━━16: La brújula dorada
El alba se extendió frente al castillo telmarino anunciando un nuevo día, un nuevo comienzo para la sociedad narniana y telmarina con la llegada de su nuevo rey. El rey que les traería la paz y la armonía que durante muchos años habían esperado y ansiado las criaturas narnianas.
Con un suspiro, Ayleen fijó su vista directo en la puesta del sol mientras los rayos del sol se comenzaban a infiltrar entre las paredes y los muros del castillo telmarino, miró bajo de ella como en el patio avanzaban tranquilamente Aslan junto a los hermanos Pevensie mayores y los miró desde su posición, sabiendo que la hora de partida comenzaba a aproximarse, ella lo sentía, lo sabía, pues entre visiones también lo había visto. Así como también había visto la razón por la que los hermanos avanzaban junto a su abuelo.
Inspiró profundo, tomando una bocanada de aire, porque sabía cuál era el siguiente paso, sabía que ocurriría y sabía que no iba a haber marcha atrás. Los vio detenerse desde arriba y por un momento pensó que la habían visto, hasta que escuchó las pisadas de Caspian bajar las escaleras.
—¿Su Majestad? —habló Aslan hacia el rey, que había terminado perplejo mirando hacia la Reina Susan cuyo vestido azul cielo que portaba la hacía ver increíblemente hermosa.
—Estamos listos —comentó, saliendo de su ensimismamiento—. Ya todos nos están esperando.
El león hizo un asentimiento con su cabeza, mientras Caspian terminaba nuevamente con su vista en la ojigris, hasta que al final hizo una inclinación de la misma forma y se retiró.
—Alteza. —Esta vez Aslan se dirigió hasta ella y de la impresión retrocedió al percatarse que la habían visto ahora a ella.
—Yo... Iré con Caspian —dijo rápidamente, antes de doblar por un pasillo para bajar las escaleras e irse hasta donde el pelinegro se había ido.
Recogió su cabello mientras avanzaba, esta vez usando la vestimenta que generalmente solía ponerse, la cual se trataba de unos pantalones de cuero oscuros junto a una blusa con el mismo material que le hacía sentir más cómoda. Se recogió el cabello en el camino mientras apuraba su marcha, hasta que lo encontró a punto de cabalgar a Destrier, pues el punto de reunión sería en el pueblo, a un costado del castillo.
—Espérame —pidió, al verlo sentado sobre su corcel oscuro.
—Te espero —respondió calmadamente, mejor recuperado que cuando había visto a la Reina.
Ayleen encontró el corcel con el que había regresado al castillo luego de la coronación el día anterior y aunque no era muy buena montando, se permitió darse la confianza, pues el caballo la vez anterior se había portado increíblemente lindo y la morena así sentía que estaba en buenas manos, o pezuñas. Ambos se pusieron en marcha a través de las calles, sintiendo esos aires de libertad, preparados para lo que les deparaba próximamente.
—¿Ya has decidido que harás? —preguntó entonces Caspian, girándose para verla mientras los corceles trotaban con suma paciencia en medio de las calles.
—Ya —respondió, por primera vez, segura de sí misma—. Me iré, Caspian —comentó, haciendo que el rey la mirara prontamente nervioso—. Hay cosas que deje sin resolver, es tiempo de regresar.
—¿No volverás? —preguntó luego de unos minutos tras procesar la información.
Ayleen entonces desvió la mirada del camino para conectar sus ojos con los suyos y esbozó, de esa manera, una sonrisa cálida sin mostrar los dientes, con un ligero brillo en sus ojos. Dedicándole esa mirada de añoranza.
—Volveré —respondió—, pero no aquí y no pronto.
—Te esperaré hasta tu regreso, hasta que nos volvamos a encontrar.
Se dijo a sí misma que no debía llorar, que era más fuerte que aquello, que podría sobrellevarlo, pero sus ojos llenos de agua le dijeron lo contrario. Es que habían sido meses en el que habían contado con la amistad del otro, en el que habían confiado el uno en el otro, pese a las bromas, pese a los momentos incómodos, pese a todo, se habían convertido en amigos.
Se sentían tan estrechamente cercanos que ahora abandonar lo que por meses había sido su estilo de vida dolía, dolía el pensar en que ya no estarían discutiendo por la mínima cosa, que ya no estarían siempre uno a lado del otro, que ya no se verían, que ya no se hablarían. Se había acostumbrado a su presencia, así como a la de los narnianos, a la de Buscatrufas, la de Reepichep, inclusive a la de Glenstorm aunque sus encuentros no habían sido tan afortunados. Extrañaría la sopa de Buscatrufas cada que la buscaba para obligarla a comer, añoraría por siempre a su amigo Crey, a quien había perdido la noche de la infiltración al castillo, así como el canto de los faunos, las ofrendas amistosas de Correvuela, a los grandes reyes del pasado y a todos los narnianos en general.
—Hasta que nos volvamos a encontrar —repitió en un murmuro lejano, sabiendo que esas serían las palabras que se diría a sí misma después de aquello, para recordarse a sí misma que todo había sido real.
Cabalgaron hasta que finalmente llegaron, donde el pueblo reunido con telmarinos y unos cuantos narnianos les esperaba, desmontaron sus corceles y avanzaron hasta quedar frente a ellos en el patio en donde avanzaron, hasta que minutos después, Aslan junto a los Reyes de Antaño arribaron de igual forma.
—Narnia le pertenece tanto a los narnianos como a los hombres. —Fueron las palabras dadas por el Rey Caspian a sus hombres, luego de que se hubiesen mantenido callados, prestando atención—. Los telmarinos que quieran quedarse y vivir en paz, serán bienvenidos.
» Pero Aslan regresará a los demás a la tierra de sus antepasados —continuó, compartiendo miradas con el creador de Narnia.
—Hace generaciones que nos fuimos de Telmar —habló uno de los hombres situado en la fila delantera.
—No hablamos de Telmar —respondió Aslan, con la vista en los telmarinos esta vez—. Sus antepasados eran bandidos marinos, piratas que encallaron en una isla.
» Ahí encontraron una cueva —contó—. Un abismo que los trajo aquí de su mundo. Del mismo mundo al que pertenece el gran Rey Peter.
Al escucharlo, la mitad de los Telmarinos gimieron: «Ahí tienen. Yo les advertí. Nos va a matar y nos mandará a todos fuera de este mundo»; y los demás sacaron pecho y dándose golpecitos en la espalda, murmuraron: «Ahí tienen. Deberíamos haber adivinado que no pertenecíamos a este lugar repleto de extrañas criaturas, sucias e inhumanas. Nosotros tenemos sangre real, ya verán». Y hasta Caspian, Cornelius, los reyes y Ayleen se volvieron hacia Aslan con mirada atónita.
—Paz —dijo Aslan, con esa voz baja que casi era un gruñido.
La tierra pareció temblar levemente y todo ser viviente dentro del bosquecillo se quedó inmóvil como estatua de piedra.
—Y ahora —dijo Aslan, después de haber aclarado un par de puntos acerca de los telmarinos, comentándole a Caspian que eran provenientes de Adán y Eva y por eso había sido coronado—, hombres y mujeres de Telmar, ¿quieren volver a esa isla en el mundo de los hombres de donde vinieron sus padres? No crean que es un mal lugar. Ya se ha extinguido la raza de aquellos piratas que la habitaron y ahora la isla está despoblada. Hay buenos pozos de agua fresca, fértiles suelos, madera para construir y peces en las lagunas; los demás hombres de ese mundo aún no la descubren. El abismo está abierto para su regreso; pero les advierto que una vez que lo hayan atravesado se cerrará tras ustedes para siempre. No habrá más intercambio entre los mundos a través de esa puerta.
Ayleen pasó su rostro a los telmarinos que compartieron miradas unos con otros, murmurándose y algunos desconfiando. Dio un paso al frente entonces mientras se encaminaba justo a un lado de su abuelo, dispuesta a hablar en caso de que siguiesen desconfiando de esa forma. Entonces, de entre la multitud, la voz menos esperada fue la que habló con toda la seguridad.
—Yo iré —dijo el General Glozelle, tras un profundo silencio—. Yo acepto la oferta.
Caspian entonces hizo una pequeña inclinación con su cabeza tras mirarlo, asintiendo por ello. El general Glozelle entonces avanzó entre la multitud, para ser secundados por Lady Prunaprismia y uno de los lores, junto al hijo del difunto rey Miraz.
—Nosotros también —comentó la mujer.
Los tres avanzaron hasta quedarse a unos peldaños por llegar hacia Aslan y Ayleen, el león se acercó hasta ellos, retomando la palabra.
—Como ustedes hablaron primero, les irá bien en ese mundo.
Con su aliento sopló el rostro de los tres humanos, para después dirigir la vista hacia el árbol a sus espaldas, el cual se abrió del tronco en dos partes, por lo que en medio solo había un vacío. Los demás comenzaron a exclamar asombrados por lo que comenzaba a suceder, viendo el árbol girar con las dos partes de sus troncos de lado hasta que se hizo una abertura lo suficientemente grande como para que un humano pasara a través de ella.
Sin esperar instrucciones, los tres individuos avanzaron hasta el árbol, atravesando la abertura en medio del tronco, en donde desaparecieron en cuestión de segundos, alertando a los presentes.
—¿A dónde se fueron? —preguntaron algunos, confundidos.
—¿Cómo sabemos que no nos matará a todos? —interrumpió otro señalando hacia el león.
—Señor, si mi equipo le puede ser útil, llevaré a once ratones al otro lado —comentó amablemente Reepichep, dispuesto a probar que las palabras del telmarino eran las incorrectas.
Ayleen sabía que eso no era lo correcto, a lo lejos miró como Susan y Peter compartían miradas mientras el león los miraba ahora a ellos.
—Iremos nosotros —dijo de manera calmada el rubio, dando algunos pasos hacia adelante.
—¿De verdad? —inquirió Edmund, girándose para verlo.
—Vamos —confirmó—. Se acabó nuestro tiempo.
» Después de todo, aquí ya no nos necesitan más —dijo, llegando finalmente hasta Caspian, donde se quitó la espada de su cinturón y se la tendió.
—La cuidaré hasta que vuelvan —aseguró el rey telmarino, sosteniendo la espada con firmeza, manteniendo el mentón duro.
—Me temo que ese es el problema —interrumpió Susan, haciendo que su hermano mayor se girase para verla al igual que todos los demás. Ayleen contuvo la respiración—. No vamos a regresar.
—¿Ya no? —preguntó Lucy, viendo a su hermana.
—Ustedes dos sí —respondió el rubio, de vuelta con sus hermanos—. Al menos, creo que se refiere a ustedes dos.
Las miradas se posaron ante Aslan, confundidos, mientras Ayleen miraba de igual forma, aunque ya lo hubiese descubierto por sus visiones.
—¿Pero por qué? —cuestionó la Valiente—. ¿Hicieron algo malo?
—Al contrario, querida —respondió Aslan—. Pero todas las cosas tienen su tiempo, tus hermanos aprendieron lo que pudieron de este mundo, es hora de que vivan en el suyo.
—Está bien, Lu —comentó Peter para calmarla, mientras se acercaba hasta ella y tomaba sus manos entre las suyas—. No me lo imaginaba así, pero está bien. —Su voz sonaba compasiva, cálida, aceptando su destino con gusto, sabiendo que había llegado la hora—. Un día tú también lo verás, vamos.
Sujetó una de sus manos entonces, mientras los dos junto a Edmund se encaminaban hacia los narnianos más leales y a quienes habían considerado amigos para despedirse. Peter fue directo con Glenstorm, mientras Lucy con Trumpkin y los siguientes. Edmund, en cambio, desvío su camino hasta Ayleen que estaba un poco más alejada.
—¿Vienes con nosotros? —preguntó el azabache con un toque esperanzado en su voz.
La morena alzó el rostro para verlo finalmente, sintiendo las lágrimas comenzar a acumularse en sus ojos y negó. Una vez fue suficiente para que el semblante del azabache se comenzara a entristecer.
—Volveré con el profesor —explicó—, pero necesito regresar.
—¿Con Caspian?
—No —dijo, con un suspiro, sin saber cómo asimilar que esta era la despedida—. Hay cosas que debo hacer por mi cuenta, será un camino largo, pero estoy decidida a ir por él.
—Entonces esto ha sido todo —murmuró él, entendiendo. Ayleen asintió, sujetando temblorosa sus manos—. No ha durado nada.
—Habría sido un desastre —comentó para animarse a sí misma y animarlo a él de paso, ambos rieron ligeramente por ello—. Pero te extrañaré, siempre.
—Nos volveremos a ver —afirmó él, lo sabía, lo presentía.
—Sí. —Ayleen asintió con pesadez—. Hemos comenzado, claro que nos volveremos a ver.
Porque su historia apenas había dado inicio, como las muchas otras, porque se encontrarían y no sería al día siguiente, ni al siguiente y mucho menos al mes próximo. Sería cuando menos se lo esperasen ambos, sería cuando estuviesen listos, sería cuando estuviesen en el lugar y el tiempo correctos. No antes y no después.
Edmund entonces acarició su mejilla mientras depositaba un beso en sus labios, con cariño, con amor, siendo correspondido por Ayleen. Porque habían comenzado algo, que debían continuar más adelante. Al finalizar, se fundieron en un abrazo hasta que el Rey Justo besó su frente y se alejaba, para ir a despedirse de los demás.
—Hice lo correcto, ¿verdad? —preguntó Peter yendo hacia ella unos minutos después, Ayleen lo miró y lo abrazó, sabiendo que le extrañaría muchísimo.
—Lo hiciste, Pet —dijo, mientras se separaba para mirarlo con una pequeña sonrisa—. Perdón por todas esas discusiones, no tenías la culpa de nada.
—Lo entiendo y también perdona las mías, ahora tienes una mayor responsabilidad —comentó—. Aún no eres Reina y a estas alturas no sé qué harás, pero sigue tu camino, sin importar qué.
—Lo tendré presente —murmuró en un hilo—. Los extrañaré.
—Pero más a Edmund, ¿verdad? —preguntó el rubio, aligerando el ambiente con una de sus habituales sonrisas.
—A todos dije —río, mientras veía como el rubio se marchaba finalmente a su posición anterior, del otro lado del árbol, donde ya estaba Edmund.
No supo cuántas veces vio a Lucy abrazar a Trumpkin luego de despedir a los demás y río ligeramente por ello mientras retiraba el rastro de lágrimas que tenía en sus ojos. La pequeña entonces se acercó a ella y Ayleen la rodeó con sus brazos.
—Tuviste el coraje para perdonar —comentó Lucy en cuanto se separaron—. Nunca olvides que el coraje es el valor y hay que tener el suficiente para perdonar a las personas más cercanas, pues a veces lo hacen por amor.
—Lo sé ahora —respondió rápidamente, esta vez sí que lloró—. Tuve el coraje suficiente para aceptar mi destino.
—Y te irá bien —interrumpió Susan, dándole un abrazo por igual.
Ayleen las vio regresar de vuelta a sus hermanos, mientras ella permanecía ahí, estática. Sabiendo que lo próximo que vendría sería inevitable. Compartió una última mirada con Edmund y muy dentro, en el fondo, su corazón les pidió a gritos que fuera con él. «Ve, atraviesa el árbol con él», pero ella sabía que aún sí lo hacía, no regresaría con él. Volvería de vuelta al principio. Cuantas ganas no tuvo de correr, mientras el hijo de Adán se dio la media vuelta para atravesar ese árbol, sintiendo como sus latidos se comenzaban a alentar, los vio a todos y quiso ser la siguiente, pero en su lugar, se quedó ahí, a borde del llanto cuando la pequeña Lucy se dio la vuelta una vez más hasta que al final, sus cuerpos desaparecieron tras atravesar ese árbol. Y se sintió vacía, de nuevo.
No prestó atención a lo que pasó después, ya que sus pensamientos solo estaban en una sola cosa. «Volverás cuando todo haya terminado, no es necesario decir adiós.» Ambos se encontrarían de vuelta, lo sabían y era lo que importaba. No era necesario decir adiós.
Y esa misma tarde, mientras buscaba sus cosas para irse ella también, encontró la linterna de Edmund, lo cual solo hizo que la añoranza aumentara.
—Estoy segura de que lo volverás a ver antes que yo —comentó Ayleen a Caspian mientras el atardecer comenzaba a caer, entregándole la linterna—. Debes dársela.
—Lo haré —respondió, colocándose su capa negra mientras ayudaba a alistar a los corceles.
Ambos se montaron en su respectivo caballo mientras comenzaban la cabalgata hacia el Norte, Ayleen se había despedido horas atrás de los demás, al igual que de Aslan quien se había marchado poco después que los hermanos. Ayleen sabía que sabría de él al poco tiempo y era lo que contaba.
Cabalgaron mientras las estrellas comenzaron a decorar el cielo narniano, mientras las nubes desaparecían, mientras el cielo se tornaba de un azul oscuro. Atravesaron los bosques, los ríos, los mares siendo seguidos por las criaturas de la noche hasta que se hizo media noche y llegaron hasta su destino, el Erial del Farol.
—No tenías que acompañarme tú solo hasta acá —comentó Ayleen, bajando del corcel.
—Eres mi mejor amiga, tenía que hacerlo —replicó, bajando de Destrier de igual forma mientras avanzaban hasta el farol que iluminaba parte del bosque de la oscuridad—. Tengo que despedirme.
Las despedidas eran lo peor, lo sabía, pero asintió mientras lo abrazaba y lloraba de paso. Iba a extrañarlo, tanto como a los demás. Había sido la primera persona en conocer luego de Aslan, había marcado su vida.
—Te voy a extrañar —murmuró con la voz ronca a causa del llanto—. Es hora de que siga sola —añadió, separándose—. Vete ya y ten cuidado.
—Lo tendré y te extrañaré de igual manera.
Pero Caspian no se movió, en su lugar permaneció mirando como se alejaba con pasos lentos por el camino que recordaba, hasta que desapareció y una vez que estuvo seguro de que no estaba más en Narnia, montó a Destrier y guio al otro caballo de vuelta al castillo, de manera calmada, tranquila, asimilando que había sido un día largo, cansado y lleno de despedidas.
Cuando Ayleen regresó de vuelta al armario, comprobó que no había pasado ningún segundo desde que se había marchado, por lo que inmediatamente había regresado de vuelta a la cama, descalza y con el pijama con la que había ingresado al país mágico sin poder dormir en toda la noche porque, ¿cómo se asimila que había estado en otro mundo? Así que, distraída con sus pensamientos se puso a pensar, analizar y reflexionar sobre todo lo que había pasado, así como lo que había descubierto hasta que su mente terminó clara, aceptando finalmente la persona que era.
A la mañana siguiente cuando vio al profesor salir de su oficina avanzando directo a tomar el desayuno fue sorprendido bajo los brazos de Ayleen que había corrido hasta su encuentro para darle un largo y emotivo abrazo por los meses que ella había estado en Narnia aunque en su mundo solo había pasado un minuto, aquello claramente sorprendió a su abuelo, quien la rodeó con sus brazos luego de unos instantes.
—¿Y bien? —preguntó finalmente, intrigado, bajando el rostro para verla—. ¿Has resuelto tus dudas?
—Las he resuelto todas y he descubierto la verdad —contestó—. Y estoy agradecida, por haber cuidado de mí luego de la muerte de mi madre, aunque no tengamos ningún parentesco.
—La familia es más que la sangre —respondió el profesor Kirke, de forma emotiva—. Y para mí, tú eres mi familia.
—Y usted la mía —comentó—. Yo siempre seré Ayleen Kirke y siempre lo tendré presente.
Y se pusieron al tanto de los hechos de Ayleen en Narnia, de lo que el profesor sabía, de muchísimas cosas hasta que la noche cayó y no es necesario que te sepas toda la historia, pues al final, se trataban de los relatos de una nieta a su abuelo y viceversa. Hablando sobre un mundo que muchos considerarían irreal, hablando sobre magia, sobre problemas dentro de ese mundo y, finalmente hablando sobre el valor. Pues era lo que uno aprendía estando allá, tener el coraje suficiente para convertirte en lo que estás destinado a ser.
El tiempo que pasó en la casa del campo junto a su abuelo fue inexacto, había dejado todo atrás, incluido el brazalete, las orejas habían vuelto a su forma normal y sus ojos eran avellanas como antes, hasta que una tarde, mientras Ayleen revisaba sobre los cajones y ayudaba al profesor encontró un artefacto antiguo, lleno de polvo y oxidado por lo viejo que estaba, el cual limpió hasta que se reveló una brújula, tan diferente y tan brillante, la brújula dorada.
Cuando la primavera llega y Aslan agita la melena.
Cuando el sol se oculta,
Y las hadas se asustan, ante la llegada de la noche.
Entonces se eleva como un rayo de luz
Siguiendo el horizonte, que a tu destino conduce.
Fue así como supo que su destino la estaba llamando, era tiempo de regresar. No necesitaba explicar nada, sabía que sería un viaje sin retorno, estaba dispuesta a volver para ser la persona que estaba predestinada en convertirse.
—Guíame hacia mi destino —murmuró entonces.
La aguja que señalaba hacia el Norte, Sur, Este y Oeste prontamente comenzó a girar tan rápidamente que Ayleen se incorporó y retrocedió con sorpresa, mientras la habitación se llenaba del viento que giraba en círculos, los muebles a su alrededor se movieron en círculos por causa del aire, pero en ningún momento soltó la brújula, mientras miraba asombrada todo. Sintió pellizcos, golpes y finalmente el aire se hizo un torbellino que la llevó consigo.
Y, justo como tiempo atrás, cuando menos se dio cuenta estaba en Narnia y había una sola cosa por hacer.
FIN
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