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Cap. 2- Dick Grayson

¡¡Importante leer nota final!!

Pd.: en multimedia imagen de Nightwing con su traje.

Introduciendo a Chris Pine como Henry Keller

Y Brenton Thwaites como Dick Grayson


―Hemos llegado, señorita.

La voz de Miles, el chófer de su familia, sacó Brisa del adormecimiento en el que había caído durante el trayecto desde el instituto hasta su casa.

Frotándose los ojos, se enderezó en el asiento trasero y abrió la puerta del auto que, como siempre, la había dejado frente al portal de su edificio, el 1136 de la Quinta Avenida.

―Gracias, Miles, hasta mañana ―dijo, asomándose un segundo a la ventanilla delantera para despedirse del amable hombre que se ocupaba de llevarla a cualquier sitio desde que tenía memoria.

Aunque había cumplido los dieciséis unas semanas atrás, sacarse la licencia de conducir no era algo que entrara en sus planes inmediatos. Consideraba que tener auto propio en Nueva York era una soberana tontería, sobre todo teniendo en cuenta la ausencia de espacio para aparcar en cualquier zona céntrica. Por norma general, solo aquellos que debían salir de la ciudad a diario usaban vehículos personales, el resto de neoyorkinos preferían el transporte público, las bicicletas y, por supuesto, los muy codiciados taxis.

El portero de su edificio la reconoció nada más traspasar el umbral. Ataviado con el elegante uniforme que se exigía para trabajar en todos los edificios del Upper East Side, el hombre se encaminó a la puerta del ascensor y pulsó por ella el número treinta y dos.

―Buenas tardes, señorita Keller. ―Inclinó la cabeza a modo de saludo―. Espero que haya tenido un buen día en el instituto.

―Buenas tardes. ―Brisa pasó al interior del ascensor tratando de evitar la mirada del hombre. No quería que nadie viera el feo moretón que ya se hacía notar en su frente―. Lo he tenido, muchas gracias. Hasta mañana.

En cuanto las puertas se cerraron dejándola sola, se volvió hacia el espejo al tiempo que sacaba el maquillaje de su bolso.

―Vas a necesitar algo más que corrector para cubrir eso ―comentó Daphne, presentándose de repente tras ella.

Brisa ni siquiera se sobresaltó. Cada vez se sorprendía menos con las súbitas apariciones de su hermana. Seguía siendo raro e inexplicable, pero empezaba a acostumbrarse. A fin de cuentas, vivían en un mundo protegido por héroes como Thor o el Capitán América, un mundo que ya había sido atacado por extraterrestres y robots asesinos... Que ella pudiera comunicarse con un fantasma no era lo más extraño que había pasado en los últimos años.

―¿A dónde vas cuándo no estás conmigo? ―quiso saber, aún concentrada en la tarea de extender el maquillaje por la zona lesionada.

Daphne arrugó la nariz.

―A veces a cualquier sitio, otras, es como si me durmiera, todo se vuelve negro ―chasqueó la lengua―. No sabría explicarlo. ―Se encogió de hombros―. Ponte polvos, dan un mejor acabado.

Brisa se apresuró a seguir el consejo de su hermana. A pesar de que su hogar ocupaba los últimos tres pisos en un edifico de treinta y cinco, el ascenso era rápido.

―¿Qué tal? ―preguntó, cuando el marcador mostraba ya el número veintinueve.

―Pasable. ―Daphne asintió―. Pero que conste que no estoy de acuerdo con esconderlo. Roxanne Morgan merece una lección, deberías decírselo a papá.

―Papá ya tiene demasiadas preocupaciones, Daph. ―Brisa exhaló un suspiro.

Ninguna dijo nada más. Las puertas del ascensor volvieron a abrirse, dejándolas justo a la entrada de su casa. Brisa apenas tuvo tiempo de guardar el estuque de maquillaje en el bolso antes de que Teresa saliera a recibirla al vestíbulo.

―Cielo, tu padre te espera en el salón. ―Un gesto de apremio teñía el rostro de la mujer.

Daphne intercambió una mirada de extrañeza con su hermana.

―¿Papá está en casa? Si solo son las ocho. ―Brisa arrugó la frente. Normalmente su padre no regresaba de Wall Street hasta las diez de la noche, o incluso más tarde.

―Tenéis visita ―explicó Teresa, en un deje un tanto misterioso.

La expresión de confusión se acrecentó en el rostro de la adolescente, sin embargo, no dijo nada. Como de costumbre, le entregó el abrigo al ama de llaves y se encaminó al salón principal.

Dos figuras masculinas estaban apostadas en pie, de espaldas a ella, frente a uno de los enormes ventanales con vistas a la zona norte de Central Park.

―Papá ―Brisa llamó la atención de su progenitor, quien no tardó en volverse hacia ella.

―Princesa, te estábamos esperando para cenar. ―Henry Keller posó el vaso de bourbon que tenía en la mano sobre la repisa de la chimenea y se acercó a su hija para darle un rápido abrazo.

Brisa sonrió, la barba estratégicamente recortada de su padre le había hecho cosquillas en la mejilla. Cuando se separaron no pudo evitar fijarse en lo apagados que se veían sus ojos azules. Estaban así desde la muerte de Daphne.

―Te ves horrible, papá ―señaló Brisa, con una mueca burlona.

―Gracias, cielo. ―El hombre dejó escapar una breve carcajada.

Brisa sonrió, satisfecha al haber logrado su propósito.

Lo cierto era que Henry Keller difícilmente podría verse horrible. A pesar de que rebasaba la cuarentena, seguía siendo un hombre tremendamente atractivo, de esos que las mujeres inexorablemente volteaban a mirar una vez que pasaban de largo.

A todo el mundo le sorprendía que el codiciado empresario de oro de Nueva York no se hubiese vuelto a casar después de enviudar. Solamente los que lo conocían de verdad sabían que el corazón de Henry Keller estaba demasiado herido como para abrirse a otra relación.

Tan solo contaba con veinticuatro años cuando perdió a su primera esposa en un accidente de tráfico. Según Brisa había oído, ese terrible golpe provocó que su padre lo abandonara todo, su vida en Nueva York, su trabajo, su herencia... Durante seis años prácticamente desapareció de la faz de la Tierra. Necesitaba reencontrarse a sí mismo, recuperar las ganas de vivir. Cuando regresó, venía acompañado de la que sería su segundo y último gran amor, Helena, la madre de las mellizas.

Tras eso, se sucedieron algunos años de auténtica felicidad para la pareja, sin embargo, Helena falleció al dar a luz a las niñas, dejando a Henry desolado por segunda vez.

Tanto Brisa como Daphne se habían enterado de esa historia a través de terceros, pues su padre nunca hablaba de ello. En todas las ocasiones en que alguna de las dos le había preguntado por qué no tenía novia, él respondía lo mismo: ellas eran sus chicas, no necesitaba a ninguna otra.

―¿Qué haces en casa tan pronto? ―inquirió Brisa, asomando la cabeza por encima del hombro de su padre, para clavar la mirada en su misterioso invitado.

Se trataba de un joven de unos veintidós o veintitrés años, de pelo castaño alborotado y ojos marrones iguales a los suyos, idénticos para ser exactos. Vestía un conjunto de camisa negra formal, remangada hasta los codos, y pantalones vaqueros; aun así, las prendas no ocultaban un cuerpo atlético y musculado. Era guapo, muy guapo, y la adolescente hormonal que había en Brisa lo notó.

Tuvo que morderse la lengua para no volverse hacia Daphne, que seguía a su lado, y compartir algún comentario cómplice sobre la presencia de semejante monumento en su salón.

Sin embargo, lo que más le llamó la atención no fue el físico del chico, sino la sensación que le transmitió en cuanto sus ojos conectaron. Le resultaba terriblemente familiar, como si lo conociera de antes, pero no era capaz de ubicarlo.

―Qué pasa, pioja. ―Él esbozó una sonrisa ladeada―. ¿No te acuerdas de mí?

¿Pioja? Solo una persona solía llamarla así. Pero ese no podía ser...

―Claro que se acuerda. ―Una mueca divertida asomó al rostro de Henry Keller.

―Dick Grayson. ―Brisa asintió, sorprendida.

Imposible olvidar al hijo adoptivo de Bruce Wayne. Sin embargo, casi no lo había reconocido, estaba demasiado cambiado. La última vez que se habían visto, ella tendría unos doce años y él diecinueve. De pequeños coincidían muy a menudo en las reuniones y fiestas a las que asistían sus respectivos padres. Dick había sido su primer crush, y el de Daphne.

―Tú también has crecido mucho, pioja ―comentó el chico, como si le hubiese leído la mente, para luego dibujar una expresión mucho más solemne―. Lamento mucho lo de Daphne, y también siento no haber podido asistir al entierro, tuve que quedarme en Gotham atendiendo unos asuntos urgentes de Wayne Enterprise para que Bruce pudiera venir.

―No te preocupes, lo sabemos. ―Henry posó una mano en el hombro del joven. A continuación, se volvió hacia su hija―. Dick se va a quedar con nosotros una temporada, le han ofrecido un puesto de trabajo en Nueva York.

Brisa arqueó las cejas.

―¿En serio?, ¿dónde? ―preguntó, con auténtica curiosidad.

―Oh, te va a encantar. ―Dick volvió a sonreír―. En tu instituto. Seré tu nuevo profesor de Literatura.

Al lado del chico, Henry esbozó una mueca de satisfacción.

Brisa no pudo evitar pensar que estaba todo calculado. Tendría a Dick pegado a sus talones tanto en el instituto como en casa... Se apostaba toda su colección de vinilos a que era una estratagema de su padre para mantenerla vigilada.

Al parecer, ella no era la única que se había vuelto paranoica con el fallecimiento de Daphne...

De súbito, una idea inquietante cruzó su mente. ¿Y si su padre también sospechaba que había algo raro en la muerte de su hermana?

Tuvo que morderse el interior de las mejillas mientras seguía a los dos hombres hasta el comedor, donde Teresa ya había servido la cena. Ahora no podía quitarse ese pensamiento de la cabeza y, si estaba en lo cierto, era muy probable que su padre supiese algo que ella no.

Henry era un buen hombre, que vivía por y para sus hijas, nunca sospecharía de él, pero sí de su entorno. Su padre trabajaba con las empresas más ricas e importantes del mundo... Trataba con gente poderosa, y el poder siempre acarreaba peligro.

Brisa siguió usando el tenedor para remover las verduras del plato que tenía en frente, no obstante, su mente estaba muy lejos, en las oficinas de su padre en Wall Street.

Al fin tenía una idea para empezar a investigar.

---

Literatura no era la materia favorita de Peter Parker, ni mucho menos. Se las apañaba para sacar buenas notas a base de horas de estudio, pero él era un chico de ciencias, eso lo tenía claro.

No como su compañera Michelle... Y todas las chicas de su clase.

Desde la incorporación del nuevo profesor, esa misma mañana, Literatura se había convertido en la asignatura favorita de toda la población femenina del Midtown High.

En ese instante, el señor Grayson dibujaba una línea de tiempo en la pizarra, señalando las obras más importantes desde el renacimiento isabelino hasta el barroco, acompañado por un coro de suspiros mal disimulados y miradas embelesadas.

―Parece muy joven para ser profesor ―le susurró Ned, sentado a su lado.

Peter se encogió de hombros. Él también lo había pensado, no obstante, prefería no dejarse llevar por las teorías conspiratorias de su mejor amigo. Bastante tenía con la sensación de alerta que invadía su sistema cada vez que se acercaba a Brisa Keller.

En ese momento, la chica se encontraba sentada dos filas por delante de la suya, junto a Michelle Jones. Ambas hablaban en voz baja, e incluso juraría que las había visto compartir alguna sonrisa. Eso sí que era raro, ¿desde cuándo esas dos se llevaban bien?

―Oye, Ned, ¿has visto eso? ―señaló a las dos chicas.

―Raro ¿verdad? ―El aludido asintió―. Al parecer, anteayer Roxanne Morgan y otras chicas acorralaron a Brisa en los baños. MJ llegó antes de que pasara algo grave.

―¿Michelle te ha contado eso? ―Peter arqueó las cejas, entre sorprendido y molesto. Morgan era incluso peor que Flash. ¿Cómo se atrevía a hacerle eso a Brisa?, por si fuera poco, el mismo día en que ella se reincorporaba a las clases tras la muerte de su hermana... Había que ser cruel, y un completo insensible.

―Claro que no, pero esto es el Midtown High, los cotilleos vuelan. ―Ned hundió los hombros―. Tío, todo el mundo habla de eso. Creo que ser Spiderman te tiene demasiado ocupado.

Peter no lo negó.

Quince minutos más tarde, el timbre que anunciaba el final de la clase estalló en el aula. Como era costumbre, los alumnos recogieron su material a toda prisa y salieron por la puerta en estampida.

Brisa, a diferencia de la mayoría, no tenía intención de correr. Había decidido aprovechar que era viernes y que casi no había actividades extraescolares para encerrarse en el aula de informática e investigar un poco sobre las actividades de la empresa de su padre. Prefería hacerlo desde el instituto, para no dejar rastro en su ordenador personal.

―Pioja, te llevo a casa. ―Dick se acercó a su mesa, donde ella todavía guardaba su colección de bolígrafos de colores con toda la calma del mundo.

―No me llames así aquí ―repuso Brisa, con las mejillas rojas.

El chico dejó escapar una carcajada.

―Está bien, lo intentaré, pero no prometo nada. ―Se encogió de hombros―. Te espero en el aparcamiento. Tu padre ya le ha dicho a Miles que a partir de ahora vendrás conmigo al instituto.

Brisa arrugó la frente. Si le quedaba alguna duda sobre si Dick había reaparecido en su vida para hacer de guardaespaldas, estaba más que resuelta. No obstante, se guardó los comentarios al respecto, no le interesaba que esos dos supieran que ella sospechaba de su complot para sobreprotegerla.

―No tenía pensado irme aún, necesito usar el aula de informática para un trabajo.

―Puedes hacerlo en casa. ―Dick se cruzó de brazos y enarcó una ceja con suspicacia.

―Es que tengo que hacerlo aquí, es con un compañero... ―Miró a su alrededor, buscando un chivo expiatorio. El único que todavía no había abandonado el aula era Peter―. Con Parker.

El mencionado levantó la cabeza del cuaderno al escuchar su nombre. Se había distraído tanto con el asunto de su sentido arácnido que había olvidado copiar la última parte de la explicación.

―¿Qué?, ¿me llamabais?

―El trabajo de Biología, tenemos que terminarlo en el aula de informática antes de irnos ―respondió Brisa, suplicándole con la mirada que le siguiera el juego.

―Ah, sí, sí claro. ―Peter asintió, a la par que guardaba sus cosas en la mochila.

Brisa le sonrió agradecida y se puso en pie, echándose el bolso al hombro.

―¿Cuánto vais a tardar? ―quiso saber Dick.

Tal vez hubieran pasado unos cuantos años desde que solía hacer de niñero forzado de las mellizas Keller, sin embargo, las reuniones de empresarios que sus padres frecuentaban en aquella época eran eternas; tiempo de sobra para llegar a conocer a esas niñas mejor que bien. Sabía que Brisa no era tan manipuladora como sí lo había sido Daphne, pero tenía su punto. Era consciente de que trataba de embaucarlo.

―No lo sé, puede que mucho. ―Brisa se encogió de hombros―. Mejor vete a casa, yo cogeré el bus.

―No, ni hablar. Tu padre no quiere que vuelvas sola. Te esperaré en mi despacho.

―Dick, ¡por Dios!, no soy un bebé. ―Brisa puso los ojos en blanco―. No me va a pasar nada.

―Yo la acompañaré, señor Grayson ―intervino Peter, algo cortado, pero convencido de sus palabras.

Tras unos instantes de miradas de suspicacia, el joven pareció darse por vencido.

―Está bien, pero quiero que me llames en cuanto terminéis.

―Tranquilo, no hay de qué preocuparse. ―Brisa sonrió. Casi instintivamente tomó la mano de Peter y lo arrastro con ella fuera del aula, lejos del escrutinio paranoico de Dick.

En cuanto estuvieron en las escaleras interiores, ya fuera del radar, la chica soltó a su compañero con un gesto de disculpa.

―Siento haberte involucrado.

―No pasa nada. ―Peter negó con la cabeza―. ¿El profesor Grayson y tú sois familia? Lo digo por lo de antes... ―inquirió, llevándose una mano a la nuca.

―Algo así, es el hijo de mi padrino. ―Brisa exhaló un suspiro de resignación―. Está viviendo en mi casa de momento, no sé hasta cuando, la verdad. ―Se encogió de hombros―. En fin, gracias por no delatarme, no quiero robarte más tiempo.

Peter lo meditó un instante. Le había seguido el juego porque era lo que le había salido en el momento; quedarse más tiempo era una tontería. El supuesto trabajo de Biología era una mera ficción y él tenía un montón de obligaciones por cumplir... Pero algo en su interior le gritaba que no desaprovechase la oportunidad. Tal vez un rato a solas con Brisa Keller le valiese para averiguar qué rayos pasaba con su sentido arácnido.

Sentido que en ese momento estaba apagado... ¡Pero podía encenderse en cualquier momento!

―En realidad, yo también necesito usar el aula de informática ―comentó, tratando de sonar casual―. El ordenador de mi tía es tan viejo que aún usa el Windows 98.

Brisa arqueó las cejas. No esperaba eso. Sin embargo, no tenía por qué ser un problema. Según recordaba, Peter Parker no era ningún cotilla, no se metería en sus asuntos. Se encogió de hombros a modo de respuesta, y ambos echaron a andar hacia el aula en cuestión.

No se toparon con otros alumnos ni profesores; como era habitual, los viernes el instituto se vaciaba apenas sonaba el último timbre de la tarde.

Brisa presionó el interruptor para encender la luz, dejó su bolso en el suelo, y tomó asiento frente a uno de los muchos ordenadores repartidos por la estancia.

Peter eligió el que estaba frente al de la chica, de manera que ninguno veía la pantalla del otro. Brisa lo agradeció internamente, por muy poco entrometido que fuese su compañero, prefería mantener el asunto de la empresa de su padre en secreto.

Aún no había abierto la pestaña de internet cuando Daphne apareció a su lado, sentada en la silla de su derecha.

―¿Qué buscamos exactamente? ―preguntó la rubia.

Entonces Peter alzó la cabeza, con un gesto de auténtica sorpresa y, por un instante, Brisa creyó que había visto a su hermana.

―¿Todo bien, Parker? ―inquirió Brisa, en tono receloso.

El chico asintió despacio. Su sentido arácnido se había activado repentinamente, pero nada había cambiado alrededor. ¿Qué le estaba pasando?

Brisa abrió el procesador de textos y escribió la respuesta para Daphne. A fin de cuentas, no podía contestarle en voz alta sin quedar como una desquiciada delante de Peter Parker.

«Quiero localizar todas las empresas con las que trabajó papá los días antes de tu asesinato».

―Eres un genio, Bri, siempre fuiste la más lista de las dos. ―Daphne sonrió. Conocía el plan de su hermana, pues ya lo habían hablado la noche pasada―. Aunque también lees demasiadas novelas policíacas. No estoy segura de que ese sea el camino.

«¿Tienes una idea mejor?», escribió Brisa.

―No, no, ya lo he dicho, tú pones la inteligencia, y yo la belleza ―respondió Daphne, con una mueca burlona.

Brisa rodó los ojos, pero no discutió más y se puso manos a la obra. No era hacker profesional, ni de lejos, pero sabía unos cuantos truquitos, aprendidos en las revistas de informática que su padre solía dejarse tiradas en la mesilla del salón; y es que, si había algo que Brisa hacía compulsivamente, era leer, ya fuera la etiqueta del champú o un tratado de medicina medieval. Devoraba todo documento que caía en sus manos y, aunque no poseía memoria eidética, sí podía presumir de una gran capacidad para recordar datos de lo más variado.

Veinte minutos más tarde, ya se había colado en el directorio de socios de Keller Company y sus ojos volaban a toda velocidad por la lista de colaboradores y beneficiarios, en busca de cualquier negocio que se saliese de lo corriente.

Daphne valoraba muchísimo el esfuerzo que Brisa estaba haciendo por esclarecer las circunstancias de su muerte, pero, a diferencia de su hermana, ella no disponía de la capacidad de concentración para atender a una pantalla con filas y filas de datos... Por lo que, a los dos minutos, ya había apartado la mirada, completamente aburrida.

En cambio, el chico sentado frente a ellas sí que era interesante. A pesar de que nunca le había prestado atención en vida, (ni siquiera cuando era el mejor amigo de su melliza), tenía que reconocer que no estaba nada mal; incluso con esa sudadera sosa y la camiseta friki dejaba adivinar un torso y unos brazos bastante tonificados. ¿Desde cuándo Peter Parker no era un enclenque?

―Oye, Bri, Parker es bastante mono, ¿a qué sí? ―comentó, de repente.

―¿Parker es mono? ―Brisa alzó la cabeza y arqueó las cejas, totalmente sacada de contexto con ese comentario.

―Bri, lo has dicho en alto. ―Daphne se mordió la lengua para contener una carcajada.

Su hermana le dirigió una expresión fulminante, al tiempo que se volvía casi a cámara lenta hacia el mencionado, cuyas mejillas habían adquirido un exagerado tono rojizo.

Brisa maldijo internamente a su melliza mientras intercambiaba con Peter una mirada de lo más incómoda.

―¿Decías algo? ―musitó él, casi con vergüenza de hacer la pregunta.

―No, yo no he dicho nada ―sentenció Brisa, con tal seguridad que hasta se convenció a sí misma―. Lo habrás imaginado.

Peter tragó saliva, asintió en silencio, y volvió a clavar los ojos en la pantalla de su ordenador.

La menor de las Keller inspiró hondo, regresando también a su tarea.

«Tienes suerte de estar muerta, porque si no, yo misma te estrangularía», escribió, acompañando el texto de varios emoticonos enfadados.

Daphne se echó a reír.

―Pero sabes que tengo razón. ―Se encogió de hombros―. Abre la pestaña de las listas, intentaré ayudarte ―comentó, dando así el tema por zanjado.

En el exterior ya era completamente de noche, solo las luces de la calle aportaban algo de luminosidad. Peter estaba cansado, llevaban casi dos horas frente a la pantalla, y no podía quitarse de encima esa incómoda sensación de peligro.

Estaba a punto de claudicar y dejar la cuestión del sentido arácnido como un misterio imposible de resolver, cuando su percepción se disparó aún más de lo habitual. Solo un segundo después, su agudizado oído captó el sonido de unos pasos en el corredor. Unos pasos que sonaban de todo menos humanos.

Se puso en pie, captando la atención de su compañera.

―¿Parker? ―Brisa lo siguió con la mirada―. ¿Qué pasa?

Peter hizo un gesto de mano, pidiéndole que guardara silencio mientras él se dirigía a la entrada del aula.

Apenas rozó el picaporte, la puerta se abrió de golpe y una figura de casi dos metros apareció en el umbral, empujándolo hacia atrás con una fuerza descomunal.

Brisa dejó escapar un chillido, tanto por la impresión de ver a su compañero atacado de ese modo tan brutal, como por la presencia de un ser que bien podría haber salido de sus peores pesadillas.

Esa especie de monstruo tenía figura humana, pero en lugar de piel, el cuerpo de esa cosa parecía recubierto de pura piedra. En la cabeza, en el espacio donde se suponía que debían marcarse nariz y boca, no había nada, solo dos aperturas para los ojos, sin iris, de un negro tan oscuro como el carbón.

―¿Qué mierda es eso? ―musitó Daphne, convencida de que el corazón se le habría parado de haber estado viva. Por el rabillo del ojo, vio como su hermana se levantaba y corría a socorrer a Parker, que seguía tirado en el suelo, aturdido por el golpe―. ¡Bri, no te pares!, ¡escapa!

―No voy a dejarlo. ―Brisa colocó un brazo tras la espalda de Peter, alentándolo a incorporarse.

No tenían tiempo, el monstruoso ser se había atascado en la puerta, debido a su enorme tamaño, pero parecía bastante evidente que no tardaría en arrancar el marco para liberarse.

―Vamos, Parker, tienes que levantarte ―lo apuró, todavía sosteniéndolo por la espalda.

Un suave quejido escapó de la garganta del chico, pero logró ponerse en pie. Clavó la mirada en su compañera, y luego en el monstruo que bregaba por salir del hueco de la entrada.

―¡¿Qué rayos?! ―Peter no pudo contener una exclamación de sorpresa. Esa cosa semejaba el típico golem de los videojuegos de fantasía medieval que tanto le gustaban a Ned―. ¿De dónde ha salido eso?

―¡Y yo qué sé!, ¿de Dragones y Mazmorras? ―exhaló Brisa irónicamente. Era consciente de que no era el mejor momento para ponerse sarcástica, pero no podía evitarlo, esa era su reacción natural ante situaciones de presión.

Peter habría sonreído, de no ser porque en ese instante, el monstruo derribó el marco de la entrada, y corrió hacia ellos.

Sin pensarlo, el chico se colocó delante de Brisa para protegerla, pero antes de que pudiera reaccionar, el golem volvió golpearlo. En un instante se vio de bruces en el suelo, maldiciendo internamente por haberse dejado sorprender la primera vez. Estaba convencido de que, de no seguir aturdido por el anterior impacto, habría sido capaz de esquivarlo sin dificultad alguna.

Mientras él parpadeaba desesperadamente, intentando volver a enfocar la vista, el golem fue a por su compañera.

Antes de que ella pudiera escapar, la alzó por la cintura y se la cargó al hombro, como un mero saco de plumas.

La adolescente chilló, pataleó y golpeó con sus puños la parte de la espalda de esa cosa que estaba a su alcance, sin embargo, todo esfuerzo parecía inútil. En cuestión de segundos, el golem ya había echado a andar dando grandes zancadas para sacarla del aula por el hueco semi derribado minutos atrás.

Peter quiso ir tras ellos, pero en cuanto intentó incorporarse, un terrible mareo atacó su cabeza.

―Vale, vale... Esto no me gusta nada ―dijo para sí mismo, al tiempo que buscaba su mochila con la mirada.

Le urgía la máscara del traje, y activar a KAREN; no sabía qué narices era esa cosa, pero estaba claro que necesitaba ayuda para derrotarlo.

---

Daphne estaba en shock y no era para menos. Una asquerosa criatura sobrenatural acababa de irrumpir en el aula de informática de su instituto. Había atacado al chico nerd, dejándolo casi sin sentido, y ahora trataba de huir con su melliza a cuestas.

¿En qué momento su perfecta vida se había convertido en una novela de Stephen King?

«En el instante en que moriste», dijo la irritante vocecilla de su interior.

Esta vez no se dejaría llevar por la impotencia, como el otro día con Roxanne Morgan.

Corrió, más bien voló, hasta alcanzar al golem a la altura del marco de la puerta. Brisa seguía pataleando, y soltando puñetazos a diestro y siniestro con una mano, al tiempo que, con la otra, trataba desesperadamente de aferrarse a un hueco de la pared para que la criatura no siguiera avanzando.

―¡Suéltame! ―gritó la menor de las mellizas, sonando más cabreada que asustada―. ¡Daph, ayúdame!

Y Daphne no lo pensó, simplemente se dejó llevar por el instinto, por el ansia de socorrer a su hermana. En un instante observaba la escena desde fuera, presa de la desesperación; al siguiente estaba en el interior del golem, tomando control de su cuerpo... ¿poseyéndolo? ¿Sería eso? ¿Por qué no?, era un fantasma; en las pelis de miedo los fantasmas podían poseer a las personas... Aunque eso, desde luego, no era una persona.

Fuera como fuese, logró dominar a la criatura lo suficiente como para obligarla a bajar a Brisa.

Una vez en el suelo, la adolescente alzó el rostro, estupefacta.

―¿Daphne?, ¿eres tú? ―inquirió, con la mirada clavada en los orbes completamente oscuros del golem.

―Algo así.

Ninguna de las dos pudo especificar desde dónde se proyectaba la voz, pues el monstruo carecía de boca... Pero estaba hablando. Daphne estaba hablando.

Corre ―alentó la melliza fantasma, todavía controlando al monstruo desde dentro―. No sé cuánto tiempo podré contenerlo.

Y no exageraba. No tenía ni idea de cómo estaba haciendo eso, sin embargo podía sentir como su dominio empezaba a flaquear, estaba a punto de ser expulsada de la mente de esa cosa.

―Pero Peter... ―Brisa intentó mirar al interior del aula, pero la silueta del golem, todavía ubicado en medio y medio del hueco de la entrada, tapaba todo su campo de visión.

La cosa esta iba a por ti, Bri, Parker le da igual ―musitó Daphne. De haber estado viva, en ese instante se encontraría conteniendo la respiración; mantener el control sobre ese ser era como correr una maratón en continuo sprint, costaba horrores.

―¿Cómo lo sabes?

¡Yo qué sé!, lo noto. Es lo único que hay en la cabeza de esto, como una orden, o una misión ―Daphne masculló, empezaba a sentir cómo una fuerza invisible la empujaba al exterior―. Brisa Joane Keller, ¡haz el favor de hacerme caso, y corre!

El tono angustiado, aunque distorsionado por la mediación del golem, fue evidente en la voz de su hermana. Brisa no protestó más y echó a correr en dirección contraria al aula, hacia la salida del edificio.

Daphne la vio doblar el pasillo en el mismo instante en que era definitivamente expulsada del cuerpo de la criatura.

Volvía a observarlo todo con sus propios ojos, y no a través de los pozos oscuros en la cabeza de ese monstruo. Aun así, estuvo a punto de cuestionarse si lo que acababa de hacer para controlar al golem la habría dejado trastornada cuando, al dirigir la mirada al interior del aula (con intención de comprobar que Peter Parker estaba bien), vio al chico colocarse una máscara roja, a conjunto con el traje que ya le cubría el cuerpo.

Era la máscara de Spiderman; el traje de Spiderman.

Daphne parpadeó varias veces, atónita y boquiabierta. Peter Parker..., o sea, el debilucho, nerd y empollón Peter Parker ¿era Spiderman?

―¡Eh, tú, cara de piedra! ―El superhéroe, ya en pie, y aparentemente bastante recuperado de los golpes anteriores, llamó la atención del golem, evitando que este saliera corriendo tras Brisa―. Deja a la chica y hazme caso, vas a conseguir que me ponga celoso.

Con estas palabras, una red electrificada salió disparada desde las muñecas del hombre araña, clavándose en la espalda de la criatura y obligándola a volverse hacia él.

Daphne no podía apartar la vista de la escena. ¡Peter Parker era Spiderman! Y estaba delante de ella, a punto de luchar en serio contra un monstruo de piedra que, segundos atrás, había intentado secuestrar a su hermana.

---

Si salía de esa con vida, necesitaría una visita urgente al doctor Benton. Su corazón no estaba hecho para soportar esos niveles de tensión.

Con esta idea en mente, Brisa no dejó de correr escaleras abajo hasta llegar a la entrada principal del instituto. En cuanto abrió las puertas y salió al exterior, el aire nocturno le golpeó en el rostro, ayudándola a poner orden en su cabeza.

Tenía que buscar auxilio cuanto antes, llamar a la policía... Pero se había dejado el móvil en el bolso, tirado en el aula de informática, donde había visto al monstruo de piedra por última vez.

Por suerte, la cabina telefónica para emergencias estaba situada justo en la acera de enfrente, en la parada del bus. Solo tenía que cruzar el patio exterior y luego doblar la calle...

No llegó a moverse del sitio, pues en ese instante otro golem, casi igual al anterior, pero más oscuro, cayó de espaldas frente a ella, impulsado desde algún punto lejano a su derecha.

Brisa apenas podía dar crédito a lo que sus ojos veían. La monstruosa cosa permaneció tirada sobre el asfalto del patio, parecía derrotada, incapaz de incorporarse. Las luces exteriores parpadearon, y solo entonces la adolescente reparó en la presencia de otra figura, ubicada en pie sobre el torso del derribado golem.

Se trataba de un hombre, ataviado con un traje negro de cuerpo entero y el rostro semi cubierto por un antifaz. En ambas manos sostenía un par de bastones electrificados que apuntaban al pecho del golem abatido.

―¡Qué diablos...! ―Brisa no fue capaz de contener una exclamación.

El enmascarado se volvió entonces hacia ella, al tiempo que se enganchaba los bastones a la espalda en un ágil juego de manos.

―¿Te encuentras bien?

Brisa solo asintió despacio, aún incapaz de asimilar todo lo que estaba pasando esa noche.

Sabía quién era ese. Tal vez en Nueva York no fuese tan conocido como Iron Man, el Capitán América o Spiderman, pero solía ocupar las primeras páginas de los periódicos de Gotham... Ni en sus mejores sueños habría esperado ser salvada por Nightwing, el compañero justiciero de Batman.

―Ves, por cosas como esta no puedo dejarte sola ―comentó el enmascarado, casi en tono paternal.

Bastaron esas palabras para que todo encajara en la mente de la chica.

―¡Dick! ―Se llevó una mano a la boca―. ¡Eres Nightwing!

El aludido se encogió de hombros y chasqueó la lengua.

―Ya hablaremos sobre eso en casa, ahora no es el momento. ―Posó ambas manos en los hombros de la chica, pidiéndole que se centrara―. Y tu compañero, ¿dónde está?

Brisa se golpeó mentalmente, ¡Dios!, ¡Peter! Aún seguía dentro del instituto, con el otro golem... Daphne había asegurado que estaría bien, pero a esas alturas ya no se fiaba de nada.

―En el cuarto piso ―respondió―. Hay otro como ese ―señaló al monstruo derribado―, nos atacó cuando estábamos en el aula de informática.

Nightwing asintió y dio un par de pasos para seguir la dirección que le había indicado la adolescente, pero no tuvo ocasión de avanzar más, porque en ese mismo instante, un irritante estallido sonó por encima de sus cabezas.

La ventana del aula mencionada se había hecho pedazos, y el monstruo que había atacado en primer lugar se precipitó también al suelo, cayendo justo encima del que Nightwing acababa de derrotar.

―¡Toma ya!, ¡punto para Spidey!

Tanto Brisa como Dick alzaron la cabeza, encontrándose al renombrado hombre araña pegado a la pared exterior del edificio.

A continuación, con un grácil salto, el héroe aterrizó justo entre la adolescente y el otro justiciero enmascarado, como si cuatro pisos no fueran nada para él.

―¡Nightwing! ¡El Nightwing de Gotham! ¡qué pasada!, ¿te has cargado tú a ese? ―Spiderman señaló al golem derribado bajo el que él acababa de tumbar. Antes de que el aludido pudiera responder, sacudió la cabeza y se llevó una mano a la nuca―. Claro que te lo has cargado, qué tontería de pregunta.

Dick sonrió, aún con el rostro semioculto por el antifaz. A su lado, Brisa seguía atónita, tanto que apenas fue consciente del momento en que Daphne reapareció a su lado.

―No te vas a creer lo que acabo de averiguar ―dijo la rubia, consciente de que solo su hermana podía escucharla.

Brisa solo asintió, tendría que esperar a que estuvieran solas. Cientos de preguntas luchaban por salir de sus labios, ni siquiera sabía por dónde empezar, o a quién formulárselas... Dick era Nightwing y, junto con Spiderman, acababa de rescatarla de dos criaturas sobrenaturales que habían intentado atacarla en su propio instituto.

Una noche entretenida.

―Mi compañero estaba en ese aula. ―Señaló la ventana recién hecha añicos. Preguntar por Peter era lo único que parecía coherente en su cabeza en ese momento―. ¿Está bien?

―Está bien ―Spiderman respondió llevándose los manos a la cintura y estirándose, como si tratara de parecer más alto―. Seguro que baja enseguid...

Se interrumpió a sí mismo cuando un repentino fogonazo de luz se originó en el espacio ocupado por los dos golem derribados. Los cuatro, incluida la chica fantasma, se cubrieron los ojos con las manos tratando de protegerse la vista.

Cuando la luminosidad se extinguió, los cuerpos de los dos monstruos habían desaparecido por completo, desvanecidos, sin dejar rastro.

Spiderman fue el primero en romper el desconcertante silencio que prosiguió a ese extraño suceso.

―Al menos ya no tendremos que llamar a control de animales para que se ocupe de limpiar esas cosas.



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Well, amores, quería aprovechar este espacio para hacer un par de aclaraciones importantes sobre el personaje de Dick y su inclusión en esta saga, ya que sé que no todos lo conocen (yo no lo conocía hasta este año) e igual os perdéis un poquillo ahí.

Dick Grayson es un personaje de DC. Fue el primer Robin, compañero de Batman (Bruce Wayne). Los padres de Dick, (y Dick también) eran trapecistas en un circo, pero fueron asesinados simulando un accidente con una cuerda en medio de una actuación cuando Dick tenía doce años. Dick presenció el supuesto accidente, y también Bruce Wayne, que decidió adoptar al niño, ahora huérfano.

Dick fue criado y entrenado por Batman, convirtiéndose pronto en Robin. Cuando se hizo mayor empezó a estar en desacuerdo en algunos métodos de Batman, por lo que se independizó como justiciero y tomó la nueva identidad de Nightwing. Aun así, siguió ayudando a Batman siempre que lo necesitaba.

Todo esto sería canon en Covenant. Ahora bien, además de la historia de Bruce y Dick, no introduciré nada más del mundo que DC (excepto algún cameo y guiño ocasional, como Barbara Gordon, que sí saldrá en un momento de la historia). O sea, en Covenant (y en mi saga de Powerful Women) no existen ni Superman, ni Wonder Woman, ni Flash... Solo Batman, Nightwing y sus respectivas historias.

Espero que os haya gustado el capítulo, y que no se os haya hecho demasiado largo, sorry por eso. Ya empezamos con la acción y el misterio de verdad, preparaos para muchas sorpresas con bebitas Bri y Daph, y con mis bebés Peter y Dick.

Muchos besos.

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