17.- Reconciliación
—Deberías disculparlo. —Rachel se encontraba sentada en el sofá de mi hogar, con una copa de vino, analítica y cumpliendo su rol como la amiga consejera, aquella que hacía ver la realidad tal como era.
En silencio escuché atenta lo que Rachel con tanta dulzura y comprensión me decía; no le fue extraño percatarse del alejamiento que se originó entre Chris y yo durante la semana. Por vergüenza a como reaccioné, evité encontrármelo a toda costa. Cada vez que recordaba nuestra primera riña, no podía evitar sentir un ligero escalofrío por mi espina dorsal y un dolor molesto en la boca de mi estómago. La pelea la había originado yo, lo cual, no era nada justo para Evans quien, lo único que quiso hacer fue aclarar y disculparse por haberme dejado olvidada en el cine.
Tomé un sorbo de mi vino y asentí tras analizar las palabras persuasivas de mi amiga, dando a favor de Chris.
—Aunque haya cometido un error...—Dijo. —Es tu amigo después de todo, ¿no? Al menos así lo ves tú. No deberías por qué indignarte tanto. A cualquiera le pasa, olvidarse de una cita es algo común. Hasta yo lo he hecho. —Se encogió de hombros. —No es algo tan terrible.
Y tenía razón. No era terrible, y tampoco lo tenía que ser si yo consideraba a Chris como un amigo, tal como ella me decía. Haber actuado de esa manera, pensé con lógica, había sido ridículo e infantil. Más, si lo pensaba desde lo dictado por mis emociones, la situación la sentía diferente.
Algo que me hacía ruido y ello era el hecho de que ahora, mi corazón sufría ciertos cambios en su latir cada vez que pensaba en el rubio. No se lo comenté a Rachel, obviamente. Temía que me dijera lo que no quería oír pues, sus palabras no harían más que hacerme aterrizar en lo que era evidente después de que yo, con tanto esfuerzo me repetía una y otra vez no sentir nada por Chris.
¡Era imposible! Pero, ¿qué tan imposible era ahora que habíamos pasado más de dos meses realizando actividades en conjunto como nunca antes? No quería perder el juego, y estaba segura que él tampoco por lo que, en ello me enfoqué desde que vislumbré, con temor, la posibilidad de comenzar a declinar mi convicción respecto a mi escepticismo. Me mentalicé para sentir lo que un hermano sentiría por el otro: cariño fraternal, neutro y sin mayor interés.
Rachel abandonó mi hogar durante la tarde, aconsejándome que debía dejar que todo fluya pero que, nada influya en mi vida.
—Es tu amigo, por lo tanto, no tiene el deber de cumplir con lo que un novio de verdad debiera hacer. —Dijo. —Discúlpate, no seas terca. Deja que todo fluya...
—Y que nada influya. —Completé. Rachel carcajeó divertida.
A los minutos después mi celular comenzó a vibrar y, con sorpresa vi el nombre de Chris. La vergüenza, nuevamente, me hizo dudar en tomar el celular y contestar su llamado. Pero me envalentoné y decidí que lo mejor, era enfrentar el problema que yo misma había causado por una mera cuestión de indignación mezclada con lo que seguramente era posesión por tenerlo siempre aferrado al lado mío.
Respiré hondo y contesté antes de que se diera por vencido y cortara la llamada. Estaba segura que yo, personalmente, no lo llamaría de vuelta. Esperaría a que llegara el día lunes para encontrármelo en el casino y hablar con él.
—¿Podemos hablar? —Me preguntó, con voz ronca y varonil, muy característico de él. —¿Estás dispuesta a escucharme?
—Creo que te podría dar unos diez minutos... —Contesté con aire desinteresado, aunque ciertamente, me encontraba muy interesada en escucharlo.
—Algo me dice que ya tengo tu perdón. — Soltó una risita afable.
—Uhm, no lo creo.
—Tu tono de voz me dice lo contrario. —Rectificó juguetón.
—Te equivocas. —Repuse con una falsa seriedad. —Si quieres mi perdón, debes esforzarte para obtenerlo.
—No hay problema. —Dijo el rubio, con convicción. —Perdón, muñeca... —Dijo y mi cuerpo se remeció al escuchar el apodo que me había asignado meses atrás. Tragué saliva con bastante esfuerzo; comencé a sentir, además, el inevitable bochorno por toda mi anatomía. Estaba roja, lo podía asegurar pues, mis mejillas las sentía ardiente. —De verdad, olvidé por completo nuestra salida, la tenía pendiente, pero surgió algo de último minuto. —Suspiró. Su voz vaciló ligeramente. —Y, para compensar mi error, quiero que hagamos algo de la lista que nos ha pasado Amanda. ¿Quieres venir a mi casa y cocinar algo junto a mí?
—¿Cocinar? —Cuestioné y reí divertida.
—Sí, cocinar. —Afirmó. Evans esperó en silencio mi respuesta. A distancia podía percibir su confianza, convicción y su seguridad, algo difícil de describir pues, tal parecía que daba por hecho de que yo aceptaría su oferta. Y, a decir verdad, no se equivocó. La acepté, pensando en que no era una mala idea compartir con él y disculparme por la manera en la que había actuado hace días atrás.
El punto de encuentro fue una plaza cercana al supermercado central de la ciudad. Chris llegó a mi lado con unas bolsas colgando de ambas manos, me saludó con efusividad, como si nada hubiera sucedido entre nosotros. Me pareció curioso, pero también admirable la forma en la que daba vuelta la página con tanta rapidez. Más, no lo pensé demasiado y me ofrecí a ayudarle a cargar algunas bolsas.
El hogar de Evans no quedaba tan lejos, como me explicó él. Ciertamente la caminata no duró más de media hora, e inclusive podría decir que duró menos pues, íbamos hablando de diversos temas, poniéndonos al día con noticias de actualidad, lo que ocasionó que el tiempo, para ambos, trascurriera mucho más rápido siendo así sólo efímeros minutos los que transitamos por la acera.
—Bienvenida a mi hogar. —Dijo Chris en cuanto abrió la puerta y me dio el pase libre para entrar al interior de su hogar.
El lugar no era ni grande ni muy pequeño. Estaba perfectamente equipado para un hombre de treinta y cuatro años y que estuviese soltero. Atenta, inspeccioné cada rincón del living; un librero ocupaba gran parte de una de las paredes, exhibiendo una cantidad considerable de libros de distinto tipo de temática. Pude reconocer algunas obras conocidas a nivel mundial, como Charles Dickens, Shakespeare y uno que otro de Edgard Allan Poe. Tomé uno de los libros al azar y lo hojeé para leer el primer párrafo. Tal como él había dicho, los libros de autoayuda eran una temática que realmente le gustaba, tenía una sección de ellos junto a las de romance y ficción.
—¿Te parece si hacemos algo de pasta? —Preguntó desde la cocina. Dejé el libro en su lugar y caminé hasta donde se encontraba él; se movía de un lado a otro, entusiasmado y muy feliz. Le observé curiosa y con ciertos deseos de reír a carcajada pues, en su torso llevaba puesto, sobre su camisa, un mandil de tonalidad crema. —¿Qué?
—¿El cocinero más guapo? —Reí al leer las letras desgastadas, pero aún visibles escrita en el centro del vestuario. Las mejillas de Chris se tornaron de un tenue color rojizo. —Que narcisista.
—En mi defensa, me lo obsequió mi madre. —Se defendió. —Es lógico que una madre encuentre guapo a su hijo.
—Narciso. —Canturreé socarrona. —De igual forma, el mandil te sienta. Te ves muy hogareño.
—Gracias, muñeca. —Sonrió, realizando un ligero ademán. El apodo ya comenzaba a serme, de cierta forma, aceptable.
—¿Qué tal si hacemos pizza? —Propuse.
—Creo que tengo lo necesario para hacer una pizza. —Dijo y comenzó a hurguetear en búsqueda de los elementos necesarios entre todos los muebles que tenía en la cocina. Sacó platos, utensilios de madera y de acero y los ingredientes que llevaba una pizza.
Me hizo entrega de un mandil que sacó de uno de los muebles y ambos, comenzamos a poner en práctica nuestros dotes culinarios.
—Chris, perdón. —Musité. El rubio frunció el ceño. —Ese día, te dije cosas feas, mi actitud no fue muy asertiva. —Suspiré. —Todos cometemos errores, sin embargo, yo me excedí más de la cuenta.
Evans sujetó mi hombro con una de sus manos limpias y presionó cuidadoso. Sonrió tierno y asintió ligeramente.
—Descuida, Claire. Tuviste tu razón para molestarte, yo no te envié ningún mensaje. Igual fue mi error.
—Pero te traté mal...
—¡Bah! eso no es nada. Algún día te contaré cómo me trató una de mis ex novias al no presentarme al cumpleaños de su madre. —Carcajeó divertido. —La señora me aterraba...
—Idiota. —Reí.
Chris se mostraba diferente. No sabía si eso era bueno o malo, pero me llenaba de curiosidad saber el porqué de su amabilidad conmigo. La manera en la que reía, en la que golpeaba mi brazo con suavidad para después abrazarme y volver a reír. ¿Era normal? No lo sabía, pero si sabía una cosa, y esa, era que yo comenzaba a confundirme.
Comenzaba a experimentar sensaciones nuevas, diferentes a las que sentí cuando mi vida la hacía al lado de Matthew. Nunca, de los años que estuvimos juntos, nos propusimos a cocinar algo como pareja. Siempre separados, no queríamos la ayuda del otro, y creí que ello era lo normal. Claro, hasta ese momento. Había muchas cosas que comencé a analizar durante los minutos que duró la jugarreta, y todas esas situaciones, concluí, era falsas. Estaba convencida que mi vida con Matthew era lo normal, que las sensaciones que sentía y la felicidad, era lo que una pareja debía sentir. Pero no era así.
Chris hubiese sido un buen novio, pensé. Lástima que un noviazgo entre ambos, fuese sinónimo de traición al trato realizado por ambos.
—No, no... —Dijo Chris y se acercó a mí con la intención de arrebatarme el celular que minutos atrás había sacado del bolsillo de mi pantalón. Su rostro estaba cubierto de harina tras haberle lanzado un puñado de ésta. Sus ojos brillaban, siendo la tonalidad azul lo único que se apreciaba en contrasta con la polvillo y parte del tono rojo de sus labios. El mandil, por otro lado, lucía manchas de salsa roja. —Claire, deja ese celular...
—Oh vamos, esto servirá como evidencia de que hemos hecho una pizza. —Sonreí, alzando el teléfono directo a su cuerpo lleno de harina y manchas de salsa de tomate.
—Ok, pero tú me acompañarás. —Y, arrebatándome el celular de las manos, lo tomó, me abrazó para apegarme a su lado y, apuntando la cámara del aparato tecnológico hacia nuestros rostros, presionó el botón que activó el flash. —Perfectos... —Dijo y esbozó una sonrisa al ver la imagen de ambos, sucios, pero con una gran sonrisa decorando nuestros rostros.
Esa foto, definitivamente quedaría guardada en mi memoria y en la galería fotográfica que contenía mi celular.
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