🍎CAPÍTULO DOS🍎
Me quedé quieta, sin mover un músculo mientras los siete pares de ojos me detallaban de pies a cabeza. Me sentí abrumada por la sorpresa. La imagen que había creado en mi mente de un hombre al que ayudaría con las tareas domésticas, se desvaneció ante la realidad de siete hombres de diversas edades y personalidades esperándome en el salón. Mi corazón latía acelerado y cerré mis manos en puños intentando controlar el miedo. Ellos se mantuvieron en silencio y yo me preparé para en cualquier momento llamar a Delle y pedirle que fuera por mí. Aquello no era parte del trato, se suponía que solo trabajaría para Austros.
¿Cómo iba a sobrevivir conviviendo con siete hombres?
Mi cuerpo comenzaba a traicionarme y un ligero temblor casi imperceptible subió por mi espalda hasta mi cabeza. Tomé una profunda respiración e intenté aparentar calma. Finalmente ellos terminaron de observarme y uno se puso de pie. Di un paso hacia atrás por reflejo cuando lo vi con intenciones de acercarse a mí.
Era enorme. El hombre más alto y fuerte que había visto alguna vez. Tenía el cabello castaño claro recogido en un moño. Al contrario de sus hermanos, él llevaba un traje menos formal y parecía totalmente agotado mientras caminaba hasta mi. Sus ojos fueron a los míos y bajé la cabeza al instante. Él también me intimidaba, aún más que su hermano. Tenía un aura de peligro alrededor que mandaba alertas claras de que su cercanía significaba problemas. No sabía que esperar de estos hombres y el miedo a que intentaran dañarme me impedía razonar con claridad.
—¿Por qué carajos trajiste una mujer a esta casa, hermano? —lo escuché preguntar con enojo.
—Necesitamos ayuda, esto parece un basurero —respondió Austros.
Sentí un toque frío en mi barbilla y acto seguido una mano alzó mi mentón, los ojos cafés de aquel hombre hicieron que sintiera una ola de frío en mi interior. Carecían de expresión alguna.
—¿Bianka, no? —cuestionó y asentí con nerviosismo—. ¿Eres capaz de hacerte cargo del desastre de estos?
No respondí. Ni siquiera yo sabía si era capaz de sobrevivir a ellos.
—Gerión —otro de los hermanos habló y él se giró al instante—. Estoy de acuerdo con Austros, necesitamos ayuda femenina.
Él asintió y volvió su mirada a mi, manteniendo su expresión de frialdad y su mano en mi barbilla. En cualquier momento mi corazón iba a sufrir un colapso y caería desmayada ante ellos.
—Bien, Bianka —liberó mi barbilla y se alejó un poco para mirarme—. Mi hermano pagó por tus servicios y sería injusto hacerle perder dinero. Serás nuestra empleada.
Me quedé en silencio y llevé mirada por un segundo hacia Austros que sonrió con suficiencia. Los demás se mantuvieron en silencio observándonos. Gerión volvió a hablar.
—Soy el hermano mayor, Gerión Snow. Bienvenida a nuestra casa.
Asentí sin pronunciar palabra alguna mientras tragué en seco intentando controlar los nervios. Todos siguieron con sus miradas fijas en mi y tuve la sensación de ir cayendo por un precipicio. Él comenzó a presentarlos y yo mantuve mi mirada baja, apenas atreviéndome a alzar los ojos para echar un vistazo a los rostros desconocidos que me rodeaban.
—Ya conoces a Austros —me señaló a su hermano—. Ellos son: Balios —señaló al que intervino a favor de Austros—. Caelus, Deimos, Elais, Felis y yo, Gerión.
Cada palabra resonó en mi mente y traté de memorizar los nombres y memorizar los pocos rasgos que podía observar en sus miradas furtivas. El sonido de mis propios latidos llenaba mis oídos mientras luchaba por controlar mi respiración y mantener una expresión serena.
Balios era de cabello rubio y ojos avellanados, parecía ser el más joven de todos. Caelus era muy parecido a Austros pero llevaba el cabello corto como un militar. Deimos tenía ojos color miel, cabello rubio y tatuajes en sus brazos. Elais tenía una sonrisa luminosa con ojos café brillantes y el cabello castaño. Felis llevaba el cabello negro y ojos oscuros.
—Un placer conocerlos —logré decir sin tartamudear.
—Bienvenida, Bianka —dijo uno de ellos y al levantar la vista me encontré con el rostro agradable de Elais.
Gerión tomó una profunda respiración frente a mi, observó a sus hermanos y negó con la cabeza. Con grandes zancadas desapareció por la puerta dejándome sola con los seis hermanos restantes. Austros se puso de pie y caminó hasta mi.
—Bien, puedes respirar tranquila, ya has pasado lo peor —me dijo mientras rodeaba mis hombros con sus brazos.
Me alejé al instante de su tacto.
—Esto no era parte del trato, señor —le dije con voz temblorosa sacando la poca valentía que conservaba—. Se suponía que solo iba a ser su empleada.
Escuché las risas de sus hermanos y llevé mi mirada hasta ellos, el de los tatuajes: Deimos, me miró con una sonrisa.
—Ya aprenderá que Austros ama mentir, señorita White.
Regresé mi mirada y él rodó los ojos restándole importancia a las palabras de su hermano.
—Bien, hora del resumen —dijo Austros—. Gerión, es el hermano mayor, el amargado cómo pudiste notar y el jefe de la casa, lo que diga Gerión es la ley. Luego le sigue Deimos —el susodicho levantó la mano—.Se encarga de los asuntos legales de la familia, es él más inteligente de todos.
—Me siento halagado por tu descripción, hermano —añadió Deimos riendo.
Austros lo ignoró y siguió con su presentación.
—Luego estoy yo —pasó la mano por su cabello—. Como podrás observar, el más atractivo de los hermanos, Snow.
—Y también el más picaro, mentiroso y bromista —añadió el que reconocí como Caelus.
Me mantuve en silencio escuchando con atención las palabras de Austros mientras trataba de fijar los detalles de cada uno de ellos con la esperanza de que me sirvieran para poder llevar la fiesta en paz en el tiempo que trabajase allí.
—Luego le sigue Caelus —señaló al chico del corte militar que levantó su mano—. Es la mano derecha de Gerión, llegó hace un meses del ejército. Luego está Elais —el del cabello castaño alzó su mano—, que es el alma de la casa, le gusta mucho el arte, cada cuadro que hay por aquí fue obra suya. Felis, el de ojos grises como los míos, trabaja mano a mano junto a mi, y por último pero no menos importante Balios, nuestro hermano menor.
—¿De mi no dices nada? —preguntó él con enojo.
—Está enojado porque Gerión aún no lo deja entrar a los negocios —me susurró—. Eso sería todo, Caelus. ¿Puedes llevarla a su habitación?
El recién nombrado se puso de pie y caminó hasta mi. Sus ojos me escanearon de pies a cabeza —todos me llevaban varios centímetros de altura—. Me hizo una seña con la mano para lo que lo siguiera y caminé detrás suyo hacia una enorme escalera de piedra. En la planta de arriba habían varias puertas que imaginé eran sus habitaciones me llevó hasta el final donde había una puerta más pequeña que las anteriores.
—Esta es tu habitación —me anunció—. Mucha suerte.
Se dio la vuelta y me dejó sola. El enorme pasillo solo estaba iluminado por una pequeña luz tenúe. Lo observé alejarse y bajar las escaleras, entonces solté todo el aire que había estado conteniendo. Abrí la habitación y entré rápidamente cerrando detrás de mi. Me dejé caer al piso recargada de la puerta mientras sentía mi corazón latir angustiado.
«¿Qué estoy haciendo en este lugar?»
Miré la pequeña habitación con una cama individual y un pequeño closet. Yo ni siquiera había traído ropa. ¿Qué iba a ponerme? La angustia solo aumentaba con cada segundo que pasaba. Mis ojos se humedecieron y tomé grandes respiraciones porque el llanto no iba a resolver absolutamente nada en estas circunstancias. Debía enfretarme a esto, ser fuerte. Me puse de pie y sequé mis lágrimas, me recosté en la pequeña cama mientras observaba al techo, todo se encuentraba en silencio, poco a poco mis ojos se fueron agotando hasta que quedé sumida en un profundo sueño.
(...)
Gritos masculinos me despertaron de golpe. Los rayos del sol hicieron que cerrara mis ojos de inmediato.
«¿Dónde demonios estaba?»
Los recuerdos del día anterior llegaron y sentí un peso enorme sobre mis hombros, ahora era la sirvienta de los hermanos Snow, no más Delle para mi durante un tiempo. Respiré con pesar y me levanté. Mientras más rápido comenzara mis labores, más rápido podría volver a esa pequeña habitación y alejarme de ellos.
Me acerqué al pequeño espejo y observé mi cabello totalmente desastroso. Había un cepillo de cabello y varias ligas para recogerlo. Lo peiné con cuidado y lo recogí en un pequeño moño. Mi rostro estaba pálido y sombras negras cubrían la zona debajo de mis ojos. Me sentía agotada, pero aún así debía salir ahí.
«Todo esto lo hago por ti, papá.»
Ví una puerta que no noté en la anoche entre tanto llanto, era un baño. Sonreí aliviada por no tener que salir aún. Me di un baño y me vestí con uno de los trajes de empleada que guardaba el closet de la habitación. Era un vestido negro, con mangas cortas y me llegaba hasta unos pocos centímetros por encima de la rodilla, también lo acompañaba un delantal blanco. Me observe nuevamente en el pequeño espejo, estaba lista.
Con pasos cautelosos abrí la puerta de la habitación y observé el pasillo. Estaba completamente vacío pero podía escuchar sus voces provenientes del salón de abajo aunque no logra distinguir que decían exactamente. Comencé a caminar con cautela, pero un grito escapó de mi boca cuando un mano me tomo del brazo y me adentró a una de las habitaciones.
El cabello gris de Deimos fue lo primero que observé, luego sus brazos cubiertos de tatuajes que me sostenían por los antebrazos en contra de la pared de la habitación. Su torso estaba completamente desnudo y podía ver todos sus músculos contraerse mientras me sostenía. Mi corazón comenzó a latir acelerado y tragué en seco antes de llevar mi mirada a sus ojos oscuros.
—Calma, Bianka —me pidió apenado—. Perdón por asustarte, solo soy yo.
«Claro, con eso tenía suficiente para intimidarme, con ser él.»
Asentí sin hablar, era como si la sola presencia de alguno de ellos fuera suficiente para intimidarme completamente al grado de no poder pronunciar palabra.
—Puedes hablar, no voy a comerte —me dijo riendo.
—Lo lamento, señor —le dije titubeando—. Creí que estaba con sus hermanos.
—Te necesito —expresó y finalmente me soltó haciendo que recuperara el aire.
—¿En qué puedo servirle? —pregunté.
Él se giró, sus ojos escanearon mi vestimenta y la sonrisa de amabilidad desapareció de su rostro para dar lugar a una expresión que no logré decifrar.
—¿Siempre eres así de obediente? —me preguntó.
—Intento mantener una buena relación, jefe –empleada —le expliqué—. ¿Qué necesita?
Asintió y levantó una camisa de color azul cielo que descansaba en su enorme cama. Ni siquiera me había percatado de lo inmensa que era su habitación. Con grandes ventanales que daban una vista hermosa del jardín. Miles de almohadas que estaban totalmente regadas por la habitación.
—¿Puedes plancharme esto? —me señaló su camisa—. Tengo una reunión en unas horas y es una desastre.
Asentí y me acerqué para tomar la camisa, pero me detuve cuando alguien se aclaró la garganta a nuestras espaldas. Me giré para encontrar al señor Gerión de pie en la puerta.
—Bianka —me saludó—. Estamos todos esperando por el desayuno.
«Joder, por supuesto. Cocinar.»
Me di una bofetada mental por olvidar eso. Pero en mi defensa, el desayuno no era una de mis tareas en el burdel, así que no estaba acostumbrada a tener que hacerlo. Miré a Deimos con la clara intención de hacerle ver que tenía cosas que hacer antes de planchar su camisa y él me dio un asentimiento. Pasé rápidamente por al lado de Gerión y corrí hacia las escaleras. Pero me detuve abruptamente en el salón donde los demás hermanos esperaban.
«¿Dónde es la cocina?»
—White —Austros me miró desde uno de los sillones—. ¿Qué haces ahí parada como zombie?
Todos dejaron de conversar y me observaron.
¿Es que no tienen nada mejor que hacer que observarme todo el tiempo?
—¿Dónde es la cocina? —le pregunté.
—Sigue derecho por ese pasillo, al final —me respondió el más joven, Balios.
Me di la vuelta dispuesta a cumplir con mi primera tarea, pero alguien me detuvo tómandome por el brazo.
—Vamos —me dijo Elais, el hermano de cabello castaño, enganchando mi brazo al suyo—. Sé de cocina, voy a darte una mano, si no quieres que estos te destruyan por dejarlos pasar hambre.
Su sonrisa logró contagiarme y ambos caminamos hacia la cocina.
«Espero que mi primer día no sea un desastre.»
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