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Cap. 4- Mefisto


―No me había dado cuenta de cuánto hacía que no venía por aquí.

En pie, sobre la acera, Brisa observó la pequeña parcela de jardín que adornaba la entrada frontal de la casa de los Parker.

―Tampoco es que te estuvieses perdiendo mucho, en fin, es Queens, ¿para qué ibas a querer venir? ―A su lado, Daphne hundió los hombros.

―No sé, Daph, tal vez porque el que era mi mejor amigo vive aquí, y básicamente lo dejé de lado cuando empezamos la secundaria ―apostilló su hermana, sin molestarse en disimular el deje sarcástico.

―Oh, venga, no te martirices por eso. Es ley de vida que los amigos de primaria se distancien en el instituto, teníais intereses diferentes, no hiciste nada malo ―repuso la rubia―. La popularidad tiene un precio, Bri, nosotras quisimos pagarlo, él no. Es así de simple.

Brisa se mordió la lengua para no dar rienda suelta a todo lo que esas palabras, en apariencia inocentes, agitaban en su interior. No quería herir los sentimientos de Daphne, por eso no le diría en voz alta que a veces sonaba más ridícula que un pantalón blanco en invierno.

¿De qué servían ahora todos los estúpidos esfuerzos por liderar la pirámide social? Una de ellas estaba muerta y la otra era la loca del instituto.

Para Daphne convertirse en la chica bonita, admirada y envidiada por todos había sido algo tan natural como respirar; tenía el aspecto, el carácter, la actitud... Pero para Brisa, estar a la altura de los estándares que su hermana había establecido en torno a las fabulosas mellizas Keller había resultado un auténtico suplicio.

Siempre había creído que algo en ella estaba absolutamente mal; sentía esa especie de oscuridad en su interior, ese algo que la impulsaba a actuar en busca de aceptación, continuamente, de un modo casi patológico. Era incapaz de lidiar con el fracaso, sobre todo si perjudicaba a las personas que amaba (categoría en la que, sin duda, Daphne ocupaba el pódium) por eso, durante años se había esforzado al máximo para no decepcionarla.

Para no decepcionarla, pero también para labrarse su propia reputación.

En vida, Daphne había brillado con luz propia, era de esas personas que atraía todas las miradas, una auténtica influencer; adorada por los chicos y envidiada por las chicas. Siempre el centro del drama, los cotilleos y los escándalos... En palabras de Daphne, daba igual lo que los demás dijeran o pensasen sobre ella, lo importante era que hablasen.

Para estar a su altura, Brisa había aprendido a ocultar sus inseguridades tras una perfecta máscara de altanería, sus miedos y ansiedad bajo capas de falsa indiferencia, somníferos y ansiolíticos. Y, como todo lo que empezaba, lo había hecho tan a conciencia que, años más tarde, ya no sabría decir hasta dónde llegaba la ficción y dónde empezaba la auténtica Brisa Keller.

Era un fraude, un espejismo creado a base de sacrificios y manías que ya nada importaban, pero que ahora formaban parte de ella.

―¿Bri? ―Daphne agitó una mano, tratando de llamar su atención―. ¿Estás bien?, ¿qué te pasa?

La aludida se limitó a asentir y suspirar. ¿Qué otra cosa podía hacer?, ¿decirle a su hermana fantasma que tenía los mismos problemas emocionales y de crisis de identidad que cualquier otro adolescente? No.

En comparación con Daphne, era afortunada, al menos estaba viva. Y eso solo provocaba que se odiase más a sí misma; porque, por mucho que había amado, y seguía amando a su melliza, no podía evitar recordar todas las ocasiones en las que había deseado que sucediese algo que cambiara las cosas, algo que le permitiese dejar de ser la sombra de Daphne Keller, algo que la ayudase a poder ser al fin ella misma... Fuese quién fuese esa persona.

―Estoy bien ―respondió, tras un breve silencio―. Voy a llamar, intenta no distraerme delante de Parker y su tía ―pidió en tono afable.

Aunque ya casi se había acostumbrado a compaginar la presencia de su hermana invisible ante los demás, en ocasiones aún le resultaba difícil fingir que no estaba ahí.

―Tranquila, seré un fantasma ―ironizó la rubia antes de esbozar una sonrisa de ánimo.

Brisa negó con la cabeza, resignada, pero devolviéndole el gesto casi con admiración. Por esos pequeños detalles Daphne era tan especial, ¿quién más sería capaz de frivolizar y bromear sobre su propia muerte?

Sin darle más vueltas, recortó la distancia que la separaba de la entrada y llamó al timbre. No tuvo que aguardar más que unos segundos antes de que May Parker abriera la puerta, recibiéndola con una expresión de sorpresa y alegría.

―¡Brisa!, ¡cuánto tiempo! ―La mujer la estrechó en un rápido abrazo a modo de saludo―. Estás preciosa, cielo, te estás convirtiendo en toda una mujer. Vamos, entra, no te quedes ahí. ―Se hizo a un lado, invitándola a pasar al interior de la casa.

―Gracias, señora Parker.

―May. ―Ella agitó una mano―. Ya lo sabes, lo de señora me hace ver vieja, aún falta mucho para eso.

―Claro, May. ―Brisa sonrió―. ¿Está Peter? Tenemos que terminar un trabajo...

―De Biología, ¿cierto? Ese por el que llegó tan tarde el viernes. ―May arqueó las cejas en una mueca divertida―. Peter está en su habitación; pasa sin miedo, yo tengo que salir a hacer unos recados, pero me ha encantado volver a verte, Brisa ―dijo, mientras tomaba su bolso del perchero y se lo echaba al hombro―. Avisadme si tenéis que estudiar hasta tarde y traeré algo para cenar los tres juntos, como en los viejos tiempos.

Con estas palabas se despidió de la adolescente, que no pudo evitar sentirse algo mal por lo que estaba a punto de hacer. May no sería tan amable con ella si supiera que pretendía chantajear a su sobrino.

―¿Te estás replanteando el plan? ―Quiso saber Daphne―. Esa mujer es adorable, hace que hasta yo me sienta culpable...

―No. ―Brisa negó, firme―. Vamos a averiguar quién te asesinó, Daph, eso es lo único que importa.

Dicho esto, recorrió con paso firme la escasa distancia desde el pequeño salón hasta la habitación de Peter.

La puerta se abrió incluso antes de que ella llegara a extender la mano hacia el pomo.

―¡Brisa! ―Peter arqueó las cejas. Su rostro denotaba una expresión de alerta, como si hubiera esperado encontrar alguna clase de peligro al otro lado del umbral, y no a una compañera de clase―. ¿Qué haces aquí? ―preguntó, no con brusquedad, sino con auténtica curiosidad.

―Me has mandado quince whatsapp y dos mensajes de voz. ―La chica se llevó una mano a la cintura―. Querías hablar, ¿no? Pues hablemos.

Peter asintió, aún algo extrañado. Lo que había vivido con Brisa dos días atrás en el instituto sin duda ocupaba un alto escalafón entre las situaciones más raras de su vida, sin embargo, lo último que esperaba era que ella se presentase en su casa.

―Perdona el desorden ―dijo, invitándola a pasar al interior de su cuarto―, estaba estudiando.

Brisa no pudo evitar la tentación de tomarse unos segundos para pasear la mirada por la habitación donde tanto habían jugado cuando eran niños. Las paredes seguían decoradas con los mismos posters sobre convenciones científicas y películas de ciencia ficción, las estanterías estaban repletas de libros, discos de grupos de los ochenta y figuritas de los personajes de Star Wars... Todo permanecía prácticamente igual, el único cambio significativo se encontraba en el rincón dedicado a la colección de tecnología vintage que Peter recolectaba y restauraba desde pequeño, ahora más amplia que cuatro años atrás.

―¡Dios!, Parker es más nerd de lo que creía posible ―dijo Daphne.

Brisa no reaccionó a la intervención de su hermana; lo extraño habría sido que no hubiese comentado nada sobre los gustos de Peter; a diferencia suya, Daphne nunca había estado en casa de los Parker, y criticar todo lo que se salía de su idea sobre una buena decoración era uno los hobbies predilectos para la mayor de las mellizas...

Con toda la confianza del mundo (que ni de lejos sentía, pero que necesitaba aparentar), Brisa se dejó caer en la silla giratoria junto al escritorio y cruzó las piernas, para luego mirar a Peter como si tratara de leerle el pensamiento. ¿Por dónde debía empezar?

―Entonces, ¿cómo estás? ―Peter rompió el repentino silencio. Estaba en pie frente a ella, con la espalda apoyada contra la pared opuesta mientras jugueteaba con sus manos en un ademan nervioso―. Perdón si fui algo insistente con los mensajes, estaba preocupado... No entiendo por qué aparecieron los golem, ni siquiera creo que se llamen así, solo me pareció que les pegaba ese nombre... Y bueno, tampoco se ha dicho nada en las noticias sobre el destrozo en las instalaciones del instituto... ―Se mordió la lengua. Aunque ese primer asalto había podido manejarlo por su cuenta (y con la oportuna colaboración de Nightwing), estaba convencido de que no sería el último.

Un par de seres sobrenaturales no salían de la nada para asustar a dos adolescentes y luego desaparecer.

Era consciente de que debía hablarlo con el señor Stark, sin duda el vengador querría saber de la presencia de criaturas fantásticas en su ciudad... Pero, en lugar de contactarlo inmediatamente, había estado posponiendo la llamada todo el fin de semana. Necesitaba hablar con Brisa primero, su instinto le decía que ella estaba implicada de algún modo. Había visto a aquel golem cargársela al hombro, como si pretendiera secuestrarla... y luego estaba la cuestión de su sentido arácnido, que parecía volverse loco cada vez que ella aparecía.

Algo oscuro acechaba a la menor de las Keller. Esa idea rondaba su cabeza desde la noche del viernes, taladrándole el cerebro, privándole del sueño... Fuera lo qué fuera, pensaba averiguarlo.

Era su deber como Spiderman proteger a los habitantes de Nueva York.

―Yo estoy bien, el que se quedó atrapado en el aula de informática con esa cosa fuiste tú ―respondió ella, esquivando así la cuestión de que nada de lo sucedido había aparecido en los noticieros; sabía que Dick se había encargado de encubrirlo todo―. Es casi un milagro que salieras ileso.

―Bueno, ya sabes, apareció Spiderman, tuve suerte... y luego Nightwing...

Brisa inspiró profundamente, se sentía incapaz de continuar con tantos rodeos.

―Peter, sé que Spiderman no llegó a rescatarte por casualidad ―atajó y, antes de que él pudiera poner alguna réplica, volvió a tomar la palabra―. Sé que tú eres Spiderman.

―¡Qué! ―repuso él, en un tono exageradamente agudo―. ¿Yo?, ¿Spiderman? No, no, ¿cómo voy a ser Spiderman? Qué va, ya me gustaría...

―El maletín del armario ―señaló Daphne, que durante la breve conversación había aprovechado para sacar partido de su intangibilidad, buscando en el pequeño dormitorio la prueba irrefutable para el chantaje.

Brisa asintió casi imperceptiblemente, para luego volver a dirigirse al chico.

―Entonces no te importará abrir el maletín que hay en tu armario, ¿verdad?

Peter no respondió, tan solo tragó en secó y abrió mucho los ojos. ¿Cómo diablos se había enterado Brisa?

―Necesito que hagas algo por mí, Peter ―continuó ella, con tal firmeza y aplomo que hasta se sorprendió a sí misma―. Y si quieres que tu identidad como superhéroe enmascarado siga siendo un secreto, más te vale no negarte.

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Dick Grayson siempre había respetado las decisiones de Bruce Wayne en lo que al mundo superheroico concernía... Pero que las respetase no implicaba que las compartiese. De hecho, habían sido esas diferencias, cada vez más constantes, las que lo habían impulsado a desvincularse de Batman y tratar de labrarse su propia identidad como Nightwing.

Aun así, no solía cuestionarlo; por mucho que rechazara el secretismo que siempre acompañaba a su antiguo mentor, se había acostumbrado a morderse la lengua y buscar las respuestas por sí mismo.

A golpe de experiencia se había convertido en el mejor detective de su generación

Por eso, no era de extrañar que un fin de semana investigando por su cuenta le hubiera bastado para rellenar muchos de los huecos que Henry y Bruce habían dejado vacíos al proponerle la misión. Todavía desconocía la identidad del asesino de Daphne y otras cuestiones de vital importancia... Pero tenía suficiente información para encarar a Henry y exigirle unas cuantas explicaciones que sin duda merecía.

―¿Por qué no me lo dijisteis? ―Sin molestarse en llamar primero, pasó al interior del despacho del señor Keller, cerrando la puerta a su espalda.

El hombre dejó a un lado el papeleo que estaba atendiendo y le devolvió una mirada de curiosidad y sorpresa al joven.

―Necesito algo más de contexto para responder a esa pregunta ―contestó, enarcando una ceja.

Dick se obligó a sí mismo a respirar hondo antes de apoyar las manos sobre el escritorio de madera de roble e inclinarse ligeramente hacia delante, para mirar a su interlocutor con una expresión que no dejaba lugar a evasivas.

―Porque no me dijisteis que mi madre también era una Maestra de las Artes Místicas.

El semblante tranquilo de Henry Keller no varió un ápice, sin embargo, un brillo de impresión asomó a sus ojos. La perspicacia de Dick no dejaba de sorprenderlo.

―Mary y John preferían que no lo supieras, querían que tuvieras una infancia lo más normal posible ―respondió, manteniendo el tono calmado―. Bruce y yo solo respetamos sus deseos. Aunque siempre supimos que tarde o temprano acabarías descubriéndolo, igual que cuando tenías trece años averiguaste que...

―Que Mary y John Grayson no son mis padres biológicos ―completó el chico, dejándose caer en el sillón frente al escritorio.

Recordaba a la perfección el desconcierto que había sentido cuando, siendo aún un adolescente, mientras investigaba sobre el asesinato de sus padres, había terminado descubriendo que su verdadera madre era Helena Grayson, la difunta esposa de Henry Keller, la madre de las mellizas que tantas veces había cuidado.

Hacía años que sabía de su parentesco con Daphne y Brisa, por eso siempre había guardado un afecto especial hacia ellas, por eso no estaba dispuesto a implicar a Brisa en sus investigaciones, en su venganza, ni siquiera si eso implicaba que ella terminara odiándolo; estaba dispuesto a asumir el riesgo. Cuidaría de Brisa y encontraría al asesino de Daphne. Era lo que un hermano mayor debía hacer.

―Pero ya no soy un niño, Henry ―Dick retomó la palabra―. Me pedisteis que protegiera a Brisa y acepté, pese a la falta de información, sabes que nunca me negaría a algo así. Pero esta vez no es por mí, es por ella, y por Daphne. La vida de tu hija está en juego, hace dos días la atacó una criatura de otra dimensión y, si mis sospechas son ciertas, no será la única. Basta de secretos.

El hombre se puso en pie y fue derecho hacia el mueble bar ubicado entre los dos ventanales de la pared. Necesitaba una copa antes de seguir con esa conversación.

―Creía que podría encargarme yo solo, sin poner a nadie más en peligro, pero después de lo de Daphne, Bruce me convenció para aceptar su ayuda con la investigación, y también para traerte a ti para que vigilases a Brisa... No sé ni por dónde empezar.

El aludido lo siguió con la mirada; Henry aún permanecía semi apoyado sobre la esquina del mueble bar. Dick siempre había considerado al padre de las mellizas una persona admirable, conocía parte de su pasado, sabía lo mucho que había sufrido y cómo, a pesar de todo, había seguido adelante, por el bien de sus hijas...

Poco veía ahora del hombre fuerte y luchador que había superado la pérdida de dos esposas y se había consolidado como uno de los empresarios más poderosos de Nueva York. El Henry Keller que ahora tenía ante él estaba completamente roto, destrozado.

―Entiendo que quieras proteger a Brisa, y que quisieras protegerme a mí manteniéndome al margen, pero, como ya te he dicho, no soy un niño. Puedo hacer mucho más si sé toda la verdad ―respondió―. Empieza por el principio.

Tras una profunda inspiración, Henry tomó la copa que acababa de servirse y regresó al escritorio, sin embargo, no tomó asiento, permaneció en pie, frente a su interlocutor.

―Ya sabes que tu madre, Helena, y yo nos conocimos en Nepal, hace muchos años cuando ambos buscábamos una forma de recuperarnos de nuestro pasado.

Dick asintió, esa parte de la historia no le era desconocida. Bruce y el propio Henry ya le habían confesado años atrás que el motivo por el cual Helena había renunciado a su custodia no era por falta de amor, sino por la fuerte depresión postparto en la que había caído nada más nacer él.

Al parecer, su padre biológico fue una especie de capullo maltratador que le hizo la vida imposible a su madre durante los meses que duró la abusiva relación, para luego dejarla abandonada en cuanto se enteró del embarazo. Después de aquello, Helena no estaba preparada psicológica ni emocionalmente para criar a un niño, de modo que Dick fue adoptado por su tío biológico, John Grayson, y su esposa, Mary, quienes lo criaron como a su propio hijo.

Helena se marchó de Gotham, pues necesitaba sanarse a sí misma y superar sus demonios internos para poder regresar a la vida de Dick como una buena madre y no como una persona rota.

―Siempre pensé que ella se había recuperado en alguna clase de retiro espiritual, pero no como tú en...

―Kamar-Taj ―completó Henry―. Sí, Dick, tu madre era aprendiz de las Artes Místicas, de hecho, ya era una de las más talentosas cuando yo llegué para superar la muerte de mi primera esposa. ―Una sonrisa melancólica asomó a sus labios―. Helena y yo compartimos seis años en Kamar-Taj, aprendimos juntos, sanamos nuestras almas y nos enamoramos.

Dick ladeó la cabeza. Hacía mucho que estaba al tanto del talento de Henry Keller para el misticismo y la magia (ese era uno de los motivos por los que él y Bruce tenían tan buena relación, cada uno protegía el secreto del otro), talento que, según tenía entendido, no practicaba desde el nacimiento de las mellizas... Pero ninguno de los dos, ni Bruce ni Henry, le habían contado que también Helena había sido una hechicera.

―Tú ya tenías siete años cuando regresamos al mundo real, eras feliz con John y Mary. Helena no quería hacer nada que pudiera alterar esa felicidad, pero siempre estuvo pendiente de ti. Créeme, no hubo un solo día desde que volvimos que no preguntara por ti, que no quisiera ir a verte ―continuó Henry―. Te quería de verdad, fue poco tiempo el que pudo compartir contigo, pero la hiciste muy feliz, Dick.

El chico solo asintió en silencio. Tenía vagos recuerdos de Helena; la veía en su mente como aquella amiga de sus padres que solía ir a visitarlo los fines de semana, siempre con regalos... Pero, tal y como Henry había dicho, aquello duró poco, apenas unos meses, pues Helena se quedó embarazada de las mellizas y, el día del parto, fue el día de su muerte.

Dick sacudió la cabeza. No era momento para dejarse arrastrar por la nostalgia de sus memorias infantiles.

―Lo que quiero saber, lo que necesito saber ―recalcó―, es qué pasó el día que mi madre falleció.

Henry se dejó caer en el sillón frente al escritorio. Estaba cansado de hacerse el fuerte, derrotado. Recordar dolía demasiado.

―Cuando Helena aún estaba embaraza, los médicos nos advirtieron de que las niñas tenían... ese problema cardíaco. Las dieron por perdidas, dijeron que haría falta un milagro para que todo saliera bien. ―Cerró los ojos y apretó el vaso de whisky entre sus dedos―. Pero Helena y yo no quisimos escuchar, y seguimos adelante.

―Henry... ―La voz de Dick asomó en un susurro ahogado desde su garganta.

―Daphne y Brisa nacieron muertas ―sentenció el hombre.

Dick casi pudo sentir como la sangre abandonaba su rostro, dejándolo blanco, pálido. Aunque sus investigaciones lo habían llevado a elucubrar alguna clase de conspiración sobrenatural relacionada con el nacimiento de las niñas, aunque sabía que ahí se encontraba la clave de todo lo que estaba pasando... Eso era demasiado.

Tragó saliva. Ahora no podía echarse atrás. Necesitaba saber la verdad.

―¿Qué hicisteis? ―inquirió, en el tono más neutral que fue capaz de formular.

Henry se reclinó hacia atrás, a la par que se llevaba dos dedos al puente de la nariz.

―No podíamos perderlas. Sé que fue un error, pero si tuviera que regresar atrás en el tiempo, volvería a cometerlo. ―Exhaló, como si con esa confesión algo más se hubiese liberado de su interior―. Eché a los médicos de la sala, de toda la planta del hospital. Helena y yo nos quedamos solos con los cuerpos de las niñas.

»Tu madre quería realizar el ritual ella misma, era más poderosa que yo, tenía un don natural para la magia ―continuó―, pero estaba demasiado débil por el parto, así que me negué.

―¿Ritual?

―Una invocación ―respondió el hombre―. Existen cientos de dimensiones paralelas a la nuestra, pero solo en una podíamos encontrar lo que necesitábamos... Tal vez hayas oído hablar de Mefisto, es un demonio, amo de su propia dimensión.

Dick sacudió la cabeza, incrédulo.

―¿Invocasteis a un demonio para devolverle la vida a las niñas?

Henry se limitó a asentir en un gesto seco. De nada servía negar la realidad.

―Mefisto tiene el poder de devolver las almas recién perdidas de la muerte, era el único que podía ayudarnos.

―Pero quería algo a cambio ―adivinó Dick.

―Tú lo has dicho. ―Henry exhaló un suspiro―. Hace siglos, la Ancestral logró realizar un hechizo para impedir la entrada de Mefisto a nuestra realidad más allá de un círculo de invocación. El pacto que negociamos le otorgaba la posibilidad de romperlo.

―¿Cómo?

―Mefisto devolvió las almas de las mellizas a sus cuerpos, sin embargo, dejó parte de su esencia enlazada a ellas. Convirtió a mis hijas en su llave y ancla a nuestro mundo. Mientras ellas siguieran vivas, él no podría entrar, pero llegado el momento, exigía que se realizase otro ritual místico en el que ellas serían el sacrificio que le abriría las puertas.

Dick abrió los ojos desmesuradamente. Quería aclarar sus dudas, formular una pregunta que arrojara algo de sentido sobre toda esa locura..., pero nada semejaba lo suficientemente coherente.

―¿Cómo pudisteis aceptar eso?

―Sé que suena descabellado ―repuso Henry―, pero Mefisto negociaba desde una posición de desventaja. Ni siquiera un demonio interdimensional puede jugar con la muerte sin enfrentar las consecuencias. Al resucitar a las niñas y ligar parte de su esencia a ellas, él quedó sumamente debilitado. Restaurar todo su poder le llevaría dieciséis años, y eso fue lo que nos ofreció. Según el pacto, el día del dieciséis cumpleaños de las mellizas se consumaría la fecha límite para el sacrificio.

―Creísteis que podríais engañarlo ―comprendió Dick―. Mientras Daphne y Brisa estuviesen vivas, Mefisto no podría salir de su dimensión. Lo único que teníais que hacer era no cumplir esa parte del trato, no realizar el sacrificio.

―Exacto. ―Henry asintió―. Parecía sencillo, Helena y yo pensamos que teníamos ventaja en la negociación, y nos confiamos. Nadie más aparte de nosotros sabía del acuerdo y, desde luego, ninguno de los dos estaba dispuesto a sacrificar a las niñas..., se suponía que estarían a salvo. Solo restaba firmar el pacto, pero para eso era necesario otro hechizo, y yo ya había gastado toda mi energía con la invocación... ―Inspiró hondo. Si de algo se arrepentía, era de lo que venía a continuación―. Tu madre fue quién selló el acuerdo, pero Mefisto nos la jugó; había incluido una cláusula oculta, el hechizo que sellaba el pacto consumía también a quién lo realizaba.

»Se llevó el alma de Helena para asegurarse de que yo cumpliría con mi parte del trato. Dijo que me la devolvería en dieciséis años, cuando yo sacrificase a las mellizas... Fui un estúpido, creí que podía engañar al demonio, y perdí a la persona que más amaba.

Dick se había quedado sin palabras. Era demasiada información para asimilar. Sin ser apenas consciente de sus actos se puso en pie y comenzó a caminar de un lado a otro del despacho, bajo la atenta mirada de Henry Keller.

―Pero, aun así, no lo hiciste ―soltó al fin el chico, parándose junto a la ventana―. No realizaste el sacrificio.

―No ―contestó Henry, en tono solemne―. Nunca me perdonaré lo que le pasó a Helena, Dick, ella fue... aún es el gran amor de mi vida, la extraño cada día que pasa... Pero sé que ella no habría querido que yo asesinase a nuestras hijas para traerla de vuelta.

―Lo entiendo. ―Dick se sorprendió a sí mismo al pronunciar esas palabras. Era duro, demasiado, sin embargo, comprendía la difícil decisión que Henry había tenido que tomar. Simplemente no podía juzgarlo―. Entonces, el asesinato de Daphne está relacionado con todo esto. Alguien debió de haberse enterado del pacto que hicisteis, alguien que quiere traer a Mefisto a nuestra realidad. Por eso ha ido a por Daphne, y por eso ahora persiguen a Brisa, necesitan completar el ritual... ¿No tienes idea de quién podría ser?

Henry negó con la cabeza.

―No, solo sé que tiene que ser alguna clase de hechicero. El modo en que murió Daphne y lo que me contaste sobre las criaturas interdimensionales que os atacaron en el instituto... Es obra de la magia, no hay duda. ―Inspiró hondo―. Sea quién sea, lo averiguaré, y juro que deseará no haber nacido.



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Hello, hermosuras <3

Antes de nada quiero disculparme por la tardanza, me gustaría poder actualizar con más frecuencia, pero la vida real simplemente no me deja, así que solo puedo pedir paciencia, y que ojalá las esperas merezcan la pena.

Este capítulo ha sido super importante, como ya imaginaréis, pero no solo la segunda escena, que, obvio, es clave xD, también la primera tiene información muuuuy relvante sobre Brisa y sobre cosas que sucederán en el futuro. Espero que os haya gustado. ¿Alguien se esperaba todo este rollo con la invocación y Mefisto? Ahora que eso ha salido a la luz, pueden empezar las teorías sobre quién habrá sido el asesino 😆

BTW Mefisto es un personaje canon en los comics de Marvel, y la verdad que lo que se menciona de él aquí es muy próximo a lo canon, o sea, he cambiado muy poquitas cosas para adaptarlo a Covenant. Más adelante se verá más de él, en resumen el Mefisto de este fanfic será una especie de fusión entre el Mefisto de los comics y otro personaje canon de Marvel, Sattanish.

Por cierto, no sé si os habéis fijado, pero en los apartados de introducción, cast y epígrafe hay nuevos y preciosos gifs, podéis ir a echarles un vistazo si gustáis ^^

Muchos besos y nos vemos en el próximo.

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