Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 60: Sobreprotección

Edvin había invitado a Lucrecia y a Elizabeth a un restaurante en Manhattan, como las cosas estaban un poco más tranquilas entre ellas, él creía que era importante que volviesen a comer juntos.

—¿Y cuando vas a volver? —preguntó Lucrecia a la mitad del almuerzo.

Elizabeth llevó el vaso de jugo a su boca en ese momento.

—Me quedaré unos días más, al menos hasta finalizar el mes con mi amiga para no perjudicarla con la renta.

—Podemos darle el dinero.

—No es necesario.

—Te lo dije, no me gusta que vivas en un lugar inseguro.

—No es inseguro.

—Se supone que el edificio de interés social tampoco lo era.

—Mamá—su nuevo mantra era no alterarse al hablar con su madre, pero ella no lo hacía fácil—, algún día, voy a tener que aprender a arreglármelas sin ustedes, no está bien que a estas alturas sigan solucionando mis problemas. Me comprometí a pagar media renta y eso voy a hacer.

—Este niño—mencionó Edvin orgulloso—, realmente te está haciendo madurar, Eli.

—Al menos me gustaría ir a ver el remolque—respondió Lucrecia—, para confirmar que, es seguro.

—Es seguro—repitió Elizabeth—. Pero, si es tan importante para ti, los llevaré después de su viaje. —Edvin y Lucrecia se vieron uno al otro con mal gesto. Eso le dio un mal presentimiento a Elizabeth—. ¿Pasó algo con el viaje?

—No pasó nada—respondió Edvin—, solo decidimos que este año no vamos a ir.

—¿Por qué? —preguntó extrañada.

—Tengo mucho trabajo y es un mal momento para viajar.

—Pero, es su aniversario.

—Tendremos otro el año siguiente—le restó importancia.

—¿Qué es esto? —cuestionó indignada—, ¿es algo con su matrimonio?

—¿Eh? —se extrañó Edvin.

—¿Se van a divorciar?

Lucrecia suprimió una risa.

—¿Enserio? —cuestionó a su hija—, ¿no vamos a las montañas una vez y ya piensas que nos vamos a divorciar?

—Si no es eso, ¿qué es entonces?

—No es un buen momento, ya te lo explicamos—respondió tajante.

—No soy una niña, nunca habían dejado pasar la fecha de su aniversario, no actúen como si no fuera importante.

—Es importante, pero hay cosas más importantes en el matrimonio que celebrar aniversarios.

—¿Cómo qué?

—El apoyo mutuo, la comprensión, el afecto.

—Esa es una tarjeta de wallmart.

—Elizabeth, no es asunto tuyo—replicó—. Solo olvídalo y come tus verduras al vapor.

Elizabeth fijó su vista en el plato, quería comer la hamburguesa, no obstante, su madre pidió el salmón a la mantequilla por ella justo después de enlistar sus beneficios para el embarazo.

Ella siempre fue así. A Elizabeth no la dejaba ir a piyamadas o campamentos de verano, una vez tuvo un novio universitario cuando era menor de edad, a Lucrecia no le parecía por lo que fue a la estación de policía e interpuso una demanda por estupro.

Ver aquella noticia en la televisión fue como un detonante para ella, como si le hubiesen dado la razón a toda su paranoia acumulada, hizo que su sentido de sobreprotección superara su enojo, ya no le importaba si su hija había fallado o no, solo que se alejara de su supervisión.

Elizabeth se dio cuenta de que, incluso en ese punto, la seguía viendo como una niña con una mochila de barbie a la que le cuelga una correa y en la que no se puede confiar lo suficiente como para soltarla.

—Es por mí, ¿verdad? —preguntó cabizbaja—, por el embarazo, no quieren dejarme sola.

—Vas a entrar a la semana nueve—admitió Lucrecia—, perdiste la oportunidad de un aborto seguro y si tienes uno espontaneo o...

—¡Por dios! —exclamó incrédula.

—Esas cosas pasan y pueden matarte— afirmó Lucrecia—. Además, ¿sabes que ayer violaron a una chica bajo el puente de Brooklyn? Tú lo recorres todos los días para ir al trabajo, si regresas a casa, tu padre va a llevarte.

—¿Ahora ves las noticias todos los días?

—Lo escuché en la clase de costura.

—Sí. Bueno—suspiró—, le diré a la chica con la que vivo que vayamos juntas al trabajo y por lo general, uso el metro así que, no creo que eso pase.

"Respecto al embarazo, empecé a ir con el ginecólogo, uno con cedula, no el del gobierno, así que, si hubiera algo malo con el bebé, él me lo diría.

—¿Qué va a saber un hombre del embarazo?

—Estudió para eso, mamá.

—¿Y qué?, ¿en la universidad te enseñan a no decirle "solo relájese y respiré" a las mujeres cuando una cabeza les está destruyendo la pelvis para dar a luz?, ¿algo de empatía cuando los cólicos te derrumban?, ¿la suficiente para no decir "no es para tanto"? No creo que se los enseñen. Busca a una ginecóloga—. Aunque Elizabeth no pudo evitar que sus ojos se exaltaran, si contuvo sus ganas de burlarse.

—Tienes razón, buscaré una y podrás acompañarme a la próxima cita. Será el próximo mes, así que, no tiene caso que se queden aquí hasta que suceda. ¿verdad?

Edvin vio a su esposa esperando que hablase, pero ella no dijo nada.

—De todos modos—intervino él—, es un poco tarde para pedir vacaciones.

—Siempre las guardas para estas fechas—le recordó Elizabeth—, en la oficina, deben estar esperando que te vayas.

—Sí, pero esta es la semana de la junta con los socios.

—¿Y qué?

—¿No lo viste la vez pasada? Nadie puede pedirle nada a la directiva esta semana. Hay mucho estrés en el ambiente.

—No te preocupes por eso—agregó un ademan con su mano—, mi amiga Roberta, ¿la recuerdas? Ella me dijo que el jefe esta de buen humor.

—No creo que se así, Elizabeth. —Negó con la cabeza.

—Si me das los documentos, puedo dárselos a ella y que elija el momento apropiado.

—No sé si debamos correr el riesgo—mencionó Lucrecia—, ¿qué tal si se enfada con tu padre?

—El "no" ya lo tenemos—respondió Elizabeth.

—Podría ser peor. Aún recuerdo la vez que lo hizo doblar turnos toda la semana porque lo descubrió llegando tarde un par de días.

—¿Él hizo eso?

—Sí—asintió—. Fue cuando recién entraste a la universidad y tu padre te llevaba a la escuela antes de irse al trabajo. Y esa es la razón por la que dejó de llevarte. Tu padre me contó que, él fue a Suiza, tú le enviaste mal unos documentos, así que te suspendió y cuando volviste, te degradó.

—No me degradó—explicó—, era becaria y sigo siendo becaria, solo que ahora, estoy en Mercadotecnia.

—Te sacó de su área y te bajó diez pisos. No te bajó el sueldo solo porque la ley no se lo permite.

—Sí...—justificó—, pudo haberme despedido y no lo hizo.

—Descuida, no te estoy regañando por eso—aclaró al notarla nerviosa—. Ese hombre es un tirano.

Elizabeth aún no había planeado como iba a hacer para decirle a sus padres que el tirano, según sus planes, iba a ser su yerno.

—Si los ponemos en una pila de documentos—retomó el tema—, tal vez los firme sin prestarles atención.

—¿Tu amiga haría eso? —preguntó Lucrecia.

—Claro. Y si lo logra, ¿van a ir?

De nuevo, las miradas se clavaron en Lucrecia. Por supuesto, Edvin no quería decir nada que desestabilizara la paz recientemente recuperada, Lucrecia consideró que era cierto lo que él dijo en la fiesta de Víctor, nunca habían visto a su hija ser tan responsable como en ese momento.

Pensó que, tal vez era cierto, el bebé la estaba haciendo madurar.

—Está bien—aceptó Lucrecia.

Elizabeth celebró con aplausos, Edvin le tomó la mano a Lucrecia e intercambiaron una sonrisa.

Mei se pasó ese fin de semana sin tener la más remota idea de donde estaba su hijo. Le preguntó a Kai, tampoco a él le contestaba el celular. Contactó a Ryu, él le dijo que no se preocupara, pero no estaba autorizado a decirle. Incluso llamó a Elizabeth, sin embargo, ella tampoco contestó por lo que Mei supo que estaban juntos.

Comenzó a pensar que la maldita la estaba intentando estafar, Mei dudaba de que estuviera así de loca. Si cumplió su parte, también dudaba mucho que Mitzuru se quedase a rogarle después de ser despreciado por ella. Era determinado, más no tendía a la humillación. Sin embargo, era extraño que no llegase a dormir a casa.

Ya era la noche del domingo cuando escuchó la puerta abrirse.

—Mitzuru—recriminó levantándose del sillón —, ¿dónde diablos estabas?, ¿por qué no contestas el teléfono?

—Creo que sabes muy bien en donde estaba—replicó tras cerrar la puerta—. Pero preferiría no decirte, después de todo, no sé si vas a usarlo o no para manipularme.

—¿De que estas hablando?

—¡Se lo del cheque que le disté a Elizabeth! —levantó la voz, eso la hizo tambalear—. Te pedí específicamente que no te entrometieras y tú le diste dos millones de dólares para que me dejara.

—Mitzuru, ¿cómo puedes pensar que yo haría algo como eso?

—Madre, por favor—balbuceó su rabia—, vi tu firma en el papel.

—Pues no sé de dónde lo consiguió—Mitzuru ahogó una risa—. Y me parece muy ofensivo que confíes más en una barbie plastificada que en tu madre.

Antes de que pudiese terminar su discurso, él sacó su celular y reprodujo una grabación donde, claramente, Mei le decía a Elizabeth lo mal hombre que era y lo desgraciado que había sido en todas sus relaciones.

En ese momento, para Mei todo se volvió irreal, el mundo era como una compleja maquinaria de la que ella no formaba parte y sobre la que no tenía ningún tipo de control.

—¿Enserio? —repuso Mitzuru—, un patán al que le gusta ponerse el manto de héroe—la parafraseó.

—Te lo puedo explicar—se justificó con una voz que se cortaba a medias palabras.

—¿Qué cosa?, ¿qué otra vez estas tratando de controlarme? Dijiste que estabas arrepentida de haber indagado respecto a Ariza. Lo dijiste, pero sigues haciendo lo mismo.

—Tenía razón con Ariza.

—Incluso si la tuvieras con Elizabeth, prefiero descubrirlo sin tu ayuda.

—Solo intento protegerte. Eres mucho más frágil de lo que crees...

—¿Protegerme de qué?, ¿Elizabeth? —preguntó con fastidio—. Tiene veinte años y mide uno cincuenta.

—Las personas en las que más confías son las que más pueden herirte.

—¿Y acaso no era eso lo que querías?, ¿qué tuviera alguien en quien confiar?

—Sí quiero, pero debes elegir a las personas correctas para eso.

—Y por "personas correctas", ¿te refieres a personas ricas? —preguntó con ironía—, porque te recuerdo, que, si alguien me ha roto en la vida, esos fueron los ricos.

—Se que me equivoqué en eso—se abrazó a sí misma como si tuviera frio—, solo quería que tuvieras una vida mejor.

—Sí, te equivocaste—suspiró él—, y arruinaste tu vida atándote a alguien como Reiji—Mei se sintió desestabilizada con dicho ataque— y lo siento, madre, lo siento mucho por ti, pero esta es mi vida, no voy a dejar que la arruines también.

—¿Cómo te atreves? —se defendió —, cada cosa que hice, cada cosa que sacrifiqué, todo fue por ti y ahora vienes y me reclamas, hasta te atreves a juzgarme, ¿con que derecho?

—Madre, yo se eso. —Ella se deshacía, pero él mantenía la calma.

—¿Crees que había otra forma? ¡Que fácil es decirlo desde la cima del mundo!, ¿crees que siquiera tendrías oportunidad de estar con ella de no ser por tu penth hause, tu auto de lujo o tu posición ejecutiva? Adoras reclamarme tus cicatrices, bueno, yo tengo una bien grande, justo aquí—se apretujó el vientre—, y otro montón bajo las faldas, ¿quieres que hablemos de esas? —Mitzuru desvió la mirada—. Pero tienes razón, yo elegí mi prisión, solo te pido que no actúes como si no hubieras salido bien librado de ello —se señaló a sí misma—gracias a mí.

—No soy un hijo malagradecido—se defendió Mitzuru—. Tuviste tu oportunidad de libertad, varias de hecho, incluso ahora, si quieres luchar por ella, yo te apoyaría con todo.

—Yo jamás dejaría que mi propio hijo se sacrificara por mí. De eso se trata el amor, sacrificio y una mujer que de verdad te amara, no te pondría en contra de tu madre.

—No es Elizabeth quien me aleja de ti, son tus acciones. No las del pasado, las del presente.

—¿La grabación que tienes esta completa? —le preguntó en aire presuntuoso—, ¿incluso la parte en la que ella me da la cifra? Dos millones exactos—mostró una sonrisa torcida—, una cantidad no tan alta como para que me negara, pero sí lo suficiente para que necesitara firmar un cheque.

—No me importa si te engañó para que hicieras lo que hiciste o no—se cruzó de brazos—, el caso es que lo hiciste. Y lo siento, lamento que seas miserable ahora mismo, pero yo no voy a sacrificar mi felicidad solo para que tú te sientas un poco mejor. Solo para que creas que lo que hiciste valió la pena.

—¿Y eso que significa?

—Quiero que te vayas—Mei vio a su hijo en ese momento y no lo reconoció.

—¿Me estas echando de tu casa? ¿a tu propia madre?

—Si pudiera, te llevaría yo mismo arrastrando hasta Japón, pero porque eres mi madre, me conformaré con que te quedes en un hotel y quiero que te alejes de Elizabeth también. Si te le vuelves a acercar, no volveré a recibirte aquí.

—¡¿La eliges por encima de mí?! —exclamó indignada —Abre los ojos, te está utilizando.

—Que me utilice entonces—sentenció Mitzuru.

—No puedes estar hablando enserio. —Mei creía que había dos clases de personas en el mundo; los crueles y los débiles.

Estaba segura, e incluso orgullosa, de no haber criado a su hijo como una persona débil. Pero en ese punto, no parecía estar del lado correcto de la línea.

—Las cosas que de verdad valen la pena, requieren riesgo—explicó—. Sí, tal vez tengas razón, tal vez solo estoy siendo estúpido y al final solo termine dándome de bruces en el suelo. Pero prefiero correr el riesgo de intentar ser feliz, antes de seguir viviendo como hasta ahora. Solo viendo la vida pasar en lugar de vivirla.

—Ay, Mitzuru—se lamentó—, eres igual de ingenuo que tu madre si piensas que vas a ser feliz dejándote envolver por esa sonrisa de maniquí.

—Era bastante feliz con ella aquí, eso hasta que llegaste tú.

—¿Y ya le dijiste porque no te casaste con Ariza? —cuestionó juzgante.

—No le he dicho y no vas a decirle tú—afirmó con un porte de imposición—. Yo lo hablaré con ella cuando sea el momento.

—¿Y ese es tu plan? —se burló—¿Quieres iniciar algo real a base de mentiras?

—Mira, no te estoy pidiendo un consejo—aclaró para terminar la conversación—. Por hoy, ambos dormiremos aquí, tú porque tampoco voy a sacarte en medio de la noche y yo porque, con Elizabeth, no tengo ropa limpia. Ryu te llevará mañana al hotel, ella volverá a este lugar porque es mi casa y yo la quiero aquí y ya no quiero que vuelvas a cuestionarme nada sobre eso.

Mei reflexionó un par de segundos.

—Si estuviste durmiendo con ella estos días, no está viviendo con sus padres.

—Nunca dije que lo hiciera.

—¿Le estas pagando un departamento?

—No es algo que necesites saber.

—¿Qué demonios te pasó? —reclamó con desprecio—. Tú eras el tipo de hombre que ponía a las mujeres a sus pies, no el mundo a merced de ellas.

—Encontré a alguien a quien quiero darle el mundo. ¿Y sabes qué? —vio a su alrededor—. Con todas las cosas que hay aquí, la mañana que se marchó fue la primera vez que vi esta casa y me pareció vacía.

—Vacía la va a dejar si logra lo que se propone.

Mitzuru hizo una mueca de fastidio.

—Ni siquiera la conoces.

—Sí la conozco—afirmó Mei con tono burlón—, conozco a las de su tipo. No estudian en la universidad, no hacen carrera, no se preocupan por su trabajo porque para ellas, el futuro ya está escrito.

—Ya basta—negó con la cabeza.

—Solo tienen que conseguirse un marido rico que les resuelva la vida.

—¿No es ese, básicamente, tu matrimonio? —Preguntó altivo. Ella se quedó en estado de shock por un rato.

—¿Y quieres ser como Reiji?

—Con la diferencia de que, a mí ella, sí me importa. —Se metió las manos en los bolcillos, Mei no se creía lo que estaba oyendo—. Querías al Mitzuru cruel, ¿no? —como tampoco contestó a eso, él retomó la palabra—. Entonces, ¿vas a dejar de tratar de sabotear mi relación con Elizabeth o quieres ver que tan cruel puedo llegar a ser, incluso con mi madre?

Ella se tragó su rabia, después asintió.

—Dejaré que las cosas caigan—respondió como en una amenaza—, por su propio peso.

Mitzuru supo que no conseguiría más de ella.

—Buenas noches, madre—finalizó la charla y salió a la terraza para saludar a sus perros.

Mei vio al cielo, oscuro y denso de Nueva York, golpeó con ambas manos la tablilla de la mesa y se forzó a buscar un plan de contingencia, pero solo un pensamiento, no muy aristocrático, ocupaba su cabeza.

"Elizabeth Marcovich, maldita puta".

No era justo. La rubia bien pudo tomar el dinero, darse la buena vida con un novio de su edad, de su estatus, pero decidió enfrentarla, no solo eso, la había puesto en contra de Mitzuru y Mai ya no era joven, no era bonita, no tenía más oportunidades, ella solo tenía a Mitzuru.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro