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19.- Hacer ejercicios juntos

La risa de Rachel retumbó por todo mi canal auditivo hasta llegar a lo más profundo de mi cabeza. Alejé el teléfono celular de mi oreja y me quejé ante la potencia que había empleado mi amiga en una simple carcajada. Realmente le causaba gracia vernos a Chris y a mí realizar cada punto escrito en la hoja que hace dos meses y medio, Amanda había entregado al grupo.

—Bueno, tenía fe en que ustedes ganaran el juego. —Dijo. —Se veían bastante convencidos de que ninguno sentiría nada por el otro.

—Y seguimos no sintiendo nada por el otro, Rachel. —Repuse. Más ella volvió a carcajear y yo, volví a alejar el celular de mi oído. —¿Podrías reírte más despacio?

—Lo siento, Claire. Es que, ya sabes, me divierte esto. —Rio esta vez con más suavidad. —Estoy esperando el día en el que nos digan "tenían razón, sí nos podíamos enamorar del otro"

Rodeé los ojos y bufé por lo bajo. Realmente me daba temor comenzar a sentir algo por Chris y perder mi credibilidad frente a los demás. Estábamos empecinados en que ninguno se iba a enamorar del otro, pero, ¿qué tan cierto podía ser ahora que la mayoría de nuestras actividades la hacíamos juntos?

La lista de Amanda se veía divertida, ¡y lo era! Pero también, comenzaba a ser un arma de doble filo para ambos. No sabía qué pensaba Evans al respecto, pero yo, comencé a sentir la necesidad de comenzar a disminuir las reuniones con él.

Cuando Rachel terminó de mofarse de mi situación, decidió cambiar de tema a uno que no me era muy grato tratar.

—He visto a Matthew en la ciudad. —Me dijo. —Aún no regresa a Italia.

—Sí, lo sé. Igual lo he visto. —Suspiré.

—¿No te ha molestado, Claire? Él sabe dónde vives y dónde trabajas. Ya ha tenido tiempo suficiente para poder dar contigo sin problema alguno. —Comentó.

La conversación se tornó tensa, considerando el hecho de que efectivamente tuve un encuentro con él. Uno no muy ameno y en donde Chris logró intervenir. Rachel aún no lo sabía, y dudaba que lo fuese a saber hasta pasado un buen tiempo. No quería su sermón y menos que me dijera que Chris era el partido perfecto para ahuyentar a Matthew, siendo que todo ello, ya lo había pensado y, por ende, ya había sucedido.

Quería mantenerlo en secreto, oculto en mis recuerdos non gratos.

—No me importa Matthew, Rachel. Creo que, si lo llego a ver, puedo lidiar con él. —Dije, tratando de parecer convencida. —Por cierto, nunca vi llegar tu súper plan para alejarlo de mí.

—Estoy en eso, Claire. No creas que se me ha olvidado.

—No me imagino qué planes rondan por tu cabeza, Rachel. —Reí. —Y no sé si quiera saberlos, a decir verdad.

Luego de una hora hablando, Rachel decidió despedirse y colgar el teléfono, prometiendo que durante la tarde me llamaría para confirmar si vendría a casa al día siguiente a cenar conmigo.

Miré el reloj de pared de mi habitación y lancé un suspiro pesado. Apenas eran las diez de la mañana, y yo estaba comenzando a dudar si realmente era necesario salir de mi zona de confort.

Me incorporé y me dirigí a la habitación del baño para arreglarme. Chris llegaría en cualquier momento a buscarme para salir a trotar por los alrededores de la ciudad.

Nos propusimos, durante la semana, aquella misión. Ambos queríamos liberar tensión. La empresa de un día para otro comenzó a tornarse mucho más demandante con la llegada de más trabajo y diseños empresariales que hacer, por lo que, estimamos conveniente darnos un tiempo durante el fin de semana y salir a trotar, aunque sea, media hora. Lo necesitábamos urgentemente.

No puse objeción al respecto. La idea me excitaba bastante, pese a que, tenía la intención de disminuir las actividades propuestas por la lista. Una parte de mí, aquella que se encontraba amena en compañía de Evans, tomó el control y decidió por mí. Un sí fue lo que escuchó Chris de mi boca, y yo, de su parte, recibí una risita ligera y tierna en respuesta.

El día parecía querer acompañarnos. Desde la ventana de mi habitación, logré ver los primeros rayos del sol asomarse entre las nubes grises que cubrían toda la ciudad. El pronóstico del día anterior había dictado un día soleada para los new yorkinos, algo que efectivamente se comenzaba a ver muy temprano por la mañana.

Elegí ropa adecuada y holgada para la actividad; un buzo deportivo, un pollerón delgado sobre una polera sin mangas y zapatillas del mismo conjunto. Me hice una coleta alta para despejar el cabello de mi rostro, sujetando los mechones rebeldes con pequeñas horquillas. Cuando vi que no había nada más que arreglar, me senté en uno de los divanes del living y esperé paciente la llegada de mi acompañante.

Eran las doce en punto. Deliberé si llamar o no a Chris y verificar que viniese en camino. Estaba demorando, y temía que volviera a dejarme plantada como lo hizo la última vez que íbamos a salir al cine. Pensé en que quizás algo lo retuvo, más, impaciente, tomé mi celular y marqué su número sin siquiera detenerme a pensar en que él, podría ya venir en camino. Me irritaba que la gente no fuese responsable al llegar a la hora prometida. Y fue exactamente esa irritabilidad, lo que hizo que marcara el botón verde del teléfono y esperara a que él contestara.

—Claire, muñeca. —Dijo con la voz entrecortada. Fruncí el ceño. De fondo podía escuchar el murmullo de la gente y el bocinazo de un automóvil. —Voy en camino, a sólo dos cuadras de tu casa.

—Entonces salgo hacia donde estás tú. —Propuse. Me puse de pie para salir a su encuentro. Colgué el celular antes de que él me dijera algo más. Tomé las llaves de mi hogar y emprendí camino por la acera, donde a lo lejos, logré divisar al rubio.

Lucía muy deportivo. Tanto como yo. Ello me hizo esbozar una sonrisa pues, él tenía aquel don de verse atractivo aun cuando su rostro luciera cansado, como si hubiera trasnochado. Al menos, ello me dio a entender el color opaco que decoraba bajo sus ojos; unas ojeras que, a juzgar por la tonalidad, había sido una noche agotadora para Evans.

—¿Mala noche? —Inquirí. Comenzamos a caminar con parsimonia.

—Uhm, algo así. —Respondió con desinterés, bostezando en el proceso. —Bien, ¿por dónde empezamos?

—En la plaza, supongo. —Me encogí de hombros. —Calentamos y luego trotamos...

—Me parece. —Aceptó Chris. —He visto unas máquinas que sirven para hacer ejercicios, podríamos utilizarlas.

—Me parece bien. —Sonreí.

Caminamos prácticamente en silencio. Chris no se veía animoso, tampoco se veía con ganas de querer hablar sin cesar, como algunas veces en donde debía pedirle que se callara pues, me mareaba. Era extraño ver a Chris sin deseo de comentar algo, aunque fuese banal. Él lo hacía de todas formas, optimista y con una sonrisa en sus labios, demostrando que en su vida nada sucedía como para arruinar su día. Pero ahora el ambiente era diferente.

Algo le sucedía.

Me limité a comentar lo justo y necesario. Aún no me sentía con la confianza de indagar en su estado de ánimo y aconsejarlo al respecto. Aún existía cierta barrera de la cual yo, preferí no cruzar hasta ver que el terreno fuese seguro y confiable. Hasta el momento, no encontraba mucha seguridad, más si un poco de confianza, pero no era tanta como para poder utilizarla.

Guardé silencio por el resto del tiempo que duró nuestro pre calentamiento y trote alrededor de una plaza cercana a mi hogar. Íbamos a la par, comentando, si es que se daba la ocasión, sobre temas triviales. Luego fuimos a las máquinas de las que él hizo mención, y allí nos quedamos por un rato más, hasta que Chris mencionó que debía regresar a su hogar.

—Nos vemos el lunes. —Le dije, afable. Chris asintió en silencio.

—¿Te quedarás aquí? —Inquirió. Asentí. —¿Estarás bien?

—Yo no me preocuparía mucho de mí, Chris. —Reí suave. —Preocúpate de ti, soluciona tus problemas y luego, si ambos concordamos, proponemos realizar otra actividad.

El rubio frunció ligeramente el entrecejo al mismo tiempo en el que dejaba escapar suavemente el aire de sus pulmones. Se frotó la frente y volvió a exhalar pesadamente.

—Tendré pendiente tu sugerencia, Claire. —Su voz salió áspera y ronca. —¿Alguna idea de cómo aniquilar a quien dañó el corazón de tu hermana?

—Un sicario. —Dije. Chris rio con desgano. —Eso siempre da resultado.

Chris logró formar una sonrisa en sus labios, más, aquella expresión no logró convencerme. Seguía pensando en que algo extraño le sucedía.

Evans se fue y yo me quedé en el parque con la intención de caminar y disfrutar de la mañana primaveral. El sol logró salir completamente, abrasando tenuemente a la ciudad con su calor natural. Contemplé los árboles y conté las distintas especies que se podía vislumbrar. Analicé las flores y sonreí tras ver a una bandada de pájaros volar de una dirección a otra hasta desaparecer.

Seguí mi curso, esta vez hacia mi hogar donde pude ver un auto estacionado frente a ella.

Era un auto negro y muy llamativo. Respiré profundo y dejé salir el aire de mis pulmones de una sola vez. No me fue difícil poder reconocerlo pues, sólo una persona era capaz de lucir un auto de tal dimensión por las calles de New York. 

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