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Capítulo 40: El mal humor de Mitzuru

—Puede verlo, ¿verdad? —cuestionó Mitzuru a Roberta de manera insistente e irritante. Ella se esforzaba por no llorar ante la dureza con la que la trataba—¿Acaso no lo ve? ¿Necesita más tiempo? —inquirió aumentando el tono de su voz.

Roberta analizaba los números en el papel como una máquina, sin embargo, no encontraba ningún error en su informe.

—Lo siento—confesó derrotada—, no puedo verlo.

—¿No? —preguntó como si aquello lo sorprendiera. Mitzuru suspiro tan fuerte como un toro. Roberta apretó los dedos, sus músculos estaban tensos y a la vez le temblaba el cuerpo—. Es increíble—se quejó—, quieres ser financieros y no saben ni sumar.

Aquel reclamó le dio a Roberta la pista exacta que necesitaba para dar con la aguja en su pajar. Por supuesto, era la gráfica. Hizo una ágil cuenta mental y dijo:

—Punto tres por ciento.

—¿Cómo dice? —Roberta contuvo el peso en su garganta.

—Para cerrar el cien falta punto tres por ciento en la gráfica dos—explicó sin verlo a los ojos.

—Exacto—la apuntó con la pluma—. Gutiérrez, ¿sabe cuánto vale esta empresa?

—Ciento treinta y dos millones de dólares.

—¿Sabe cuánto es punto tres por ciento de ciento treinta millones?

—Ciento tres...—iba a corregirlo, pero la mirada pesada de Mitzuru la silencio—. Trescientos noventa y seis mil dólares.

—Muy bien —aplaudió Mitzuru burlesco—. Y dígame, si yo llegase a presentar este informe ante los socios—exaltó su voz—¡¿Cómo mierda voy a explicar un faltante de Trescientos noventa y seis mil dólares?! ¡¿Tiene idea de cuanto es eso en yenes?!

—Um... —tartamudeó— un yen equivale a...

—Es retórica —ante la agresiva explicación, ella se encogió en sí misma.

—Lo siento mucho—se apresuró a levantarse de la silla e incluso se inclinó como los japoneses—, no he dormido muy bien y...

—¿Cree que yo duermo?

—No—Mitzuru la vio ofendido—. Sí... no sé — ella dudó hasta de su propia voz.

—Solo... —le señaló la puerta con la mano—vaya y arréglelo.

—Sí—vacilante, caminó hasta el escritorio, tomó el resto de su informe y volvió a inclinarse—. Gracias, lo siento.

Al salir se evadió por los pelos, el chocar con Kai. Mitzuru notó su figura en el marco de la puerta y sin disimularlo, fijo su vista en la computadora para evitarlo.

—¿No tienes trabajo? —preguntó Mitzuru antes que él hablase.

—Pues sí. Solo que consideré apropiado venir para, no sé, evitar que le arranques la cabeza a los empleados.

—Cualquier cosa es mejor que trabajar para ti—mustió una queja.

—Pobrecita—suspiró Kai desviando el tema—. Casi la rompiste.

—Lo va a superar—afirmó restándole importancia.

—No deberías ser tan duro con las mujeres.

—Así no funciona, Kai. De hecho, darles beneficios en el trabajo por su género es lo que estaría mal.

—Sin embargo, ya echaste a dos.

—No tiene nada que ver. Y no las eche, a Maia le di vacaciones para que resolviera sus asuntos.

—¿Y a Elizabeth porque... es linda?

—No le di vacaciones. Solo no ha venido.

—¿Cuál es la diferencia?

—No le estamos pagando, ¿cierto? Ponle una suspensión.

—¿Con qué motivo?

—Insubordinación.

—¿Detalles?

—Como si no lo hiciera seguido—bufó. Kai posó una mirada fija sobre él, eso aumento su continua migraña. —¿Qué estás haciendo? —preguntó irritado.

—Tú ¿Qué estás haciendo?

—Trabajo, Como siempre.

—No me refiero a eso, sino a tu lío de faldas—aunque pretendía hacerle un regaño, lo disfrazaba con sonrisas, pues no tenía el valor de reclamarle nada.

—No estoy en ningún lío de faldas.

—No—rio Kai—. Solo tienes un puesto de asistente vació y uno de becaria también vacío, ya que ambas están molestas contigo y ninguna viene a trabajar.

—Bueno, tú estás aquí y tampoco trabajas.

—¿Y quitarte la diversión? —señaló la pila de documentos sobre el escritorio—. Parece que ya lo acaparaste todo.

—Sabes que soy tu jefe aquí, ¿no?

—Pues, ya que una parte de la empresa es mía...

—De tu mamá—corrigió.

—En realidad, yo soy tu jefe—Pero Kai lo ignoró, cosa de la cual terminó por arrepentirse cuando Mitzuru le mostró un gesto de fastidio—. Si quieres —mencionó para tratar de arreglarlo—, digo, son aspectos técnicos. Por otra parte, tú eres mi primo y eres mayor que yo, así que...

—No soy tu primo. Hiashi y Tashi son tus primos, ¿Por qué no los fastidias a ellos?

—No me gusta la comida francesa—se quejó.

—Vete a trabajar—insistió autoritario.

—Podría hacer eso, o—señaló— podría unirme a la lista de personas que "trabajan" y no trabajan aquí—propuso a broma. A Mitzuru no le hizo ninguna gracia. Kai volvió a mostrarle esa mirada acusatoria que revelaba su certeza de que le ocultaba algo. —¿Peleaste con ella acaso?

—No peleamos—aclaró ya harto—. Las parejas pelean y nosotros no lo somos.

—¿No lo son?, ¿crees que aún pueda intentarlo yo? —su pregunta volvió roja la cara de Mitzuru.

—Hoy tienes muchas ganas de morirte, ¿verdad? —lo amenazó.

—Solo discúlpate con ella.

—¿Por qué tendría que disculparme yo?

—Mira—suspiró—, si algo sé de mujeres es que cuando la cagas te tienes que disculpar. Y cuando ellas la cagan, también te tienes que disculpar.

—Y eso me confirma, que no sabes nada de mujeres.

—¿Y tú sí? Canónicamente, pasaste de tener a dos a que ninguna quiera hablarte.

—En primer lugar, estoy bastante seguro de que no estás usando bien el término.

—Y tú estás desviando el tema.

—Como tú evades el trabajo.

—Está bien, me voy — Con notable decepción, Kai se volvió a la puerta—Pero antes, ¿Por qué dijiste que no querías una novia? Algo de que era demasiado drama, ¿no? —adivinando sus indirectas, Mitzuru le enfocó la vista — ¿Cómo te va con eso?

Mitzuru le arrojó una bola de hule que guardaba en el escritorio. Kai se cubrió con la puerta y luego volvió.

—Qué agresivo —acusó Kai —. ¿Tendré que contratar a otra chica joven y linda para te relajes un poco?

—¿De qué estás hablando?

—Te ves más feliz cuando Elizabeth ronda por aquí.

—¿Cómo es que me veo más feliz?

—No arrojas cosas ni haces llorar a los empleados.

—Tal vez no te arrojaría nada si no vinieras a meterte en lo que no te importa.

—O si tuviera piernas lindas.

—Y si no te vas—advirtió Mitzuru—, seguiré con las cosas de metal.

—¿Qué tal ese whisky de treinta años? Tal vez lo pueda atrapar—propuso viendo detrás de Mitzuru, pero volvió a huir con cobardía cuando esté le arrojó un bolígrafo.

Mitzuru pretendió continuar con sus tareas. Sin embargo, después de unos cuantos minutos, volvió a perder la concentración como le había estado pasando los últimos días. Este suspiro y dirigió su vista a la ventana como si en el cielo se encontrase la solución a esa constante sensación de desgane que no le abandonaba la cabeza.

Era consciente de ser la clase de persona que se dejaba absorber por el trabajo para no lidiar con las cosas que le parecían molestas, porque resolver los problemas de la compañía era siempre más fácil que resolver sus problemas personales y por lo general, cuando terminaba con ello, sus problemas personales ya no eran tan relevantes.

No obstante, en aquella ocasión, no le estaba funcionando.

Por lo que se levantó, abrió la ventana y encendió un cigarrillo. Vio al cielo una vez más buscando relajarse y entre las nubes y el sol encontró sus recuerdos.

Kai no era de los que solía entrometerse en asuntos donde nadie lo llamaba, solo era que se había adentrado en el armario para tomar una llamada sin que lo interrumpiera el ruido de los altavoces.

Cuando finalmente colgó, abrió la puerta y la cerró de inmediato, pues Mitzuru se encontraba en una discusión con su madre justo en frente. En pocas palabras; Kai solo estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Para su buena fortuna, ninguno había advertido su presencia, sin embargo, no había forma de salir sin que lo vieran y le preocupaba que pensaran que estaba espiando. Por lo que terminó espiando de igual modo.

—Mitzuru—había dicho Mei, en un tono tan serio que seguramente le costaba decirlo—¿Y si te casas con Maia?

Mitzuru la vio unos segundos preguntándose si, acaso, sus palabras no se habían mezclado con la música de forma en que transmitieran un mensaje diferente al que pretendía dar.

—¿Qué? —le preguntó dándole la oportunidad de retractarse.

—Maia es... el tipo de mujer que se quedaría contigo sin importar que le hicieras—se explicó Mei—. Es educada, inteligente, profesional, ella puede entenderte, quererte, ayudarte a formar un hogar.

Si bien podía entender que para la conciencia de Mei, lo que decía tenía alguna clase de sentido, le costaba aceptarlo viniendo de la boca de su madre. ¿Es que no era capaz de verse a sí misma o ya tomaba la dinámica de su vida como una especie de "normalidad"?

—¿Quieres que tenga un matrimonio como el tuyo? —debió haber contenido dentro de sí ese pensamiento, pero las palabras se escaparon de su boca como bestias salvajes contenidas en una prisión hecha de pailas. Tan despiadadas como rabiosas.

Mei le dedicó una punzante mirada en la que a su vez había una especie de desapego que ocultaba una resignación dolorosa.

—Incluso si es lo que piensas, en tu caso, estarías en la posición buena de ese trato ¿cierto?

Y era todo lo que a ella le importaba. Pero a Mitzuru no.

No era exactamente una buena persona y cierto era que tenía una tendencia a pensar solo en sí mismo antes que en los demás, no obstante, si pudiese verse casado con alguna mujer, lo último que quisiera sería condenarla a vivir como su madre.

Contempló el fondo de su vaso, de verdad necesitaba un trago en ese momento. Luego paseo su vista a su alrededor como si buscase una vía de escape. Y curiosamente, la encontró.

Allí estaba Elizabeth, riendo de esa forma natural que tenía de hacerlo, adornándose a sí misma con un baile que la encerraba en un mundo propio, tan ajeno al exterior que todos querían entrar en él.

Mitzuru sonrió de manera involuntaria, Por un segundo, olvido que su madre lo estaba viendo y que como siempre, analizaba cada una de sus reacciones para tratar de adivinar sus pensamientos. Claro, ella no ocultó su desagrado al hecho de que los ojos de su hijo se dirigieran precisamente a ese blanco, cuando le estaba hablando de matrimonio.

—Madre—la llamó para volver a captar su atención—, Maia es inestable e insoportablemente terca. Yo ni la quiero cerca.

—Antes te gustaba.

—Antes de que se volviera inestable e insoportablemente terca —se parafraseó—. No podría pasarme toda la vida con ella.

Mei sintió una espinita molesta ante su cambio de actitud.

Su amor de madre no la segaba, sabía que algún peso tendrían que haber tenido las egoístas acciones de Mitzuru si acaso hubo un cambio en la personalidad de aquella mujer y si no lo hubo, significaba que entonces a él nunca le importó la persona dentro del cuerpo usado y como ya estaba cansado de ella, le había perdido el interés.

Reflexionó sobre lo común que era para los hombres que conocía el utilizar a las mujeres a su alrededor y luego abandonarlas como perros sarnosos solo porque ya no lucían tan lindos y llegó a una conclusión:

Mitzuru era un hijo de puta.

Y no le sorprendía en lo absoluto que lo fuera.

En ese momento sonó un celular.

—¿Sí? —respondió Mitzuru.

—Estoy en el armario —susurró Kai.

—En ese país no deberías usar esa expresión—le advirtió.

—¿Por qué? Bueno, no importa. ¿Por qué no aprovechas para decir que es una llamada importante y te libras de la tía? De paso puedes hacer que se aleje para que yo salga.

Mitzuru lo pensó por un momento. Luego le dijo a su madre que lo hablarían en otra ocasión e hizo justo lo que le propuso Kai.

Mei sabía que mentía, si por él fuera, no iban a hablarlo nunca. Sin embargo, no podía entrometerse en sus asuntos de trabajo. No obstante, no pensaba rendirse. Ya era hora de que su retoño madurase un poco y comenzara a hacerse responsable de sí mismo, de su vida y de cada aspecto de ella.

Pasaron unos cinco minutos antes de que Mitzuru le dijera a Kai que ya podía salir del armario, pues Mei se había ido a saludar a algunos amigos de Reiji.

—Se tardó bastante—reclamó Kai caminando con precaución a la libertad.

—No quería soltar el tema—respondió Mitzuru, aun en el teléfono.

—¿Te sorprende? Tiene diez años sin soltarlo.

—No. Pero no importa que tanto lo quiera, no puedo hacer nada al respecto.

—Podrías casarte.

—Qué gracioso—recriminó con sarcasmo. Kai respondió con una ligera risa.

—Tienes que admitir que, tiene buenos argumentos. Hasta a mí me convenció.

—No es que seas difícil de convencer.

—Sí. Cuando llegue a tu edad, aceptaré un matrimonio arreglado.

—No soy tan viejo —en su voz dejo escapar cierto resentimiento.

—¿Podrías decirle a la tía que me consiga una esposa a mí?

—Tienes tu propia madre para eso.

—La tuya las escoge bonitas—entonces vio a Tashika llamándolo con la mano desde la barra de bar —. Tengo que colgar.

—Está bien.

—¿Qué harás para librarte?

—La evitaré hablando con prospectos de negocios. Sí eso no funciona, tendré que esconderme en un armario.

—Qué gracioso—imitó su voz sarcástica.

—Estaré bien. Tú mantén las relaciones "diplomáticas" —finalizó la llamada con lo que parecía una broma.

La situación realmente debió haberse puesto muy pesada para que Kai eligiese intervenir, así que, también debía estar pesada la situación actual. Mitzuru se preguntó si de verdad su humor era tan malo.

Y eso que no se había dejado convencer por Mei.

Ahora que se encontraba, solo tenía que admitir que la verdadera causa de su negativa nunca fue el altruismo ni su constante lucha por negarse al control que su madre quería recuperar sobre él.

Su negativa era porque, pese a que sabía que su ella tenía razón respecto a la conveniencia de su propuesta, también sabía que Maia no lo hacía feliz.

Recordó a la pareja y sus hijos sobre la hierba y supo que él nunca miraría a Maia de esa forma. Nunca se dejaría convencer por ella solo con una sonrisa como lo había hecho aquel hombre con su esposa y jamás desarrollarían entre ellos ese lenguaje de miradas tan interesante como peculiar.

Y si dos personas que no se hacen felices entre sí terminan uniéndose, se acabarán odiando.

Prefería morir solo antes de vivir en ese tipo de prisión. Al menos en su soledad encontraba algo de paz y cierta felicidad momentánea cuando se cruzaba con una chica especial, una como Elizabeth, y esta se sentaba en su regazo.

Maldijo su propio nombre al entender que, le había mentido a su madre. Elizabeth si le importaba, tanto como para que aún estuviese esperando, de manera inútil e irracional, verla atravesar aquella puerta sin tocar, cruzar las piernas apropósito frente a su escritorio y soltar uno o dos frases pícaras. Y listo, con esos sutiles ademanes y repentinos gestos le alegraría todo el día.

Pero el hecho de que ella hubiese dejado pasar toda una semana sin mostrarle la cara debería darle un indicio de que no pensaba volver y se preguntó si acaso él quería que volviese.

Debió haber sabido que así sería desde que se propuso a herirla en su ego, ¿no era su cometido inicial? ¿No era que ansiaba, más que nada, tirarla de su pedestal? ¿Por qué se sentía como si hubiese actuado más contra sí mismo que en contra de ella?

No. No podía dar un paso atrás en ese punto. Después de todo, consideraba que Elizabeth había sido la primera en traicionarlo y se merecía un castigo proporcional a la ofensa cometida.

Ella era la que tenía que arrepentirse, la que debería pedir perdón, sí, él lo dejaba pasar, pronto terminaría convirtiéndose en uno de esos hombres que viven a merced de sus mujeres y no estaba en sus planes ser el juguete de nadie.

Incluso si eso significaba que no volvería a verla jamás, ser libre era sin duda mucho mejor que ser sometido.

O eso pensaba hasta que la idea de no verla jamás se volvió casi una realidad.

Debió esperarlo. Elizabeth no era como Maia, Rebecca o cualquier otra mujer que había conocido antes. Para ella, la dignidad lo era todo. Aunque se estuviese muriendo de hambre, jamás se rebajaría a pedir comida a extraños y aunque le estuviesen sangrando los pies, no se cambiaría los zapatos para permitir que sus enemigos viesen que sus acciones la habían afectado.

Una mujer así, igual de altiva que una reina, nunca olvidaría un golpe tan profundo en su orgullo.

Así, Mitzuru concluyó que ella no volvería y que tal vez así era mejor.

El juego había terminado y de una forma abrupta y sin sentido, él sabía que lo había perdido. Una sensación tan molesta que prefirió apagar su cigarro y volver a sumergirse en el trabajo.

Sin embargo, aún sentía sobre sus hombros el peso de la derrota cuando se subió a su auto y escuchó la voz seductora, parecida al canto que las sirenas les regalan a los navegantes antes de hundirlos en el mar y guiarlos hacia su muerte.

—Hola, Corazón—Mitzuru se giró a ella incrédulo y allí estaba, el fantasma de sus pecados pasados, solo que no era un fantasma, era Elizabeth de carne y hueso confirmando su presencia con ese inconfundible aroma a azúcar quemado, una mirada lasciva y una sonrisa altanera que parecía lista para arrasar con él en el campo de batalla—¿Me extrañaste?

Notas de autor: 

Hola chicos, soy la auotora y como siempre quiero darles las gracias por leer hasta aquí.

Este capítulo quedó algo largo ¿verdad? pensé en cortarlo pero no sentí que llegase a un punto adecuado para hacerlo. 

Sin emabargo, sí traté de resumirlo sin que se perdiera. Espero que hayan disfrutado el resultado final y que esten disfrutando la novela.

La mejor parte son sus comentarios así que no sean tímidos, dejen alguno :).

Sin más me despido. Que todos tengan una excelente semana.

Chaobye. 

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