completamente distintos en todo ámbito. Ni si quiera en gustos musicales podíamos coincidir.

—Te entiendo, Claire. Tampoco quiero fingir, pero si acepté la apuesta, era para hacerle entender a Amanda que esto no va a funcionar. —Explicó. —No hay posibilidades de que terminemos emparejados, y menos de esta forma. Aunque nos conozcamos y compartamos como amigos, no hay forma de pasar al otro nivel...

—Ya lo hubiésemos hecho, ¿no? —Reí. Chris afirmó entre risas.

—Exacto. —Chris miró a su alrededor con cautela. —Hagamos un trato, Claire. Finjamos ser novios durante estos meses, y saquemos a Amanda y a los demás de su ilusión de que el amor de nuestra vida está aquí. Tú ganas, yo gano ¿Qué dices? – Propuso excitado. Su sonrisa se hizo aún más evidente junto al destello que mostraban sus ojos azules, avivado por querer escuchar mi respuesta.

Aquello no era mala idea. Dos escépticos demostrando que el amor no estaba se encontraba entre nosotros era una idea bastante excitante. ¿Qué podía salir mal? Ambos ganábamos. Ambos quedábamos como conocedores de lo que era evidente. Y lo mejor, es que ninguno iba a perder dinero al pagarle a los demás y admitir que, realmente nos habíamos enamorado.

Razones habían de sobra y ambos estábamos de acuerdo en que no había forma alguna que nos enamoráramos. Ello, me dio el coraje para aceptar su propuesta, sin detenerme a pensar demasiado en las consecuencias que se presentarían a lo largo de los cinco meses que duraría el juego. 

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