Capítulo 74: Desconocidos y familia
Con un pastel en sus manos y una actitud positiva, Elizabeth tocó la puerta de la casa de sus padres sin recibir respuesta alguna. Repitió la acción con el mismo resultado.
—Si buscas a tus padres, ellos se fueron en el auto—escuchó la voz que provenía del otro lado de la cerca.
—Gracias, señora Johnson —sonrió Elizabeth al ver a la mujer.
Pensó en irse, pero decidió entrar por la puerta de atrás. Aunque también estaba cerrada, buscó dentro del candelabro y encontró la llave que su padre solía dejar allí.
Entró al lugar y lo analizó como si fuese la primera vez que lo veía, nada había cambiado desde la última vez que comió en aquella mesa sobre la que dejó el pastel, sin embargo, todo se veía diferente.
Caminó un poco por los pasillos, curiosa abrió la puerta del cuarto de sus padres. Se asomó desde la entrada, una parte de ella temía que la estuviesen observando. Con cierto aire de decepción descubrió una alcoba bastante normal donde predominaban los patrones floreados.
Se adentró con precaución a pasos largos y llegó hasta la mesita de noche, exclamó un gesto de asco al darse cuenta de que la botella trasparente que en un principio pensó que era aceite de bebé, en realidad era lubricante, sin embargo, rápidamente lo olvidó al reconocer la libreta de cuero al lado como la agenda de su padre.
De inmediato leyó la última página escrita de la misma. Asesoría a las 10:00 a.m., entrega de documentos a las 11: 00 a.m. y finalmente, aniversario, cita en el spa a las 2: 00 p.m.
—Spa—susurró orgullosa—, bien hecho, papá.
Pensó que, aunque ellos no habían salido de viaje, seguro que su mamá estaría mucho más tranquila después de una tarde en el spa, su sonrisa desapareció al volver a ver la botella por lo que dejó la libreta donde estaba y salió de la habitación. No quería ver nada más.
Ya que estaba en casa y ellos tardarían en volver, fue a su antigua habitación. Todo estaba casi igual, con la diferencia de que estaba más ordenada. Recordaba tener un pequeño bulto de ropa sucia al pie del armario, pero su madre ya lo había lavado. También había ordenado el tocador y escritorio.
Elizabeth sacó una libreta de sus cajones, fue al alhajero y revisó la bisutería, en realidad no tenía nada valioso. Encontró una pulsera de flores de vidrio entrelazadas, Kiroshi se la dio cuando ella se quejó porque nunca le dio flores reales y él dijo que aquellas eran mejor porque eran eternas.
—Que estupidez —farfulló ella y la arrojó al bote de basura.
Encontró un rollo de billetes, eran unos doscientos dólares, habrían sido buenos cuando se quedó en la calle, pero en ese momento no les vio uso y mejor volvió a dejarlos.
Vio su tablón de corchos lleno de cartoncillos de colores, eran poemas de Kiroshi.
Uno a uno los quitó y dejó caer directo a la basura.
Terminó y vio a su alrededor, estaba sinceramente decepcionada, había querido volver a dormir en aquella habitación rosada con cortinas de unicornio con un impresionante fervor, pero en ese momento, todas esas cosas que tanto extrañó ya no las necesitaba.
Decidió entonces que mejor les compraría a sus padres un nuevo calentador como regalo de aniversario.
Caminó por un corto trayecto hasta la casa de en frente, con un aire de ilusión, sin embargo, cuando divisó en la cochera los mechones plateados, los músculos le pesaron tanto que seguirse moviendo se transformó en una tarea imposible. Abrió la boca, pero de su garganta no salió nada, su respiración se volvió errática y sintió tanto frio como si estuviese muerta.
—A-Alejate— tartamudeó con sumo esfuerzo tras un par de segundos, él se giró entonces hacia ella permitiéndole ver el inconfundible dragón verde de su cuello—¿qué haces en esa casa?, vete—repitió Elizabeth, parecía ahogarse con las palabras.
Incapaz de deducir la causa de su enfado, Yuu la miró confundido, analizó su rostro en silencio como esperando que ella dijera otra cosa, pero la lentitud de su respiración era el único sonido que Elizabeth lograba producir.
—¿Eli? —preguntó entonces la voz bajo el auto desarmado de donde salió Nico.
—¿Nico? —hablada de una manera lenta y pausada—, ¿qué haces con...? —apuntó a Yuu.
—Reparamos el auto de papá—aclaró Nico.
—¿Lo conoces?
—Sí, es Yuu—levantó los hombros—. Lo conocí en un concierto hace un par de semanas y nos hicimos amigos.
Ella lo vio con las cejas arqueadas, su mirada se encontró con la de Yuu y de inmediato volteó el rostro.
El horror que se adentraba en ella como una mano oscura presionando su garganta magnificó su fuerza cuando notó lo que ocultaba Nico bajo la tela del pantalón, en ese momento, remangado. Era un bulto deforme que abarcaba desde su rodilla hasta su tobillo.
—¿Qué es eso? —cuestionó Elizabeth.
—Ah... —suspiró Nico con hastió—iba a hablarte sobre eso.
Se quedaron en silencio un rato, Nico se puso de pie, Elizabeth evitó a toda cosa el cruzar sus ojos con Yuu.
—Oye, Yuu—lo llamó Nico—, ¿qué tal si seguimos mañana?
—Sí—asintió—, te llamo.
Yuu tomó su salida y se marchó sin decirle una palabra a Elizabeth, ella tragó saliva. Apenas se fue, el aire se volvió respirable.
—¿Qué está pasando? —le preguntó a Nico—, ¿por qué conoces a ese chico?, ¿qué te pasó en la pierna?, ¿por qué no me habías dicho nada?
Nico vio hacia su puerta y después a Elizabeth.
—¿Quieres pasar? Mi papá no está—propuso.
Y así lo hicieron. Elizabeth se sentó en la sala de estar. La casa de Nico era parecida a la suya en estructura, sin embargo, tenía una decoración mucho más sobria, con tonos neutros y texturas suaves, tan diferentes a los manteles de limones y cortinas florales que adornaban la casa de los Marcovich.
—Aquí tienes—le ofreció Nico un vaso de agua.
—Gracias—lo tomó para tranquilizarse—, ¿y bien? —insistió tras acabar el agua —, ¿Qué tanto no se?
—Podría preguntarte lo mismo.
—¿De qué estás hablando?
—Tu madre me pidió que la llevase al hospital porque tú estabas ahí. Cuando llegamos, encontramos a tu jefe llenando no sé qué documentos—Elizabeth desvió la vista—, tu madre dijo que iría a hablar con el doctor y regresó muy enfadada. Dijo que tenía que ir a buscar a tu papá por lo que tuve que llevarla—Ella observó el vaso entre sus manos—. ¿Qué fue todo eso? ¿y por qué le hablase a Yuu de esa manera?
—Porque—se apresuró a explicar—Yuu es peligroso.
—¿Peligroso en qué sentido? —la rubia mordió su labio.
—No te lo puedo decir. Pero, deberías alejarte de él.
—Irónico que ahora seas tú la que diga eso—respondió a la defensiva.
—No sé qué significa eso.
—Volviste con él, ¿verdad? —ella dejó que se perdieran sus ojos—. No querías decirme porque me habías dicho que no lo harías, pero otra vez estás con ese tipo.
—Escucha—explicó tranquila—, es verdad que sabía que te ibas a enojar porque presenciaste un mal momento en mi relación con Mitzuru, pero él no es una mala persona.
—Ya, que buen argumento—replicó con sarcasmo—, entonces yo debo alejarme de Yuu porque ¿sí es una mala persona?
—Sí —afirmó—, me consta que lo es.
—¿Cómo lo sabes?, ¿de dónde es que lo conoces?
—Trabaja para Mitzuru.
—Entonces, ¿Yuu es una mala persona, pero está bien que trabaje para tu novio?
—Es diferente.
—¿De qué manera?
—Yuu no es peligroso para Mitzuru y sí lo es para ti.
—Tengo entrenamiento militar, Elizabeth.
—Sí—exclamó y reventó como un globo a causa de la presión —, ¡y una placa de metal desde la rodilla hasta el tobillo!
—Eso no tiene nada que ver.
—¿Cómo te lo hiciste?, ¿por qué me lo ocultaste?
—No te lo estaba ocultando—se defendió—, no te dije nada porque todas las veces que nos hemos visto desde que volví, solo hemos hablado de ti.
Ella se mordió la lengua, respiró profundo y lo vio a los ojos.
—Es cierto, lamento eso.
—Está bien —mustió mucho más calmado.
—¿Vas a decirme cómo pasó?
—Un día iba saliendo del entrenamiento —confesó con la mirada gacha—y un auto me arrolló.
—¿Qué? —cuestionó atónita—, ¿así de la nada?
—Sí. Es la razón por la que volví a casa—sonrió con melancolía—. Ellos me echaron.
—Pero—lo recordó—bailaste conmigo durante toda la fiesta.
Nico le restó importancia con un ademan.
—Parecías necesitar bailar.
—Por dios, Nico —se arrojó hacia él con los ojos humedecidos y lo rodeó con los brazos. Él hundió la cada en su hombro y correspondió el abrazo.
—Oye—mustió—, si te alejas de tu jefe, yo me alejo de Yuu —Elizabeth salió de su trance, se separó de él y lo vio a los ojos—. Era broma—sonrió juguetón.
Ella tragó saliva.
—Voy a casarme con él, Nico—confesó y vio el rostro de su interlocutor desarmarse.
—¿Qué? —susurró a penas audible.
—Mi mamá estaba enojada porque... —suspiró con fuerza—, le dije a Mitzuru que es el padre del bebé.
—Por dios —se llevó la mano a la frente—, ¿por qué hiciste eso?, ¿cómo se te ocurrió?
—Fue un movimiento desesperado—levantó un hombro.
Nico tomó aire.
—¿Es por el bebé?, ¿Por qué quieres darle una vida mejor? —preguntó sin obtener respuesta—. Porque, Elizabeth, si es por eso, no necesitas hacerlo.
—¿De qué estás hablando?
—Tu padre hizo que me dieran una indemnización, es de un millón de dólares.
—¡¿Cuánto?! —repitió impactada.
—Puedes regresar con tus padres y yo puedo ayudarte.
—No es por el bebé—afirmó ella, Nico detuvo sus palabras de golpe—. Yo quiero estar con él.
—¿Por qué? Dijiste que ni siquiera es agradable.
—Yo no dije eso. Dije que era complicado, pero también es bueno... —el soltó un suspiro hastiado—. Se que ustedes no confían en mi criterio porque tengo un mal historial.
—No se trata de eso—aclaró—, quiero decir. ¿Casarte?, ¿realmente es eso lo que quieres?
—Ya tomé mi decisión—asintió—. Solo me gustaría que todos me apoyasen—él desvió sus ojos—. Por eso vine a buscarte, quiero que me ayudes a instalar un nuevo calentador para regalárselo a mis padres por su aniversario. Así, cuando vengan del Spa...
—No creo que estén en el Spa—interrumpió.
—Ah, ¿no?, ¿dónde entonces?
—En la comisaría. Fueron a investigar un citatorio que llegó para ti.
Elizabeth pudo sentir como toda su sangre se fue al piso. El imbécil de Forbes se la había echó buena.
Cuando los Marcovich llegaron a la estación exigiendo ver al agente Forbes no tuvieron mucha suerte. Edvin pudo avanzar un poco más declarándose a sí mismo el abogado de Elizabeth, sin embargo, el agente tardaba una eternidad en llegar.
—Todavía no—le notificó a Lucrecia en la recepción.
Ella lanzó un largo y cansado suspiro, se cruzó de brazos y retomó el movimiento errático de sus piernas.
—¿Y ahora en qué problema se metió? Mira que involucrarse con la policía.
—Está citada como testigo —aclaró Edvin—, no como acusada.
—Pero una citación es algo serio, ¿no te parece?
—Sí—respiró profundo y se sentó a un lado de ella—. Tal vez solo estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
—Espero que así sea.
—Ella no cometería un crimen —mencionó con una voz cansada.
—Edvin —respondió con ironía—, la niña de tus ojos está cometiendo, básicamente fraude contra el hombre del que dice estar enamorada.
—En su defensa, pienso que ella de verdad lo cree.
—Ni me digas. En cuanto tenga la oportunidad, voy a hablar con ese cretino rabo verde bueno para nada. Maldita la hora en la que se le ocurrió trabajar en esa compañía—Edvin la miró por el rabillo del ojo y ella se puso roja—. No es que te esté culpando.
—Tal vez solo somos malos padres.
Lucrecia ahogó una risa, aunque no tenía ninguna gracia.
—Está embarazada a sus veinte.
—No es algo que pones en una taza, ¿verdad?
Ella respondió con un ademan de desdén.
—Yo esperaba que se casara con Nico —mencionó con aire de decepción —. Pero él también tiene veinte años, supongo que sabe que un bebé es demasiada responsabilidad.
—No es por eso, Lucrecia—aclaró Edvin—. Elizabeth jamás ha mostrado, en todo el tiempo que han pasado juntos, el mínimo interés en estar con Nico de esa manera. Como hombre, uno puede luchar contra lo que sea por amor, pero si a la chica simplemente no le gustas—levantó los hombros—, entonces no hay nada que hacer.
—¿Cómo lo sabes? Básicamente, yo fui la que te conquistó a ti.
—Oye—se defendió—, también rompieron mi corazón alguna vez.
—¿En el kínder?
—Déjame en paz.
Compartieron una risa cuando la puerta se abrió de repente.
—Mamá, papá —los llamó una agitada Elizabeth.
—¿Eli? —Edvin se levantó y fue hasta ella—, ¿viste los mensajes que te dejamos?
—Perdí mi teléfono, Nico me contó que estaban aquí y me trajo. Fue a estacionar la moto.
—¡¿Te subiste a la motocicleta embarazada?! —la regañó Lucrecia.
—Es la menor de sus imprudencias—atravesó la puerta interna el agente Forbes—, ¿no es verdad, señorita Marcovich?
—¿Quién es este hombre? —preguntó Lucrecia con los labios torcidos.
—Soy el agente Willian Forbes—ofreció su mano, Lucrecia se puso a un lado de Elizabeth como para separarla de él, Edvin fue el único que correspondió el saludo—, escuché que querían verme.
—Un gusto. Soy el abogado Edvin Marcovich, vengo a acompañar a mi hija para dar su declaración.
—Ella no necesita un abogado, la citamos en calidad de testigo.
—Aun así, me gustaría saber con qué motivo fue citada.
—Papá—intervino Elizabeth—, eso me lo podías preguntar a mí.
—Homicidio —respondió Forbes en un tono desconectado.
—¿Qué cosa? —preguntó un desubicado Edvin.
—Su hija fue testigo de un caso de homicidio, además de presunta víctima de los occisos.
—¿Victima? —Lucrecia vio a su hija con un rostro que pareció quebrarse.
—Yo les voy a explicar todo—aseguró Elizabeth.
—¿Victima de qué? —insistió la mujer cuya piel se había vuelta tan blanca como el polvo sobre los muebles viejos—, ¿qué te hicieron?
—Intento de violación—respondió Forbes en su lugar.
Los Marcovich se giraron hacia Elizabeth como los engranes de una maquina bien sincronizada, ella tenía las mejillas infladas y una mirada que parecía estar apretándole la frente, luego vieron a Forbes, él tenía una expresión tranquila, como si no acabase de arrojar una bomba y ninguno de los dos les daba ninguna explicación.
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