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8. La Flor de Slytherin

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8.

<<La Flor de Slytherin>>

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Una noche cualquiera de su quinto año, Violet regresaba a las mazmorras cuando se encontró con uno de sus compañeros de casa. El chico estaba en el suelo, con medio cuerpo recostado sobre la pared y una herida en su frente que sangraba sin que él hiciera el menor intento por detener la hemorragia.

Tenía además una mirada de lo más curiosa. No parecía preocupado o alterado por su situación, sino que exhibía una sonrisa dulce que también resultaba triste. Eso fue lo que llamó la atención de Violet, no obstante, jamás se habría detenido tan solo por ese detalle si aquel chico hubiese sido otro.

Pero se trataba de Raistlin Pendergast.

Raistlin era muy bien considerado en Slytherin debido a la alcurnia de su familia, pero también era de los pocos que jamás se habían metido con ella por el asunto de nuestra madre. De modo que la chica, decidió acercarse e interesarse por lo que le había ocurrido.

—Pendergast —Le llamó. Él levantó con lentitud la cabeza y acentuó su sonrisa, una relajada, casi afable. Tenía unos ojos castaños muy grandes y luminosos, cejas pobladas y un mentón prominente para su edad—. Supongo que sabes que estás sangrando.

—Sí —respondió él sin inmutarse—. Por eso me he sentado aquí —El pasillo estaba desierto, apenas iluminado por una débil llama al fondo de este—. He considerado mejor hacerlo antes que seguir caminando y ensuciarlo todo.

Violet frunció el ceño, considerando aquella respuesta algo extraña. La herida en su cabeza la hizo barajar la posibilidad de que el golpe que la produjera, también le estuviera afectando al juicio. Rebuscó en el bolsillo de su túnica hasta encontrar su pañuelo de tela y se lo ofreció.

Era un hermoso pañuelo con sus iniciales bordadas en hilo violeta. Había copiado la costumbre de llevar siempre uno encima de nuestra madre puesto que, a pesar de todo, las dos la amábamos y admirábamos más que nunca.

Raistlin lo aceptó, aunque lo observó con tanto detenimiento que Violet se sintió obligada a decir.

—Es para tu herida.

—Gracias —respondió él. Dobló con cuidado el pañuelo y lo apretó contra la brecha sin hacer una mínima mueca de dolor.

—¿No deberías ir a la enfermería?

—No me gustan esos lugares, Rosebush —respondió Raistlin.

—Pero debes ir —repuso ella—. Si no te curan enseguida la herida podría infectarse, o quizás dejarte una cicatriz horrible.

Raistlin Pendergast era un joven muy atractivo ya a sus quince años. De esos chicos que muestran de manera muy temprana rasgos del adulto en el que se convertiría. Aunque no fuera el caso, a Violet no se le ocurría nada más desagradable que una odiosa cicatriz en medio de la frente.

—¿Me acompañarías, Rosebush? A la enfermería, quiero decir.

—¿Tienes problemas para caminar?

—Creo que no —Se encogió de hombros—. Pero me gustaría que vinieras conmigo.

De nuevo, Violet tomó esas palabras como extrañas, pero como ya sospechaba que la mente de Raistlin podía estar resentida por el golpe se limitó a aceptar su petición. No tenía nada contra ese chico y era lo bastante justa como para no juzgarle por los actos del resto.

Ayudó a Raistlin a ponerse en pie y caminó a su lado, sosteniendo su brazo cada vez que sentía que él se tambaleaba, todo el trayecto hasta la enfermería. Le pareció una suerte el no tropezarse con nadie. La enfermera salió a recibirles, pero alegó que Violet no podía pasar de la puerta.

—De hecho, jovencita, ya deberías estar en la cama —La riñó con una severa mirada.

—Yo quiero que entre conmigo —declaró Raistlin, de manera súbita. Tomó la mano de Violet que seguía a su lado y miró fijamente a la enfermera—. Es mi novia.

La mujer dio un respingo y les lanzó una mirada que decía con claridad que desaprobaba que dos críos tan jóvenes anduvieran con esos asuntos, pero siempre se dijo que los Pendergast tenían la particular capacidad de convencer a cualquiera con tan solo una mirada. Desde luego, en eso fue en lo que Violet pensó cuando vio que cambiaba de opinión al instante.

—Está bien.

De modo que Violet Rosebush se convirtió en la novia de Raistlin Pendergast durante los quince minutos que tardaron en curarle la herida de la frente. Se quedó a su lado, sosteniendo la mano del chico en silencio mientras este sonreía como si estuviera tomando el sol una tarde de verano.

Salieron de allí aún cogidos de la mano y ella no se atrevió a decir una palabra hasta que estuvieron frente a la entrada de su sala común.

—¿Por qué le has dicho que yo era tu novia?

—¿Por qué no? Podrías serlo.

—No. No podría.

Los Pendergast eran demasiado importantes en Slytherin como para que se relacionaran con alguien como ella. Raistlin era, a su vez, uno de los chicos más codiciados entre sus compañeras y si alguna de ellas les hubiese visto en esas actitudes, se habrían encargado de hacer de la vida de Violet algo aún más insoportable. Fue al pensar en ello que soltó la mano del chico.

—Me aseguraré de limpiar tu pañuelo antes de devolvértelo —prometió él, justo después de entrar a la sala—. Te agradezco tu ayuda, Rosebush.

Para cuando ella asintió con la cabeza, él ya se había marchado pero apenas le importó. Se alegró de quedarse sola de nuevo porque en su interior experimentó algo extraño que la inquietó. Algo que nunca había sentido estando allí: una peculiar calidez en el centro de su cuerpo. Estaba tan habituada al desprecio y la indiferencia de todo el mundo que le resultó muy raro que alguien fuera amable con ella.

Raro... aunque también agradable.

Le gustó que Raistlin la sonriera como si fuera digna de su simpatía, que quisiera caminar a su lado, incluso había disfrutado del roce de su mano. Había notado un latigazo en el corazón cuando él dijo que era su novia, sin vacilar a causa de la vergüenza o el rencor. Aun siendo mentira... le había hecho sentir algo especial.

Y los minutos que permaneció sola en la sala común, observando el lugar por el cual el chico se había ido, su corazón le arañó el pecho con fuerza aunque sin hacerle, en verdad, ningún daño.

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Violet despertó al día siguiente con la sorpresa de que esas dulces sensaciones aún estaban con ella. Tuvo la impresión de haber soñado algo hermoso y su primer pensamiento fue para Raistlin Pendergast.

Raistlin que había sido amable con ella. Que había acariciado su mano sin dudar. Y quien, valiéndose de aquel pañuelo, le había prometido un nuevo encuentro. Aquel día, mi hermana, encaró al mundo con más ligereza y pasión que en los años anteriores.

Una novedosa fuerza había prendido en su corazón.

Por desgracia, aquel nuevo encuentro con el que Violet fantaseó durante unas horas no llegó a producirse. Pues cuando bajó a la sala común se enteró de que Raistlin había tenido que dejar Hogwarts esa madrugada a causa de su salud.

No volvió a verle, ni a saber de él durante el resto de aquel curso.

La corta vida de sus esperanzas debió golpear a Violet con dureza, aunque ella disimuló como había hecho siempre. Aquel verano estuvo más huraña y taciturna que de costumbre y puso objeciones cuando llegó el momento de regresar a Hogwarts.

Raistlin tampoco acudió a principios de ese curso. No sería hasta varios meses más tarde cuando Violet volvería a saber de él.

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Durante su sexto año, mi hermana estuvo más desconectada del mundo exterior que nunca. Eso le servía para soportar el acoso de sus compañeros pero daba la impresión de estar consumiéndose por dentro; su manera de caminar, de encoger los hombros, de entornar los ojos todo el tiempo... Se habría marchitado de no haber sido por el baile.

Todas las noches, cuando su horrible compañera de cuarto se dormía, se escabullía hasta un viejo aula abandonada en los sótanos de la escuela y en soledad, se dedicaba a bailar. Era algo que le gustaba hacer desde niña porque solo al bailar volvía a sentirse ella misma. Su cuerpo despertaba, volvía a sentir la vida latiendo en sus venas.

Y volvía a sonreír.

Para proteger su secreto de las crueles miradas de sus compañeros, Violet siempre fue muy cuidadosa con sus escapadas nocturnas. Si llegaran a prohibirle esos momentos de desahogo, su vida en Hogwarts se volvería insoportable del todo y el frágil estado en que se encontraba me hace pensar que si eso hubiese ocurrido, mi hermana habría hecho algo terrible.

Durante unos meses aquel arreglo funcionó para ella.

Pero es tan difícil mantener un secreto en Hogwarts...

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Una noche de marzo especialmente calurosa, Violet terminó de bailar sosteniéndose sobre las puntas de sus pies. Erguida, con la cabeza alta y los ojos firmes en la pared de enfrente, respiró con fruición el aroma de la cera de las velas hasta que necesitó resoplar. Retiró el sudor de su frente al tiempo que plantaba los talones sobre el suelo. Sacó su varita y desencantó el viejo tocadiscos del que salía la música.

Después caminó hasta una de las ventanas y la abrió, permitiendo que una brisa de aire perfumada se colara dentro. Era un aroma a jazmín que no supo de dónde provenía, pero le gustó y cerró los ojos para aspirarlo mejor.

Eran instantes como ese por los que Violet soportaba su estancia en el castillo. Por esa quietud y seguridad que le brindaban su lugar secreto.

Permaneció frente la ventana, observando la inmensidad creada por la oscuridad del exterior, arrullada por los sonidos de la noche y sin pensar en nada en concreto, disfrutando tan solo de la tirantez de sus músculos doloridos, de las palpitaciones de su corazón. A veces olvidaba que este seguía latiendo. Como si la mayoría del tiempo no lo usara y este se llenara de un polvo pesado y consistente que amenazaba con enterrarlo. Muerto. Inservible. Pero al bailar... volvía a agitarse, a estrujarse, a bombear su sangre que se calentaba en sus extremidades.

Ah, pensó ella, colocando una mano en su pecho. Aún sigues latiendo, ¿verdad? Estás ahí dentro, escondido de todas las maldades del mundo.

Violet se había acostumbrado a tener pensamientos extraños como ese y a no compartirlos con nadie.

De pronto, un escalofrío helado le lamió la columna hasta llegar a su nuca y su cuerpo se endureció. Se giró tan rápido que no llegó a ver la sombra ni otra cosa por la que anticipar la presencia del intruso, sin embargo supo quién era antes de enfocar del todo su rostro.

—¿Pendergast? —musitó, descolocada—. ¿Qué... haces aquí?

El chico, que había crecido un par de centímetros desde la última vez que se vieron, se encontraba al fondo del aula, silencioso e insólito como una aparición fantasmagórica. Su cabello oscuro estaba más largo, tenía un aspecto más salvaje y sus rasgos se habían afilado. No obstante, los ojos seguían igual de luminosos y su sonrisa inofensiva también le pareció la misma.

—Hola, Rosebush.

La chica avanzó un par de pasos hacia él, alerta.

—Oí que estabas muy enfermo...

—Lo estuve —admitió el chico sin reservas. Inclinó el rostro hacia ella, tenía un aspecto saludable y fuerte—. Pero ya estoy mejor.

—¿Y has regresado hoy a Hogwarts? —No respondió enseguida. Sus grandes ojos castaños se movieron por la sala, como si la examinara con gran interés, pero sin borrar su afable sonrisa. Violet volvió a experimentar esa extrañeza de hacía un año—. Pendergast.

—Rai —dijo él, al instante—. Preferiría que me llamaras Rai.

>>. ¿Yo puedo llamarte Violet?

—Me es indiferente —A Raistlin no pareció molestarle su tono seco y reticente—. ¿Por qué has venido aquí esta noche?

—No quería molestarte... —dijo en primer lugar. Su actitud vaciló un instante—. Eres una gran bailarina, Violet —Su sonrisa se acentuó—. ¿Te enseñó tu madre?

Siempre que alguien mencionaba a nuestra madre, ella se tensaba anticipando el desprecio o los insultos, se ponía alerta para hacer ver que todo le resbalaba.

—Eso no es de tu incumbencia —Se dio la vuelta para alejarse, aburrida—. Deberías irte, Pendergast.

>>. Seguro que todos tus amigos tienen muchas ganas de verte.

—¿No puedo quedarme un poco más? —preguntó él—. Me gustaría verte bailar de nuevo.

—No hago esto para entretener a nadie.

—No creo que lo hagas por eso.

—Si bailo una vez más... ¿Te irás? —Volvió la cabeza hacia él y el chico asintió—. ¿Y no le contarás a nadie lo que hago aquí?

—Tienes mi palabra.

Violet dudó. ¿Podía fiarse de la palabra de un Pendergast? Si bien el chico había sido amable con ella en el pasado, tenía que admitir que le guardaba algo de rencor por el modo en que desapareció. Era irracional, pero no podía evitarlo. La partida de Raistlin y su ausencia posterior no habían tenido nada que ver con ella y su novedosa vuelta tampoco no obstante, le culpaba por haberle dado esperanzas en vano.

Ahora solo quería librarse de él.

—Está bien.

Agitó su varita y la música volvió a oírse. Se colocó en el centro de la sala, respiró hondo y cerró los ojos. Dejó que la melodía la invadiera y la transportara a otro lugar, uno donde volvía a estar sola y a salvo. Ignoraría la presencia de ese chico hasta que se aburriera y se fuera.

Violet empezó a moverse al son de las notas. Su hacer fue, por desgracia, algo más torpe y rígido de lo habitual, pero fue cuestión de unos instantes que la armonía de la melodía borrara cualquier incomodidad. Cuando bailaba, su mente daba un paso atrás y era su cuerpo el que decidía los pasos y los movimientos; era delicioso sentirse tan presente, tan física. No se preocupaba por lo que había ocurrido ese día, ni por lo que pasaría al siguiente.

Estar en el presente era el único modo de estar a salvo para ella, en paz.

Y bailando era como Violet accedía a ese reino de tranquilidad donde no existían más tiempos. Giró, se estiró, saltó, se dobló y el corazón se activó de nuevo, la sangre a fluir, calentando su piel, aplicando picor a los músculos que despertaban.

Sí que había sido su madre quien la enseñó a bailar cuando era muy niña. Y al cerrar los ojos, al evadirse de todo, en ocasiones especiales Violet se imaginaba la expresión divertida de su madre mientras giraba sobre el suelo del salón, podía incluso oír su risa en sus oídos.

Pero aquella noche, fue arrancada de su mundo de giros y sonrisas por la presencia de Raistlin mucho más cerca de ella. Abrió los ojos cuando su cadera chocó contra él y descubrió que el chico había avanzado hasta colocarse a su lado. Tenía los brazos extendidos como si pretendiera bailar con ella.

—¿Qué es lo...?

No, Raistlin no pretendía bailar.

Cortó sus palabras con un abrasador beso y la atrapó en sus brazos con ferocidad. Violet enmudeció por la sorpresa y quedó atrapada por las manos del chico que, ansiosas, delinearon su cintura y parte de sus piernas.

Cuando pudo liberarse y echar la cabeza hacia atrás, comprobó que la expresión del chico era ahora muy triste, casi desesperada.

—¡Pendergast, ¿qué diablos te propones?!

Raistlin hizo una mueca. Los cabellos despeinados de su flequillo dejaron a la vista una alargada y fina cicatriz.

—¿No vas a llamarme Rai?

—¡¿Qué es lo que te ocurre?! —Le increpó, nerviosa—. ¡Esa enfermedad tuya te ha trastornado!

Y lo más extraño era que Violet no dijo eso porque él la hubiera abordado de esa forma brusca. ¿Acaso Raistlin no sabía quién era? ¿Lo que se decía de ella?

El chico no hizo caso, solo bajó la vista, abatido. Permaneció callado unos minutos con toda suerte de emociones horribles cruzando por su atractivo rostro. Se decidió a hablar por fin, aunque en voz muy baja.

—No he vuelto hoy a Hogwarts, Violet —Le reveló, como si esa hubiese sido su pregunta—. Fue hace un par de semanas, pero me he estado escondiendo por el colegio.

—¿Por qué razón?

—No quería ver a nadie —respondió. Levantó sus ojos tristes, también sus manos que ahora parecían más pequeñas. Las acercó a ella pero Violet no retrocedió, dejó que rozaran sus hombros y la onda de cabello que se deslizaba sobre uno de ellos—. Te he estado observando bailar... De verdad pienso que eres una maravillosa bailarina —De algún modo logró sonar tan sincero que el corazón de ella se encogió. Raistlin retiró una de sus manos para buscar algo en su bolsillo y sacó su pañuelo de tela—. En realidad no quiero devolvértelo, solo quería que supieras que lo he guardado todo este tiempo.

Raistlin Pendergast siempre fue un chico extraño. Tenía un comportamiento educado y relajado, pero sus palabras nunca terminaban de reflejar algo con sentido. Desde luego, aquello era lo más peculiar que Violet hubiera oído nunca. Se quedó paralizada mirando el pañuelo, lo pulcro y cuidado que parecía; supo de inmediato que no lo había usado más que aquella vez el año anterior.

Tenía tantas preguntas en la cabeza que no fue capaz de articular ninguna.

—Puedes quedártelo si lo deseas —murmuró y una vez más se sorprendió por la dicha que explotó en los ojos del chico.

—No le digas a nadie que estoy aquí, por favor —Le pidió, guardándose de nuevo la tela en el bolsillo—. No soportaría tener que volver a clase, ver a toda esa gente...

—¿Por qué?

—Prométeme que no me delatarás —insistió él, ignorando la pregunta. Violet se dio cuenta de lo grande y auténtica que era la necesidad en sus ojos—. Violet... No quiero que nadie más sepa que estoy aquí.

>>. Solo tú.

Cayó en la cuenta del tiempo que hacía que nadie la llamaba por su nombre, que nadie usaba un tono de voz tan cálido y cercano para dirigirse a ella. Aquel curso había sido como desaparecer del mundo, se había sentido sola en un vacío de caras que no la miraban, de cuerpos que pasaban por su lado sin tocarla.

Bailar la hacía sentir que aún existía. Y ahora, en ese aula, con los dedos de Raistlin acariciando su brazo y su cabello también sentía que la vida regresaba a ella, de un modo distinto, pero también intenso. Su corazón se puso hablarle, exigía algo más, y su piel se había encendido calentándola de arriba abajo.

—No diré nada —prometió. De pronto, la idea de ser portadora de ese secreto hizo renacer sus viejas esperanzas. Tendría a Raistlin Pendergast para ella sola—. ¿Cuánto tiempo piensas permanecer escondido?

—Todo el que pueda.

Eso no sería mucho, pensó ella. Aunque los Pendergast no hubiesen informado de la vuelta del chico a la escuela, acabarían por escribir interesándose por él. El colegio daría la voz de alarma sobre su desaparición y todo saldría a la luz. Fue la primera vez que Violet consideró los problemas que podría traerle a ella aquel engaño.

—Está bien —dijo, al decidir que, por el momento, eso no le importaba—. Yo te ayudaré en lo que pueda, Rai.

El chico sonrió con amplitud ante tal promesa. Sostuvo el enorme entusiasmo que sentía cuando se inclinó para besarla de nuevo, esta vez su beso fue delicado y lento y Violet no lo rechazó. Degustó las sensaciones que sus sentidos absorbieron de él y del aire, permitiéndose responder al contacto a su ritmo.

Permitió que las manos de Raistlin tomaran su cintura y la empujaran con suavidad hasta la alargada mesa de madera que había contra la pared del aula. Estaba llena de rugosidades y marcas, pero Violet se sentó en ella sin fijarse apenas, con los brazos alrededor del cuello del chico. Le dejó acercarse a ella, acariciar sus piernas, jugar con su larguísimo cabello y cada poro de su cuerpo dormido y marchito rejuveneció. Al principio fue solo como estirarse tras una larga siesta, pero después notó un acelerón cuando los labios de Raistlin bajaron por su garganta, cuando su mano se internó por debajo de su falda.

Su corazón nunca había ido tan rápido y Violet Rosebush jamás se había sentido más viva.

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A partir de esa noche, mi hermana y Pendergast iniciaron una relación secreta a espaldas del mundo. Nadie sabía que se reunían cada noche, nadie sabía si quiera que Raistlin estaba en Hogwarts. Y nadie podía imaginar cuán profundamente llegaron a amarse aquellos días.

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Durante los siguientes meses Raistlin permaneció oculto noche y día. Mientras Violet asistía a sus clases, él se quedaba en los sótanos leyendo o escuchando música. Ella le llevaba comida y cosas con las que entretenerse. Al principio, la situación le pareció tan misteriosa y romántica que mi hermana no pensó mucho en lo extraña que era la actitud de Raistlin. Cuesta pensar con raciocinio cuando se está enamorada hasta la médula. Eran felices cuando estaban juntos. No parecía que nada más importara.

No obstante, el tiempo pasó.

Ni la familia del chico, ni el colegio lo buscó. ¿Cuánto tiempo podía durar un engaño como ese? Raistlin no parecía hacerse tales preguntas, quizás no le importara que nadie pensara en él. En realidad, nada parecía importarle demasiado mientras Violet estuviera a su lado. Ella creyó que era, solo, otra de sus rarezas Pendergast; ese gusto por la soledad, esa necesidad que parecía tener de ella... Al final, empezó a preocuparle que Raistlin pudiera perder el juicio al estar aislado tanto tiempo.

Trató de convencerle varias veces de que debía revelar a todos que había vuelto, pero él siempre se negaba. En su particular modo de entender las cosas, Raistlin apenas lograba explicarle el porqué de su encierro y Violet temía. No quería que el chico enfermera de nuevo, o que tuviera un accidente o cualquier desgracia sin recibir ayuda.

La diferencia de opiniones creció entre ambos, haciéndose cada vez más molesta. Violet pensaba solo en su salud, pero Raistlin la acusó de tener expectativas ocultas.

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—Tal vez creas que, si los demás descubrieran nuestro amor, te tratarían diferente —Sugirió él, cansado de su insistencia pero sin abandonar su acostumbrada calma—. ¿No es por eso que quieres que salga? ¿Qué todos se enteren de que he vuelto?

—Yo solo me preocupo por ti. Por tu salud.

—Ya he tenido a suficientes personas preocupadas por mi salud y no me gusta —declaró él, tajante—. No quiero dudar de tus sentimientos, pero...

—¿Pero?

—Soy un Pendergast...

Aquella acusación, aunque dicha a medias y sin contener, en verdad, apenas recelo o sospecha, fue como una puñalada para el inseguro corazón de mi hermana.

—Sí, lo eres —musitó, dolida—. Y yo soy solo... una traidora a la sangre, ¿verdad?

Antes de que el chico pudiera reaccionar, Violet se marchó del aula, ignorando los alaridos desesperados de Raistlin. No sé si tenía la esperanza de que él saldría de su escondite para seguirla y pedirle perdón.

No lo hizo.

Y a la noche siguiente, mi hermana no acudió a la cita.

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Como dije, es imposible guardar secretos en Hogwarts. Fue inevitable que corrieran rumores acerca de mi hermana. Se volvió descuidada en sus salidas y cuando alguien es tan odiado como ella lo era, atrae un tipo de atención que nadie desea, y de la que es muy difícil librarse.

Cuando los otros dieron por hecho que Violet se estaba viendo con alguien a escondidas, convirtieron en su objetivo descubrir a esa persona y hacerle pagar su traición. Estuvieron vigilándola para que los llevara hasta el traidor, y cuando se cansaron de esperar, fueron a por ella.

La acorralaron en las mazmorras y la interrogaron al respecto. Nunca me contó con exactitud qué la hicieron, ni durante cuánto tiempo la estuvieron presionando pero Violet no delató a Raistlin. Tampoco se atrevió a volver al lugar donde él se ocultaba por si aún la vigilaban, aunque se estremecía de pena y frustración al imaginar al pobre chico solo, sin nadie que le llevara alimento, quizás pensando que ella le odiaba. Se torturaba con el recuerdo de su voz rasgada por el dolor llamándola la última noche que se habían visto.

Es imposible saber qué pensó o sintió alguien tan particular como Raistlin Pendergast aquellos días pero, fuera lo que fuera, no fue suficiente como para hacerle abandonar su escondite y Violet comenzó a cuestionarse si de verdad alguna vez la había amado tanto como él decía.

Quizás se había estado burlando de ella. Puede que ella se hubiese engañado a sí misma porque llega un momento, incluso para los más solitarios seres del mundo, en que necesitan sentir que le importan a alguien. Si al final todo había sido un sueño o una fantasía, mi hermana se conformaría con eso antes de volver a su conocida y familiar soledad.

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Faltando tan solo unas pocas semanas para el final del curso, Violet se encogió sobre su pupitre, al fondo del aula de Transformaciones. Aunque el clima era más benevolente a esas alturas del año, ella tenía sus huesos y músculos agarrotados por un frío que parecía llevar dentro de sí.

Ya no contaba las noches que habían pasado. Sus compañeros no le quitaban ojo de encima, tampoco las manos. Haciendo una mueca de dolor, se palpó la mejilla derecha aún un poco hinchada. Una de sus compañeras la había abofeteado la noche anterior, ni siquiera recordaba por qué.

Echaba de menos bailar. Echaba de menos la música. Y sobre todo, echaba tanto de menos a Raistlin que le dolía el pecho al recordar su sonrisa o la luz en sus ojos.

¿Me echará de menos también? Se preguntó. ¿O será que ya ni siquiera piensa en mí?

Tendría que dejar Hogwarts cuando el curso finalizara... ¿Qué haría él? ¿Se quedaría allí escondido todo el verano? ¿Volvería a su casa y fingiría que había sido un año normal?

Cerró los ojos, cansada, dolorida... triste.

Ni siquiera alzó la mirada cuando un revuelo de voces y chillidos se extendió por la clase. Se tapó los oídos para no escuchar las tonterías de los demás pero por pura suerte, una única palabra se coló entre sus dedos.

—¡Pendergast! —Exclamó alguien—. ¡Has vuelto!

Violet dio un respingo, y casi con miedo, alzó un poco la cabeza. El corazón se le disparó. Raistlin Pendergast estaba allí, en la puerta de la clase, con una expresión seria de urgencia.

Sus compañeros, alborotados por la sorpresa, le rodearon sin tardar. Todos hablaban a la vez, le daban la bienvenida, le hacía preguntas sobre su ausencia, pero él no respondía nada. Revisaba la habitación con el mentón alzado y el ceño fruncido.

Entonces la vio. Violet parpadeó y le pareció ver cómo los ojos del chico se rompían de alivio. Apartó con las manos a las personas que le rodeaban y atravesó el pasillo rumbo a ella. Mi hermana, histérica, atinó a ponerse en pie justo cuando el chico se plantaba ante ella para abrazarla con todas sus fuerzas.

—¡Oh, Violet! —gimió con una voz pesada, mezcla de alivio y pánico—. Dejaste de venir... ¿por qué dejaste de venir?

>>. ¿Tienes idea de lo desesperado que he estado sin ti?

—Rai... nos miran todos —murmuró ella.

—¿Qué todos? ¡Aquí no hay nadie más!

La chica sonrió, enternecida mientras le pasaba las manos por la espalda.

—Todos sospechaban de mí —Le explicó—. No quería que me siguieran y te descubrieran.

>>. Tú querías seguir escondido, ¿no? ¿Por qué has salido?

—Porque ya no aguantaba más sin verte —respondió él. La soltó, solo un poco, para mirarla a la cara. Sus rasgos al fin se suavizaron—. Me da igual que todos sepan que estoy aquí... yo solo quiero estar donde tú estés —Le pasó una mano por el rostro, apartando su cabello y entonces, descubrió la zona hinchada—. ¿Qué es esto?

—Ah... no es nada —dijo ella, ladeando el rostro hacia el lado contrario—. Me golpeé con...

—¿Quién lo hizo? —Preguntó Raistlin y ante el silencio de la chica, se volvió para mirar al resto de los presentes que seguían demasiado impresionados para hablar—. ¡¿Quién le ha hecho esto a Violet?!

—¿Violet? —repitió con sorna una de las chicas—. Había olvidado que esa sucia traidora tenía nombre...

—Raistlin, no —Mi hermana trató de tomarle del brazo cuando el chico buscó su varita—. Déjalo, no vale la pena.

—¿A qué estás jugando, Pendergast?

—No es un juego —Raistlin encaró al chico que le había hablado—. Violet es mi novia.

La mayoría de los estudiantes se echaron a reír, aunque hubo otros que bufaron repugnados ante la noticia. El semblante, por lo general relajado, del chico se tornó grave, más de lo que Violet hubiera visto nunca. Su piel se enrojeció y apretó la mano con que sostenía la varita hasta que sus nudillos palidecieron.

—Rai, por favor... —Lo intentó, pero otra de las chicas se acercó a ella y le dio un fuerte tirón del pelo.

—¿Rai? ¡¿Cómo te atreves a llamar así a un Pendergast, traidora?!

—¡No la toques! —Raistlin lanzó un hechizo contra esa chica, convirtiendo sus manos en dos muñones inútiles. La chica gritó aterrorizada y otros alumnos sacaron también sus varitas.

—¡¿Te has vuelto loco, Pendergast?! ¡¿Por una asquerosa traidora?! —Le espetó uno de ellos—. ¡Estás acabado!

—Vosotros sí que habéis acabado —La magia de los Pendergast pareció fluir de él, venenosa, hasta sus enemigos que se pusieron rígidos y dejaron caer sus varitas al unísono. Entonces, Raistlin alzó la suya de un modo terrible.

—¡Rai, no lo hagas!

—¡Expelliarmus! —La voz de la profesora McGonagall irrumpió en la habitación. Desarmó al chico y, escandalizada, penetró en el cuarto—. ¿Qué está pasando aquí? ¿Pendergast? —Le miró, asombrada—. ¿Cuándo has vuelto?

>>. ¿Y qué pretendías hacer?

Raistlin no contestó. Soportó, estoico, las acusaciones del resto de alumnos que habían sido testigos de sus actos y las mentiras que eclipsaron a la verdad. Acompañó a McGonagall al despacho del director y Violet se quedó sola, tan asombrada por lo que había ocurrido que más tarde, no recordaría ni una palabra de las que oyó en las siguientes clases.

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No vio a Raistlin los días siguientes, pero supo que había sido castigado a la espera de que sus padres fueran a Hogwarts. Todo salió a la luz, al menos eso supuso ella. En cuanto Dumbledore le contara a los Pendergast las faltas de Raistlin, lo de la pelea y todo lo demás... Se preguntó si serían muy severos con él o si le obligarían a revelar la razón por la que había hecho todo. Violet, quien ya conocía un poco más al chico, se dijo que todo eso sería una pérdida de tiempo.

Para alguien como él los castigos no tenían ninguna relevancia. Raistlin poseía un espíritu libre, no importaba que estuviera encerrado, el modo en que veía las cosas, en que las sentía, hacía imposible que pudieran doblegarle. Así que por más que le preguntaran, él no les diría porqué hizo lo que hizo; sencillamente, no existía un motivo.

Él era así.

Y cuando Violet descubrió que lo sabía, se sintió más cerca de él que nunca. Eso la ayudó a soportar la tristeza que la invadió cuando supo que los Pendergast habían sacado a su hijo de la escuela para que siguiera su educación mágica en casa.

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El curso acabó y volvimos a nuestra casa. Violet parecía aliviada de que hubiese terminado pero también estaba muy triste. Y por más que yo intenté animarla, no surtió efecto alguno en ella.

Una noche en que la oí llorar desde mi cuarto, fui a verla y entonces fue que ella me contó toda la historia; todo lo que había pasado ese curso con Raistlin Pendergast. Tal y como yo te lo he contado a ti. No sé si fue pura suerte, casualidad o ella ya lo sabía, pero tan solo tres días más tarde, mi hermana Violet desapareció de nuestra casa.

Se desvaneció.

Y ya no volvimos a verla.

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—¿Cómo que se desvaneció, Missy? —preguntó Evie, tensa sobre el sofá, con el ceño fruncido y los puños apretados—. ¿Qué fue de ella?

>>. ¿Fue en busca de Raistlin?

—En realidad, fue él —respondió la interpelada—. Mi abuela me contó que al cabo de un tiempo recibió una carta de Violet donde le explicaba que Raistlin fue a buscarla.

>>. Los Pendergast trataron de chantajearle para que entrara en razón y renunciara al amor de Violet, pero él se negó. Así que fue repudiado y expulsado de la familia.

>>. Se presentó ante Violet sin nada, salvo con la deshonra y la vergüenza que le acompañarían para el resto de sus días, pero prometiéndole su amor eterno. Y ella, que también lo amaba, decidió irse con él a pesar de todo.

—Pero... ¿dejó a su familia?

—Siguió en contacto con ellos —aclaró Missy—. Pero sabían que si los Pendergast se enteraban de que la familia de mi abuela los estaba ayudando, tendrían problemas. Por eso Rai y Violet prefirieron mantenerse alejados y seguir adelante solos.

>>. Ambos lo sacrificaron todo por su amor.

Las palabras flotaron, como hojarasca arrastrada por el viento, en torno al escaso resplandor del fuego.

Malfoy sintió una penosa melancolía retorciéndose en su interior y al levantar la vista, se dio cuenta de que todos los demás sentían algo parecido.

De pronto, la mano de Evie se aferró a su brazo.

—Draco —Le llamó, tensa. El chico la miró pero ella tenía la vista clavada al fondo de la sala, donde la oscuridad iba creciendo, enraizándose a las paredes—. Mira...

>>. ¿Puedes verlas?

El chico se volvió del todo y el corazón le dio un vuelco.

Más personas se percataron de lo que había aparecido, justo en el espacio entre ellos y la salida.

—¡¿Qué... es eso?!

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