Capítulo 70: La verdad solo puede causarnos dolor
—Mitzuru—lo llamó la suave voz entre sueños y lo trajo al mundo real tras posar aquellos delgados dedos sobre su frente.
Cuando abrió los ojos, Mitzuru divisó la imagen de Elizabeth inclinada hacia él mientras lo veía con los ojos curiosos de un gato. Ella notó que él había despertado por lo que sonrió divertida.
—Te quedaste dormido—anunció Elizabeth.
Él vio a su alrededor. Seguían en el kiosko frente a la playa, había amanecido ya y Elizabeth había recogido todo lo de la comida.
Mitzuru la vio, impoluta y brillante, sonriendo como un ángel e hizo un gesto con el dedo para atraerla hacia sí.
Elizabeth amplió su sonrisa, se sentó a un lado de Mitzuru y hundió la cabeza en su pecho para percibir su aroma a roble, escuchar su corazón, sentir el calor de su cuerpo cubriéndola.
Se quería pasar la vida entera así, toda la vida entre sus brazos.
—No te gustaba esto—mencionó ella con aire burlón—, te ponías muy tenso cuando me acurrucaba contigo en el sillón de la sala.
—Te acostumbras rápido a lo bueno—respondió manteniendo la línea de la broma.
—También se habían ido tus pesadillas.
—¿Las pesadillas?
—Sí.
El aire de pronto se volvió pesado.
—¿Te habías dado cuenta de eso?
—Es que hablas dormido y pareces alterado.
—¿Y qué digo?
—No lo sé. Lo dices en Japones.
Mitzuru comenzó a acariciarle el cabello.
—Nunca se fueron—explicó—no es que las tenga siempre, aunque no suelo tenerlas si duermo contigo.
—Entonces, dormiré contigo siempre y cuando muramos, que nos entierren juntos, así no podrán seguirte al cielo.
—Suena bien—rio.
Ella tomó aire y con ello el valor de preguntarle.
—¿Quieres contarme lo que soñaste?
Por un momento, no se escuchó nada más allá del aire y las olas romperse contra la arena. Después se agregó la voz de Mitzuru.
—Soñé que era pequeño, que estaba atrapado en un mundo absurdo y hostil, había voces por lo que sabía que alguien más estaba ahí, pedí ayuda, pero fingían no escucharme, nadie quería hacer nada.
—¿Cómo sabes que estaban fingiendo?
—No lo sé, pero estaba seguro de que así era.
—Deberías soñar conmigo—propuso.
—Trato, linda, pero no siempre puedo.
—Esfuérzate más. Si me llevas a tus sueños, yo voy a protegerte.
—Bueno—besó su cabeza y dejó ir todas sus preocupaciones en un suspiro—, trataré con más fuerza. Mientras tanto, me conformaré con tenerte en el mundo real.
La apretujó entre sus brazos, le dio un beso en la cabeza, respiró el aroma floral de su cabello y durmió un rato más, teniendo así un sueño mucho más tranquilo pues era ese el efecto de tenerla tan cerca, casi que podía tocar su corazón.
Al volver a casa de Mitzuru, Elizabeth se dio un largo baño. Después se vistió, se maquilló y perdió tanto tiempo como pudo observándose frente al espejo.
—Elizabeth—la interrumpió Mitzuru tras entrar al baño con hartazgo—, ya voy tarde.
Ella respiró hondo una vez más.
—Está bien.
Ella cruzó la puerta, pero él interrumpió su paso.
—¿No olvidas algo? —mencionó Mitzuru. Elizabeth se inclinó para verse el conjunto completo. —Tu anillo.
—Ah—se dio cuenta—, es que me lo quité para lavarme las manos.
—No seas tan descuidada—la reprendió y tomó el anillo del tocador del baño—, deberías llevarlo todo el tiempo—se lo puso en el dedo—, o podrías perderlo.
—¿Seguro que es esa la razón? —cuestionó acusante—, ¿no será que quieres que lo lleve todo el tiempo para anunciarle a la gente que estoy apartada?
—Se lo anunciaré personalmente a cada persona que conozca—respondió tomándola por la cintura—, y hasta le pondré mi nombre para que todos sepan de quién eres.
—Si pones tu nombre en el anillo, yo pondré mi nombre—le apuntó al pecho—, aquí.
—Entonces yo pondré mi nombre—unió sus labios a ella en un beso—, en todo tu cuerpo.
Elizabeth se sintió desvanecerse entre sus brazos, quería dejarse caer solo para que el la sostuviera un poco más, pero Mitzuru le recordó su prisa y la llevó de la mano hasta la puerta.
Durante casi todo el camino, jugó con la sortija, esperaba que la piedra tuviese alguna clase de energía mágica que hiciera desaparecer el nudo de su estómago.
—¿Estas bien? —le preguntó Mitzuru.
—Sí, claro.
No sabía cómo iba a decírselo a sus padres, tenía miedo de que les entrara una fiebre moral y que le dijeran la verdad a Mitzuru. Entonces él, sin duda iba a odiarla. Pensó que lo peor que podía pasar era que lo perdiese al decirle del bebé, pero en ese momento acababa de darse cuenta de que podía ser peor, él podría enfadarse tanto con ella que podría llegar a odiarla y si él la odiaba, en ese preciso momento en el que no le hablaban sus padres, entonces estaría, completamente sola.
No podía lidiar con eso.
—¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo? —preguntó Mitzuru de repente.
Elizabeth vio por la ventana y se dio cuenta de que ya habían llegado a aquella casa en la que vivió durante tanto tiempo y que, vista desde ese punto, no parecía ser suya.
Ella vio a Mitzuru como un cachorro abandonado, luego se abalanzó sobre él y le robó un apasionado beso.
—Mitzuru—le aseguró igual que en un juramento—, no importa que pase en el futuro, prométeme que nunca dudarás de mi amor por ti.
—¿Cómo?
—Cada cosa que hice, incluso si me gané el infierno por ello, solo lo hice para que estemos juntos, porque te amo, te amo y quiero estar contigo.
Mitzuru le acarició la mejilla con el pulgar y mustió una ligera risa.
—Crees que soy perfecto, pero te equivocas. También he hecho cosas cuestionables para estar contigo. Así que, deja de pensar que con el primer error que cometas, te voy a dejar.
—No lo entiendes.
—La peor cosa que hayas hecho, la parte más oscura de ti, incluso esa que ni tú puedes amar de ti misma—declaró viéndola directamente a los ojos, contorneando su mejilla como si le pareciera una ilusión y temiese que se desvaneciera—, muéstramela sin miedo alguno, te juro que me quedaré a tu lado y te amaré con todo y esas cosas que el resto del mundo te dijo que estaban mal en ti.
—Prométemelo—suplicó al juntar su frente con la de él.
—Bonita...—susurró para ella.
—Por favor, solo prométemelo.
—Eres tú quien subestima mi amor por ti. —Sonrió con calma. —No importa, voy a demostrártelo cada día del resto de nuestras vidas. Te lo prometo.
Con un beso más se despidió de ella y Elizabeth tomó en aquel beso toda la fuerza que le hacía falta para bajar del auto.
—Llama a Ryu para que venga por ti — ordenó Mitzuru.
Elizabeth no tenía su teléfono consigo, pero solo asintió y se marchó.
Para su sorpresa, la puerta estaba abierta. Cuando entró, los encontró de inmediato, sentados en el comedor con un aura que parecía anunciar la muerte de alguien. Las miradas se posaron de pronto en ella y un aire gélido le pasó por un lado, como si aquellas miradas lo hubieran disparado.
—Hola—saludó en voz baja, sin invitación alguna entró en la sala—. Mamá, papá, vine a hablar con ustedes.
—¿Sobre qué? —la retó Lucrecia.
—Elizabeth—Edvin se acercó a ella con voz temblorina—. ¿Es verdad lo que me dijo tu mamá?
Elizabeth sintió que se atragantaba con su propia lengua.
—¿Qué cosa? —fingió demencia, aunque se hacía una idea.
—Tu amor de turno—anunció Lucrecia—, me llamó para que fuera al hospital porque no sabía ni tu tipo de sangre.
A Elizabeth le tembló el labio y algo dentro de ella le presionó el pecho.
—¿Nos escuchaste? —preguntó en una voz chillona.
—¿Te refieres a la parte en la que te conviertes en una villana de telenovela? Sí, claro que escuché—afirmó con un suspiró de hastío.
—Eli—suspiró Edvin—, dime por favor que tu mamá escuchó mal.
Ella desvió entonces su vista a la ventana, el coche ya no estaba y debería estar agradecida porque si no, seguro que saldría corriendo para volver a subir.
—No—confesó Elizabeth—. Pero, no es algo malo.
—¿Que no es algo malo, dices? —preguntó Edvin desconcertado.
—Porque, verán—como si no fuera nada, se dirigió a sus padres igual que una niña cuya última travesura le había salido bien y les mostró el anillo en su dedo—, voy a casarme.
Pero los rostros que recibió como respuesta, eran de todo menos felicidad.
—¿Casarte? —repitió Edvin, Elizabeth asintió —, ¿con Mitzuru Tashibana? —ella volvió a asentir con las mejillas enrojecidas, Edvin vio a su esposa, Lucrecia tenía cierta tendencia a prevenir cuando su hija causaría un desastre, pero en ese momento, Lucrecia estaba tan impactada como él—. ¿Te volviste loca? —preguntó Edvin a lo que Elizabeth borró su sonrisa.
—Elizabeth—preguntó Lucrecia en palabras lentas—, ¿Qué te dio esa idea?
—No es una idea que me hice sola—se defendió Elizabeth—. Mitzuru me dio esta sortija—volvió a mostrarla— y me pidió matrimonio.
—¿Y eso fue antes o después de que le dijeras que estabas esperando un hijo suyo?
—Eso no es lo importante.
—¡Claro que importa! —se cubrió los ojos intentando disipar el peso de su frente, antes de retomar la palabra, se forzó a moderar el tono de su voz—. El matrimonio es mucho más difícil de lo que tu padre y yo lo hacemos ver, el pasar tus días con una persona puede ser un infierno, ahora imagínatelo si es por obligación.
—No es eso. Mitzuru y yo estamos muy enamorados—insistió.
—El enamoramiento no es igual al amor y el amor no es algo que puedas definir tras conocer a una persona por dos meses.
—Elizabeth—agregó Edvin—, los Tashibana son personas sumamente poderosas y mucho más peligrosas de lo que piensas. Ellos se meten en líos, roban, mienten, destruyen vidas y siempre salen impunes de todo eso. No les va a hacer ninguna gracia si descubren que engañaste a uno de los suyos así.
—Mitzuru jamás permitiría que me lastimaran—argumentó Elizabeth.
—Tienes que decirle la verdad, antes de que él vaya y le diga a su familia que va a ser padre cuando no es así, porque después de eso, ya no habrá marcha atrás.
—No—negó con la cabeza—. Es mejor que no lo sepa nunca.
—¡¿Te das cuenta acaso de lo que estás diciendo?! —exclamó enfurecido.
—Piénsalo, papá. Mitzuru quiere casarse conmigo y criar a esté bebé, piensa en la clase de vida que tendrá. El mejor seguro médico, la mejor escuela... yo podría dedicarme a cuidar de él...
Edvin Marcovich posó sus manos sobre los hombros de su hija.
—Sabes que no está bien. Y no me agrada, ese hombre no me agrada, pero tú tuviste una opción, a él no se la estas dando. —Ella se mordió los labios, Edvin continuó—Si de verdad te ama, te aceptara con todo y ese niño que esperas.
—¿Y si Mitzuru sí me ama—mustió entre lágrimas —pero no puede amar a mi bebé?
—Entonces—afirmó Lucrecia—, no es el hombre para ti.
—Sabía que dirías eso—sonrió de manera sutil.
—Y sabes que tengo razón. Tú misma me dijiste que si un hombre te iba a amar, iba a ser con todo y tu bebé y ahora resulta que te vas a casar con alguien a quien tienes que mentirle para que lo acepte.
—Sí—replicó —y tu misma me dijiste que eso era demasiado pedir. Ahora quieres que vaya y le diga la verdad solo para que me deje.
—No, lo único que yo quiero—de manera insólita, tal vez gracias a su estado de shock, Lucrecia mantuvo la calma —es que hagas las cosas bien.
—¿Para qué? —insistió Elizabeth— Mitzuru está feliz—Edvin volteó el rostro—. Él me quiere y quiere a esté bebé—sonrió de manera automática—, quiere casarse conmigo y quiere darle su apellido, díganme, ¿qué sentido tiene decir la verdad en este punto?, Solo puede causarnos dolor.
Edvin la vio directamente a los ojos y dijo:
—Es cuando es más difícil hacer lo correcto cuando demostramos quienes somos en realidad.
—Yo no voy a renunciar a mi final feliz, solo por "hacer lo correcto".
Edvin la soltó, arrojó su cabeza hacia atrás y necesitó sentarse porque sintió que sí no lo hacía, iba a desmayarse.
—Si descubre la verdad—continuó Elizabeth—, no me lo va a perdonar. Y me quedaré completamente sola, como al principio, ¿quieres eso para mí?, ¿quieres eso para tu nieto?
—Aun puedes volver a casa—mencionó sabiendo que no tenía ninguna utilidad.
—¿Y ser una madre soltera?, ¿que mi bebé crezca sin un padre?, ¿esa es mi opción?
Elizabeth buscó algo más que decir, pero sabía que la postura de su padre no iba a cambiar.
—Esto saldrá mal—mencionó Lucrecia—. Una mentira así, ¿Cuánto tiempo crees que va a durar?
—Solo ustedes, el padre y Alika saben la verdad—aseveró—, bueno, yo sé que Alika jamás dirá nada, a su padre no le interesa y yo me iré a la tumba jurando que este niño es hijo de Mitzuru. Así que—tomó tanto aire como retuvieron sus pulmones—, si quieren que sepa la verdad, se la dirán ustedes, de mi boca jamás saldrá.
—¿Por qué lo haríamos nosotros? —replicó Lucrecia—. Esa es tu responsabilidad. Ya eres un adulto. A estas alturas, no esperes que tus padres arreglen tus desastres.
Elizabeth ocultó la mirada.
—También me gustaría que fueran a mi boda—mencionó, no obtuvo respuesta. —Mamá, me gustaría que hicieras mi vestido.
—Mucho trabajo para algo que no va a durar tanto.
Elizabeth pensó que ya debería haberse acostumbrado al trato frio de su madre, que poco le había durado la preocupación por ella. Aunque le prometió a Mitzuru que conseguiría convencerlos, tenía que salir corriendo porque si lo soportaba un poco más, su corazón iba a detenerse.
—Siento mucho—dijo en la puerta—, haberlos decepcionado tanto.
—Ay, Elizabeth—exclamó su padre sin verla.
Finalmente, ella salió de la casa y a su paso dejó salir todo su llanto. Si su padre no hubiera estado tan molesto, seguro que la habría abrazado. ¿A quién iba a correr ahora que él no quería hacerlo?
Como no encontró respuesta, se abrazó al vientre.
—Esto sí lo voy a hacer bien—proclamó—. Porque, no será sola.
Con ese pensamiento se obligó a sonreír. Con todo y lo que le costaban los pasos, eligió su camino y tenía que seguir avanzando.
Llegó hasta la carretera donde tomó un taxy y fue directo a Tashibana Tech pues tenía la firme creencia de que se sentiría mejor tras ver a Mitzuru. Quería pensar que valía la pena, que todo lo que estaba haciendo tenía algún sentido capaz de volverlo justificable, pero al pasar su gafete frente al ascensor, este no se abrió.
Lo intentó un par de veces más hasta que vio llegar a un grupo de gente y aprovechó para subir junto con ellos.
Planeaba ir a recursos humanos para que le cambiaran el gafete después de la junta con Alicia, pero al llegar a mercadotecnia, se encontró con sus compañeros cuchicheando. Sin embargo, el silencio reinó cuando la vieron entrar.
—Siento llegar tarde—se disculpó—, es que tuve un problema con mi gafete.
—¿Elizabeth? —la llamó Alicia confundida—, pensé que ibas a renunciar.
—¿Por qué pensaste eso? —mantuvo su sonrisa con sumo esfuerzo.
—Porque, Mitzuru me lo dijo.
Totalmente desubicada, fue a la oficina en busca de Mitzuru, pero al abrir la puerta y llamarlo por su nombre, este no se encontraba allí. Elizabeth pensó en ir a buscarlo a la sala de juntas, sin embargo, escuchó entonces el agua corriendo en el baño.
—Mitzuru...
Se aproximó hacia la puerta y antes de llegar, se hechó hacia atrás de un paso pues quien salió no fue Mitzuru si no el esposo de Hana Tashibana, Izamu.
—Lo siento—se apresuró a decir Elizabeth—. No sabía que era usted.
Izamu tenía una expresión serena en el rostro y a su vez una mirada que volvía asfixiante cualquier conversación, tal y como la primera vez que la vio, no tuvo reparos en posar esa mirada sobre ella.
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