━━09: Invasión
Derrotada.
Si había una palabra que la describía completamente: era esa, se sentía derrotada, impotente. Aquella noche habían sido masacrados como ovejas contra una manada de lobos, aquella noche habían perdido sus soldados, aquella noche lo habían perdido todo.
El camino fue tan silencioso que escuchaban claramente el azotar de las ramas de los árboles contra ellas mismas, incluso oían el crujir de estas cuando pasaban sobre ellas.
El grifo había descendido tan solo un par de minutos atrás, desde entonces, Ayleen avanzaba junto a los demás narnianos y Edmund, quien había seguido a su lado sin razón aparente alguna. Ya no tenía más lágrimas, de vez en cuando dejaba escapar un par de sollozos por lo ocurrido y nadie dijo nada al respecto, era una niña afrontando más cosas de las que hubiese tenido idea, cuando cerraba los ojos podía ver con claridad los verdosos orbes de su amigo. Quizás estaba exagerando, quizás no habían pasado el tiempo suficiente juntos, pero Ayleen acostumbraba a encariñarse de las personas más pronto de lo usual y, sin duda, aquello era un grave error.
Las últimas estrellas se desvanecieron, llevando consigo la luna con ellas y la claridad de la luz del día en su llegada fue mejor apreciada, iluminando los rostros derrotados de los sobrevivientes. Nadie dijo nada mientras seguían su camino, encabezando la caminata iban Peter y Caspian, dedicándose miradas de odio cada tanto. No muchos sabían lo que había pasado con exactitud, lo único que sabían algunos era que el plan no había sido llevado a cabo y Ayleen estaba segura de que era por eso que el profesor de Caspian iba montado en un caballo a su lado.
Los orbes de la castaña vagaron por los pocos sobrevivientes, faunos, panteras y unos cuantos minotauros. Glenstorm iba adelante, llevando consigo a la bella Susan. Peter iba de igual forma montado en un caballo, como Caspian y su profesor. Un centauro llevaba al enano rubio, Trumpkin, inconsciente en su lomo. Y aunque se habían ofrecido en llevar en el lomo a Edmund y a ella ambos se habían negado, acompañando a los otros que iban a pie.
Luego de caminar durante unos kilómetros pararon en el río de Torrente, ya faltaba muy poco por llegar. Los caballos galoparon a tomar agua, al igual que algunos narnianos cansados y sedientos por el viaje, Ayleen se sentó en una roca alejada de los demás, con la vista clavada en el suelo.
—Esto fue un error —musitó una voz frente a ella, Ayleen alzó la vista encontrándose con el azabache, quien en seguida se sentó a su lado.
—Eso no los va a traer de vuelta —contestó ella de vuelta.
Ayleen regresó su vista al suelo y comenzó a trazar la tierra con un pequeño palito que se había encontrado tirado. Edmund soltó un resoplido.
—Espero que haya valido la pena —dijo el rey un minuto después de puro silencio, como Ayleen no respondió suspiró y agregó—: Fuiste buena con la espada.
—Habías dicho que no era un juguete —murmuró, alzó la vista a su acompañante y dejó la rama que había tomado sobre la hierba.
Sabía que se estaba portando mal ante él, pero estaba devastada. No había excusa con eso, también lo sabía.
—Y no lo es, supiste hacer buen uso de ella.
» Sé que no te agrado y no quiero cambiar eso, pero es tu primera pelea y sé que perdimos. —Retomó la palabra el azabache—. Pero siempre hay segundas oportunidades, lo que quiero decir es que quien fuese que haya sido ese fauno no habrá muerto en vano. Te lo puedo asegurar, murió protegiéndote, deberías estar orgullosa de él.
EL muchacho se levantó, dispuesto a marcharse, pero la voz de Ayleen hizo que se detuviera.
—Nunca dije que no me agradabas.
Edmund sonrió antes de marcharse con sus hermanos.
Las claras siluetas de los narnianos que se habían quedado en el Altozano se fueron haciendo más visibles a medida que avanzaban por el campo, Ayleen distinguió a la reina Lucy parada frente a la entrada de la construcción con el semblante confundido.
—¿Qué pasó? —murmuró en cuanto hubiesen llegado frente a ella.
—Que te diga Caspian —masculló el Sumo Monarca, el rostro del rubio seguía furioso, mientras observaba al príncipe que caminaba a su lado.
—Peter —advirtió Susan, sus grisáceos orbes miraron con reprobación a su hermano desde atrás y se detuvo.
Ayleen se mantuvo al margen, igual de confundida que los demás sobre lo que había pasado.
—¿Caspian? —inquirió el susodicho, el rubio le regresó la mirada y ambos detuvieron su caminata—. Tú no aceptaste cancelar y aún había tiempo.
—No y todo fue gracias a ti. —Peter se dio la media vuelta quedando frente a frente con el telmarino, Ayleen se acercó hasta Susan temiendo que se pusieran a pelear ahí mismo—. Si hubieras acatado el plan, los soldados estarían vivos.
Entonces eso era lo que había pasado, Ayleen compartió miradas con Susan, quien temía que eso pasase a mayores. Por eso ambos estaban tan enojados el uno con el otro.
—Y sí se hubieran quedado como yo sugerí lo estarían seguramente —replicó Caspian, sujetando con firmeza el mango de su espada.
—Tú nos trajiste, ¿lo olvidas?
—Fue mi primer error —musitó Caspian para sí mismo, agachando la mirada.
—No. —Peter empezó su camino al Altozano, no sin antes mirar una última vez a Caspian—. Tu primer error fue creer que eras un líder para ellos.
Las cosas no podían ponerse mejor después de eso, el rostro de Caspian se tornó rojo mientras los demás veían la situación sin hacer nada.
—¡Hey! —gritó finalmente y Peter detuvo su caminata—. ¡Yo no fui el traidor que abandonó Narnia!
—¡Ustedes invadieron Narnia! —exclamó Peter apuntando con su dedo índice al telmarino, Caspian empujó a Peter para seguir su camino—. ¡Eres un usurpador igual que Miraz, tú, él, tu padre! Narnia está mejor sin todos ustedes.
Aquello fue la gota que derramó el vaso, Caspian se detuvo y gritó sacando su espada dispuesto a atacarlo. Peter le imitó, interponiendo su espada contra la de él.
—¡Basta! —Sin darse cuenta, Ayleen corrió interponiéndose entre los dos que seguían furiosos observando a la inoportuna—. No pueden seguir peleando, ¡por Aslan! Se supone que somos un equipo, estamos aquí para acabar con los telmarinos que se oponen a tu reinado. —Señaló a Caspian, enojada—. No podemos darnos por vencidos por culpa de sus tontos caprichos, porque eso significaría que todas las vidas perdidas en el castillo fueron en vano y yo no estoy dispuesta a aceptar eso —masculló finalmente, con lágrimas en sus ojos por el recuerdo de su amigo—. Y no sé que demonios pasó ahí abajo....
—Entonces no opines —masculló Caspian, envainando nuevamente su espada y entrando apresurado al Altozano.
Ayleen lo vio alejarse, retirando las lágrimas de sus ojos, hasta que Lucy pasó a su lado apresurada, Glenstorm acababa de bajar al herido enano con ayuda de Edmund y la pequeña reina corría a darle de su poción sanadora. Susan se inclinó igual que su hermana mientras esperaban que la poción hiciese efecto.
—¿Por qué todos me miran? —Luego de unos torturosos segundos, Trumpkin había despertado—. Los telmarinos van a estar aquí pronto.
Quienes se habían quedado estáticos comenzaron a avanzar, pero Ayleen y Peter se mantuvieron en sus lugares.
—Gracias, mi querida amiguita.
Tanto Lucy como Susan se pusieron de pie y, tras esperar que Peter envainara su espada, los tres hermanos emprendieron su camino dentro del Altozano. Luego de un par de minutos mirando el vacío Ayleen se adentró en la construcción de igual forma, sin saber muy bien a donde se dirigía.
Tras llegar al cuarto donde dormía se dispuso a despojarse todas sus pertenencias, se quitó la cinta de la espada y la daga que tenía guardada en uno de sus bolsillos, a continuación, se sacó la armadura que tanto le había costado ponerse horas antes y, finalmente, se desvistió. Sacó de su baúl un vestido, para después ponérselo y luego salió del lugar con su espada nuevamente en su cinta enfundada. Unos ruidos y golpes la hicieron detenerse por completo, se acercó a la pared cercana y agudizó el oído para escuchar de donde provenía el sonido.
Puso sus manos contra la roca y esperó pacientemente a que el ruido se intensificara un poco más. Era el sonido de las espadas chocar entre sí; y tuvo el peor de los presentimientos. Seguramente eran Caspian y Peter peleándose, una sensación de inquietud la abrumó y, sin esperar más, partió corriendo hasta el lugar donde provenía el sonido. No tardó mucho en averiguar a donde se dirigía, era a la mesa de piedra. Recorrió el lugar y en el trayecto tomó una antorcha para iluminar su camino, llegó al lugar de lo acometido, pero no eran los jóvenes peleándose entre sí.
En la mesa de piedra se encontraban Lucy y Trumpkin peleando con Nicabrik... Su ceño se frunció al ver al enano peleando con ellos y más adelante se encontraba Edmund contra lo que parecía ser un hombre lobo que le lanzaba arañazos. Pero eso no fue todo: justo detrás de la mesa, interponiéndose entre la figura de Aslan y la mesa, se encontraba un muro de hielo grueso, así como brilloso y adentro estaba nada más ni nada menos que la bruja blanca con la mano roja fuera, esperando algo.
El corazón se le congeló de tan solo verla y recordó que había tenido esa visión. Se acercó rápidamente para empujar a Caspian que estaba dentro de un círculo, pero el Sumo Monarca llegó primero y lo apartó de un empujón.
—Peter querido —habló la mujer, con una voz hermosa para ser una mujer malévola.
Ayleen avanzó lentamente, sus destellantes ojos se centraron en la bruja, quedando hipnotizada de tan solo mirarla. No era como lo pensaba, no era una bruja fea con la nariz ancha y verrugosa. Era una mujer alta y hermosa.
—Te eché de menos —continuó la bruja, sin hacer acto de presencia de la morena—. Ven, con una gota basta. No lo lograrás solo y lo sabes.
Desde su lugar, Ayleen observó como Peter bajaba lentamente la mano con la que sostenía la espada y se dio cuenta que estaba hechizado, se hizo paso entre el cuerpo inerte de una arpía (con la que entró en pánico, temiendo que reviviese y avanzó hasta quedar a escasos centímetros de Peter y el muro.
—¡Ayleen no! —gritó Edmund desde su lugar, dando un buen golpe al hombre lobo que se acababa de abalanzar contra él—. ¡Quítate de ahí!
Jadis entonces reparó en la presencia de la joven, Peter salió de su trance observando como los frívolos ojos de la Bruja miraban de forma inquisidora a Ayleen de pies a cabeza. Se detuvo en sus orbes y la castaña tuvo que obligarse a devolverle la mirada con fuerza, apretando sus puños.
—Pero si es quien menos esperaba encontrar —exclamó con súbita sorpresa la Bruja—, no me sorprende, ayudando a uno de los que apoyan a tu ab...
Ayleen no escuchó más, cuando una nueva visión la sacó de la realidad.
Sus ojos trataron de adaptarse a la oscuridad, se encontraba en un cuarto, muros de mármol se extendían frente a ella formando el montículo. Había una antorcha al fondo, lo que la hacía menos divisible, pues a simple vista parecía una pequeña luz rojiza. Ayleen se incorporó, viendo que llevaba uno pantalón y una blusa de vestimenta. Su vestido había quedado atrás.
Avanzó con sigilo, sin saber dónde se encontraba.
—¿Aslan? —preguntó a la nada, pero no recibió respuesta alguna.
Sus pisadas hicieron eco en el lugar, así que no se molestó en dejar de hacer ruido; avanzó hasta la luz por un par de minutos. Entrecerró los ojos tratando de distinguir algo, pero no había nada, únicamente oscuridad. Siguió caminando y cuando estuvo frente a la antorcha a punto de tomarla, una voz la interrumpió.
—Te encuentras en un lugar donde no debías entrar, responde mis preguntas con sinceridad y quizás encuentres una salida. —Se trataba de una voz profunda, rasposa, que emitía ciertos gruñidos a cada tanto.
La piel de Ayleen se le erizó al escucharlo, así que pasó saliva por su garganta y tragó, temerosa de lo que fuese. Sujetó con firmeza el mango de su espada, dispuesta a sacarla de su vaina en caso de ser necesario y asintió, no sabiendo si la habían visto.
—Te encuentras encerrada en mi cueva, del lado derecho hay una escotilla que te da paso al castillo junto al príncipe perdido y del lado izquierdo hay una puerta para que salgas a la libertad, mírame a los ojos y dime lo que crees.
—Nunca mires a un dragón a los ojos —respondió Ayleen, lo había recordado.
Aquel que estaba hablando era el dragón que custodiaba el castillo del príncipe y los huesos de la morena se le congelaron de tan solo pensarlo, pues tiempo atrás había visto sus ojos y recordó el dolor provocado en sus piernas. Retrocedió asustada, esperando que volviese a hablar, pero en su lugar una voluta de fuego salió disparada hasta donde ella estaba, se hizo de lado y el fuego se estrelló detrás de ella lo que provocó su caída.
—No esperaba que lo descubrieras, nadie sabe que soy un dragón que habla.
—No, pero eres el dragón que custodia al príncipe.
—Sigues sin hacer lo que ordeno, mírame.
—No lo haré.
Otro estallido de fuego pasó y Ayleen pudo ver el lugar con más claridad, no había puertas como lo había dicho, al fondo de la cueva había una escalera muy angosta, podía escapar si tenía suerte.
—Está bien, lo haré. —En un intento desesperado, se giró para verlo.
Sus ojos rojos brillaban como dos esferas, tenía la piel escamosa y negra, sus colmillos brillaban, amarillos y grandes. En una de sus patas había una cadena sujetándolo firmemente. La criatura abrió la boca seguramente para devorarla, pero la castaña no se quedó a averiguar y corrió al sentido de las escaleras. Sentía las fuertes pisadas del dragón tras ella, una hormiga contra un oso.
Otra voluta de fuego estalló frente a ella y la desvió, tosió y luego se reincorporó antes de que la criatura clavara sus dientes en ella. La escalera era tan pequeña que Ayleen subía apretada y no era suficiente, el dragón pronto llegaría y la derribaría. El miedo la sucumbió lentamente, este era su fin...
Continuó subiendo, incluso saltándose algunos peldaños con tal de lograr su cometido. Finalmente, el dragón llegó y comenzó a derribar la escalera de poco a poco y sus garras subieron hasta alcanzar las piernas de Ayleen. Ya faltaba poco, pero comenzaba a ser arrastrada de nuevo hacia abajo, se aferró con fuerza en el borde de la escalera y trató de zafarse de las garras. No podía sacar su espada o el dragón la arrastraría más fácil, exhaló, sentía su corazón latiendo fuertemente y el sudor resbalaba por su rostro.
—No hay escapatoria, niña —habló y esta vez su voz sonó más como un gruñido.
El dragón se acercó, encajando sus filosas garras en el pie de la joven y Ayleen, no pudiendo perder nada más, se sujetó con una sola mano y con la otra desenvainó la espada y comenzó a pegarle a la criatura, pero era exactamente igual que Reepichep contra un hombre, puros pinchazos.
Un golpe del dragón la sacudió a la realidad, era una visión solamente. No podía intervenir, ¿o sí?
«Es una visión, no te pueden hacer daño» pensó, logró zafar su pierna de las garras y se condujo con toda prisa hacia arriba. Dejó que el dragón le escupiera fuego mientras sacudía la escalera y se concentró, era una visión. Cerró sus ojos e inspiró profundo, se dijo a sí misma que no podía lastimarla, que no estaba ahí realmente, ¿o sí lo estaba?
Por fin subió y sin mucho esfuerzo, logró abrir la puerta al interior del castillo. Sus orbes vagaron en el lugar completamente descuidado, las paredes con moho de tantos años en el olvido y varios de los muros estaban golpeados.
«Obra del dragón» pensó Ayleen para sus adentros. Sin perder más tiempo, se dirigió a las escaleras del vestíbulo. No recordaba donde estaba el príncipe, pero iniciaría arriba.
Después de quince minutos corriendo de puerta en puerta finalmente lo encontró, se encontraba en una de las torres más bajas. El cuarto era oscuro como lo recordaba y el joven príncipe dormía en la cama con las sábanas cubriéndole hasta el pecho. Se acercó.
¿Cómo lograría despertarlo? Si lo único que funcionaba era la magia de la bruja... ¡La bruja!
—¿Sabes lo que hay que hacer, cierto? —Esa voz profunda, solemne, cálida.
Los ojos le brillaron de tan solo escuchar a Aslan y se giró para verlo, pero no estaba.
—¿Aslan? —inquirió lo que ya sabía y su atención se distrajo con tal de encontrar al león.
—Sabes lo que tienes que hacer, niña.
—¿Cómo lo llevo hasta ella? —preguntó, volviendo a mirar al príncipe.
—No necesitas llevarlo, tú puedes despertarlo.
—¿Cómo se supone que lo haré?
Pero el león no respondió, el silencio instaló la habitación y la presencia de Aslan se esfumó. Dio vueltas por todo el cuarto tratando de pensar cómo lograrlo, se veía que había sido visitado por Génesis ya que el lugar estaba limpio.
«Génesis, Génesis, Génesis... ¡La brújula!» Lo tenía, buscó desesperada por toda la habitación el artefacto. En un intento desesperado le quitó las sábanas al príncipe, en uno de sus bolsillos estaba algo que relucía. Tanteó hasta dar con él, era la brújula. Pero ella necesitaba el brazalete.
—Necesito el brazalete, necesito el brazalete... —murmuró hacia la nada, la golpeó, la tiró al suelo y buscó una clave secreta o un botón en tan viejo artefacto, pero no encontró nada.
Quizás no era la brújula, siguió buscando cosas que pudieran ayudarle.
Recorrió entonces la habitación por horas, se había olvidado de todo, la desesperación la consumía lentamente. El cielo estrellado finalmente apareció y oscureció el lugar. La castaña finalmente se tumbó a un lado de la cama, se llevó ambas manos a la cabeza y despeinó su cabello, no sabía qué hacer.
Las lágrimas amenazaron salir de sus ojos, por unos momentos, solo por unos, había tenido la esperanza de que lograría despertarlo, ayudarlo finalmente. Entonces ocultó su cara entre sus piernas y estaba por echarse a llorar cuando nuevamente su voz se apreció.
—Niña. —Esta vez no era un regaño ni una orden, Ayleen ni siquiera se inmutó en comprobar que estuviera el león, sabía que no estaría.
—No pude —gesticuló.
—Lo hiciste, lo lograste. Encontraste la solución.
—¿Lo hice?
—El brazalete, hazlo, mi niña.
Su voz nuevamente se desvaneció, Ayleen se levantó y tomó el artefacto entre sus manos. Lo recorrió todo, hasta que un símbolo de un rayo apareció y lo tocó. La brújula inmediatamente brilló y se transformó en su brazalete.
Desesperada corrió hasta el príncipe y le colocó el brazalete en su brazo, esperaba que lo que tenía en mente funcionara. Si Lucy había tenido visiones con el brazalete, podía hacer lo mismo con el joven.
—Está bien, concéntrate —murmuró para sí misma.
Puso sus manos alrededor del brazo del joven y cerró los ojos. Se concentró en lo que quería que viera, sujetando sus manos, tan pálidas por el frío y tan blancas como la escarcha. Sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo, mientras murmuraba algunas palabras que simplemente salieron de su boca, se concentró nuevamente e hizo que viera el momento preciso en que la Bruja lo estaba por hechizar, pues era necesario llevarlo al lugar del principio para poder completar. Al final, se concentró con una última visión y, justo al igual que con las palabras, no supo hasta que no le mostró y son la clase de visiones o de hechizos que no hace falta escuchar o ver para saber lo que pasaría después.
Pasados unos diez minutos, Ayleen se alejó lo suficiente solo para ver como el príncipe abría los ojos. Azul contra café.
Se miraron por unos segundos, hasta que el joven parpadeó tratando de acoplarse.
—¿Quién eres? ¿Dónde está mi madre? ¿Qué pasó con la Bruja Blanca? —cuestionó, incorporándose de un santiamén que hizo que Ayleen tropezara.
—No sé quién eres, tu madre no está aquí y la Bruja Blanca se supone que está muerta.
—¿Se supone? ¿Qué quieres decir con se supone? ¿Y tú qué haces aquí? ¿Quién eres?
—Deja de hacerme tantas preguntas, no lo sé —respondió—. Es complicado, solo puedo explicarte lo que sé y soy Ayleen.
La morena soltó un resoplido, lo había logrado, pero era una visión y aquello la desconcentraba demasiado. Se suponía que eso era, ¿no? Y ahora estaba hablando con un joven que llevaba dos mil años dormido. Bufó. Tendría que encontrar una buena manera de regresar con los otros y de explicarle todo al príncipe, cuyo nombre desconocía, para que fuese con Génesis.
Edmund finalmente había logrado destruir el muro de la vieja bruja, Ayleen había caído en una visión minutos atrás y Lucy la estaba cuidando. Otros, como Peter y Caspian seguían atónitos sin hacer nada.
—Ya sé, lo tenías controlado —musitó sarcásticamente ante su hermano que lo observaba.
No esperó respuesta alguna por parte del Sumo Monarca y se dirigió hasta donde Ayleen estaba. A la chica se le había formado una herida en la pierna, por lo que la falda del vestido se comenzaba a manchar de un tono rojizo a causa de la sangre, por instinto, llevó su mano a la zona golpeada solo para ver la pierna con arañazos tan fuertes que le habían abierto la pierna y dejaba ver parte de esta. Hizo una mueca al verlo y en seguida cubrió la herida con el vestido, observando como Lucy le daba de su poción.
Su visión se concentró en el rostro de la castaña que parecía dormir, pero que en realidad estaba en una visión y frunció el ceño al notar que se le había formado la herida de la nada, porque ella no había sido atacada y la Bruja Blanca atrapada en el hielo no podía hacer nada.
—¡INVASIÓN! —El grito provenía de la ardilla Correvuela que corría a toda velocidad con sus diminutas patitas, los demás se reincorporaron en seguida.
—¿Cómo dices? —preguntó el rey Justo, viendo si su hermano seguía ahí, pero lo cierto era que Peter había abandonado el montículo minutos atrás y él no se había percatado de eso.
—¡Los traidores vienen! ¡La vieja Génesis! —chilló la anaranjada ardilla, posicionándose en una altura considerable.
—Lucy, cuida a Ayleen —ordenó Edmund, preparándose para sacar la espada de su vaina en caso de ser necesario. Su pequeña hermana asintió y el azabache se giró al enano—. QA, encárgate de Lucy.
Sin más preámbulos salió a toda prisa del Altozano seguido de Correvuela, una ardilla roja charlatana que la mayor parte del tiempo tenía conflictos con Reepichep. Y la vio, ahí afuera se encontraba Génesis, pero no iba sola: estaba ella junto a dos humanos y tres Skyvstid.
Antes de que pudiese acercarse, Peter ya había salido decidido hasta ellos.
—Génesis te advertí...
—Sé que me prohibiste regresar, Peter. —Le cortó la mujer—. No vine a lo que tú crees, ha despertado.
El silencio gobernó el Altozano, el viento azotó con fuerza en el rostro del Monarca y le despeinó el rubio cabello, llevándolo a otro lado. Mientras tanto, Edmund comenzó a acercarse para saber lo ocurrido.
—¿El príncipe Imran ha despertado? —cuestionó el azabache, alzando levemente la ceja ante lo que había escuchado—. ¿Y cómo es eso posible? La Bruja Blanca está muerta, Aslan la mató.
—Había alguien más con la capacidad de revivirlo —interrumpió otra voz, se trataba de un hombre corpulento con el cabello a los hombros y la barba sin afeitar.
—¿Por qué Aslan los ayudaría? —Fue el turno de Peter para hacer preguntas, Génesis y el hombre (cuyo nombre era Tristán) que anteriormente había hablado compartieron miradas.
—Aslan da segundas oportunidades.
—Pero no puede ser posible —continuó Peter, dudoso. Varios narnianos comenzaban a salir para presenciar lo ocurrido—. Aslan no ha dado señales de estar en Narnia...
—¿Acaso el hijo del Gran Emperador tiene qué decir dónde está? —inquirió socarronamente otro hombre, con el cabello castaño y los ojos del mismo color.
—Además no fue Aslan en sí —interrumpió Génesis al ver que comenzaría una buena discusión—. Fue Ayleen.
—Ayleen está aquí, no es posible.
—Ella está en una visión, ¿no es así? —preguntó la Elfa, alzando una ceja. Peter asintió—. Y tú, Peter, Sumo Monarca de Narnia, se supone que sabes todo acerca de ella y sus visiones. —Hizo énfasis en aquella última palabra.
» Puede recordar, puede ver partes del futuro que solo se cumplen si se sigue el curso. Y sabes también que puede intervenir, su cuerpo yace aquí en Narnia, pero su mente remonta a miles de kilómetros de aquí, en la nada.
—¿Entonces ella despertó a tu hijo y ahora está con él?
—No, estaba, Imran viene conmigo.
La mirada de los otros se desvió al grupo alejado de humanos mitad elfos, dos de ellos eran iguales, con el cabello largo a la cintura y orejas largas, así como puntiagudas. El otro era un joven con orejas cortas y puntiagudas, ojos azul zafiro y cabello castaño: se trataba de Imran, el príncipe perdido. Edmund abrió la boca para decir algo, pero al final la cerró sin saber qué decir.
Lo cierto era que el tiempo de las visiones y la tierra oculta de Narnia en el vacío era diferente al de la tierra narniana, así que mientras Ayleen apenas abría los ojos y se recuperaba de las visiones, con los viajeros ya habían pasado días desde aquello y por eso se encontraban frente al Sumo Monarca.
También el cabello del príncipe era otra cosa para hablar y es que, cuando Jadis lo aprisionó y lo sumió en un sueño fue mediante la magia con la que era más fuerte: el hielo. Dado así, logró congelar los huesos y la piel del joven palideciéndolo y logrando que el cabello se tiñera rubio por el frío y los años estando así.
Explicaron con pausas a los demás los hechos y las habilidades de Ayleen, mientras la castaña abría los ojos, al tiempo que un nuevo misterio surgía en el campo narniano: los telmarinos los acababan de invadir, la guerra se iba a aproximar y el tiempo para liberar a Narnia así como la verdad, había dado comienzo.
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