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Capítulo 5: Lo fácil se le ve

—Señorita Marcovich, se le ven las bragas.

Levantó entonces el rostro de sus brazos para liberar la visión de sus ojos hinchados ante la pesada y tosca voz.

Primero, no estaba segura de reconocerla, pero cuando su borrosa vista se encontró con los zapatos Hugo Boss delante de ella, confirmó todas sus sospechas.

Levantó la cara con lentitud para encontrarlo, inclinado a ella, era Mitzuru Tashibana.

El hombre era alto, tenía el cabello por debajo de la nuca, negro como el carbón. Siempre vestía de traje incluido el pañuelo, siempre su camisa era de manga larga y siempre adornaría su muñeca con un Rolex.

Al verlo, Elizabeth sintió un frío tremendo, pues él tenía la mirada afilada como un lobo, con unos ojos tan oscuros como un pozo sin fondo, cuyas cuencas estaban igual de bacías que el más profundo abismo. Las personas a su alrededor siempre elegían bajar la mirada antes de enfrentar la suya.

Además, tenía un aura intimidante. Su ceño siempre estaba fruncido y la fuerza de su voz apagaba la de cualquier otro. Enaltecida a su vez, porque a su presencia le rodeaba el silencio. Como si todo aquel que lo viese necesitase su permiso para hablarle.

Elizabeth se tomó unos segundos más para asimilar sus palabras, él inclinó ligeramente su cabeza a la izquierda, pero esos oscuros y vacíos ojos la tenían absorta. Se preguntó si él se había dado cuenta de ello cuando se reincorporó para volver a su típico porte recto. Elizabeth entonces fue capaz de pestañear y se apresuró a bajar las rodillas para que su falda cubriera su ropa interior.

—Perdón—dijo ella limpiándose los ojos con la muñeca—, no me había dado cuenta.

—¿Qué está haciendo aquí? ¿No debería estar allá arriba? —apunto a lo alto del edificio, Eli desvió su mirada tratando de que las mejillas enrojecidas no se le notaran— ¿Acaso Maia la está volviendo tan loca que tuvo que bajar cincuenta pisos para tomar algo de aire? —su única respuesta fue el silencio—No va llegando ¿cierto? —la cuestionó Mitzuru, esta vez endureciendo su tono de voz.

—¿Y usted? —respondió ella a la defensiva.

—Llegué a las siete de la mañana, tuve que salir a una junta— "De todos modos" se preguntaba "¿Por qué tengo que explicárselo?"

—Mire—dijo ella tras un suspiro —tuve un accidente con mi teléfono y yo no pude despertarme temprano, así que...

—Señorita Marcovich—la interrumpió en absoluta calma, pero con la seriedad de un funeral —¿no trae puesta la ropa de ayer? —Eli dejó de respirar un momento, su mente quedó totalmente en blanco en busca de una excusa, nada que pareciera medianamente creíble le cruzó por la cabeza— mire—suspiro él metiéndose las manos en los bolsillos—, la verdad es que no me importa donde durmió anoche o con quién —lejos de intimidarla, esta afirmación hizo enojar a Eli —, pero este lugar es una empresa seria, no puede llegar una maldita hora y media tarde, luciendo como una indigente y pretender entrar a trabajar, ¿no le parece algo muy cínico de su parte?

—¿Cínico? —se defendió ella— ¿Qué mierda sabe usted? ¿Y qué mierda le importa lo que yo haga o deje de hacer?

—Oiga—le recalcó—, soy su jefe, respete eso, al menos antes de hablarme de esa forma.

—No es mi maldito jefe, nadie lo es porque aparentemente no trabajo aquí, ya que ni siquiera puedo subir a recoger el gafete por sus tiránicas y estúpidas reglas.

—Pues si le parecen reglas tan estúpidas no tiene que acatarlas, puede simplemente largarse de mi edificio.

—Oh, sí, ya sé que me debo largar, pero antes déjeme decirle que es un imbécil y que no tiene ningún derecho a hablarme de respeto cuando me lo ha faltado tantas veces a mí.

—Yo jamás he hecho tal cosa.

—¿Cómo puede decir eso? Primero me llamó prostituta y ahora me está diciendo zorra, ¿le parece respetuoso eso?

—Jamás utilicé esa palabra.

—Ni falta hace que la use, asegurando que estoy llegando tarde y con la ropa de ayer porque me fui a dormir con alguien, créame señor Tashibana— metió la mano en su morral buscando a siegas en él —, si yo tuviera con quien dormir, al menos le habría pedido su maldita ducha para bañarme —acto seguido le arrojó los aluminios del burrito que no había tirado a la basura, Mitzuru antepuso su brazo para evitar que le golpearan la cara.

—Entonces dígame, ¿por qué...?

—¡Porque no tengo más ropa, mierda! —explotó Elizabeth en una rabieta, luego se llevó ambas manos a la cara, e intentó detener los desesperados sollozos que le salieron, era inútil, todo su cuerpo se había unido a ello y ahora llorar era todo en lo que se enfocaba su energía —, mi mamá me echó de casa sin más que lo que traía puesto, mi papá trata de ayudarme, pero es demasiado cobarde como para hacer algo al respecto, dijo que me traería algo de ropa, pero ni siquiera puedo llegar a él. Lo siento, de verdad quería hacerlo bien, solo olvidé cargar el maldito teléfono, así que... así que lamento mucho el verme como una indigente, pero es que no puedo evitarlo, porque ahora mismo yo... ¡Soy una maldita indigente!—Mitzuru la miró mientras ella continuaba su llanto—, no quiero, pero, todo lo que puedo hacer es llorar al respecto, así que lloro y lloro y lloro y, sin embargo, mis lágrimas no parecen acabarse nunca—hizo un intento más por contenerse, usó su muñeca para limpiarse la nariz cuando el pañuelo rojo de Mitzuru apareció delante de ella.

Aunque vaciló al respecto, tomó el pañuelo con extremo cuidado y se lo llevó al rostro para limpiarse las lágrimas en él.

Estaba suave, brillaba como el interior de las cajas de joyería y olía a roble seco.

En el pañuelo rojo encontró un extraño consuelo, uno que parecía entrar en ella a través del suave aroma y arrullar su corazón hasta calmarlo.

Mitzuru no se movió hasta que escuchó que sus gimoteos se detuvieron, tampoco dijo nada ni pensó en tocarla siquiera, solo la espero pacientemente hasta que Eli tuvo que encontrar por sí misma la forma de reponerse.

Cuando finalmente lo logró, le ofreció a Mitzuru el pañuelo de vuelta, pero él negó con la cabeza y dijo:

—Quédeselo.

Ella lo mantuvo en su mano, pues le parecía imposible el arrojarlo con el resto de sus cosas, todas contenidas en el morral. Irónicamente, en su consuelo también encontraba un amargo descubrimiento, la lamentable realidad de que, ahora, ese pañuelo era la única cosa que tenía cuyo olor le resultaba agradable.

—¿Cree que ha llorado lo suficiente por ahora? —preguntó Mitzuru sin expresión alguna.

—Sí—asintió y respiró hondo—, gracias.

—Ahora que terminó con eso—se sentó a corta distancia de ella en la escalera pese a su expresión confusa—, parece que aún hay un montón de problemas aquí, hay que ver como los resolvemos—ella no lo entendió—¿tiene un techo?

—Ah—lo pensó—, mi padre me consiguió un departamento. Es barato.

—Ok, eso es bueno, entonces no es del todo una indigente.

—Supongo que no.

—¿Tiene comida en el refrigerador?

—Tengo dinero para comprarla—unos 80 dólares exactos—, quizá la de esta semana. No como mucho.

—Bueno, ¿entonces qué?, además de ropa, ¿qué le falta?

—Bueno—apretó sus labios mientras permanecía pensativa—, la ducha, artículos de higiene y limpieza—mientras ella enlistaba, Mitzuru asentía—, sería lindo tener un poco de maquillaje, no tengo mucho en el bolso—él contuvo una risa.

—Debería priorizar lo que es más urgente.

—Creo que la ropa, sería lo más urgente. Eso y un cargador para el celular.

—Vaya, sí que tiene suerte, porque resulta, que hay un montón de cargadores allá adentro—apunto al edificio—, incluso yo tengo algunos en mi oficina. Pero eso no es todo. Este lugar, antes era una tienda departamental, tengo entendido que hay un armario en el primer piso y entre la avalancha de cosas que hay allí, tenemos ropa de mujer. Además, también hay una ducha para emergencias químicas. Por otro lado, dudo que haya algo de comida, yo no usaría el maquillaje, supongo que está vencido. En cuanto a los artículos de limpieza e higiene, están los que usamos para el baño.

—¿Me está diciendo que, puedo tomar esas cosas? —preguntó incrédula.

—Claro, son para quien las necesite—una sonrisa esperanzada cubrió la mitad del rostro de Elizabeth.

—Pero, no puedo entrar sin el gafete.

—Por suerte yo tengo una llave que abre todas las puertas—le sonrío, luego rebuscó en su saco y le ofreció su propio gafete—, tenga, además de darle acceso a todo el edificio, cuando los empleados lo ven, saben que esa persona ha sido enviada por mí, así que al portarlo usted harán todo lo que les pida.

—Muchas gracias—dijo al tomarlo entre sus dedos con un rostro eufórico.

Para Mitzuru era impresionante. Su rostro había pasado de la desesperación a la ira, después a ser la misma imagen del dolor y finalmente, parecía que estaba a punto de reventarse de risa, todo en unos diez o quince minutos.

Habitualmente, Mitzuru solo tenía dos expresiones faciales, el cinismo y la ira.

Así que ver tanta sinceridad en un rostro, no hacía más que impresionarlo.

—Bien—Mitzuru se levantó de la escalera mientras ella lo seguía con los ojos—, detrás de la puerta izquierda de recepción está mantenimiento. Busque a Marcelo Castro, la guiará al armario y a la ducha, después vaya a recursos humanos por su gafete y nos encontraremos en el piso cincuenta para entregarle su cargador y que Maia le dé sus actividades.

—Entonces, ¿aún conservo el empleo?

—Claro.

—Incluso si lo llame "imbécil" y llegue hora y media tarde.

—Todos tenemos derecho a un mal día, solo, no lo repita.

—Jamás—dijo mientras se le escapaban unas risas, apoyó su mano en el piso para levantarse, pero Mitzuru le ofreció rápidamente la suya como apoyo. Eli vaciló al principio, sin embargo, terminó por aceptar el gesto y valerse de su ayuda.

Su mano era fría como la de un cadáver, áspera, casi como lija, cosa extraña considerando su estatus, y su tacto era fuerte, más como la mano de un guerrero que la del príncipe moderno que supuestamente era.

—Pero—preguntó Eli—, ¿no necesita el gafete para subir?

—No se preocupe, los socios tenemos nuestras huellas registradas en el lector del ascensor, el gafete solo lo uso para cuando envío empleados a hacer cosas por mí.

—Ah, ya veo. Qué ingenioso—le dijo antes de darle una adorable sonrisa.

Mitzuru había visto tantas cosas en su rostro angelical, pero hasta ese momento, no había visto esa sonrisa.

Aquella parecía brillar más que el más pulcro de los diamantes, con un aura tan cálida que competía con el sol y una luz tan pura que, seguramente, haría que se abrieran las flores.

—¿Android a iPhone? —preguntó Mitzuru rompiendo el ambiente, ella lo vio extrañada— El cargador.

—Ah, Tashibana—su respuesta causó que volvieran a compartir una sonrisa.

—No vuelva a llegar tarde, señorita Marcovich—le dijo a modo de despedida, ella asintió y lo siguió al interior del edificio.

A los de recursos humanos no les hizo ninguna gracia verla llegar tarde, menos a Maia, pero parecía que la ley del gafete era irrevocable y nadie podía decir nada al respecto.

Aun así, Maia prácticamente la arrojó a empujones a la sala de los becarios y le ordenó a Roberta que le diera parte de su trabajo antes de salir enfurecida.

Elizabeth saludó a sus compañeros de manera simpática, pero solo Roberta le regresó el saludo.

—Me gusta tu falda—le dijo la chica de manera alegre.

—Gracias—le respondió Eli—, a mí me gustan tus rastas.

Después de eso le explicó lo que estaba haciendo.

Al siguiente día, Maia apareció para pedirle el informe que le había encomendado hacer.

—No—decía observando una hoja para después tirarla al piso—, no— repetía dejando caer la siguiente, Eli permanecía de pie frente a ella, viendo aquellos documentos cayendo como basura, impactada y ofendida por el descaro de sus humillaciones—, no—agregaba Maia una cara de asco al leer la siguiente hoja y tirarla también. —Felicidades —dijo con aire de superioridad al terminar con todas las hojas en el suelo—, de catorce hojas, no hiciste ni una sola bien.

—Dígame, ¿qué está mal? —preguntó Eli fingiendo calma.

—Para empezar, te tardaste una eternidad haciéndolo—Eli hizo un puchero—, además, ni siquiera sabes hacer un diagrama de Gantt.

—¿El punto de esto no era aprender?

—No tienes ni las bases. No puedo lidiar con esto. Roberta—se giró Maia a la muchacha —, tú explícale—volvió a girarse a Elizabeth—, intenta meter algo en esa hueca cabecita.

Elizabeth apretó los puños.

—Sí, señorita Maia —asintió Roberta.

—Recoge tu basura—le dijo a Elizabeth—, para que ella te explique, porque es basura.

—Como diga, señorita Maia.

Luego se sentó en el piso a recoger los documentos, Maia se dirigió a la puerta pisando algunas de las hojas.

Justo y necesario era para Elizabeth el recordarse que necesitaba el empleo para detener sus instintos violentos contra aquella mujer.

Cuando la hora del almuerzo llegó, Eli bajo del edificio, encontró a una anciana vendiendo bollos de frijol a un dólar y se compró dos.

Ahí fue cuando vio a Roberta, sentada en la fuente frente al edificio, almorzando una ensalada.

Ella se sonrío lista para acercarse a la chica cuando vio las siluetas de Norma y Maia sentarse cada una a su extremo, así que Elizabeth se sentó de espaldas en la fuente con la intención de no ser vista.

Estaba ideando un plan de escape cuando Norma exclamó:

—¡Eso es mentira! —luego se agachó a cuchichear—. La vi entrar al almacén y salir con otro cambio de ropa.

—¡Sabía que había visto esa falda antes! —exclamó Maia.

—Pensé que no podíamos tomar esas cosas—mencionó Roberta.

—No podemos—le aclaró Norma—, lo que pasó es que ella llegó tarde y justo en ese momento pasó nuestro jefe. Me dijeron que le lloró en la puerta hasta que la dejo pasar.

Maia soltó entonces un pesado suspiro.

—Ay perdón, amiga—le pidió Norma—, pero igual te ibas a enterar.

—Ya sé, es que... Mitzuru no es de los que se dejan convencer por el llanto de una chica cualquiera.

—No estoy segura de que tenga esas intenciones—dijo Roberta en un intento de consuelo.

—Claro que las tiene—recalcó Norma—, y no solo con el jefe. Lottie me dijo que Kai le hizo varias preguntas sobre ella.

—Cubre todas las bases, ¿no? —señaló Maia con un aura sombría.

—A ti te conviene, ¿no? Si atrapa a Kai, igual y nuestro jefe le pierde el interés.

—Es más probable que Kai sea el que dé un paso atrás.

—O tal vez, se meta con los dos y logre que la despidan.

—¿Creen que haría eso? —preguntó Roberta, escandalizada.

—Claro que sí—le aseguró Norma—. Para empezar, ¿Qué clase de mosca muerta se hace la frágil para coquetear? Una mujer que juega tan sucio—dijo enfadada—, pero no importa. Porque precisamente ese tipo de mujeres son las que un hombre olvida justo después de cogérselas.

—Norma tiene razón—Maia le puso la mano en la espalda a Roberta—. No te dejes engañar por sus sonrisas hipócritas y cumplidos vacíos, una mujer como esa es un lobo vestido de oveja. Basta con ver como se viste, ¿quién consideraría que usar una falda así de corta es apropiado para la oficina? Solo una mujer que no se da a respetar.

—Supongo que...—suspiró Roberta—es verdad. Demasiado obvio, ¿cierto? —agregó entre risas—Después de todo, lo fácil se le ve a kilómetros.

—¿Oh, de verdad? —le preguntó Elizabeth parándose en frente de ellas, la cara de Roberta palideció— y yo pensando que te gustaba mi falda.

La mirada que entonces clavó en Roberta no lucia herida en absoluto, al contrario, Elizabeth tenía una mirada que denotaba estar en pie de guerra.

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