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🍎CAPÍTULO DIECINUEVE🍎

Papá nunca me había llevado a sus viajes, ni siquiera cuando lo acompañaba mi madre. Siempre me dejaban en casa con una niñera, pero esa vez fue diferente. Tal vez sintió pena por mi, la muerte de mi madre habría sido reciente y sintió lástima por la pequeña que no podía dormir en las noches.

Habíamos viajado en un avión y aunque tuve miedo al principio, luego de unas horas me quedé totalmente dormida en su regazo y desperté tiempo después en la parte trasera de un auto. Él iba al frente manejando, me dió los buenos días con una sonrisa y me dijo que pronto llegaríamos a nuestro destino.

Tenía razón, en poco minutos vislumbré una enorme casa en la que mi padre detuvo el coche. Afuera un hombre con traje elegante y apariencia seria nos esperaba. Papá salió de inmediato y ambos se saludaron con un abrazo. Yo no quería salir del coche, junto al señor habían dos niños, yo nunca había visto niños varones o hablado con ellos, siempre estaba en casa recibiendo clases privadas. Papá recordó que aun estaba en el auto y abrió la puerta.

—Es tan guapa como su madre —dijo aquel señor y mis ojos se humedecieron.

Quería a mamá de regreso.

Mi padre me dió la mano y me ayudó a bajar del auto.

—Bianka, este es mi gran amigo Andrés y esos sus hijos.

Asentí con nerviosismo y el señor se acercó dispuesto a tocarme, pero rápidamente me oculté detrás de papá.

—Tranquila, hija, Andrés es de confianza —me dijo mi padre, pero de todos modos permanecí escondida.

—Estos son G y D —dijo el hombre señalando a sus hijos.

Que nombres tan raros.



Los hospitales me ponían nerviosa. En un hospital murió mi madre y estar allí solo provocaba que mi corazón latiese con fuerza, pero no era solamente eso. Estabamos todos aquí en la sala de espera, nuevamente esperaba noticias y alguien a quien amaba se encontraba entre la vida y la muerte. Otra vez sentía mi mundo hundirse poco a poco.

Gerión caminaba de un lado a otro mientras esperáramos noticias de los doctores. Mantuve mi cabeza en el hombro de Elais que acariciaba mi cabello con delicadeza. El corazón me latía a toda prisa y las manos me temblaban, ni siquiera tuve tiempo de lavarlas, su sangre estaba ahí y observarla solo hacía que doliera más.

Cerré los ojos y los recuerdos llegaron como una tormenta:

(...)

–¡Maldita sea, Bianka, te dije que te quedaras en el puto coche! —me había gritado Felis cuando entré a la casa por la puerta trasera luego de que pasara una hora y él no apareciese.

Me quedé inmóvil mientras veía la situación. Elais estaba inconsciente en el piso, pero no había sangre, Austros y Caelus estaban atados a dos de las sillas del comedor, mientras. Gerión y Deimos tenían a dos de los tipos sometidos en el suelo y les apuntaban con pistolas, Felis estaba delante mio apuntando a un hombre con una cicatriz en el hombro que sostenía a Balios contra su cuerpo y le apuntaba a la cien.

–¿Pero qué tenemos aquí? —preguntó el hombre de la cicatriz con una sonrisa—. ¿Y este obsequio Snow? —llevó su mirada a Gerión—. ¿Una ofrenda de paz?

—Ella solo es nuestra sirvienta —le respondió Felis sin dejar de apuntarle con su arma.

De repente alguien me jaló por el pelo a mis espaldas e impacté contra un cuerpo fuerte.

—Entonces no tendrás problemas conque me la lleve —dijo el hombre y el corazón me dio un salto.

No, por favor.

—¡Como le toques un solo pelo, te mato, hijo de puta! —gritó Caelus desde la silla.

El hombre soltó una carcajada que retumbó en la cocina y luego le hizo una seña al hombre que me sostenía quien saco un cuchillo de su bolsillo y lo arrastro por mi brazo. Un grito lleno de dolor salió de mis labios y forcejeé con el hombre para alejarme pero fue imposible. La sangre caía por mis manos y las lágrimas comenzaron a salir, no por el dolor, sino por la impotencia.

—Mierda esto me está cansando —dijo Felis—. Lo siento, Gerion, pero este hijo de puta tocó a nuestra chica.

Acto seguido disparó y la bala impactó directo en la cabeza del hombre de la cicatriz. Al instante se formó un caos. Más hombres entraron en la casa con armas y atacaron a los hermanos. El hombre que me sostenía sacó un arma y disparó dos veces mientras se alejaba conmigo. Vi a Balios caer al suelo y la sangre salir de su abdomen y el mundo se me vino abajo. Mordí el brazo del hombre con fuerza pero no me soltó. No podía dejar que me llevaran, ellos seguramente me matarían si descubrían quien soy o me harían cosas peores. Balios estaba herido. No dejé de patalear y gritar tratando de huir. Me lanzó al maletero y lo cerró. No podía respirar mientras las lágrimas salían, comencé a golpear las paredes pero era inútil.

Escuché un auto llegar y continué gritando. Los disparon aumentaron hasta que en un momento, todo quedó en silencio. Podia escuchar perfectamente como mi corazón latia asustado, mi brazo ardía y la sangre se estaba mezclando con el sudor. Entonces escuché la voz de Austros.

—¡Búsquenla, no me importa a quien tengan que matar pero traigan a mi mujer sana y salva!

—¡Austros! —grité pero nadie me escuchó.

Comencé a golpear nuevamente las paredes de la cajuela. Entonces escuché a Elais.

—Tenemos que ir al hospital.

–Nos han jodido todos los coches –habló Deimos.

—Una ambulancia tarda mucho —Caelus añadió—. Balios está muy mal.

El metal frío rozaba mi piel. La oscuridad era espesa, impenetrable. El olor a gasolina y caucho me envolvía, un aroma nauseabundo que me recordaba la trampa en la que me encontraba.

Mi corazón latía con fuerza contra sus costillas, un ritmo frenético. Él... él estaba herido. La imagen de su rostro pálido, bañado en sudor y sangre, se me clavaba en la mente. Lo había visto caer, lo había escuchado gritar, y no había podido hacer nada. No podía moverme, no podía ayudarlo. La impotencia me estrangulaba, me dejaba sin aire.

—¡Estoy aquí, maldita sea! —grité intentado reunir todas sus fuerzas.

—¿Señorita Bianka? —escuché la débil voz de Lev.

La esperanza me inundó al instante.

—¡Lev, en el coche! —grité—. ¡Sácame de aquí!

Él se quedó en silencio unos segundos y luego habló.

—Iré a buscar a los señores —titubeó antes de decir—. Yo no puedo ayudarla.

Escuché sus pasos alejarse por la calle y temí que me dejase allí encerrada. Cada vez era mas insoportable la calor y se me hacía más difícil respirar. Pero cuando sentí golpes en la cajuela y la voz de Gerión maldiciendo, supe que había elegido un buen amo de llaves.

—Tiene llave, maldita sea —rugió Caelus.

—¡Muevanse! —gritó Gerión—. Bianka, muñeca, necesito que te corras hacia atrás en la cajuela todo lo que puedas.

—Está bien —respondí con un hilo de voz.

El auto se comenzó a tambalear cuando Gerión comenzó a destruir la cajuela con sabrá Dios qué y cuando hizo el primer orificio el aire llenó mis pulmones. Él siguió golpeando hasta que logré verlos a todos, sus rostros sudados, sus trajes con sangre y mis ojos se humedecieron al recordar a Balios. Cuando finalmente la cajuela quedo destruida Gerión me tendió la mano y me ayudó a bajar. En el momento exacto en el que mis pies hicieron contacto con el piso me impulsó hacia su cuerpo y me envolvió en sus brazos.

—No vuelvas a darme otro susto así, mujer —me dijo y yo rompí en llanto mientras sus brazos me sostenían.

—Tenemos que ir al hospital —Elais nos interrumpió—. Balios pierde mucha sangre y tenemos heridas que curar.

Gerión se separó de mi cuerpo y los observó a todos.

—Los más graves iremos primero, Bianka, Balios, Lev irán conmigo en este coche —ordenó Gerión—. Los demás llamen a nuestros hombres de vuelta y agarren la camioneta.

Llevé mi mirada hacia Lev al escuchar que Gerión lo mencionó como herido y observe su mano derecha, estaba completamente destruida y vendada con un paño blanco que se había convertido en rojo.

—Vámonos, ahora —le supliqué a Gerión.

Dos de los hombres que trabajaban para los hermanos se acercaron con Balios y sentí que todo el aire abandonaba mis pulmones. Su cuerpo estaba débil, casi inerte, como una muñeca de trapo. Su rostro, pálido como la luna, estaba cubierto de sangre. La imagen era tan brutal que me arrancó un grito de la garganta, un grito que se ahogó por la impotencia.

Quería correr, quería abrazarlo, quería hacer que el dolor desapareciera. Pero solo podía mirar, impotente, mientras lo colocaban en el asiento trasero de el coche.

Subí por el lado izquierdo y levanté su cabeza para recostarla en mis muslos. Balios me observó con sus ojos apagados y dijo:

—No me mires como si fuera a morir, aún tengo que follarte, Bianka, no voy a morir sin hacerlo.

Una pequeña risa escapó de mis labios. Gerión subió al asiento del piloto, Lev al de al lado y Elais en el otro lado con las piernas de Balios encima de las suyas. Cuando el auto se puso en marcha, las cosas empezaron a empeorar. La herida de Balios comenzo a sangrar demasiado.

—¡Presiónala! —me gritó Elais mientras me lanzaba un trapo.

Rápidamente lleve mis manos a la herida y ejercí presión intentando controlar el sangrado. Ellos lo habían vendado minutos antes de salir de casa, pero por lo visto no estaba siendo suficiente.

—¡Gerión tenemos que apresurarnos! —le gritó Elais.

—No cierres los ojos —le pedí a Balios mientras las lágrimas caían por mi rostro—. Quédate conmigo, por favor.

—No llores —dijo con un hilo de voz—. Voy a seguir haciéndote la vida imposible, lo prometo.

Al instante sus ojos se cerraron. Una sensación de vacío se apoderó de mi. Era como si el mundo se hubiera detenido, como si el color se hubiera esfumado. El corazón me latía con fuerza, un latido agonizante que me mantenía con vida, pero me sumía en una profunda desesperación.

(...)

Cuando finalmente llegamos al hospital, Lev fue el priemero en bajar y pedir ayuda. Los médicos llegaron, nos sacaron del coche, subieron a Balios en una camilla y desaparecieron por las puertas de un salón. Mientras esperábamos, curaron mi brazo, revisaron la cabeza de Elais con varios estudios y la mano de Lev. Caelus, Felis, Austros y Deimos llegaron minutos después y desde entonces, todos estabamos sentados en la sala de espera.

Una espera que me resultaba eterna y mientras tiempo pasaba, más caían mis esperanzas. Elais sé levantó de mi lado para ir por cafés para todos y Gerión tomó su lugar. Era como si no quisiesen dejarme sola en ningún momento. Observé al mayor de los Snow con detenimiento, sus ojos tenian ligeras grietas rojas, su cabello mas alborotado que de costumbre, podia leer su mirada de desespero y como intentaba mantener la calma antes mi. Tomé su mano con fuerza y dejé un pequeño beso en sus labios.

—Él va a estar bien —dije y asintió.

Una enfermera se acercó.

—Señorita, ya puede venir a que le vendemos su brazo.

Aún faltaban las vendas para evitar infecciones en mi brazo, pero se habían agotado y tuve que esperar que fueran por más al almacén. Gerión me acompañó hasta la estación de enfermería donde la chica comenzó a hacer su trabajo, pero no me pasaban desapercibidas las miradas que le daba a mi hombre cada cierto tiempo. Iba a hablar pero entonces vi una mancha de sangre en el suelo y miré a Gerión.

—¿Estás sangrando?

Mi rostro palideció cuando observé su mano apretando su vientre, mientras las gotas del líquido rojo comenzaban a caer en el piso.

—No estoy sangrando, Bianka —me respondió con seriedad.

—¡Eres imbécil! —le grité—. ¿Entonces que es eso? ¿Salsa de tomate?

Su rostro se contrajo con dolor y miré a la enfermera a mi lado.

—Deja de mirar a mi hombre como si quisieras comerlo y busca un jodido médico ya.

La chica salió corriendo y yo me acerqué a él. Gerión puso los ojos en blanco y se levantó la camisa dejando expuesto su torso bien definido una herida que no parecía grave pero que estaba sangrando.

—Solo fue un roce —me dijo—. No tienes que preocuparte.

La enferma regresó con un médico y le tomaron algunos puntos, colocaron mi venda y volvimos a la sala de espera donde Elais nos entregó nuestros cafés. Pasaron tres horas hasta que uno de los doctores salió a dar noticias.

—Balios está estable —dijo y se escuchó como todos suspiramos con alivio—. Perdió mucha sangre, pero repusimos toda la posible durante la cirugía, ahora solo queda esperar su evolución.

El doctor se marchó y entonces Gerión habló.

—Felis —el susodicho lo observó con seriedad—. Busca otra casa, habla con los hombres para que muden todas nuestras cosas.

—¿Por qué tenemos que mudarnos? —pregunté sin entender.

—Esos hombres que nos atacaron, saben donde vivimos, no sabemos quienes son White —me explica Austros—, jamás lo habíamos visto y eso solo significa una cosa...

—Tenemos un nuevo enemigo —concluí antes de que terminara.

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