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Capítulo 61: Lo importante

—Mitzuru —lo llamó Mei en la puerta de su habitación, la cual estaba cerrada con llave—. Mitzuru, sé que estas despierto—repitió con hastío—. Ya tengo las maletas, solo no quiero que nos despidamos así.

Después de un breve silencio, Mitzuru abrió la puerta. Se recargó en el marco con los brazos cruzados.

—Tú sabes porque estoy molesto.

—Lo se. Y mira, sé que fue difícil para ti, pero también fue muy difícil para mí. Con o sin tu padre, la verdad es que siempre fui una madre soltera, ahora y entonces, solo me importa que tú estes bien.

Él no dijo nada, desvió la vista harto del tema. Mei continuó.

—Se que me excedí. No es porque quisiera arruinarte las cosas, solo estaba siendo sobreprotectora. Pero eres un hombre adulto y aunque no esté de acuerdo, tengo que dejar que tomes tus propias decisiones.

—Gracias por decirlo. ¿Lo harás? —cuestionó incrédulo—, ¿dejaras que tome mis propias decisiones?

—Claro—asintió Mei.

—Significa que no vas a involucrarte en mis relaciones personales ni vas a hostigar a Elizabeth.

—Se lo que significa.

—No quiero ni que le hables, mamá.

—¿Y porque iba a hacerlo? Te lo dije: solo dejaré que las cosas caigan por su propio peso.

Si hubiera sido del todo amable, Mitzuru no le hubiera creído.

—Está bien. Dame un minuto para cambiarme y yo te llevaré al hotel.

Mei sonrió complacida, se asomó detrás de él antes de que cerrara la puerta.

—¿Y ese cuadro? —preguntó de repente. Mitzuru había cambiado el cuadro sobre su cama por el que le dio Elizabeth.

—Fue un regalo.

—¿Eres tú?

—¿Eh?

Mei entró a la habitación para verlo más de cerca.

—Tiene un aire que me recuerda a ti.

—¿Qué aire?

—Enojado—respondió con gracia—, cansado y triste a la vez—analizó el cuadro—. Los trazos de las horillas son algo torpes, ¿quién lo hizo?

—Un artista amateur.

—¿Lo conoces?

—¿Para qué quieres saberlo?

—Quiero hacer un encargo.

—¿Enserio?, ¿de qué?

—Una réplica estaría bien. ¿Cuánto crees que cobre?

—No lo sé, fue un regalo. —Repitió.

—Le daré unos mil dólares.

—Vamos, gastaste medio millón en uno que tiene unas jarras y ni te gusta.

—Eso fue para hacer un contacto y funcionó. Además, era alguien con un nombre en la industria, un artista amateur no gana tanto.

—Pero le diste tu visto bueno, sabes que cuando se haga importante, valdrá mucho.

—No sé si se hará importante, es obvio que me gusta por motivos emocionales.

—¿No dicen que el arte es emoción?

Mei vio al cuadro con los labios torcidos.

—No está firmado—mencionó—. Que lo firme y le daré doce.

—¿Quieres ese?

—Pues sí, no pagaré diez veces lo que vale por una réplica.

Mitzuru lo pensó solo unos segundos.

—Está bien —dijo —, deja el cheque, haré que lo firmen y te lo llevaré personalmente.

—Excelente. Eso del anonimato es interesante, pero dile que al menos debería crear una marca, que debute en tu aplicación —propuso—. Y que tome un curso de pintura, estoy dudando de que la imagen sea del todo simétrica.

—Está bien.

La invitó a salir para cambiarse.

Elizabeth visitó la oficina de su padre.

—Buenos días—saludó en tono alegre al cruzar la puerta, Edvin se sonrió a su encuentro.

—Buen día—respondió y le entregó los documentos—. Aquí tienes.

—Perfecto. Ella ya debió haber llegado.

—Elizabeth, ¿Roberta es la amiga con la que vives? —Como respuesta, Eli asintió—. Me agrada esa chica, es muy formal.

—Sabía que te caería bien. En la directiva, es la becaria favorita.

—Debe ser un estatus difícil de lograr. Las cosas son muy exigentes allá arriba.

—Sí.

—Estas mejor con Alicia, aunque sean diez pisos más abajo. Esfuérzate en tu trabajo y trata de impresionarla, tal vez, ella pueda interferir por ti para que no te despidan cuando se te note el embarazo.

—Eso haré, papá—asintió.

—También noté que estas siendo más diplomática con tu mamá, no le respondes y evitas pelear con ella.

—Sí.

—Te lo agradezco. Se que ella es difícil, hay personas que son así, les cuesta expresar sus emociones, tú tienes que ver el amor en sus acciones.

"Como cuando te hizo todos esos vestidos de Hanna Montana o cuando amenazó con un bate a esa pequeña bully para que dejara de hacerte quemones en los brazos—Elizabeth se aguantó la risa.

—Amenazó a la maestra también.

—Sí. O ahora, solo intenta cuidarte con lo de la comida y la ginecóloga.

—Lo se. Se que intenta cuidarme, también sé que es difícil. Papá, ¿puedo preguntarte algo? —preguntó dudosa.

—Dime.

—¿Ustedes son felices juntos?

—Claro—respondió extrañado—. Nos casamos por amor. A veces tenemos conflictos, pero siempre lo resolvemos.

"En mi caso, soy un hombre sencillo, mientras tenga un trabajo honesto, afecto y apoyo en casa y la seguridad de que estoy aportando algo positivo al mundo, soy feliz.

"Respecto a tu madre, ella encontró una vocación en las clases de costura, sabe que tiene todo mi corazón así que, ahora nuestra única preocupación eres tú.

—Ya está pagada la hipoteca, ¿eh?

—Sí, eso ha mejorado el año bastante.

—¿Sabes que hay personas que tienen todo el dinero del mundo y no son felices?

—Demasiado dinero puede ser tan perjudicial para algunos como demasiado poco. Claro, es importante para tener una vida cómoda. Pero no es lo más importante, el amor es lo más importante.

"Pero, ¿por qué haces una pregunta cómo esa?

—Parecen algo distantes. —Edvin lamentó que ella lo notara. —Ya verás que se le pasará el coraje en cuanto se aíslen de todo.

—Yo estoy un poco enojado, Elizabeth.

—¿Tú? —se sorprendió—. ¿Por qué?

Él suspiró.

—Porque Greta me dijo que, a los chicos que tiraron al Bronx, los arrestaron en el edificio en el que vivías tú. — Elizabeth desvió la cara—. ¿No querías preocuparnos? Nunca debí dejar que salieras de la casa.

—Papá, yo no tuve nada que ver con eso.

—Lo cerraron por drogas. Preparaban Meta a dos puertas de una mujer embarazada—enfatizó con sus manos—. ¿Por qué pensé que era seguro ese lugar?

—Porque el administrador maquilló las cosas para cobrar el subsidio del gobierno. No es tu culpa.

—Lo es. Un hombre debe proteger a su familia y yo no protegí a mi hija.

—Yo estoy perfectamente bien—aseguró exaltada—. Sí, fue peligroso y fue feo vivir allí, pero tú y mi madre tienen que dejar de verme como a una niña.

—Lo sé, se eso, pero me cuesta un montón. Pensé que iba a tener más tiempo para esto.

—Yo creo que mamá esta arrepentida de echarme de casa, pero su plan funcionó, aprendí muchas cosas y maduré para bien, así que, ya no quiero que pelees con ella por mí.

—No es tu culpa.

—Solo... —interrumpió—, arreglen sus cosas. Que vuelva la paz a la casa Marcovich. Eso es lo que me importa.

—Sí—asintió Edvin—. Es lo que importa.

—¿Es una pelea grabe? —preguntó con timidez.

—Las hemos tenido peores.

—¿Enserio?

—Sí. Tú no te preocupes.

—Lo dices fácil.

—Después de veintiún años de práctica, uno le agarra el modo a la otra persona.

—Está bien—forzó una sonrisa.

—Elizabeth—la llamó serio—, es tu amiga la que le dará el papel, ¿verdad?

—Claro.

—Tú no tendrás contacto.

—¿Sigues con eso? —arrojó su cabeza a un lado. Planeaba decirle pronto, solo esperaba el momento adecuado.

—No—suspiró seco—. Solo soy sobreprotector. Avísame si se logra algo.

—De acuerdo.

Y se despidió de él para ir directo a Mitzuru.

Todos en el piso cincuenta estaban tan inmersos en sus asuntos que no la notaron, Maia no estaba así que no fue difícil entrar a la oficina. Él estaba en su escritorio anotando algo en una libreta, cuando oyó la puerta, dirigió su vista hacia ella.

—Hola, bonita—la saludó más volvió de inmediato al papeleo.

—Hola—. Caminó hasta el escritorio—¿Por qué lo anotas en papel? —se burló de lo anticuado que le parecía.

—Ayuda a memorizar.

Elizabeth vio de reojo el listado de cifras que se extendía a lo largo de páginas completas sin que ella pudiese adivinar en cual había comenzado él.

—¿Memorizas todo eso? —preguntó impresionada.

—No—rio por lo bajo—, solo los totales.

—¿Sumas mentalmente todo eso? —su respuesta solo logró aumentar la sorpresa en ella.

Mitzuru la vio con una sonrisa estática.

—¿Necesitas algo? —se forzó a ocultar su irritación.

—Sí—le mostró las hojas—. Mi padre olvido pedirte sus vacaciones con antelación, le dije que metería los papeles entre otros para que los firmaras sin darte cuenta.

Mitzuru vio las hojas como si no reconociera lo que eran, luego miró a Elizabeth quien sonreía con cinismo.

—¿Acabas de decir que le propusiste a un empleado mío engañarme y él estuvo de acuerdo?

—No. Se supone que los ibas a firmar sin darles importancia, no sin saber que eran.

—Entonces es un fraude.

—Mitzuru, no solo es tu empleado—le recordó picara—, también es tu suegro.

—Nepotismo.

—Vaya—señaló indignada—, parece que me confundí, supongo que, quitarme las bragas arriba de tu escritorio me hizo pensar que no tomabas tan enserio la ética laboral.

—Buena idea, ¿por qué no me convences de otra manera? —propuso a juego.

—¿Por ejemplo?

—Usa tus encantos—ella levantó una ceja.

—¿Quieres que me suba al escritorio? —preguntó a juego.

—Tengo una idea mejor—alejó la silla del escritorio y quedó expuesto—. Móntate.

—¿Qué? —preguntó como si no lo hubiese oído.

—En mis piernas—le mostró una media sonrisa—, móntate —ella giró su vista a la puerta como si él se lo hubiese dicho a alguien más, luego volvió a verlo, esperando explicaciones —¿Que esperas? Móntate.

El corazón se le detuvo y luego enloqueció, toda la piel se le había puesto roja. Lentamente, se obligó a sí misma a moverse, ocultó la vista de él, caminó solo un par de pasos para alcanzarlo, luego se apoyó en su cuello. Mitzuru la ayudó sosteniéndola de las caderas, ella le puso una pierna arriba y luego la otra, ya en posición, juntó sus labios a él en un beso, Mitzuru la jaló hacía sí para erradicar la lejanía de sus cuerpos.

—Señor Tashibana...—susurró coqueta.

—No, no, no—corrigió—, mi nombre.

—Mitzuru.

—¿Sí?

—¿Puedes por favor, por favor, regalarme una firma en estos documentos?

—¿Regalarte? No—la abrazó por la espalda baja—. Te cobro un beso. —En la colisión de sus labios, su estrés se desvaneció. Se separó un poco para tomar aire y dijo: —mejor dos. —Para retomar sus labios. Elizabeth comenzaba a sentir el calor. Instintivamente, comenzó a frotarse contra la entrepierna de Mitzuru.

—Buena chica —le dijo él, empezó a degustar su cuello, Eli echó su cabeza para atrás—, pero la próxima vez, antes quítate las bragas.

—Sí—dijo ella arrastrando su voz.

Mitzuru la sostuvo de la espalda con una mano, con la otra se abrió el pantalón para sacarse el miembro.

—Ahora—le quitó la mano del cuello y la puso sobre su glande —, ponlo duro.

—¿C-cómo? —Preguntó sofocada.

—Con tu mano, Eli—le respondió en una arrogante sonrisa.

Eli echó los papeles sobre el escritorio sin ver donde caían, regresó su cabeza a su posición inicial, se agachó para ver la masculinidad de Mitzuru expuesta y comenzó a acariciarlo con los dedos. Ella podía sentirlo palpitar entre sus yemas. Mitzuru le metió las manos por el escote, removió la tela que cubría sus senos, y los apretó sin recelo para después morder uno de ellos. Ella dejo escapar un ligero gemido.

—Hazlo hasta que lo sientas tan duro —le susurró Mitzuru —, que quieras metértelo entre las piernas.

—Sí— aceptó Eli.

Para Mitzuru, hacer a un lado la delgada tela de aquellas bragas fue tan fácil como una hoja que se deshace al caer a un lago.

—Frótalo contra ti—ordenó.

Ella lo obedeció, lo sintió creciendo dentro de su mano, estaba tan duro que parecía echo de piedra, al sentirla tibia y viscosa, solo se endurecía más, su olor masculino comenzó a embriagar a Elizabeth. Mitzuru le bajó los tirantes y descubrió por completo su tórax, Elizabeth lo tomó del cuello de la camisa y desde allí le dio un tirón para abrirla arrancando sus botones.

—Joder, cógeme ya—exclamó Elizabeth al plantarle un beso.

—Dijimos que lo harías tú—le recordó Mitzuru.

—Que malo eres conmigo—susurró juguetona.

Él se negó a ceder, ella se apoyó en sus hombros, se levantó un poco y descendió encaminando a Mitzuru por su interior, entró tan fácil por completo, sus palpitaciones retumbaron en todo el cuerpo de Eli, ella soltó un jadeo, él estaba tan duro que era doloroso.

—¿Sabes que las paredes están aisladas para que no se escuche hacia afuera por las juntas? —susurró Mitzuru—, puedes gritar tan fuerte como quieras.

Por dentro se mordió los labios, la tomó por la cintura y le dio ritmo a sus movimientos. Ella se apoyó en la mesa, le cedió la vista completa de su cuerpo invadido. Pronto, sus voces se entremezclaron y el coro de sus gemidos ensordeció el mundo a su alrededor.

Ella era tan descarada. Sus senos libres revoloteaban igual que su corazón, su voz gritaba aquel nombre entre jadeos, pequeñas gotas de sudor corrían sobre su piel dorada y su cabello rebelde cubría parcialmente su rostro entre saltos, todo le parecía erótico a Mitzuru.

Esa visión lo estaba llevando al éxtasis por lo que apresuró su ritmo, Elizabeth lo abrazó al cuello, con un par de besos recuperó el control.

—Dijimos que sería yo—repitió ella, a Mitzuru le dio risa.

Entonces volvió a ser lento, y luego más y más, y más rápido hasta que ella lo alcanzó, aunque él dijo que no era posible que la oyeran, ella pujó conteniendo el grito de su orgasmo, así le anunció que podía recobrar la carrera, sus golpes dentro de ella se volvieron tan violentos que necesitó recostarla en el escritorio para no perderla.

Elizabeth le cerró las piernas detrás de la espalda, luego le mordió el cuello para contener su grito, él le apretó los senos y la llenó por completo de lo que se sintió tan caliente como el ácido. Elizabeth recibió un beso de despedida antes de que sus debilitadas piernas cayeran a los lados y su cuerpo fuese abandonado por Mitzuru.

Mientras ella regulaba su respiración, él se puso de pie, la contempló un par de segundos, después volvió a ponerse sobre ella.

—Realmente eres—le susurró al oído—, increíblemente hermosa—besó su mejilla.

Mitzuru sacó una camisa del último cajón de su escritorio y la intercambió por la rota. Ella se deslizó para caer del escritorio, se acomodó las bragas y se puso de pie.

—Veo que estas bien preparado—le dijo juzgante.

—Por sí me arrojan burritos en la calle—respondió Mitzuru abrochando sus botones. Ella recordó el momento con gracia, sacó su espejo y al acomodarse el cabello, vio el reloj en él.

—Tengo que ir con Alicia—advirtió—, y no se en que estes tú, pero sé que lo tienes que terminar.

—Sí...—aceptó de mala gana. Elizabeth le mostró los documentos de nuevo, Mitzuru los firmó y se los devolvió.

—Sabía que me lo concederías—celebró victoriosa.

—Te concedería el cielo si pudiera—afirmó—. Y ya que viniste, tengo algo para ti.

Del cajón abierto, tomó el cheque que le entregó. Elizabeth lo tomó curiosa y leyó el remitente.

—¿Un cheque de tu mamá?

—Sí.

—¿A cambio de qué?

—Te compró el cuadro.

—¿Cuál cuadro?

—El que me disté. Le gustó así que lo compró.

Elizabeth ahogó una risa.

—¿Estafaste a tu madre por mí?

—Yo no la estafé. Solo no le dije quién era el artista—ella se cruzó de brazos—. Se que fue grosero vender algo que me regalaste, pero mira el lado positivo, vendiste un cuadro, ya nadie puede decir que no eres una artista de verdad.

—Es verdad, vendí un cuadro—exclamó al ser la primera vez que se daba cuenta. Después contempló el cheque entre sus manos—. Vendí mi primer cuadro—repitió como para terminar de creerlo. —Gracias.

—Ni siquiera se lo ofrecí—respondió Mitzuru—, lo vio, le gustó, lo compró. Elizabeth— le tomó la mano entre las suyas—, es algo que tu trabajo logró por sí mismo, no hay una razón por la que debas darme las gracias. Pero necesitas firmarlo para darle validez.

—Iré a hacerlo hoy mismo—afirmó y asintió con fuerza.

—Piensa en un seudónimo, si mi madre sabe que es tuyo, te lo arrojará de vuelta.

—No te preocupes. —volvió a ver el cheque— ¿Te sientes así cuando firmas un contrato importante?

—No suelo llorar al hacerlo—bromeó al notar sus ojos cristalizados.

—Pero así se siente el apoyo—le saltó encima para abrazarlo—, si no te hubiera conocido, tu madre nunca hubiera visto mi cuadro.

—Lo habría visto alguien más.

—Me abrían dado cien dólares, quinientos lo máximo.

—Supongo que el factor "culpa" la hizo ser extremamente complaciente.

—¿Ves? Apoyo—señaló—. Cuando pasan estas cosas, pienso, "me enamore de la persona correcta".

—Bueno, me alegra poder hacerte sentir como yo me siento todo el tiempo contigo.

Selló su afirmación con un beso.

Sin embargo, el golpeteo en la puerta los interrumpió.

Elizabeth se separó de Mitzuru y levantó el seguro a la puerta sin imaginar que reconocería la cara del hombre que ingresó.

Era el agente Forbes, quien la vio de reojo mientras su compañera, la agente Bites le seguía el paso.

—Señor Tashibana—saludó Bites—, tenemos que hacerle unas preguntas. Quédese señorita Marcovich, a usted también.

—¿Preguntas sobre qué? —cuestionó Elizabeth.

—Sobre el homicidio doble—respondió Forbes—, De Albert Manson y Jonás Hans, cosa que curiosamente, ocurrió el mismo día que usted salió de prisión.

A Elizabeth le pareció una rara conexión, Mitzuru le indicó que cerrara la puerta y ella maldijo su suerte.

¿Por qué el idiota de Forbes venía a molestarlos con algo como eso?, ¿qué tenía que ver una cosa con la otra?


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