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━━03: Visiones

Habían pasado varios días desde la asamblea que se dio en el bosque al día siguiente en que había llegado a Narnia, durante todo ese lapso de tiempo, se habían propuesto comenzar a buscar a más criaturas narnianas que estuviesen unidas a su misma causa. Las búsquedas se habían hecho eternas, no siempre tenían éxito alguno, pues había días en los que regresaban con las manos vacías, que las criaturas se rehusaban o que simplemente no encontraban.

Trataban de buscar en los lugares más cercanos, sabiendo que alejarse mucho por vario tiempo traería problemas o resultaría más peligroso para ellos ahora que los telmarinos salían más a menudo para buscar al príncipe Caspian. Era increíble ver como los ojos de cada narniano brillaba con más esperanza por volver a lo que eran antes, esperando encontrarse a su misma vez a los antiguos reyes del pasado a los que Caspian había llamado un día antes de conocer a Ayleen. Muy en el fondo, Ayleen también tenía esperanzas y un presentimiento de que todo iba a salir bien.

Comenzaba una nueva mañana después de días laboriosos buscando narnianos y finalmente se habían asentado en el Altozano, teniéndolo como base para ocultarse y protegerse de los telmarinos. Para cuando Ayleen despertó el desayuno ya la esperaba en uno de los montículos dentro de la construcción, un par de pan tostados con un filete de pescado y algo de verduras del bosque, los centauros se encargaban siempre de ir de pesca mientras Buscatrufas se encargaba de preparar la sopa. A pesar de que casi siempre la comida era la misma no podía negar que cada vez que la probaba era aún más deliciosa que la del día anterior y pues, claro está, el tejón era un buen cocinero y regañaba a cualquier criatura que osara a tomar de su comida sin antes lavarse las manos o antes de que llegara la hora de comer.

—Deja ahí Reepichep o me sentaré en tu cabeza. —Le amenazó el tejón, el ratón dejó la trucha que había tomado de la mesa y salió corriendo.

No sería muy agradable para el roedor tener encima un tejón y menos cuando este era el doble de tamaño.

Ayleen se adentró hasta encontrar lugar junto varios faunos que disponían ya a comer de la sopa y el pescado que el tejón tenía; para ser una gran multitud de narnianos los que habían encontrado, ya era muy difícil que todos comieran a la misma hora. Los animales parlantes a pesar de que no eran salvajes decidían salir por sus cuentas a cazar para así no tener que esperar, los centauros se conformaban con frutas del bosque a pesar de que no era lo suficiente, sin embargo, Buscatrufas siempre llegaba después para darles parte de su desayuno y no quedaran con hambre.

Ayleen por ser mujer siempre la hacían que desayunara primero e incluso si no tenía hambre no la dejaban ir hasta que comiera todo, haciendo que sospechase de la profecía, pues estaba segura qué había algo que no le habían dicho al respecto. Entre el tejón y los faunos hablaban a susurros comentando siempre que si no la alimentaban lo suficiente luego Aslan los castigaría por tenerla desnutrida ya que la profecía decía que ella era nieta del gran león y, para gusto de los narnianos, la chica se encontraba bastante delgada. Aun así, a pesar de sus dudas ellos no cuestionaban nada de la profecía porque sabían que se cumpliría al igual que la de los 4 hermanos y más cuando la chica les comentaba que empezaba a tener breves visiones.

Su estadía en Narnia no solo la familiarizaba cada vez más, si no que las visiones se tornaban cada vez más reales, la primera visión que tuvo había sido sobre otro lugar mágico al igual y cada día sentía que conocía aquel lugar y que veía en sus anteriores sueños. Estaba en el mismo mundo que Narnia, de eso estaba segura, aunque los mapas jamás mostraban la existencia de dicho lugar ya que para llegar ahí había dos formas muy complicadas que casi nadie conocía: podrían entrar por el páramo del Norte cerca del Erial del Farol ahí, muy oculto debido a los grandes árboles y ramas, había un pequeño riachuelo que contenía aguas cristalinas y saladas, como era de esperarse al ser un paso a otro lugar totalmente diferente su entrada no tendría que ser fácil.

En el riachuelo la persona o la criatura que quisiera ir tendría que sumergirse dentro —Teniendo en cuenta que eso en veces resultaba imposible debido a la cantidad de sal que los hacía flotar— hasta esperar que el aire de sus pulmones se acabara, después de eso caerían en un profundo sueño que los transportaría a otro riachuelo que había en el mundo de los elfos, a quiénes había descubierto que eran llamados como Skyvstid. La segunda entrada Ayleen no podía describirla puesto que sus visiones se habían tornado borrosas, solo sabía que estaba al este de las Islas Solitarias y tenía algo que ver con un espejo con los bordes de madera los cuales debían tener varias runas antiguas escritas por los lados.

Semanas después siguió teniendo visiones un poco más claras, así como complejas en comparación con las anteriores, en las que debía concentrarse para tratar de entender. En una de ellas había visto nuevamente el lugar de los elfos, pero vio más la vegetación rodeada, las criaturas magníficas y distinta, como unas lindas sirenas hasta exóticas como lo eran las esfinges. Y poco después también supo que la tribu Skyvstid era denominada Sombra de Vida, sin entender del todo su significado.

Aquello solo empeoraba que comenzase a sentirse desorientada, pues no tenía idea de que quería decir aquello y porque tenía visiones sobre ese lugar y no de Narnia. ¿Qué tenía que ver ella con todo eso?

«Lo importante ahora es ayudar a Caspian» pensaba Ayleen cada que terminaba de tener una visión, para evitar darle más vueltas al asunto y, bajo esos pensamientos, todas las tardes se dedicaba a entrenar con el joven príncipe, ambos chicos siempre estaban fuera del Altozano, Caspian le ayudaba a disparar el arco sabiendo que él no era muy bueno usando su ballesta y Ayleen agradecía tener a alguien que le dijera como tenía que usar el arco de forma apropiada.

—Lo primero es lo primero —dijo Caspian cuando notó que la morena arribaba al césped cargando un carcaj de marfil con las flechas y el arco con destellos dorados y verdes—. Necesitas colocarte el carcaj de flechas detrás de tu espalda, pero quizás ahora quieras dejar unas debajo de ti incrustadas en el césped para que las puedas tomar con mayor facilidad.

Ayleen asintió sacando un par de flechas del carcaj las cuales, tal como indicó el joven príncipe, las incrustó en el pasto de tal manera que las puntas quedaran por debajo y las plumas por encima para así poderlas tomar rápidamente. Luego el carcaj se lo colocó en la espalda, aunque no usaría las flechas de ahí; tomó el arco sujetándolo firmemente con la mano derecha, a lo que Caspian replicó.

—Te sugiero que lo sostengas con la mano izquierda. —El azabache avanzó directamente hasta quedar a unos pasos de la chica y le cambió el arco de mano—. Pues es importante que sujetes bien la flecha y apuntes claramente al objetivo.

La castaña suspiró, tomando una de las flechas que estaban sobre el verdoso pasto y la colocó con cuidado a un lado del arco justo en el centro.

—¿Cómo sé que está bien puesta? —preguntó Ayleen no pudiendo evitar que las manos le temblaran al sujetar dicha arma.

—Confía. —Se limitó a contestar Caspian sujetando su ballesta—. Ahora, debes tener bien en cuenta el hecho de que las plumas de la flecha deben estar bien sujeta a la cuerda. —Señaló directamente a la pieza en la que terminaba la flecha, situándose en el extremo del astil que se encontraba detrás de las plumas— Así como al culatín, ya que hace que sea más adaptable la sujeción de la cuerda con el arco.

» Bien, ahora que ya sabes esto es necesario que mantengas tu vista centrada en el objetivo; en este caso, es aquella manzana que está en el árbol de enfrente, es verde.

Ayleen asintió enfocando su flecha directo al objetivo. Se percató de que Caspian le había dado un objetivo algo simple ya que aquella manzana estaba en las ramas más bajas distanciadas de las demás. Giró a su objetivo, sin aflojar sus manos, para apuntar directamente a la manzana, entrecerró un poco los ojos tratando de vislumbrar la manzana para poderla acertar.

—No tendrás una buena puntería —comentó el muchacho tras notar que Ayleen cambiaba de posición tratando de darle al centro—, es tu primera vez.

—Pero aun así puedo intentar, ¿no? —Finalmente inhaló y soltó la flecha la cual, tal como había dicho Caspian, no llegó al centro, pero sí en una de las esquinas de dicha fruta.

Así intentó durante varios minutos más, se sentía relajada observando la flecha alejándose con una gran velocidad del arco hasta su objetivo, hubo algunas que no llegaron a su objetivo lo que causó que las flechas se extraviaran, pero eso no importaba porque al parecer el arco tenía flechas infinitas, pues a pesar de que usaba y usaba no sentía que el carcaj se estuviera vaciando y, además, sabía la exacta posición de todas sus flechas falladas por lo que iría por ellas al terminar de entrenar.

—¿Cómo conseguiste tus armas? —Estando varios días juntos y apenas Caspian se había atrevido a preguntarle.

—Me las dieron —contestó, encogiéndose de hombros. Luego volvió a centrar su objetivo en una nueva fruta para poder disparar, realmente esperaba que el joven príncipe no le preguntara quien se las había dado—. No es algo de lo que quiera hablar, ¿sabes? —suspiró por fin notando que, aunque Caspian fuese testarudo ella después de varios intentos logró darle al centro—. Son el tipo de recuerdos que quisiera conservar para mí, así como a ti te gusta conversar los recuerdos con tu profesor.

El muchacho comprendió todo y asintió, la entendía. Durante la tarde se quedaron entrenando, hasta que el cielo se tornó anaranjado y el sol se ocultó por lo que tuvieron que adentrarse de nuevo a la gran cueva.

Como Caspian era príncipe, la mayor parte del tiempo que restaba del día se la pasaba en la mesa de piedra analizando la situación en la que se encontraban días tras días, planeando estrategias y hazañas para lo que vendría próximamente. En aquella sala generalmente se reunían el enano Nicabrik, Buscatrufas, Glenstorm, Reepichep, un oso del cual Ayleen desconocía su nombre y, a pesar de que varias veces ella pedía formar parte del Consejo solo para saber que tanto discutían, el enano Nicabrik deliberaba y no la dejaban formar parte.

Así que mientras ellos discutían y debatían lo que deberían hacer en lo que esperaban a los antiguos reyes, Ayleen permanecía con un grupo de faunos que se disponían a tocar música para ella.

—Esta es mi favorita —comentó Crey comenzando a usar su pequeña y delgada flauta mientras comenzaba a entonar la melodía.

El fauno de barbas rojizas era con el que la morena se llevaba mejor, él siempre andaba contándole anécdotas interesantes de la Edad de Oro o los días malos que tuvieron en Narnia tras la invasión de los Telmarinos, Crey la había acoplado con ellos conforme pasaban los días y realmente disfrutaba de su compañía, pues comenzaba a hacerse su amigo.

En seguida los otros faunos imitaron su acción y se pusieron a tocar la flauta, cada melodía que iban tocando aumentaba el ritmo, parecía a simple vista que los árboles danzaban al canto de los faunos, aunque Ayleen sabía que eso no era posible; desde que los Telmarinos habían invadido Narnia los árboles se habían sumido en profundo sueño y nadie sabía, ni tenía idea de cuando sería que despertarían.

Poco a poco el sonido de la flauta ya no estaba tan fuerte, se fue opacando con el rugir del viento y los árboles. La fogata que los faunos había hecho se apagó y Ayleen cayó rápidamente en un sueño cuando escuchó la última sintonía.

—¡Han pasado más de 11 años en su mundo! ¡Es obvio que ya ha visitado Narnia! —Ayleen observó a su alrededor, la fogata se había esfumado junto a los faunos y el Altozano, se incorporó donde fuese que estuviera y escrutó todo lo que se encontraba a su alrededor.

Estaba dentro de una cueva acogedora, más adentro había una fogata que alumbraba todo el espacio, había mantas tendidas en el suelo y un par de lanzas amontonadas en la esquina de la roca. Se puso de pie con cuidado, sin saber que estaba pasando, avanzando sigilosamente entre la cueva pisando sin querer las mantas rosadas que habían tumbada a un lado del fuego y se dirigió al exterior donde dos sombras se proyectaban afuera. Frunció levemente el ceño al percatarse de que eran dos humanos, un hombre y una mujer que llevaba puesto un vestido azul largo y joyas preciosas adornando su figura, había algo extraño en ella. Sus orejas eran más largas y puntiagudas, sus orbes eran verdes esmeraldas con un cierto brillo al momento de mirarlos, sus cabellos largos y negros caían por sobre la espalda formándose en grandes ondulaciones y su rostro moreno con sus labios y pómulos rosados. Aquella mujer era realmente hermosa, lo sabía Ayleen, pero no tenía idea de que hacía ahí frente aquellas dos personas.

—Narnia solo trae a un humano cuando lo necesita —replicó el hombre, fue así cuando Ayleen pudo verle mejor.

Era alto, su cabello oscuro y corto. Portaba una armadura y en la cintura llevaba sujeta firmemente su espada de acero, a pesar de tanta armadura Ayleen pudo notar que era un hombre de una complexión ni tan delgada ni tan gorda y, a diferencia de la mujer, no tenía las orejas puntiagudas ni largas, además, por cómo estaba recargado firmemente sujeto entre la cueva la morena pudo notar que estaba herido mientras una de sus manos sostenía su estómago, a su alrededor solo había una gigantesca mancha de sangre y su rostro estaba rasguñado con el labio inferior partido. Aquel hombre no estaba bien, ¿por qué no lo ayudaban?

—Pero ella no es humana —murmuró la mujer más para sí que para el hombre, arrugado su frente—, tendría que haber encontrado la forma ya, desde luego.

—Ella volverá cuando sea el momento —prosiguió el hombre tratando de no perder la paciencia; Ayleen se detuvo en su rostro, había algo en él que se le hacía sumamente conocido—. Según tenía entendido Aslan la traería de vuelta.

—¿Aslan? —inquirió con sorna la mujer, cruzando los brazos sobre su pecho—. ¿De verdad le crees? ¿Después de lo que pasó?

Aquello la desconcentró, las dudas y las preguntas surgieron en su cabeza prontamente mientras ambas personas discutían. Ayleen cayó en un trance, la mujer era de la especie que había visto antes en sus otras visiones. Era una Skyvstid; eso explicaba sus orejas y sus ojos. Pero el hombre no lo era, él sin duda era un humano simplemente.

—Dicen que da segundas oportunidades, Génesis —contestó, encogiéndose de hombros soltando un quejido debido a sus heridas.

¿De qué hablaban? ¿Qué era todo eso que se estaba perdiendo? ¿Por qué sus visiones le mostraban aquello?

—Lo sigo dudando, Tristán.

El nombre le sonaba. Tristán. Lo había escuchado en alguna parte. Se esforzó por recordar de donde había conocido aquel nombre y por quién, mantuvo sus manos en sus sienes pensando que eso sería una buena forma de aliviar su pronto dolor de cabeza, la visión prontamente comenzó tornándose borrosa hasta que estuvo completamente alejada, todo se disolvió. La visión había terminado.

Despertó de forma sudorosa y agitada, cuando abrió los ojos seguía en aquella misma fogata con los faunos, pero estaba recostada encima del césped con un pedazo de tronco como almohada que los faunos le habían colocado seguramente, se sentó con la ayuda de Crey que estaba a su lado en todo momento vigilándola.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó Crey, posando sus oscuros ojos en la bella chica—. El príncipe Caspian vino a buscarla, pero le hemos dicho que estará mejor en nuestras manos, además él tiene asuntos que arreglar.

—¿Y para qué vino Caspian? —Ayleen simplemente se dedicó a responderle con otra pregunta.

—Dijo algo sobre una reunión —comentó otro de los faunos, jugando con la flauta en sus manos—. Pero luego la vio en ese estado y se preocupó, le hemos dicho que usted está en buenas manos con nosotros.

La morena se limitó a asentir y tras darles las gracias (tanto por tocar la flauta para ella como por cuidarla) se fue directo al interior del Altozano, pensando en todo lo que sucedía con ella y lo que veía.

—Oh, Ayleen —masculló el enano Nicabrik viendo de pies y cabeza a la mencionada.

La morena simplemente le dio una sonrisa corta y siguió su camino, pues aquel enano le daba mala espina.

La noche prontamente estaba por caer, su rutina en Narnia solo se basaba en entrenar, comer, ir con los faunos y, a veces, estar con Caspian, pero aun así presentía que estaban perdiendo el tiempo, los Reyes de Antaño aún no llegaban y no tenían idea de si sí estaban en Narnia. Suspiró.

Fue en la noche, mientras todos dormían y sus respiraciones se regulaban, Ayleen se revolvía incómoda entre sus sábanas no pudiendo conciliar el sueño, a su lado, Caspian dormía profundamente. Inhaló profundamente tratando de no despertar a nadie, se sentó y se colocó sus botas y poco después salió de la gigante cueva en la que vivían. Su rostro se vio siendo iluminado por el claro resplandor de la luz de la luna, y sus ojos destellaron un poco. Luego una idea cruzó por su mente, así que se sentó fuera de ahí con el paisaje solitario; tenía en mente algo, si tenía visiones quizás podría ver hechos del pasado también.

Cerró sus ojos y se concentró. Era la primera vez que lo hacía, no perdía nada con intentar. De alguna forma u otra los Pevensie se le hacían conocidos así que inhaló profundamente para después exhalar con tranquilidad y pensó en ellos.

«Son cuatro. Dos hijos de Adán y dos hijas de Eva. Tienen que ser mayores» pensó.

Quizás no se concentró lo suficiente, pues lo que había delante de ella era la casa de su profesor, la que tenía en el campo y en la que la mayor parte del tiempo se la pasaba Ayleen. La conocía, claro que sí, pues antes de llegar a Narnia había estado precisamente dentro de esa casa.

Se acercó cuidadosamente a la puerta principal, la cual estaba abierta. Se dispuso a entrar, todo se sentía tan real, ¿había regresado de Narnia? Pero sus dudas fueron resueltas cuando una Ayleen más pequeña a ella se acercó hasta el profesor, su abuelo Kirke y le observaba de forma inquisidora.

—Estarán con nosotros por un tiempo —escuchó contestar a su abuelo, recordaba aquella vez—. No tienen a donde ir, estarán salvo aquí.

Sabía a qué se refería, su abuelo hace un año había acogido a los hermanos Pevensie mientras pasaba la guerra, pensaba que serían buena compañía para Ayleen. No los conoció mucho, luego de que Dígory cambiara pronto de opinión en aquel entonces.

—¿Y su familia? —inquirió aquella vez, sin querer saber la razón.

—Su madre se quedó y su padre está en la guerra. —Su abuelo tomó su pipa y tras encenderla se la llevó a la boca mientras exhalaba el humo—. Será mejor que no te encariñes mucho con ellos.

—¿Por qué no? —Ayleen recordaba perfectamente todo y se vio a sí misma cruzada de brazos en el umbral de la puerta, alzando una ceja centrando toda su mirada en su abuelo, este se limitó a darse media vuelta y encaminarse hasta su despacho.

—Solo hazlo.

Ayleen dejó a su antigua yo de hace un año junto a su abuelo y comenzó a caminar por toda la sala de la casa, luego se dirigió a una habitación. Ahí estaban los 4 hermanos. Por primera vez los pudo observar bien, en su estancia en casa del profesor solamente había visto a uno. El hermano más pequeño, ambos se habían encontrado en la cocina y habían tenido un encuentro no tan agradable.

—¿Quién era esa niña? —escuchó preguntar a la menor de todas, tenía los ojos azules y el cabello castaño corto hasta los hombros.

—La escuché decirle "abuelo" —contestó el mayor, cuyos ojos azules y cabello rubio brillaban con el sol.

—¿Creen que podamos jugar con ella? —preguntó nuevamente la niña esbozando una sonrisa.

—Sí. —Ahora fue el turno de la hermana mayor de hablar, ella tenía el cabello más oscuro pero sus ojos grises eran igual de hermosos que los de sus hermanos. El único que no tenía ojos de color era el hermano menor, a quien Ayleen conocía—. Y si no, el lugar es muy grande de cualquier forma. Haremos lo que queramos.

Ahora los recordaba, pronto comenzó a formar las piezas de su rompecabezas. Seguramente ellos también habían ido a Narnia mediante el ropero y su abuelo por eso no la dejaba que se acercara mucho a ellos o entrara a explorar las habitaciones. Aquellos cuatro niños habían sido los reyes del pasado, oh claro que sí. Además de las historias que le había contado Caspian, el rey menor los había traicionado; eso lo suponía, pues su primer y último encuentro lo recordaba con claridad.

A pesar de que ya lo sabía había algo que no podía dejar de pensar, ¿en qué momento habían ido a Narnia? ¿Y cómo es que ella no se dio cuenta?

Aún con esas preguntas en su mente y la curiosidad de lo que pasaría después cuando los viera, se adentró en lo profundo del Altozano y se fue directo a dormir, esperando no tener que ver nada más en lo que quedaba de la noche.

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