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━━00: El ropero

Nuestra historia comienza mucho antes de que la profecía dictada, que mencionaba a los dos hijos de Adán y las dos hijas de Eva, saliera a la luz.

Narnia comenzaba con la era de hielo, el viento azotaba con ferocidad en los árboles y los narnianos se ocultaban entre las cuevas a causa de la fría temperatura, aquella no era la excepción para las dos personas encapuchadas que, tras una capa para combatir el invierno, se mecían entre ellos mismos y se calentaban tras la fogata que habían encendido en la helada cueva, donde nadie había por ahí.

Tenían los dientes tiritando, las manos abrazadas a sus cuerpos y la boca exhalando el humo que causaba el frío, ambos hombres esperaban a que la noche pasara, a sus afueras se escuchaban los rugidos del viento y la ferocidad con la que azotaba en los árboles y las plantas. Una ráfaga de viento helado cruzó la cueva, provocando más frío del que ya había y causó que el fuego se consumiera bajo la cueva dejándoles así la oscuridad total.

El nombre de uno de ellos era Tristán, quien se trataba de un hombre corpulento, de cabello azabache corto y rostro moreno y ojos azules, dejó de taparse con los pedazos de trapos viejos y rotos y se inclinó hasta donde anteriormente estaba la fogata, tomó las dos piedras con las cuales había hecho fricción y repitió la escena para encender las flamantes llamas de la flor roja, pero fue imposible, por más golpes que chocara con la piedra no conseguía obtener el fuego.

Entonces otra ráfaga con algo de nieve volvió a entrar en la cueva, congelando los huesos de sus manos, dejándolas así entumecidas. Finalmente se rindió y se recargó entre las paredes de la cueva mientras se acurrucaba y cerraba los ojos, esperando que la noche y el frío pasaran.

—Esto es inútil —habló entre dientes el hombre Steve, hermano de Tristán, cuyo castaño cabello a los hombros ondeaba de un lado a otro a causa del potente viento, se abrazó a sí mismo para evitar el frío, soltando las pequeñas ramas que había alcanzado a juntar tan solo horas antes—. Deberíamos estar desde cuando partiendo a las Islas Solitarias.

—Será al amanecer, nos falta un largo camino por recorrer —murmuró Tristán, abrazado a sí mismo de igual forma que Steve, sus azules ojos permanecían cerrados, mientras sus labios temblaban a causa de la temperatura—. Apenas estamos en el páramo del Norte, nos falta muchísimo por recorrer.

De repente se escuchó un sonido demás que sobresaltó a ambos hombres, era el chillido de un bebé, el cual comenzó a lloriquear y removerse entre el par de sábanas que tenía.

—¡Que idiotas! —insultó Tristán por él y Steve, abriendo los ojos e inclinándose para poder ver a la bebé.

Desde luego que llevaban a la pequeña Ayleen en su viaje y la habían dejado acostada con una simple sábana en el suelo, pero no podían culparlos, ellos jamás habían tenido que cuidar a una cría. De haber sabido que terminarían en Narnia se hubiesen rehusado en ir detrás de su hermana enferma, a casi nada de dar a luz, pues aún seguía sonando loco el hecho de que estuviesen en un mundo congelado. Y, lo peor de todo, era que su hermana les había dejado a su propia suerte.

Tristán se incorporó y, al momento de hacerlo, soltó un aullido a causa del potente frío, se encaminó hasta la pequeña con las extremidades entumecidas y las piernas congeladas. Como pudo, se inclinó y tomó a la niña.

Era un hecho que Aslan los castigaría si supieran las condiciones en las que llevaban a la bebé. Tomó a la pequeña entre sus brazos y la meció entre ellos brindándole un poco de calor, y también ayudándola a dormir. Como pudo, se dirigió a su lugar ignorando lo congelado que estaba y se volvió a sentar con más precaución, dejando a la niña todavía entre sus brazos y acunándola hasta notar que había caído en los brazos de Morfeo.

—Si es cierto lo que dicen —comenzó Steve sin apartar la vista de la pequeña— y nació como una Skyvstid...

—No ahora —interrumpió Tristán—, sus poderes se activarán cuando ella venga por primera vez a Narnia y no todos nacen con las mismas habilidades.

Ambos sabían a que se referían con aquellas palabras, por supuesto que Ayleen olvidaría esta ocasión ya que estaba demasiada pequeña como para recordar siquiera.

Estaban en una misión importante que les habían mandado unos elfos semihumanos, confidentes de Aslan. Nadie en realidad sabía que tenía que ver Aslan con la pequeña Ayleen, sin embargo, lo sabrían varios años después cuando la chica pisara esta tierra de nuevo. Su único objetivo era llegar a las Islas Solitarias, donde los Skyvstid (una raza extraña de elfos semi humanos) tenían su entrada que al encontrar —porque no cualquiera podía hacerlo, solo aquellos que tuvieran buenas intenciones— podrían pasar y ser trasportados a sus hábitats, un lugar lejano y desconocido dentro de la tierra de Narnia. Ahí dejarían a Ayleen y los Viajeros (Skyvstid) se encargarían de lo demás, lo cual era regresarla al mundo de los hombres, de vuelta con su madre, no sin antes hacer lo que tenían por propósito, pues por esa razón estaba en Narnia.

Algo ya acostumbrados al viento gélido y el aire, ambos hombres se quedaron dormidos esperando que la mañana llegara pronto y pudieran encontrar su camino lo más pronto posible. Con Jadis al gobierno, Ayleen no estaba segura y menos sabiendo su identidad.

Cuando varias voces y personas se comenzaron a aparecer en los sueños de Ayleen durante sus últimas vacaciones empezó a creer que se estaba volviendo loca. Durante sus años de vida jamás había tenido visiones de esa forma, por lo que cada vez comenzaba a sentirse diferente.

Vivía con su abuelo Digory Kirke, su mamá había muerto años atrás en la ciudad así que fue acogida por su abuelo un mes después de su muerte; ahí no hacía nada más que estudiar por las mañanas y leer por la tarde. Todo iba tan normal como podría serlo si vivías con un abuelo que era profesor y la mayor parte del tiempo se encontraba dentro de la oficina, pero los peores días era cuando iban a la casa del campo, pues jamás había tenido la oportunidad de explorar la casa en su totalidad. Siempre que estaba por entrar en las otras habitaciones que no fuera la suya, era interrumpida por su abuelo y sino por la ama de llaves, por alguna extraña razón no la dejaban subir y a pesar de que quisiera saber los motivos no había preguntado, pues Ayleen sabía que era bueno y que no.

Afuera había empezado a llover por lo que tuvo que quedarse escuchando la radio que su abuelo tenía en la sala. La sala era pequeña, dos grandes sillones y una pequeña mesa de cristal. De lado de la pared había un librero con grandes libros sobre historia o diccionarios, algo que no le llamaba mucho la atención. Un gigantesco candelabro iluminaba la habitación, haciéndola más cálida para pasar desapercibido el frío. Se puso a inspeccionar la sala, sacando viejos artefactos, mientras buscaba una nueva manera de perder el tiempo.

El año pasado el profesor Kirke acogió a los hermanos Pevensie mientras pasaba la guerra, Ayleen no los conoció mucho, su abuelo no la dejaba tener mucho contacto con ellos. Nunca lograba entender porque la apartaba de todo eso, bien recordaba que a ellos sí podían explorar la casa por completo.

¿Qué era lo que había ahí? ¿Y por qué a ella no la dejaban entrar? ¿Por qué no pudo convivir con los Pevensie? Suspiró, negando mientras recordaba que al único que había conocido había sido Edmund, pero ambos se habían caído mal, porque el menor de los hermanos había sido muy pesado y Ayleen se desesperaba fácilmente. Algo la sacó de sus pensamientos y se giró para ver como su abuelo se acercaba y tomaba asiento en uno de los sofás de la sala.

—Siento que tú y yo no hemos hablado mucho desde que llegaste aquí —comentó su abuelo, sentándose frente a ella luego de observarla con sus gafas de media luna. La morena se limitó simplemente a regresarle la mirada y alzar una ceja—. Esta casa es un misterio, yo soy un misterio y, sin embargo, tengo mis motivos.

—¿Me dirá por qué no puedo entrar a las otras habitaciones y ver lo que hay? —cuestionó Ayleen, dejando el libro que había estado leyendo sobre la mesa y posando su genuina mirada en el anciano.

—Sí, verás, en realidad no puedo explicar por qué no te dejé subir y tampoco conocer a los hermanos Pevensie porque es algo que con el tiempo lo resolverás tu sola. —Su abuelo inhaló de su pipa, alzando los hombros—. Pero lo que puedo dejarte hacer es ir a explorar todas las habitaciones que te faltan, creo que ya es hora de que lo hagas. Si eso resuelve tus dudas, adelante. Y si no, tendrás que ser más paciente.

Aquella misma tarde decidió ir a echar un vistazo, estaba emocionada de lo que podría encontrar. Subió los pocos peldaños de las escaleras y se dirigió hasta un pasillo, ahí había varios cuadros y muebles viejos hasta que se adentró más allá de eso y llegó a la primera habitación, esta se encontraba cerrada por lo que avanzó directamente a la segunda.

Lo que vio la decepcionó un poco, era un ropero cubierto con una grande manta blanca. Avanzó directamente y quitó la manta de un tirón, era un ropero con diversas figuras talladas en las puertas. Se preguntó que querría significar eso cuando notó que de repente salió una nueva, en esta se encontraba la silueta de una persona viendo directamente lo que parecía ser un rayo de luz.

Ayleen frunció el entrecejo mientras retrocedía a causa de la impresión, dudando sobre qué era lo que estaba viendo. Quizás eso ya estaba ahí, era imposible que se formara justo cuando ella acababa de llegar, debía ser su imaginación la que no había alcanzado a distinguir esa figura por sobre las otras. ¿Debía abrir el ropero? Se preguntó a sí misma, no sabiendo si tomar el pestillo del ropero, ¿por qué lo haría? Solo era un armario, seguramente con miles de prendas dentro, pero tampoco podía resolverse como es que por años le habían ocultado eso. No, debía haber más.

Abrió el ropero, adentro había muchísimos abrigos lo que la hizo reír con ironía, pues el profesor se había tomado muy enserio lo que le había dicho cuando recién llegó «Van a haber días más helados que otros». Revisó los abrigos, al final hizo una mueca y cerró el armario, planeando reclamarle al profesor a la mañana siguiente.

Cuando la noche cayó, se fue más pronto a su cama de lo habitual. Había tenido durante meses la esperanza de encontrar algo realmente cautivador, jamás pensó en un ropero. Durmió por dos horas, luego se levantó al escuchar un leve susurro. A pesar de que las luces de fuera estaban apagadas, Ayleen alcanzó a distinguir la silueta de un animal.

Inmediatamente se puso de pie y, tras ponerse una bata que cubriera el camisón que usaba de pijama, siguió con cautela al animal. Debía avisarle a su abuelo, pero algo más la detuvo, era como si la figura le murmurase que fuera detrás, así que, intrigada comenzó a seguir a la figura, para percatarse poco después de que era un león con el doble de tamaño a uno real. Este avanzó hasta llegar justamente a la habitación del ropero, lo cual solo causó que las preguntas invadieran su mente, la puerta del armario se abrió entonces y el león se adentró en ella.

Luego pasó lo imposible.

—Ayleen —susurró.

Una voz bastante tranquilizadora, sonaba más como una melodía. Era aquel tipo de sonido que solo te incitaba a querer escucharlo una y otra vez sin parar. Siguió al león y se adentró al ropero, este caminó y caminó y de pronto pareció que el ropero no tenía fondo. No se detuvo y cuando menos se dio cuenta, Ayleen Kirke se encontraba en Narnia.


* Los Skyvstid son los elfos mitad humanos, también conocidos como Viajeros. Pertenecen a un clan llamado Sombra de Vida y de ahí proviene su nombre.

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