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Capítulo 69: Aferrado a ti

Para cuando las botellas estuvieron vacías, Roberta le preparó un café a Maia. Esta despejó su cabeza lo suficiente como para que comenzara a guardar sus cosas en cajas de archivos ayudada por la becaria.

—Te acompañaré a tu casa—propuso Roberta.

—Puedo ir sola.

—Te lo agradezco—sonrió en un gesto sutil—. Por todo.

—No pasa nada. Lamento que Alika se pusiera regañona.

—Está bien, tal vez me dijo lo que necesitaba oír.

—Ya verás que pronto conseguirás otro trabajo—sonrió para generarle confianza.

—Voy a irme, Roberta.

—¿A tu casa?

—No. Voy a irme de Nueva York.

—¿Qué? —preguntó confundida. —¿Estás segura?

—Sí—suspiró.

—Toda tu vida está aquí.

—Y toda mi vida es Mitzuru. Necesito alejarme para ya no buscarlo, ya no verlo, ya no saber de él. Necesito que mi vida gire en torno a mí y a nadie más—. Roberta agachó la cabeza—. Estaré bien, tengo ahorros y se lo que quiero. Un hogar, amor, una familia, quiero eso y quiero estar con alguien que quiera dármelo.

—Entonces, lo haces por ti.

—Así es. Lo hago por mí—afirmó—, es gracioso y algo triste, esté es el primer acto de amor que cometo hacia mí misma—con una sonrisa en su rostro se quitó los aretes que llevaba y se los dio a Roberta—. Ten, es el primer regalo que me dio, véndelos, quédatelos o has lo que quieras.

—¿Estás segura? —preguntó impresionada—Son de diamantes.

—Descuida—levantó su caja y caminó hasta el ascensor, Roberta la ayudó a abrirlo—. Puedo comprarme mis propios diamantes.

Una vez estuvo Maia dentro, se vieron una a la otra.

—¿Quieres que te acompañe al taxi?

—No hace falta.

—Bueno—aceptó cabizbaja—, buena suerte con el nuevo príncipe y eso. O mejor, intenta ser tu propio príncipe antes de buscar uno.

Maia apretó el botón con el nudillo para no soltar la caja y se despidió diciendo:

—Buena suerte con los dragones y las serpientes.

Y ese fue el último día de Maia Carpinter en Tashiba Tech. Fue como el día que abandonó Suiza hace ya tanto tiempo, tenía miedo y estaba sola, pero no estaba a la deriva, se tenía a sí misma.

Roberta volvió a la oficina presidencial donde se encontró a Alika, quien se había acabado el sake y decidió continuar con el vino.

—Alika—la llamó Roberta en voz cansada—, ya deberíamos irnos.

—Uno más y ya.

Roberta tenía una queja más pero un ruido en el exterior las interrumpió.

—¿Y eso? —preguntó Alika.

—Tal vez Maia olvido algo—respondió Roberta. Con suma calma volvió sobre sus pasos para asomarse tras la puerta. De pronto su cuerpo se puso tenso, Alika se aproximó hasta ella.

—¿Qué pasa?

—No es Maia —susurró en voz baja.

—¿Quién es?

—Baja la voz—exigió con un tono aún más bajo.

Ambas procuraron ser silenciosas mientras espiaban por el diminuto espacio de la puerta semiabierta.

Llevaba pantalones negros, un suéter gris con capucha y una bolsa de compra. Caminó por el pasillo con la cabeza baja y tomó el bolso de Elizabeth como si fuera suyo. No lo revisó o sacó nada de él, tampoco tomó ninguna otra cosa, solo lo metió a su bolsa de papel, se giró y se marchó. Usaba un cubrebocas por lo que fue imposible verle la cara, la única referencia que quedó en las hermanas respecto a esa persona fueron sus ojos los cuales delataban su origen asiático.

—Es una infección vaginal—explicó la doctora con suma naturalidad ante una atónita Elizabeth que apenas y se había levantado de la cama, fue enviada al consultorio.

—¿Disculpe?

—La infección le causó una inflamación en el cuello uterino, el impacto le reventó algunas glándulas, tampoco es tanta sangre como para un aborto. Esa es la razón por la que no se dio cuenta antes.

—Entonces, ¿el bebé esta bien?

—Sí, en realidad, debido a que tiene muy pocos meses, todo el daño lo recibió usted—Sonrió ella. —Debe tener cuidado, pudo haber sido más grave.

—Pero no lo fue—suspiró aliviada.

—Es cierto, no lo fue. Le daré óvulos y la dejaré ir a casa, debe introducirlos directamente durante cinco días.

—Está bien.

—Aunque, me gustaría que viniera a verme al menos una vez al mes para darle seguimiento.

—Entonces, ¿usted ya es mi doctora?

—En el mejor de los casos.

—¿Significa que, si le cuento algo, la confidencialidad medico paciente la obliga a guardar el secreto?

La doctora Meyer se mostró extrañada por aquella pregunta.

—¿Hay algo que deba contarme, Elizabeth?

—Primero—desvió la vista—, responda mi pregunta.

—Legalmente—adquirió un tono serio—, si yo compartiera algo que usted me cuente y que específicamente no quiere que nadie sepa, yo perdería mi licencia.

—¿Incluso a Mitzuru?, ¿pese a que él está pagando todo esto?

—Eso no tiene nada que ver.

—¿Y si tuviera que mentir para guardar ese secreto?

—Me está asustando.

—¿Lo haría? —la doctora dudó un segundo.

—Si forzosamente tuviese que mentir para guardar un secreto protegido por la confidencialidad medico paciente, yo mentiría. —Notó como la rubia relajó sus músculos—. Ahora, dígame, ¿Qué es eso que no puedo decirle a nadie?

—No tengo dos meses de embarazo—escupió Elizabeth—, en realidad, tengo tres.

—Ok—dijo confundida.

—Pero, solo tengo dos meses desde que empecé a tener relaciones con Mitzuru. —Y entonces la doctora, lo entendió todo. —Así que usted, debe decir que son dos meses, ¿de acuerdo?

—Si me lo permite—mencionó en un intento por recuperar la compostura—, en este hospital tenemos área psiquiátrica. Podría recomendarle a una de mis colegas.

Antes de que Elizabeth dijera nada, llamaron a la puerta. La doctora se aproximó a abrir.

—¿Sí? —preguntó ella.

—Disculpe—respondió la voz de Mitzuru—, estaba atendiendo una llamada, vengo con la chica que está adentro.

Pálida como estaba, la mujer se giró a Elizabeth quien parecía inmutable. No tuvo más remedio que permitir pasar a Mitzuru sin tener idea de que hacer con eso.

De inmediato, Mitzuru se puso a un lado de Elizabeth.

—¿Te dieron tu receta?

—Sí—tomó la receta del escritorio de la doctora—. Al parecer, solo es una infección. Tendré que tomarlo por cinco días.

—Mientras tanto, la actividad sexual tendrá que esperar—dijo la Doctora fijando su vista en Mitzuru, él esquivó sus ojos—. Entiendo que una pareja saludable, joven y recién casada, tenga la costumbre de...

—Ah, no —sonrió Elizabeth—. No estamos casados.

—Oh—exclamó con tono de lamento—. Entiendo.

—No—rio nerviosa—, es que... nosotros...

—¿Tiene algo más que decir? —interrumpió Mitzuru—, ¿todo está bien con el bebé?

—Oh, sí. Aún es pronto para saber el género—respondió a secas.

—Bueno—tomó a Elizabeth de la mano—. Muchas gracias, doctora.

La doctora se apresuró a corresponder su apretón.

—De nada. De igual modo, les recomiendo asistir regularmente para darle seguimiento y evitar la actividad física demasiado demandante o las emociones fuertes.

—No se preocupe, la traeré una vez al mes al menos.

La mujer sonrió satisfecha y le dio un apretón también a Elizabeth.

—Un placer, Elizabeth—agregó con seriedad—. Por favor, piense en mi recomendación.

Elizabeth asintió, y se perdió tras la puerta junto con Mitzuru. La doctora suspiró aliviada.

Llegaron a la recepción sin cruzar palabra alguna, ahí se encontraron a Ryu llenando unos papeles. Al ver a Mitzuru, Ryu se inclinó como saludo.

—¿Ya está? —preguntó Mitzuru.

—Ya puede irse—le ofreció un llavero que él tomó de inmediato.

Le dio las gracias a Ryu, se giró a Elizabeth, ella percibió en él una mirada que parecía querer derribarla, sin embargo, Mitzuru la tomó de la mano y la encaminó hasta un auto que ella nunca había visto, un jeet plateado, además la subió al asiento del copiloto. Él tomó el asiento del conductor.

—¿Ryu no viene? —preguntó Elizabeth extrañada.

—No—respondió él sin emoción alguna. Encendió el auto y emprendió camino.

—¿A dónde vamos?

Mitzuru le sonrió de una manera que ella no pudo interpretar, pero, de alguna forma, le pareció siniestra.

—Vamos de viaje.

—¿De viaje?, ¿ahora?

—Sí. Ya mismo.

—¿A dónde?

—Saldremos de la ciudad unos días.

—Pero, ¿no deberíamos ir por las maletas antes?

—No hace falta, no te preocupes.

—Deje mi bolso en la oficina, adentro está mi cartera y mi celular.

—No creo que nadie te lo robe.

—¿Podemos pasar por él?

—No. —Elizabeth torció los labios. Todo el asunto le daba una mala sensación, pero tampoco quería pelear con él—. Si quieres, puedes dormir en lo que llegamos.

Pero ella no lo aceptó, prefería mirar por la ventana para estar segura hacia donde iban, por si hacía falta estarlo.

—Elizabeth—escuchó la voz un par de horas después. Para su desgracia, después de todo el ajetreo, se quedó dormida y en ese momento, él le tenía abierta la puerta mientras le tocaba el hombro para despertarla—. Baja, ya llegamos.

Tenía una expresión mucho más tranquila en el rostro, le ofreció su mano y Elizabeth se apoyó en él para caminar.

Por la arena bajo sus pies, supo que estaban en la playa, tal vez los Hamptons, frente a ellos, había una especie de cabaña solitaria y detrás de la misma, una especie de bosque. Claramente, no eran los Hamtonps. No se veía otra persona o casa en los alrededores.

—¿Dónde estamos? —preguntó Elizabeth.

—Es una cabaña vacacional.

Por supuesto, no era el tipo de cabaña vacacional a la que ella estaba acostumbrada. Más bien era espaciosa, con pisos encerados, chimenea falsa y alfombras de piel. El lugar olía a pino y a ocre, tenía una luz cálida que contrastaba fuertemente con su ambiente desolado.

—Llamé antes—explicó Mitzuru—, la tina debe estar lista. ¿Quieres tomar un baño primero —de la nada, comenzó a desvestirse—, o prefieres recostarte?

—La doctora dijo que no podíamos—se excusó Elizabeth.

—Me desvisto para la ducha, pervertida—la regañó Mitzuru y señaló a una puerta—. Te dejo la tina, yo tomaré una ducha en el otro baño.

Sin decir nada, ella se apresuró al baño. Ahí encontró una tina adornada con piedras, lo que le daba un aire rustico, cuyas aguas estaban cubiertas por un manto de pétalos de rosa.

Al cerrar la puerta, se percató del blanco vestido largo que estaba colgado en ella. Era sencillo, elegante y de una tela increíblemente suave. Fue hasta entonces que le surgió la idea de que, aquello era la "cena romántica" a la que Mitzuru había dicho que la llevaría. Por supuesto, él no le dijo que sería fuera de la ciudad, pero planear cosas extraordinarias de un momento a otro era su fuerte, después de todo.

Ella salió del baño ya con el vestido puesto y oliendo a las rosas de la tina, se había trenzado el cabello y se las arregló para colocarse unas flores entre las uniones de sus mechones. También había algo de maquillaje en el botiquín, lo que le permitió completar su imagen.

Mitzuru estaba sentado en el sillón esperándola, con la vista fija en el celular. Estaba vestido completamente de blanco, además, llevaba sandalias en lugar de sus habituales mocasines. Cuando la escuchó salir, dirigió la vista a ella.

—Te ves muy guapo—coqueteó Elizabeth.

Él sonrió, guardó su teléfono, caminó hasta ella y la llevó de la mano a la salida de la casa. La guio a un kiosko donde estaba encendida una fogata en medio de un sofá redondo que abarcaba todo el kiosko salvó por la entrada. En su centro, había una hielera.

—¿Ya quieres comer? —preguntó Mitzuru. Elizabeth asintió.

Él armó una base alta sobre la fogata y sobre la misma, puso unas tiras de carne que sacó de la hielera.

—Estará pronto, es barbacoa—aclaró con una sonrisa. Elizabeth sonrió en respuesta y dirigió su vista a una bocina que colgaba de una de las esquinas del kiosko.

—¿Puedo poner música? —sugirió para suavizar el ambiente.

—Claro. —Mitzuru desbloqueó su teléfono y se lo ofreció. Más la vio con asombro cuando la canción que seleccionó fue precisamente, "Hanamizuki" de Yo Hitoto.

—Así que, esta es tu música favorita en Spotify —sonrió Elizabeth—, me lo había estado preguntando ya que nunca te escucho cantar o te veo encender el reproductor—prestó atención a la melodía—. Es bastante tranquila, ¿verdad?

—¿Quieres decir "aburrida"?

—Yo no diría eso de ti.

—Lo dijiste antes. Dijiste que era muy aburrido porque solo trabajo todo el tiempo y que a las mujeres no les gusta eso.

—Sí, recuerdo haber dicho algo así. Pero no te conocía cuando lo dije, estaba haciendo conjeturas y la verdad—bromeó—, te estaba molestando un poco.

Mitzuru guardó silencio, retiró algo de carne del asador, después puso otra tanda y un par de panes en mantequilla. Se tiró sobre el sofá, arrojó su cabeza hacia atrás y soltó un gran suspiro al viento. De pronto, sintió los delgados dedos de Elizabeth posarse sobre su pecho, lo siguiente fue su cabeza, antes de que el hiciera cualquier cosa, estaba por completo abrazada a él.

—Nunca me he sentido aburrida cuando estoy contigo—reflexionó Elizabeth—, incluso si no estamos haciendo nada. Más, yo diría que me siento en calma.

Mitzuru se quedó quieto, su corazón latía lentamente entre paredes de hielo, pero el calor de Elizabeth envolviéndolo, lo derritió.

Él levantó las manos y rodeó a Elizabeth con sus brazos, reposó su cabeza sobre la de ella y dijo:

—Bonita, siento haber reaccionado de esa forma con lo del bebé, sé que debí mostrarme más alegre.

—Está bien—susurró—. No estoy enojada por eso. Creo que, simplemente... —guardó silencio mientras escogía la expresión correcta—me estoy aferrando a ti.

—Para con eso. No voy a dejarte, ahora menos que nunca.

—¿Enserio?

—Es enserio. Ahora estoy pensando mucho mejor las cosas y estoy hablando con conciencia, no con miedo o sentimientos encontrados.

—¿Y eso que significa? —preguntó temerosa de su propia voz.

—Significa que sobre reaccioné a esto. No es una mala noticia.

De todas las posibles frases que esperó escuchar de él, no imaginó esa. Lentamente, como si se le atoraran las extremidades, giró su cabeza hacia él.

—¿No lo es?

—Claro que no—sonrió Mitzuru, le acarició la mejilla y le dio un beso —, es un niño. O una niña, lo importante es que, es nuestro—le dio un beso más—. Nuestro bebé.

—Pero... no querías tenerlo.

—Pero ya está aquí. ¿Qué otra opción tenemos? —ella bajó la mirada, de inmediato, Mitzuru la tomó de la barbilla y la hizo regresársela—, vamos, te expliqué porque pregunté eso. Jamás te pediría que hicieras algo así.

—Entonces esto, ¿no arruina tu vida?

—¿Qué vida? Lo único que hacía antes de conocerte era trabajar y tener sexo, y ahora estas aquí—la contempló con sincera dicha en su rostro—, ofreciéndome una vida contigo y una familia. ¿Cómo es eso arruinarme?

—¿Una vida juntos? —repitió con ojos suplicantes.

Las olas golpeaban la tierra, el aire olía a su agua de rosas y a la sal, el fuego crujía la madera, el atardecer teñía el cielo y allí estaba, Elizabeth entre sus dedos, escuchándolo a él, escuchando su música, aferrándose como un náufrago desesperado se aferra a su valsa, si hubiera planeado mejor las cosas, el momento no habría sido tan bueno como lo era aquel.

Por lo que, Mitzuru rebuscó en su saco y después le entregó el pequeño estuche.

Elizabeth se levantó de su pecho y se reincorporó enfrente de él.

—¿Es un...? —preguntó sin abrirlo.

—Te amo, Elizabeth Marcovich y quiero pasar el resto de mi vida contigo. Con ustedes. Y sé que dije que solo es un contrato, pero, también es un seguro, de que sí algo me pasa, si cualquier cosa pasa, ustedes estarán a salvo así que, vamos a casarnos, ¿sí?

Abrió la caja, diamante azul en forma de corazón. Ella no pudo hablar, contuvo su voz junto con sus sentimientos porque parecería que la harían explotar. Después asintió, se puso el anillo y volvió a arrojarse a su abrazo.

Y por un momento breve, pero inolvidable, Elizabeth Marcovich plenamente segura de que sí existían los finales felices, incluso para ella.


Nota de autor: Hola, soy la autora, primero que nada, un agradecimiento por leer esta historia, espero la esten disfrutando tanto como yo.

Después, una disculpa por el retraso en este episodio, he tenido una semana muy atareada. Mil perdones.

Sin más por el momento. Soy Shixxen y me despido, ChaoBye. 

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