Capítulo 73: Dignidad
Elizabeth no respondió. Solo buscó algo en su bolso, dejó un billete en la mesa y se puso de pie.
—¿Qué haces? —preguntó Alika—, ¿a dónde vas?
—No sé porque esperaba que estuvieras feliz por mí—reclamó.
—¿Qué?
—Se supone que eres mi amiga, pero solo tienes cosas negativas que decir.
—Soy tu amiga—afirmó —, por eso intento cuidar de ti.
—No me hace falta—replicó Elizabeth—, estoy perfectamente bien por mi cuenta.
—¿Hablas enserio?
—Nunca te pedí que hicieras nada de esto.
—¡Claro que lo pediste! —gritó ofendida—. Lo pides con esos ojos de cachorro abandonado cada vez que te sueltas a llorar como una niña caprichosa solo porque el mundo no está hecho de azúcar y las personas no son tan buenas como crees. Empezando por tu príncipe encantado por el que has llorado más de una vez.
—Así es el amor, Alika —aseguró altiva—, te hace llorar a veces. Lo sabrías si no fueras demasiado cobarde como para experimentarlo por tu cuenta.
—Oye, yo no me meto en tus decisiones—la señaló—, no vengas a querer meterte en las mías.
—Pues no es lo que parece cuando investigas cosas de Mitzuru como si trabajaras para ese detective. Pareciera que más bien quieres separarme de él.
—¿Te estoy diciendo que lo dejes acaso? No. Lo único que estoy haciendo es asegurarme de que sepas bien en que te estás metiendo, porque hay dos formas de descubrir las cosas y créeme, es mejor investigarlas antes de que te lleves un par de sorpresas.
—Yo no creo que Mitzuru sea culpable—dijo en calma.
—Pero tú estás enamorada de él y eres la primera en admitir que el amor te ciega—agregó en voz tranquila.
Elizabeth se levantó con ojos cristalizados e ignorando la llamada de Alika, se marchó.
Al final no consiguió el vestido.
Mientras le envolvían las cosas para llevar, Alika atendió la llamada que había estado esperando.
—¿Hola? —respondió insistente.
—Vaya, nueve llamadas tuyas, ¿qué pasó? ¿no habías dicho que ya no querías verme y que ibas a cambiar de empleo?
—No seas tan rencoroso, Charlie.
—No me llames así—reclamó serio.
—Perdón—susurró—. Es solo que... las cosas no me salieron bien.
—No me importa tu vida, solo dime, ¿vasa volver o qué?
—Sí... —aceptó con una voz que parecía ajena a ella—. Pero, necesito pedirte un favor.
—¿Un favor tú a mí?
—¿Podrías pagarme una parte con mercancía?
—¿Vas a vender?, ¿ese es tu nuevo negocio?
—No. Solo dime si vas a poder.
—¿Te atreves a exigirme algo?
—Por favor...—suplicó, su pierna empezó a temblar.
—Esa no es manera de pedirme las cosas—respondió la arrogante voz.
—Se lo suplico, amo—escupió en palabras que le supieron a vomito.
—Esa me gusta más—casi pudo ver su aterradora sonrisa frente a ella—. Tienes suerte de que estoy de buen humor, te conseguiré algo.
—Muchas gracias, señor.
—No me llames, yo te llamo.
—Está bien.
—Bienvenida de vuelta, Alika.
No agregó nada más, solo colgó el teléfono. Se dijo a sí misma que sería solo una vez más para surtirse. Después iría bajando la dosis hasta dejarlo por completo, pero definitivamente, lo dejaría.
Las sobras llegaron a su mesa y vio su imagen en el reflejo de su ventana, la vio borrosa, como perdiéndose bajo la luz del sol. Prefería que así fuera. Prefería que se desvaneciera por completo.
Mitzuru firmaba uno detrás de otro los contratos en su escritorio.
—Lleva estos a recursos humanos—le ordenó a Charlotte—y esté a mantenimiento.
—Toc toc—dijo la alegre voz de Elizabeth al abrir la puerta—, ¿se puede?
—Ya estás adentro—sonrió Mitzuru en respuesta, después se volvió a Charlotte—. Llama a Murano, pregúntale si la junta puede ser esté jueves y en que horario.
—Está bien—decía la muchacha mientras anotaba en su libreta.
—Y llama a la traductora que escogí, dile que mañana inicia labores.
—Muy bien.
—Puedes retirarte.
—Con permiso.
La asistente salió de la oficina sin despedirse de Elizabeth.
—¿No es la asistente de Kai?
—Pues, ya que yo no tengo por el momento, él tiene a uno de los becarios.
—¿Cuál?
—Brandon.
—Entonces, ¿Maia se fue oficialmente?
—Más que oficial, dejó el trabajo tirado—suspiró con hastío.
—¿Y Roberta?
—Sigue asistiéndome con Ian.
—¿Por qué no la haces tu asistente a ella?
—Tal vez en un año.
—¿Un año entero? —exclamó estupefacta.
—Es demasiado trabajo para una estudiante y yo estaría perjudicándola si le diera un puesto para el que no está preparada.
—¿Maia no heredó el puesto?
—Maia tenía una maestría para cuando la contraté.
—¿Enserio?
—Sí. Estudió en línea.
—Vaya, así que hacía más que espantar a la competencia, ¿he?
—¿Necesitas algo, Elizabeth? —eludió el tema. Ella levantó la bolsa que llevaba consigo.
—Almuerzo. Sabía que te lo saltarías si no estaba yo aquí para comer contigo.
—Me conoces muy bien —mencionó con una sonrisa altiva.
—Por supuesto, voy a casarme contigo—dijo mientras ponía los platos sobre la mesa de centro.
—¿Qué trajiste?
—Hice unos dumplins.
—Vamos a ver—rebuscó en su cajón y sacó un par de paquetes de palillos —, aquí están—. Después puso cada uno frente a un plato—¿qué tal si tratas de usar estos?
Elizabeth los analizó como si fuera la primera vez que veía tales objetos.
—¿Qué tal si no?
—Sería bueno que aprendieras para la cena con los Tashibana.
—¿No puedo usar un tenedor?
—No—sentenció y volvió a arrimarle los palillos.
—Es difícil —se quejó Elizabeth.
—No es difícil, no lo estas intentando—evidenció la irritación en el tono de su voz.
Ella torció los labios ante el reclamo.
—¿No puedo solo usar cubiertos normales?
—Esto es lo "normal" para mí.
Ella arrojó su cabeza hacia él con reproche.
—Te he visto comer con tenedor, yo era la chica del almuerzo, ¿recuerdas?
—Sí y lo traías frio siempre. —Ella no tuvo respuesta a eso, Mitzuru levantó los palillos y volvió a ofrecérselos—. Anda, tómalos.
—Que frustrante—tras su berrinche, lo obedeció.
—El primero lo bajas hasta la palma—explicó mientras la ilustraba con su propia mano—, él segundo entre el pulgar y el índice, como tu pincel.
—Gracias, Miyagi-sensei—bromeó.
—Tómatelo enserio—volvió a regañarla ante la sorpresa de Elizabeth—, y guarda esas bromas para cuando estemos en privado.
—Ya lo sé. Estamos en privado ahora mismo—bufó. Con torpeza, trató de acomodarse los palillos—. Como si tu madre no tuviera otras mil cosas por las cuales criticarme además del protocolo en la mesa japonesa.
—No puedes usar la otra mano para posicionarlos. Y no se trata solo de mi madre, Reiji va a estar ahí.
—¿Y qué?
—Que, además de mi padrastro, es mi jefe.
—¿Por qué no lo mandas al diablo?
—No es tan fácil.
—Te trata horrible.
—No se mezclan asuntos personales con los negocios.
Ella lo estaba escuchando, pero el lograr tomar una porción de carne la distrajo.
—Mira, lo logré—celebró al mostrarle su presa. En seguida, los palillos se le resbalaron y la carne cayó al suelo llevándose su alegría.
—¿Cómo es que un artista tiene tan mala coordinación en los dedos?
—No es tan fácil—lo parafraseó burlesca—, se pinta con el corazón, no con las manos.
Mitzuru suspiró.
—Está bien, come como quieras, lo intentaremos después.
—No es justo—replicó—a ustedes les enseñan desde niños a usar palillos chinos.
—No digas "palillos chinos", somos japoneses.
—¿Cuál es la diferencia?
—Es otro país.
—Entre los palillos.
—Ninguna.
—¿Cuál es el problema entonces?
—¿Por qué le agregas el "chinos"? Di solo "palillos".
—No sé porque tengo que aprenderlo—refunfuñó mientras volvía a acomodarlos—, ustedes deberían usar tenedores y ya.
—¿Naze?, ¿Naze watashitachi ga anata no kuni ni iru no desu ka? (¿Por qué?, ¿Por qué somos nosotros quienes están en tu país?) —preguntó Mitzuru en un tono serio, al encontrarse con su mirada afilada, Elizabeth se quedó callada —. También me criaron hablando Japones, sin embargo, tengo que esforzarme a diario para comunicarme en un idioma diferente, para escribir informes completos de más de cien páginas en dos idiomas, incluso en mi tiempo libre, tengo que esforzarme hablando inglés para comunicarme contigo, escucho tu música en inglés y veo películas en inglés, solo para verlas contigo. ¿Me ves quejándome de eso?
"Cuando estes en la casa Tashibana, sea en Francia, Brasil o aquí, será Japón y en Japón comemos con palillos, no palillos chinos, solo palillos, saludamos inclinándonos, dejamos afuera los zapatos y, si no tienes suerte, hasta hablamos Japones.
"Y no te estoy pidiendo que aprendas todo eso en un día, tampoco que les agrades o que te agraden a ti, solo te estoy pidiendo que muestres algo de respeto hacia mi cultura y la de nuestro hijo. Así que, si pudieras añadir algo más a eso, ¿qué tal un esfuerzo?
Como claramente no estaba jugando, Elizabeth se mordió los labios, reacomodó los palillos, después se los enseñó a Mitzuru.
—¿Así?
Le tomó tanto tiempo que la comida se enfrió, pero logró terminar su plato.
Mitzuru puso sus palillos sobre el plato al final y Elizabeth lo imitó.
A veces la parte más infantil de ella la sobrepasaba de tal manera que su compañía, más que relajante, se volvía una atosigante obligación. Sin embargo, cuando la niña egoísta se volvía una mujer amable, incluso complaciente, él encontraba un cálido aire llenando sus pulmones.
Casi estaba seguro de que se estaba esforzando, de que de verdad le importaba.
—Bien hecho—concedió él.
Al ver que la sonrisa volvía a su rostro, ella caminó hacia él y metió la cabeza por debajo de su barbilla. Mitzuru la rodeó con los brazos, reposó su cabeza sobre la de ella.
—Siento haberme portado como una bullie racista—mustió Elizabeth.
—Está bien—su voz se oía mucho más calmada—. Se que cuando algo es difícil para ti, buscas la forma de evitarlo a toda costa.
—No quería que lo sintieras como una falta de respeto.
—Tranquila, no lo siento así.
Se abrazó a él con más arraigo.
—Yo solo quiero, pasarme toda la vida así, toda la vida entre tus brazos.
—Sí—le dio un beso en la cabeza—. Yo también. Y quiero que sea tan pacifico como pueda ser para todos.
—¿Lo dices porque sabes que tu madre va a querer sacarme los ojos? —Mitzuru rio para sí—. Lo voy a intentar, pero, tal vez no pueda encajar con los Tashibana.
—No encajo ni yo.
—Pero encajamos bien juntos, —ensambló con él los dedos y contempló aquellos pequeños ganchos de carne que erguían ella y el otro con la intención de ser solo uno— porque somos el uno para el otro. Eso es lo que importa.
—Tienes razón. Somos así. —Cerró los ojos para respirar el aroma de su cabello, lavanda y mantequilla, adivinó que ella cocinó algún postre además del almuerzo—. ¿Fuiste por el vestido?
—Sí, pero... Es que me encontré con Alika y ya no lo compré.
—¿Alika?
—Sí—mencionó en broma—. Es una tontería, pero discutí con ella porque cree que mataste a alguien.
—¿No ibas a ver a Koyuki?
—Pues, le envié un mensaje, pero no me contestó. —Mitzuru chistó.
—¿Era importante que fuera a verla a ella? —preguntó confundida mientras se separaba para verlo—. Pensé que solo lo estabas sugiriendo.
—Pues la prefiero, en lugar de Alika.
—Pues—forzó una sonrisa—, yo no. Alika es mi amiga, a Koyuki apenas y la conozco.
—¿No puedes ser su amiga también?
—Pues sí, pero no "en lugar de..."
—¿Por qué no?
—¿Lo estás diciendo enserio? —lo retó indignada.
–Elizabeth—propuso dudoso—. ¿De verdad crees que es buena idea mantener una amiga como Alika?
—Que mis amigos no tengan negocios multimillonarios o contactos influyentes como los tuyos, no significa que no sean tan importantes para mí como esos son para ti.
—No es por eso que lo digo.
—¿Entonces qué? ¿Cuál es el problema?
—¿De verdad me preguntas eso?
Ella lo pensó por sí misma. Después se sintió como si fuese acusada de algún crimen del que no se consideraba en lo absoluto culpable.
—¿Es porque era prostituta?
—Veras...
—Vete al carajo—exclamó tras levantarse.
—Elizabeth...—se levantó también.
—Tú no sabes cómo fue su vida. No todos tuvimos la suerte de que nuestras madres se casaran con un millonario. Perdónala por no haber tenido la mitad de las oportunidades que tuviste tú.
—Eso no es lo que dije.
—¿Te atreves a juzgarla desde tu piso de mármol?
—No, no es que la juzgue y la verdad me da igual a que se dedique, lo que me preocupa es que su estilo de vida es peligroso para ti.
—¿Para mí?
—¿No fue porque fuiste a visitarla que dos tipos intentaron violarte?
—Ella no tuvo la culpa de eso.
—¿Mientras estaba inconsciente por las drogas que se había metido? Eran traficantes, ¿no?, ¿Cómo sabes que no eran sus traficantes?
—Cualquiera podía entrar a ese edificio, tú mismo entraste varias veces.
—Pero no entró cualquiera, entraron ellos y porque ella se los permitió sabiendo que tú estabas a solo dos metros.
—No creo que haya pensado en eso.
—Claro que no, porque estaba demasiado ocupada consiguiendo sus "dulces". Es ahí cuando es peligrosa para ti. ¿Qué será la próxima vez?, ¿Qué pasa si vas a visitarla y está con otro traficante o un cliente?, ¿Has pensado en lo que podrían hacerte?
—Ella ya no se dedica a eso—la justificó—. Hace inventario en una tienda de ropa.
—Por ahora, ¿qué pasará cuando ya no le alcance el dinero para pagar sus vicios?
—También dejó eso.
—¿Estás completamente segura de ello? —ella lo pensó un segundo. No tenía una respuesta—, ¿qué tal que vuelve a ello, vas a verla y está con alguien de su ambiente? Que, además, te pedí que llamaras a Ryu para salir y te sigues yendo sola, ¿qué tal que uno de ellos te ve, decide que le gustas y te lleva con él?, ¿has pensado en eso alguna vez?
—Yo jamás me iría con un tipo así.
—¿Crees que los hombres que compran mujeres le dan importancia al consentimiento? —le gritó.
—Pues, a ti te importa.
—No es igual—replicó ofendido.
—¿No me ofreciste dinero por dejar que me hicieras cosas pervertidas?, ¿no le ofreciste dinero a otras chicas antes? Eso tiene nombre, Mitzuru. La única diferencia es que tú pagas más y llevas traje.
—La diferencia es que yo te gustaba, o al menos, actuabas como si así fuera. No te habría propuesto estar conmigo si hubiera pensado que no querías. Si te ofrecí algo, fue porque sabía que lo necesitabas, así que... —se mordió el labio ante la mirada acusante de Elizabeth—. Pensaba que yo era incapaz de ofrecer algo que no fuera dinero y no quería aprovecharme.
—Escucha, no te estoy acusando de nada—aclaró mucho más calmada—. Solo digo que, se lo que es estar tan desesperada que cuando encuentras una salida, parece ser la única. Y sí, yo tuve la suerte de que eras tú, pero Alika no. Ella se encontró con personas que sí se aprovecharon, sin embargo, cuando la conocí me ayudó sin esperar nada, aun cuando nadie más lo hizo.
"Es decir, dentro de sus posibilidades, ella me dio una radio, me enseñó a hacer un presupuesto, a ahorrar al máximo, incluso reparaba cosas en mi departamento porque yo no sabía cómo hacerlo y no podía pagar mantenimiento. Pero lo más importante fue que, ella fue mi hombro en el cual llorar, aunque siempre odió que lo hiciera.
"Ahora que estoy mejor, me gustaría retribuirla, no darle la espalda. ¿Entiendes eso?
Mitzuru soltó un largo suspiro al viento.
—Voy a contratar a alguien que va a seguirte como un perro las veinticuatro horas del día—aceptó de mala gana.
—¿Un guardaespaldas?
—Sí. Además, si tu amiga necesita alguna terapia para dejar todo eso, yo voy a pagarla.
—¿Enserio? —cuestionó incrédula—, ¿harías eso por ella?
—No. Lo haría por ti.
—Mitzuru—ni se lo pensó, se arrojó a sus brazos como una niña mientras sentía sus gruesos dedos acariciándole la espalda, le robó un beso de sus labios.
Alika estaba loca.
Con todo y lo que dijo de él, Mitzuru todavía estaba dispuesto a ayudarla.
Un hombre tan bueno, jamás haría nada tan aterrador como eso que dijeron en las noticias.
Intentó llamarla para decírselo, pero Alika no contestó ni en ese momento ni después. Se perdió en la noche hasta el amanecer cuando despertó ya ahogándose sobre un charco de lodo.
Estaba desnuda en la calle cubierta solo por una bolsa de basura que algún buen samaritano arrojó sobre ella para cubrirla, un intento burdo y lamentable para salvaguardar un orgullo inexistente en su persona.
No recordaba del todo la noche anterior y tal vez era mejor así.
Tenía dos dedos rotos, un hematoma que abarcaba la mitad de su vientre, la pierna cubierta de sangre y un dolor punzante entre los muslos que parecía llegarle hasta la cabeza. Al grado que iba recuperando la sensibilidad en la boca, más intenso se volvía el sabor a la tierra en su lengua. Quería levantarse, pero no podía mover su cadera.
A penas y logró levantar suficiente el rostro para evitar ahogarse en el lodo y cuando vio su reflejo en él, notó su ojo hinchado.
Se preguntó una vez más, ¿cómo iba a explicarle eso a Roberta?
De inmediato, volvió a tirar su cabeza al suelo, ya no quería ver esa imagen nunca más. No se sentía bien verla. Volvió a preguntarse cómo fue que había perdido su empleo solo por las palabras de una desconocida pese a que estaba dispuesta a acabar así por una bolsa de medicina. En una mujer como ella, la dignidad era un estorbo.
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