4. Traidores
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4.
<<Traidores>>
Evie soltó la calabaza cantarina que tenía en las manos y se acercó a él, apartándose el pelo de la cara y con la nariz un poco arrugada. Abrió la boca para decir algo pero, por alguna razón, lo que dijo no pareció ser lo que tenía en la cabeza.
—¿Bailamos?
Draco volvió en sí. La miró y después giró el rostro hacia la chimenea. Frente a ella había unas cuantas parejas girando despacio al son de esa melodía. El resto se había retirado a los sillones y a la alfombra para conversar en voz baja.
Regresó la mirada a la chica y comprobó que le tendía la mano, así que la tomó aunque no se sentía del mejor ánimo. No obstante, ella le arrastró hasta la improvisada pista de baile y cuando se acercó a él, Draco alargó sus brazos y la estrechó con más vehemencia de la requerida. Se le escapó un suspiro que no sabía que tenía alojado en el pecho. Intentó relajar su cuerpo y sus brazos en torno a ella, trasportar el peso de la culpa que sentía a un único punto de su cuerpo: su mandíbula, la cual apretó con saña.
—Eres demasiado duro contigo mismo... —Susurró ella en su oído, demostrando así que conocía lo que había en su mente en aquellos momentos.
De no haber sido ella se habría sentido incómodo por resultar tan obvio. Aun así, respiró hondo para aliviar el peso que le oprimía el corazón y decidió callar. Mientras bailaba, sus ojos se perdieron en la negrura que empezaba a formarse al fondo de la sala y sus pensamientos hicieron lo propio en la oscuridad que aún quedaba en su alma.
Draco Malfoy recordó el desasosiego que le produjo recibir la carta donde le comunicaban que habría un Octavo curso para ellos. De inmediato supo que no era una buena idea; solo habían pasado cuatro meses desde la Batalla... El odio y el dolor nacidos aquellos dos días de horror no se habían extinguido para nadie.
Los muros derruidos por las explosiones fueron reconstruidos, las aulas habían sido remodeladas, la sangre fue limpiada de la piedra, pero las personas eran distintas, necesitaban un tiempo para volver a estar bien y McGonagall no se lo había concedido.
En ese Octavo curso se reunieron dos grupos de alumnos. Los Slytherin, que desde el día uno fueron considerados los malos, los que se hicieron a un lado durante la batalla de Hogwarts en lugar de luchar por el colegio; los hijos de los asesinos. Y luego estaban todos los demás que eran las víctimas, los familiares de los valientes magos que habían muerto defendiendo el bien y habían luchado hasta el final.
Buenos y malos.
Era habitual que ante una situación tan dolorosa y confusa se buscaran conclusiones fáciles. ¿Y qué hay más sencillo que dividir a las personas en esas dos categorías tan únicas y diferenciadas?
Aunque la postura oficial del colegio era la de reconciliar a todos sus alumnos dejando atrás rencores del pasado, la realidad se perfiló muy distinta desde el principio. Había normas diferentes para ellos y quedó claro que tanto los profesores como los prefectos habían recibido la orden de mantener vigilados a esos Slytherin de Octavo.
¿Algunos de ellos no eran hijos de Mortífagos? ¿Cómo podían estar seguros de que no albergaban ansias de venganza?
Sí, fuimos los hijos de mortífagos reconoció el chico en su mente. Y sí, la venganza nunca está lejos de nuestros pensamientos... ¿Qué esperaban de ellos? Lo perdieron todo en aquella batalla en la que muchos no desearon tomar parte. Ahora no nos queda nada.
Solo este lugar añadió, apesadumbrado. ¿Y quién sabe por cuánto tiempo?
Hogwarts siempre había sido un hogar para todos sus estudiantes, pero a ellos los apartaron. Tuvieron que soportar que los Gryffindor, grandes vencedores de la batalla, se pavonearan por los pasillos lanzándoles miradas de desprecio y superioridad a las que ellos no podían responder. Después, tanto los Ravenclaw como los Hufflepuff se unieron a ese silencio con el que pretendían castigar a las serpientes.
Ocurrió sin que fuera necesario hablar. Un acuerdo tácito se impuso por el cual nadie debía dirigir la palabra o mostrarse amable con ellos. Ese era el real y auténtico Hogwarts nacido de la guerra y el dolor. Se entendió que debía hacerse así, sin excepciones; del mismo modo que se entendió que cualquiera que infringiera esa norma solemne tendría también un castigo.
Y ahí fue que un tercer grupo de alumnos surgió en el castillo: los traidores.
Mucho antes de la guerra ya había un cierto rechazo a ese tipo de relaciones: Slytherins seduciendo a incautos de otras casas... No gustaba, pero era algo que se toleraba y en donde nadie se metía. Tras la guerra eso también cambió. Y como eran relaciones del pasado que ya se conocían, los vencedores sabían bien a qué compañeros de casa debían vigilar.
Vigilar, acechar, seguir...
Primero les advirtieron que esas relaciones debían acabar. Aléjate de esa serpiente traidora y regresa con nosotros, tus hermanos de casa. Eso es lo correcto. O si no...
Si no, se lo harían pagar. Y vaya si lo hicieron.
En todos y cada uno de los casos, de todas las maneras en que se les ocurrió para conseguirlo. Manipulaciones, presión, amenazadas... Un férreo acoso cuyas víctimas guardaron en secreto durante un tiempo.
Pero algo así no puede permanecer oculto durante demasiado tiempo.
Malfoy notó que algo andaba mal casi desde el principio pero Evie se resistió a contarle lo que era. Puede que, como ella, todos los de esa sala pensaran al principio que no era tan grave y por tanto, no valía la pena preocuparles.
No es nada solía decir ella, encogiéndose de hombros. Poco a poco empezó a dejarle entrever cosas, a veces incluso bromeaba con el asunto para que le resultara más fácil reconocer que todo se estaba volviendo más serio de lo que habría creído.
Están molestos, aunque esto no es asunto suyo Le dijo en una ocasión, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos. A veces son un poco... insistentes.
¡Pero no quiero que tú hagas nada o será peor!
Draco se sintió impotente e inútil.
Según pasaban las semanas más claro podía ver el deterioro que sufría la chica. Estaba más nerviosa, más triste, ya no cantaba a todas horas. Ella callaba y se forzaba a sonreír, pero sus ojos hundidos la delataban. Y siempre repetía esa frase que él acabó por odiar.
No es para tanto...
Él sabía que sí lo era, de modo que presionó para conocer la verdad.
Una noche por fin Evie le contó que se había visto obligada a dejar su puesto como voluntaria en la enfermería y cuando él insistió en saber la razón, ya no pudo resistirlo más y rompió a llorar frente a él. De un modo tenso y atropellado le confesó todo lo que había estado padeciendo, el acoso sin tregua al que había sido sometida por sus amigos y compañeros de casa.
¿Por qué?
Por él.
Todo había sido por él. Evie no solo sufrió por ser una Gryffindor, mestiza, o haberse enamorado de un Slytherin... fue porque él era el chico al que amaba. Y al que se negaba a dejar, pese a todo.
Mientras bailaba pegado a ella, Draco no pudo evitar recordar esa noche y las emociones que entonces le ahogaron regresaron a él con pesar. Recordó ese llanto que le partió el corazón, el dolor que experimentó cuando se forzó a prometerle que no haría nada contra los Gryffindor. Y también el miedo que le devoró las entrañas esa noche cuando la vio alejarse rumbo a la torre de Gryffindor, allí donde él no podía alcanzarla.
Ese era un miedo que todavía le torturaba cada vez que se separaban y ella regresaba a su casa.
Aquella primera noche no pudo dormir y entonces fue cuando empezó a oír la voz.
Covenant acudió en su ayuda, igual que hizo con todos los que estaban allí, bailando a su lado. Todos fueron acosados por sus compañeros, pero ni uno solo claudicó. Covenant les ofreció un espacio secreto para estar juntos y gracias a eso, las disputas con sus compañeros se apaciguaron.
Los protegía.
De momento...
La música se detuvo después de que el volumen descendiera hasta parecer un leve tarareo. Algunos siguieron bailando incluso en el silencio, arrullados por un eco imaginado.
Evie se apartó sonriente y le miró.
Ahora estamos a salvo pero... pensó él, tratando de devolver a la chica una mirada igual de serena. Sosteniendo el dorso de su mano al tiempo que lo rozaba con su pulgar. Permaneció callado un instante, mirándola y sintiéndose poco o nada merecedor de una extraña suerte que aún le parecía frágil.
Había hecho muchas cosas malas en su vida, tanto por decisión propia como por verse obligado por otros. Había sido intolerante, cruel, malcriado, egoísta, tramposo... Y si por un instante pensó que sus actos durante la batalla de Hogwarts podían redimir esos errores, dicha fantasía se resquebrajó cuando supo lo mucho que Evie estaba sufriendo por su causa a manos de sus compañeros.
Fue entonces que decidió aceptar y convivir con la culpa. Quizás era su castigo por todo lo demás y no escaparía de ella. No sería optimista creyendo que algún día todo se olvidaría y podría ser del todo feliz. Draco entendía que hay cosas que son imperdonables, pero del mismo modo ahora sabía que también hay sentimientos que son inolvidables. Ocurra lo que ocurra, no se pueden borrar del corazón. Aunque parezcan equivocados o imposibles, tienen una fuerza que no llega a consumirse nunca. Lo que él sentía por Evie era de ese tipo... aunque no supiera aún con certeza si lo merecía.
Esa noche de Halloween, observó a sus compañeros de casa y se preguntó si todos los Slytherin de esa sala se sentían como él.
—Pareces un poco... distraído —comentó Evie. Tras dejar la pista de baile, Malfoy se dejó caer sobre uno de los sofás y ella se sentó a su lado, pasándole las piernas por encima—. ¿Todavía piensas en lo que hablaban antes?
Retorció su cuerpo hacia ella y bajó la cabeza, por debajo del borde del respaldo, huyendo de las miradas aunque lo más seguro es que nadie les prestara atención.
—¿Cómo está todo por la torre de Gryffindor?
Evie hizo una mueca de descontento ante esa pregunta. Respiró hondo y se puso a alisar la falda sobre sus rodillas.
—Normal —Se encogió de hombros y arqueó una ceja, entendiendo el sentido de esa pregunta, aunque no le miró—. Nadie me presta ya atención, a ninguno de nosotros en realidad.
>>. La mayoría están muy entretenidos siendo testigos del floreciente y excitante amor de Harry y Ginny.
—Potter y mini Weasley... ¡Los reyes de la torre de Gryffindor! —se burló de él—. ¿Ya les han dado la coronita y el cetro?
—Es muy divertido; todos aplauden y les hacen la ola cada vez que se besan en público —Trató de que sonara a broma pero hubo algo, una nota triste que tiñó las sílabas finales.
Eso distaba mucho de la actitud que habrían tenido esas personas si les hubieran visto a ellos dos besándose, claro. El pecho de Evie se desinfló, hundiéndose más en los cojines y apretó los párpados en una mueca que alternaba entre el aburrimiento y el cansancio.
—Da igual... —murmuró y se las ingenió para sonreír—. En unos meses tendremos nuestros títulos y nos iremos de aquí.
Draco no quería decirle que, tal vez, problemas parecidos les esperaban también en el exterior. No es que los mortifagos cayeran más simpáticos fuera de Hogwarts.
Quizás en el extranjero... pensó, aunque le sonó tan vacío que no se atrevió a decirlo en voz alta.
La algarabía de la sala resonaba entre esas paredes mágicas, absorbiendo el sonido para que nadie más lo escuchara. Estaban a salvo. Por eso todos reían, bailaban, jugaban a los típicos juegos de Halloween como la calabaza explosiva o el juego de las pesadillas.
Ahora estamos bien pensó él. Pero no cambia lo que ha pasado.
Justo cuando sentía que su humor se teñía de malestar, una Hufflepuf pasó cerca de ellos, con los ojos blancos y los brazos extendidos jugando al dragoncito ciego.
Parecía que todos se hubieran transformado en niños de doce años y sin embargo, se divertían. El ambiente de libertad y despreocupación era tal que parecía que el mundo exterior se hubiera desvanecido. Y él también quiso unirse a esa atmósfera, alejar los malos pensamientos porque para eso estaba allí pero se veía inundado por un estado apagado, casi lúgubre, muy distinto a lo que había sentido en su dormitorio mientras esperaba para escabullirse hasta allí e imaginaba una velada de absoluta diversión.
Entonces, Evie se sentó sobre sus piernas, sobresaltándole y atrapándole después con una mirada muy seria. Arqueó, esta vez, ambas cejas y apretó los labios un instante antes de hablar.
—Mira, ya va siendo hora de que dejes de cargar con toda la culpa de lo que me pasó, ¿sabes? —Le dijo sin preámbulos ni miramientos.
—¿Y quién debe cargar con ella si no?
—Harry y los demás —declaró Evie sin dudar—. Ellos fueron los culpables.
Draco desvió la mirada.
—Pero fue por mí...
—No, fue por mí —replicó ella, ahora frunciendo el ceño—. Porque nadie puede decirme lo que tengo que hacer y con quien.
Pero si no hubiera sido yo... pensó él, molesto. Su mano se movió hasta su brazo izquierdo para rascar la zona donde aún estaba la marca tenebrosa, algo más desdibujada, pero aún reconocible. Evie se dio cuenta y resopló, para después apartarle la mano.
—No eres ni la mitad de malo de lo que aún te dices para torturarte... —Le soltó, ahora sí con cierta severidad.
—¿Ah, no? ¿No recuerdas todo lo que hice?
—Recuerdo que durante la batalla salvaste a mucha gente.
—Protegí la enfermería porque tú estabas dentro —declaró él sin vacilar. Lo admitió ante ella, igual que lo hacía ante sí mismo—. No pensaba en el resto de la gente, sino en ti.
>>. Fue un acto egoísta.
—¡Sigue siendo altruista aunque solo pensaras en mí! —replicó ella, con las mejillas encendidas a pesar de todo—. Y no me creo que no pensaras en los demás...
—No lo recuerdo, la verdad.
Evie bajó la mirada hacia su brazo y pasó su mano por encima de la marca, cubierta por la manga de la camisa, apenas se formó una arruguita en su frente, tal vez, al imaginar lo que había debajo. Como fuera, no mostró temor ni rechazo y él lo agradeció en silencio.
—Las cosas que han pasado... tenían que pasar —Le dijo con calma. Deslizó los dedos con suavidad y Draco sintió que el picor que le quemaba siempre la piel de ese brazo se deshacía—. Mi padre dice que las cosas no son buenas o malas por sí mismas; algo puede parecer un golpe de suerte al principio y acabar provocando una desgracia. Y de algo muy malo siempre se puede aprender algo valioso.
—De aquello no se puede aprender nada...
—Has aprendido la clase de mago que no quieres ser.
Draco sintió el apretón en su brazo, una caricia que podía llegar hasta su alma y también la bondad que contenían esas palabras.
—Las cosas no son tan fáciles, Evie...
—Claro que no, ninguna de las cosas que han pasado para que estemos aquí ahora han sido fáciles —convino ella—. Pero tenían que pasar.
A veces le confundía la sencillez que guiaba los argumentos de la chica, más aún la profunda seguridad con que los decía. Él siempre se perdía en razonamientos complejos y retorcidos, pero en el fondo, se veía atraído por esa sencillez, esa simpleza que podía resolverlo todo y ofrecerle paz mucho más rápido.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
Por un momento creyó haberla cogido sin respuesta, pues la chica tuvo que pensárselo unos instantes. Al final sonrió, como si acabara de encontrar algo valioso frente a sus ojos; se inclinó adelantando sus caderas y su torso, invadiendo su espacio con la delicadeza de la luz del sol al entrar por la ventana. Torció la cabeza y aunque le habló bajito, Draco oyó como su voz se superponía al resto de sonidos del cuarto y más allá, hasta llenar su cabeza solo con sus palabras, con el sonido de su respiración y con el del roce de la ropa.
—Porque teníamos que estar aquí hoy—susurró en su oído—. Todas las cosas que han pasado, buenas o malas, son las que me han traído hasta ti, chico malo.
Las manos que había dejado sobre el sofá se agarrotaron por la impresión de oír esas palabras. Se hundieron en el mullido relleno de este, hincándose con fuerza para descargar la intensidad de sus emociones. Cerró los ojos por un momento y fue consciente de lo rápido que le latía el corazón, ahogándole. El cuerpo de Evie estaba sobre el suyo, sus senos rozaban su pecho y él se esforzó por controlarse y respirar.
Sabía hacerlo, pero a veces ella le tomaba por sorpresa de ese modo; podían ser unas pocas palabras, una forma nueva de mirarle o una caricia distinta. Le descolocaba y quedaba atrapado por sus emociones, por la intensidad inesperada con que le estrangulaban hasta que se liberaban de su cuerpo.
Movió una de las manos hasta la pierna de la chica y rozó la piel bajo la falda con los dedos, deslizándolos hasta ofrecer una leve presión que arrancó un sonido de lo más sugerente de la garganta femenina.
Se apartó para mirarle, aunque antes lanzó una mirada tímida a su alrededor. La fiesta seguía pero era como si fueran invisibles al resto. Draco no encontró las palabras que pudieran expresar los sentimientos que acongojaban su corazón y en cualquier caso, los actos siempre eran más locuaces. Se irguió sobre el asiento, estirando su espalda y levantó las manos hacia el rostro de la chica. Lo tomó con suavidad, notando su cabello en los nudillos y se acercó para besarla sin dejar de mirar sus ojos hasta que los cerró.
El zumbido del viento fuera era lo bastante pesado como para terminar de armar la ilusión de que no había nadie más que ellos. Mientras la besaba con ansias y un profundo amor palpitante, Draco deslizó sus dedos entre los mechones del sedoso cabello, disfrutando del olor que se desprendía de este. Movió una mano hasta rozarle la nuca y con la otra le acarició el cuello hasta que las yemas de sus dedos le ardieron por el deseo de ir más allá, de explorar bajo la ropa... trató de recordarse a sí mismo que no estaban solos de verdad.
Reservó una porción de su cerebro y quiso enfocarla en algo que le anclara al presente, como en lo potentes y definidas que eran las palpitaciones de su corazón.
Una... dos... tres... Su mano bajó por el cuello, acarició el primer botón de la camisa de Evie, podría desabrocharlo con tan solo... Se dio cuenta de lo que hacia y bajó la mano hasta su cintura, delineando su forma, palpando el borde de la falda. Una... dos... tres... Uno de sus dedos siguió la costura, encontró la zona donde la camisa se hacía un reburujo bajo la cinturilla y trató de colarse dentro... Evie... Se detuvo, agitado, cuando ella exhaló un largo suspiro contra sus labios que le hizo estremecer... te quiero...
De repente, un trueno ensordecedor rompió el cielo.
El beso se paró cuando Evie dio un respingo, por el susto. Se miraron un instante, desconcertados y ella soltó una risita.
—¿Un trueno? —murmuró después, en voz baja.
El resto de los presentes se callaron al mismo tiempo. Nadie había visto el relámpago previo, ni se oyó el repiqueteo de la lluvia sobre los cristales después. Aquella noche había nubarrones en el cielo pero no parecía que fuera a estallar una tormenta. No obstante, solo unos minutos después un poderoso resplandor iluminó la sala y alguien soltó una exclamación. Contuvieron el aliento hasta que oyeron el trueno de nuevo. Las llamas de las velas flotantes y de la chimenea temblaron a la vez y todos se miraron entre sí, confusos y contrariados cuando alzaron la mirada y se percataron de que había ojos, de un espectral amarillo, observándoles desde los rincones en penumbra.
—¿Qué es eso? ¿Murciélagos?
Los animales estaban estáticos, como si fueran figurillas de piedra, pero en sus pupilas latía un brillo de vida y astucia.
—¿De dónde han salido? Antes no estaban ahí...
—Es Halloween —anunció el Hufflepuf rubio, sin perder un ápice de su buen humor y como si eso lo explicara todo—. Y con esta atmosfera tan misteriosa... ¿y si contamos historias de miedo?
—¿Te refieres a cuentos? —Replicó un Slytherin—. ¿En serio?
—¡Historias de terror pero que hayan pasado de verdad! —apostilló otra chica, entusiasmada.
—¡Sí, y que hayan pasado aquí! ¡En Hogwarts!
La idea fue bien acogida, de modo que todos se acercaron a tomar asiento cerca de la chimenea, sin dejar de vigilar a las pequeñas criaturas aladas que permanecían impasibles.
Evie se encogió de hombros, intrigada y se dio la vuelta. Se quedó sobre sus piernas pero inclinó el cuerpo hacia delante con gran expectación y Draco siguió el impulso de ir tras ella, pegando el pecho a su espalda, para no perder su calor. El ritmo de su corazón empezó a apaciguarse, su nariz se hundió en el pelo de ella al tiempo que acoplaba sus brazos al estómago de la chica y aspiró ese olor que, no lo admitiría, le reconfortaba y le ofrecía paz.
Se concentró en eso porque el plan no le atraía en absoluto. Ni siquiera de niño le habían gustado los cuentos. Solo recordaba haber leído con auténtico interés "Los Cuentos de Beedle el Bardo" porque su padre se lo había prohibido y tampoco es que hubiera encontrado en ellos nada tan interesante para el severo castigo que tuvo que sufrir después.
—¿Alguien conoce alguna historia?
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¡Hola, magos y brujas!
Espero que estéis pasando un fantástico fin de semana. Y también que os haya gustado el capítulo de hoy. Sé que he tardado un poco más en publicar, pero lo cierto es que aún me quedan dos capítulos por escribir para acabar esta historia.
Sé lo que voy a escribir, pero sigue habiendo algo que me impide hacerlo de manera fluida y me he alejado un par de días de la historia para ver si descubría que era O.O Aún no lo tengo claro, pero quiero seguir trabajando para terminarla.
Ayer por la tarde fui a ver "Harry Potter y la Piedra Filosofal" al cine, porque la han repuesto por el 20 aniversario *__* Tengo que admitir que sentí emoción y que se me ponía la piel de gallina en algunas partes, a pesar de todo el tiempo que hace que la vi por primera vez. Sigue siendo una gran historia. Espero que eso me inspire para rematar esta historia de la mejor manera posible.
No es que crea en las señales ni nada de eso, pero mientras volvía a casa del cine en el metro me saltó una notificación de que Tom Felton (el actor que dio vio a Malfoy y ahora nos divierte en instagram) estaba haciendo un video en directo, y como aún me quedaban unas cuantas paradas de metro por delante lo estuve viendo. En fin, no se puede decir que ese chico recuerde ya, ni remotamente, al personaje jajaja, pero fue curioso.
Bueno, espero que os haya gustado el capítulo de hoy. Si es así, dejarme una estrellita y un comentario para que pueda saber vuestra opinión.
¡Muchos besotes para todos y todas!
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