━━08: El castillo Telmarino
Estuvo toda la tarde tratando de poner sus sentimientos en orden, mientras se preparaban para partir unos días después de la reunión con Peter, tenía mucho en que pensar, la cabeza no paraba de darle vueltas mientras volvía a hacer uso de la armadura que Aslan le había otorgado semanas atrás, sentía que en cualquier momento iba a estallar y eso solo lograba que se aterrara. No dejaba de pensar en las cosas que había descubierto, en que ella era una Skyvstid, en que su familia quizás ya no lo era más.
No obstante, se obligó a hacer todos esos pensamientos de lado, sabiendo que iban a atacar a un castillo, debía enfocarse. Si se concentraba lo suficiente, tal vez lograría llevar a cabo el plan. Así que salió, sujetando con fuerza sus armas, manteniendo la postura rígida, sin embargo, la mirada triste y desaprobatoria que Lucy le dedicó a Peter hizo que el corazón de Ayleen se encogiera cuando avanzaban rumbo al castillo telmarino y que toda esa postura dura que trataba de mantener, simplemente se convirtiera en una temeraria. No era momento de arrepentimientos o consuelos, lo sabía muy bien, debían marcharse para acabar de una vez por todas con la tiranía de Miraz.
Desde que habían hecho la reunión tan solo dos días atrás, Ayleen no dejaba de tener visiones que mostraban lo mismo una y otra vez, muerte, sangre y miles de narnianos muriendo. Pero ¿cómo podía saber si eso era cierto? Cuando ella tenía visiones podían ser pasadas o futuras, dudaba, estuvo tratando de decírselo a Peter. Al final se rindió y no dijo nada, aunque en su mente de repetían incontables veces las mismas frases «Díselo, díselo». Se mantuvo callada, mientras apretaba su armadura que le cubría el pecho y sostenía bien en su funda su espada. El arco no era su arma de fiar, por lo que no lo había llevado.
El cielo se tiñó de un naranja con la llegada del atardecer, mientras los narnianos iban avanzando los colores fueron cambiando en el cielo a tonos rosados, con las nubes blancas moviéndose de lugar y el sol se comenzaba a ocultar. Nadie dijo ni una sola palabra, todos estaban guardando sus energías para la batalla, Ayleen se hizo paso entre los faunos hasta avanzar junto a los Reyes.
—Ayleen, debemos hablar —dijo Caspian, en cuanto la vio acercarse a los Pevensie.
Tenían muchísimos días sin dirigirse la palabra, Ayleen cada que podía trataba de pasarlo por alto, a él y a todos los demás. La morena se detuvo a observarlo, sus destellantes ojos vislumbraron al príncipe que tragaba en seco y jugaba con sus dedos; ella asintió, haciéndose de lado para que los demás siguieran su paso. Nicabrik pasó a lado de ella y le guiñó un ojo, causando que la morena pusiera sus orbes en blanco y lo ignorara.
—¿De qué quieres hablar? —preguntó, tratando de sonar lo más casual posible.
Finalmente, ambos avanzaron detrás de unas últimas criaturas, Ayleen sujetó con firmeza el mango de su espada y Caspian se mantuvo a una distancia considerable. Esperó, pero ella comenzaba de igual forma a sentirse incómoda.
—Lo siento. —Tras tomar una bocanada de aire, Caspian soltó y la miró a los ojos.
Ayleen arqueó una ceja.
—Por lo del otro día —continuó, dejando a Ayleen con la boca abierta—. No hemos hablado en todos estos días y sé que has descubierto muchísimas cosas, pero déjame ayudarte, eres mi amiga.
» Te busco a mi lado todos los días mientras duermo y no te encuentro. No quería arruinar las cosas siendo que nos conocemos hace poco y eres de las personas con quien me llevo mejor. Ambos estamos aprendiendo juntos aquí, puedes confiar en mí.
—Está bien. —concordó Ayleen, mucho más relajada. Recordaba claramente los días que quería correr y hablar con Caspian como si nada, o el día de la reunión queriendo decirle lo mucho que sentía no haber apoyado su decisión. Lo había extrañado, necesitaba a su amigo—. Sabes que eres una persona maravillosa y mi deber es protegerte. —Caspian rodó los ojos y rio ante aquello—. Pero tampoco me he sentido bien sin ti y lamento haberme apartado, pero si tú supieras las cosas que me han ido ocurriendo o de lo que me he ido enterando, ni siquiera tendrías tiempo para pensar en otra cosa.
» Todo el tiempo estoy teniendo visiones, cosas que no me dejan descansar. Aparecen tan rápido que en ocasiones no puedo asimilarlo y desaparecen para ser seguidas por más, se repiten constantemente en mi cabeza como un flash, y tener que ver tantas cosas ocupan parte de mi vida. Además, estoy enterándome de cosas que antes jamás creía posibles, la aparición de Génesis o el hecho de que quien creo que era mi familia quizás ya no lo es.
Ayleen dejó soltar un suspiro al terminar de hablar, había dicho todo tan rápido que ni tiempo le había dado de respirar. Caspian asintió, sin decir nada más y le sonrió.
Caminaron juntos en el trayecto del bosque mientras los escasos rayos del sol se esfumaban siendo reemplazados por la luz de la luna, el cielo se tiñó de azul y la noche llegó con el ulular de los búhos y el canto de las sirenas en las aguas narnianas. Mientras recorrían el frondoso y estrecho bosque el pánico consumió a Ayleen, sería la primera vez usando su arma y esta vez se trataba de vida o muerte, ¿qué pasaría si llegara a fallar? Todos eran diestros y expertos en el uso de armas, Susan era la mejor arquera y tanto Peter, Edmund y Caspian eran excelentes espadachines; los narnianos también sabían defenderse; estaba casi segura de que hasta la pequeña Lucy era mejor que ella; en cambio, Ayleen tendría que probar esa noche su valía, respiró hondo mientras despejaba la mente.
Esa noche más que nada debía mantener sus pensamientos en blanco, tener una visión en el campo de batalla sería lo suficiente para que su adversario le clavara la espada. Aunque esperaba no tener que recurrir a aquello, esperaba que el plan saliese a la perfección sin la necesidad de pelear, que pudieran atrapar a Miraz antes de que los soldados telmarinos se dieran cuenta. Pero tenía ese extraño presentimiento de que todo iría mal, sus visiones mostraban caos y pérdidas. ¿Cómo sabría ella que esa visión era futura o pasada? Eso era lo que más la hacía enfurecer, no saber en qué tiempo venían sus visiones.
Comenzó a jugar desesperadamente con sus manos, las cuales estaban heladas y temblaban constantemente.
—Respira hondo —dijo una voz, Ayleen se giró para encontrarse a Edmund que miraba sus manos sudorosas—. Eres buena peleando por lo que no tendrás ningún problema, el problema está en tu cabeza, no dejes que tus miedos e inseguridades te derriben. Ten coraje y enfréntalos.
Ayleen asintió por varias veces seguidas, aún temeraria. Era la primera vez que ambos chicos cruzaban palabras sin pelearse o decirse cosas sarcásticas. Inhaló profundamente y luego exhaló el aire retenido, calmándose.
—¿Mejor? —Ayleen asintió, sin pronunciar nada. Sus destellantes ojos se posaron en el chico que esbozó una sonrisa sarcástica—. ¿Te quedaste muda?
La mirada que le lanzó hizo que Edmund sacara varias carcajadas, finalmente extendió sus manos en señal de paz y Ayleen continuó su marcha.
Los últimos árboles mostraban la silueta del castillo, se veían todas las torres y cuando finalmente salieron de entre los árboles pudieron vislumbrar la gigantesca construcción iluminada por la luz de la luna. Los grifos que los habían estado siguiendo, volando, descendieron de las copas de los árboles hasta posicionarse frente a la multitud de narnianos.
Edmund montó rápidamente el lomo de uno, sujetándose firmemente del pelaje dorado del animal, aquel mismo grifo que Edmund había montado tomó a Ayleen con sus garras, abrazándola para evitar que se cayera y esperó a los demás. De la misma forma en la que tomaron a Ayleen, otros cuatro tomaron respectivamente a Caspian, Peter, Susan y el enano Trumpkin y, al mismo tiempo, las criaturas se elevaron encima de las grandes copas de los árboles en dirección al castillo telmarino.
Ayleen sentía como su corazón estaba por salirse de su cuerpo, mientras veía los árboles y las criaturas más pequeñas y como la criatura iba cobrando velocidad. El viento azotó con fuerza en su rostro y revolvió sus cabellos castaños, con su mano libre los apartó para observar nuevamente hacia abajo temerosa.
—No mires abajo, Ayleen —escuchó la clara voz de Edmund desde arriba, seguramente el chico sabía que se estaba muriendo de miedo y la morena bufó.
—Para ti es fácil decirlo —dijo, alzando el tono de voz para hacerse oír, escuchó claramente las carcajadas del chico y bufó nuevamente, rodando los ojos.
Fueron los primeros en llegar, el grifo se detuvo en una torrecilla, donde Ayleen se bajó y se sujetó firmemente mientras el animal se encargaba del guardia que vigilaba, luego bajó Edmund con agilidad ayudando a la morena a bajar del techo de la torre, donde se encargó de un último centinela. A lo lejos pudieron ver las siluetas de los otros descendiendo de los grifos. Susan, aún arriba, tensó su arco y apuntó a un soldado que estaba por correr a contarlo y vio claramente también como Caspian atacaba a uno con la espada. Los perdió de vista, concentrándose ahora en donde estaba. El grifo ya se había ido y los había dejado solos.
Edmund encendió rápidamente la linterna y apuntó con ella al frente, hacia el bosque y a sus hermanos que seguían volando entre las garras de las criaturas, Ayleen se asomó por la orilla del balcón de la torre viendo claramente como un soldado apuntaba su ballesta hacia ella, como instinto echó la cabeza atrás rozando con la flecha a escasos centímetros que fue a parar del otro lado de la torre. Giró para ver a Edmund, pero el chico seguía concentrado con la linterna, respiró hondo, era ahora o nunca.
«Puedes hacer cualquier cosa» Sin esperar a cambiar de opinión se sujetó de los bordes del balcón y pasó una pierna primero, tras asegurarse de estar bien sujeta, pasó la otra, luego echó una última mirada al telmarino que volvía a preparar la ballesta y se soltó del barandal cayendo en la torre de abajo encima del hombre; un quejido brotó de sus labios al recibir el golpe, pero en seguida se recuperó, ignorando el dolor instalado en sus piernas y desenvainó su espada lo más pronto que sus manos temblorosas le permitieron.
Debía de ser valiente, de no tener miedo. Respiró, el hombre dejó la ballesta y también sacó la espada. Sin esperar, embistió contra el soldado lanzando estocadas al aire. Las espadas chocaron, cruzándose entre sí, por unos segundos se mantuvieron quietos, hasta que, finalmente, Ayleen salió con una ventaja. De sus bolsillos sacó una daga y se la clavó al hombre en la pierna mientras este perdía el equilibrio y la fuerza sobre la espada, ahora el hombre usaba su espada como escudo mientras Ayleen continuaba con el ataque.
Luego de unos segundos después, el telmarino recobró su fuerza y, tras gesticular una mueca de dolor, se puso a la defensiva y atacó a la morena haciéndola retroceder con más ferocidad y fuerza que antes. Aquello tomó desprevenida a la muchacha, que siguió retrocediendo sin bajar la guardia, continuó lanzando estocadas contra el hombre, pero finalmente terminó con una rajada en el antebrazo, obligándose a contener el ardor, así como el dolor y siguió peleando, mientras la sangre descendía de su brazo hasta el suelo. Al final logró tomar la ventaja y, con un último golpe, pudo agarrar la espada contraria de la hoja, sangrando aún más y se la arrebató, tirándola al suelo. Con un último movimiento, atacó finalmente a su adversario y este cayó al piso muerto.
Respiró agitadamente varias veces, tratando de recuperar la respiración por el esfuerzo de luchar contra ese telmarino ella sola, más siendo su primera vez. Flexionó sus rodillas y recargó en ellas sus manos tratando de serenarse, sin prestar atención a su brazo que continuaba sangrando. Se concentró y escuchó más estocadas.
Edmund acababa de bajarse de la torre hacia donde estaba ella y peleaba con dos soldados a la vez. Perdió la noción del tiempo, tomó una bocanada de aire, acercándose hasta el azabache y empezó a atacar a uno. Esta vez fue más complicado, con la mano y el brazo chorreando por la sangre Ayleen no podía hacer mucho. Así que usó la misma táctica que había usado cuando se encontró con Edmund la primera vez; en un descuido del soldado, pateó su entrepierna y le propinó un buen golpe en la nariz con su puño malherido. Escuchó a Edmund quejarse al ver lo que había recordado y Ayleen sonrió.
El telmarino se tambaleó, perdiendo el equilibrio y Ayleen aprovechó esa oportunidad para clavarle la espada en el pecho; se quedó así unos minutos observando los sombríos ojos del hombre hasta que notó como soltaba un último suspiro y el alma abandonada su cuerpo portador. ¿Qué diablos estaba haciendo? Hasta ese momento no lo había pensado, se había dejado llevar por la adrenalina, la emoción, que no se detuvo a pensar lo que estaba haciendo. No se detuvo a pensar que había matado a alguien.
—¡Ahora, Ed, llama a las tropas! —Ayleen se giró para ver como el rubio se deshacía con suma facilidad de dos telmarinos mientras corría hasta la reja que seguía cerrada.
Los pensamientos de Ayleen se vieron interrumpidos mientras pensaba en Caspian, ¿por qué no estaba ahí?
—Estoy ocupado, Pet —replicó el chico, forcejeando contra el oponente.
El azabache le dio un cabezazo a su adversario, pues en un despiste Edmund había perdido la espada y atacaba a su oponente con la linterna, un segundo después el telmarino cayó.
Ayleen volvió su vista al patio central donde telmarinos armados salían hacia el exterior totalmente armados para atacar. La castaña observó al chico a su lado, Edmund aún no prendía la linterna, así que envainó su espada y se acercó al chico a ayudarle.
—Edmund —murmuró, el chico siguió en lo suyo.
—Rápido, rápido —comentaba dando golpecitos al objeto.
Unos minutos después la linterna finalmente prendió, así que la encendió varias veces indicando la señal a los narnianos que esperaban impacientes en el bosque. Desde arriba, vieron como Susan, Caspian y Peter abrían desesperados la reja. Se quedaron estáticos en su lugar, sin saber si bajar a ayudarles o no.
Edmund tomó el brazo de Ayleen, haciendo que la morena se girase a verlo. El azabache trozó una parte de su camisa y la envolvió en el antebrazo y la mano de la chica, para detener el sangrado, al cual no le había prestado atención tras reflexionar lo que había hecho. Ayleen lo miró a los ojos y sonrió agradecida.
—Fuiste muy valiente —comentó el chico, rompiendo el silencio.
—Creo que ese título ya lo tiene tu hermana —replicó, con una pequeña sonrisa sin mostrar los dientes, sonrisa que fue remplazada por una mueca al sentir el ardor en su brazo.
—Entonces eres audaz. —Ayleen abrió la boca para replicar, pero Edmund la detuvo alzando una mano—. Superaste tus miedos. Te vi saltar de la torre sin vacilar y atacaste a dos soldados sin temor a morir. Te vi hacerlo.
—La verdad es que no pensaba correctamente lo que estaba haciendo, pero habría estado muerta de miedo si me habría detenido a reflexionarlo —contestó, encogiéndose de hombros.
—Entonces mejor que no pienses —dijo Edmund, ambos rieron.
—¡POR NARNIA! —El grito de Peter los devolvió a la realidad, ambos quitaron las sonrisas de su rostro y observaron como los narnianos entraban al castillo atacando a los telmarinos.
Ayleen desvió su mirada buscando a Caspian, el príncipe daba estocadas sin parar contra los soldados, luego su atención se centró en los hermanos: Peter era muy hábil y con extrema facilidad acababa con los telmarinos, por otra parte, Susan era extraordinaria con el arco, mientras avanzaba apuntaba y disparaba a cualquiera que osara a acercarse hasta ella.
Salió de su ensimismamiento al momento de ver salir de la puerta del castillo —un piso más abajo de donde ellos estaban— a una hilera de soldados cargando sus ballestas, buscando un objetivo. Ayleen no lo pensó mucho y se dejó lanzar por el tejado cuando un soldado apuntó a Caspian con el arma, las ballestas fueron apuntadas en su dirección, pero desviaron su atención cuando uno de los telmarinos del otro extremo cayó a causa del golpe de Edmund, quien había bajado para defender a la chica y a su hermano. Las ballestas apuntaron inmediatamente al joven y el azabache se lanzó al suelo de la habitación cerrando la puerta tras de sí cuando una oleada de flechas amenazaba con estallarle; estas se incrustaron en la puerta ya cerrada y, aprovechando la distracción del resto de los soldados, Ayleen tomó su ventaja, nuevamente se dejó caer y terminó en el patio encima de otro hombre.
Se levantó adolorida con los brazos moreteados, hizo una mueca sobándose el otro brazo que se había fracturado a la hora de caer, más no le importó, porque en tiempos así uno debe estar dispuesto a llevarse unos cuantos golpes por salvar su vida.
Antes de que pudiera sacar la espada de su funda su peor temor se cumplió, comenzó a tener breves visiones: Ese mismo castillo, narnianos y telmarinos muriendo, la reja cerrada... Sujetó su cabeza con ambas manos tratando de detener las visiones, pero era imposible, varios telmarinos se le comenzaban a acercar al ver su estado de vulnerabilidad.
«Puedes hacerlo» se repitió nuevamente para sí misma, aún con varias visiones proyectándose en su mente logró escabullirse subiendo los peldaños de las escaleras. Empujó con todas sus fuerzas a los telmarinos que se acercaban hasta ella con intenciones de atacarla y entonces llegó su esperado amigo, Crey, el fauno de barbas rojizas, con su espada en alto, defendiéndola.
—Crey, no puedo, no puedo ver... —Las visiones no cesaban, tanteó hasta encontrar el brazo de su amigo mientras hablaba desesperada.
Ahora sus visiones cambiaron, estaba Aslan, la Bruja Blanca atrapada en un muro de hielo, la brújula dorada, Génesis... Soltó un chillido desesperado por no poder detener las visiones para concentrarse.
—Está bien, Alteza —habló el fauno en un intento de tranquilizarla—. La llevaré a una de las torres.
Crey era muy ágil trepando y saltando de una torre a otra, por lo que subió a su espalda a la muchacha que ya lloraba de desesperación, avanzando entre el tejado con suma facilidad deshaciéndose de las flechas que le volaban, logró dejar a Ayleen en una de las torres sujetándose fuertemente de los pequeños muros del balcón y, justo cuando la estaba por ayudar a pasar del otro lado, ocurrió lo peor. Una flecha había volado hasta caer en el pecho del fauno, entonces las visiones cesaron dejando a la morena con la cruda realidad. Aún sujetada, se giró para ver como su amigo gesticulaba un «Lo siento», y el fauno finalmente cayó de la torre a varios metros de altura hasta aterrizar en el patio, sus ojos abiertos vacíos y su alma ya había dejado su cuerpo. Su amigo Crey había muerto, salvándola.
Las lágrimas surcaron su rostro sin previo aviso, deslizándose por sus mejillas. Eran infinitas, los sollozos la siguieron acompañando y gritó, con todas sus fuerzas gritó al darse cuenta de que su amigo había muerto a causa de ella. Ya no importaba nada, lo había matado. Recordó el momento en que el fauno se arrodilló ante ella el primer día de verla, como la cuidaba y le cantaba, como le tocaba la flauta. Nunca había pensado que pasaría luego de la batalla, a quienes perdería, pero ahora que la realidad estaba frente a ella, saludándola, no pudo sentirse más miserable.
Una mano sujetó su brazo, impidiéndole saltar ella también, se giró asustada aún con las lágrimas acumulándose en sus mejillas y miró el rostro sombrío del azabache. Edmund la ayudó a pasar del otro lado, cargándola por la cintura y ambos terminaron desplomándose.
El chico la abrazó mientras dejaba que la castaña se desquitara con él. Un nudo se formó en su garganta al escuchar llorar a la chica, frotó su espalda en un intento de consolarla y murmuró palabras como «está bien» mientras ella seguía llorando, gritando.
—Murió por mi culpa —sollozó, nada de lo que dijeran la haría cambiar de opinión, sus ojos se volvieron rojos e hinchados de tanto llorar—. Mi amigo Crey...
Si Ayleen tuviera que contar la mayor de sus desgracias esta sería sin duda el número uno, nunca había llorado tanto como lo estaba haciendo ahora, ni siquiera cuando su madre murió o cuando se enteró que el profesor Kirke no era su abuelo. Esta vez había perdido a su amigo, el fauno que ofreció su lealtad y le habló de la profecía con la esperanza de que ella fuera la indicada. Nunca se había sentido mejor que cuando el fauno le contaba historias, era su amigo.
Un golpe en la puerta les avisó a ambos que no estaban solos, que el ataque aún continuaba, ambos se levantaron mientras Ayleen seguía llorando. Detrás de la puerta, los telmarinos golpeaban para poder llegar hasta ellos. La linterna que sujetaba la puerta cayó al piso y la puerta se abrió revelando a un par de soldados con sus espadas en alto, Edmund agachó la mirada del balcón, luego se giró hasta los telmarinos, en un parpadeo sujetó a Ayleen de la cintura y, sin previo aviso, se dejó caer al abismo arrastrando a la castaña con él, el grifo los atrapó y ambos quedaron encima del lomo del animal tomando desprevenidos a los telmarinos que se habían girado para ver qué había ocurrido con ellos.
Todo lo demás se hizo lejano mientras ambos volaban encima de la criatura, descendieron por el patio solo para ver como la reja se cerraba y varios de los suyos quedaban atrapados. Peter había sido el último en salir, Ayleen giró hacia atrás para ver a los narnianos atrapados gritándoles que se fueran y más lágrimas se deslizaron bajo sus mejillas.
Habían fracasado, lo habían perdido todo. Ayleen había perdido a su amigo y no había nada más doloroso como eso.
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