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Capítulo 4: Este lugar es una mierda

A Mitzuru casi le daba risa ver ese rostro inflarse en un puchero mientras desviaba la mirada.

Él se había cambiado el saco y la camisa, ya no tenía la corbata puesta y mostraba la cabellera algo humedecida. Ella sabía que había sido la causante de su inusual apariencia, sin embargo, después de unos segundos él se dio cuenta de que no tenía ninguna intención de disculparse, entonces se paró de su silla y se encaminó en su dirección.

Le ofreció la mano de manera amistosa mientras mantenía una aparente sonrisa tranquila.

—Mucho gusto—ella le dio el apretón confundida—. Espero que disfrute trabajar aquí.

—Gracias —respondió girando sus ojos.

Aunque Edvin la veía extrañado por su grosería, Mitzuru no pudo evitar torcer sus labios con malicia.

"No te portes tan altanera" pensó ", porque eso me gusta".

—Edvin —lo llamó soltando la mano de Elizabeth—, ¿le importaría decirle a Maia que reúna a los becarios en la sala de juntas? Voy a presentarles a la señorita Marcovich.

—Claro—sonrió de manera forzada, le puso la mano en el hombro a Eli a modo de despedida, ella asintió con una sonrisa muy diferente a la cara de desprecio absoluto que le dedicó a Mitzuru.

—Gracias.

Tras perderse el abogado detrás de la puerta, Mitzuru y Elizabeth se vieron uno al otro en silencio. Pese a que estaba en la peor situación, ella no dejó ir la altanería de su rostro ni un segundo.

—¿Y cuál es el precio? —preguntó Mitzuru.

—¿Perdón?

—Usted dijo "mi precio sería mucho más caro" así que, me ha estado molestando toda la mañana, ¿sabe?, ¿cuál sería entonces, su precio?

Elizabeth sintió que la ira le empezaba en el estómago y le subía a la cabeza a paso lento como el vapor.

—Aún tengo medio burrito, señor Tashibana —lo amenazó pese a que intentaba contener el evidente el resentimiento en sus palabras.

—No es el que dejó Kai, ¿verdad? —se burló él.

—No.

—¿Convenció a otro tonto?

—¿Qué le interesa?

—¿Perdón? —De nuevo, ella no hizo ningún movimiento que revelase la intención de disculparse— ¿Se da cuenta de que soy su jefe ahora? No me puede hablar de esa forma, señorita Marcovich.

—Aunque sea mi jefe—le recalcó en tono acusatorio—, eso no le da derecho a tratar de rebajarme con sus insinuaciones y sus burlas. No soy prostituta, no tengo un precio y si lo tuviese, no le alcanzaría.

"Bueno" pensó Mitzuru ", si iba ser tan atractiva, al menos podría ser aburrida". En silencio rogaba por cualquier cosa que apagara el fuego que había encendido dentro de él. Porque si nada lo hacía, ese fuego iba a consumirlo.

Pero toda esa confianza que derrochaban sus palabras, todo ese descarado orgullo que se le escapaba por los ojos, toda la fuerza de su voz al defenderse, no hacían más que convencer a Mitzuru de que ella era una de esas mujeres.

De esas engreídas y autoproclamadas diosas que le encantaba bajar de su pedestal.

—Descontaré la tintorería de su primer cheque—le advirtió—, pero que esta sea la última vez que actúa de manera insubordinada o tendré que sacarla a patadas de aquí.

—Si usted me trata con respeto, yo haré lo mismo con usted—le aseguró y se cruzó de brazos.

Mitzuru entendió que no había forma de vencerla.

—Le presentaré a sus compañeros.

Se apresuró a abrir la puerta para darle el pase, ella lo siguió manteniéndose siempre alejada, erizada igual que un gato, como si el fuese a saltarle encima de un momento a otro.

A pesar de que Tashibana Tech era una empresa que presumía el generar productos siempre a la vanguardia, sus instalaciones eran anticuadas, hechas sobre pisos de madera con escritorios vintage y paneles de letras japonesas en sus paredes. El negro y el marrón eran los únicos colores que se anteponían al blanco de las luces además del verde de una que otra planta por las esquinas.

Finalmente, llegaron a una sala grande con una mesa circular en el centro y una pantalla al frente, en la mesa se encontraban distribuidas cuatro personas.

—Buenos días—saludo Mitzuru cerrando la puerta mientras todos analizaban detenidamente a Elizabeth para después contestar su saludo—. Les presento a Elizabeth Marcovich, a partir de mañana se integrará con nosotros.

—Hola—dijo Elizabeth con una sonrisa.

—Ellos son Brandon, Roberta e Ian...—explicaba Mitzuru paseando su mano de derecha a izquierda.

—¿Ella es la hija de Edwin Marcovich? —preguntó incrédula la voz de Maia.

Maia Carpentier era una mujer de treinta dos años con cabello largo y rubio, era un rubio más claro que el que tenía Eli, tenía los ojos grises, la cara delgada, los pechos grandísimos y la altura de una supermodelo, de todos los presentes, ella era la más interesada en analizarla.

—Edvin—se apresuró a corregir Elizabeth—, su nombre es Edvin.

Maia giró sus ojos con desdén.

—Y ella es Maia—le dijo Mitzuru a Elizabeth—. Su jefa.

—No necesitamos otra becaria, estamos bien—aseguró Maia.

—¿No decías que tenías demasiado trabajo?

—Si, pero a estas alturas, otra becaria desordena toda mi planeación.

—Pues, planea otra vez—ella chistó.

—Alicia quería que le prestara a Roberta, ¿por qué no la envías a ella en su lugar?

—Te lo pondré así—le señaló moviendo las manos—, o trabaja para ti o trabaja directamente para mí—Maia alzó las cejas—. La contraté para finanzas, se queda en este piso de una forma o de otra. Tú decides.

Finalmente, balbuceó un "bienvenida" mientras rechinaba los dientes.

Mitzuru le ordenó a Roberta que le diera a Elizabeth un tour por las oficinas que visitaría con frecuencia.

Roberta tenía la piel chocolate y largas rastas que le llegaban a la cintura, tenía los labios gruesos, los ojos bien redondos y la cara regordeta, hablaba de una manera extremadamente formal y usaba un traje como todos los demás, pero el suyo le quedaba holgado y, aun así, no lograba ocultar del todo sus enormes pechos y piernas de gimnasta olímpica.

—Entramos a las ocho—explicaba Roberta mientras bajaban por el ascensor, le hablaba de manera esquiva, como si estuviese leyendo lo que decía—salimos a las seis, no olvides llegar a tiempo, se ponen muy estrictos con la puntualidad. ¿Alguna pregunta?

—¿Por qué Maia estaba tan molesta?

—De la compañía—le aclaró con desdén.

—Ella es mi jefa, me gustaría saber en que la molesté tanto.

Roberta se quedó pensativa un rato, luego simplemente lo escupió:

—Esta celosa.

—¿Celosa?

—Mira, no puedes decir que yo te lo dijé ¿de acuerdo? —le señaló con el dedo a lo que Elizabeth asintió—. Aquí todos saben que ella y el señor Tashibana tienen una especie de relación.

—¿Relación... amorosa?

—Exacto.

—Ya entiendo.

—Si. Aunque nuestro jefe es un hombre muy importante en la industria, también dicen que es muy mujeriego.

—¿Cómo puede ser? Si es super antipático.

—Mira, tú solo aléjate de él y a Maia se le pasará el recelo contigo.

Elizabeth asintió y sonrío.

—Gracias por el consejo—Roberta le sonrío en respuesta.

—Vamos. Hay que tomarte la foto.

Al finalizar el día, se dirigió al edificio donde viviría a partir de entonces, se ubicaba en Brooklyn, tenía las llaves en la mano y se disponía entrar a su departamento cuando vio a una mujer tumbada en el suelo frente a su puerta.

Tenía un vestido morado extraple y corto ceñido al cuerpo con tacones color turquesa. A un lado de su cuerpo tendido, se encontraba un bolso dorado y un juego de llaves colgando de una pata de conejo.

Ella era como un árbol seco, con el mismo color oscuro y una altura que parecía estar por tocar el cielo, pese a que entonces se encontraba recostada sobre la interminable jungla de sus risos.

Era flaca de cintura y musculosa de brazos y de piernas, para cuando sus enormes y redondos ojos cafés se abrieron encontrándose con la confundida mirada de Eli, ella arqueó las cejas, levantó sus largos dedos junto con su brazo izquierdo y formó con ellos una pistola.

—¡Bang! —gritó haciendo un movimiento que simulaba haber disparado, la confusión de la rubia le impidió reírse—¿Quién eres y que haces en mi departamento? —habló con una voz gruesa y adormecida.

—¿Qué? —le respondió extrañada— Soy Elizabeth y la entrada que bloqueas es la de mi apartamento.

Los ojos de la mujer se giraron a la izquierda y después a la derecha.

—¿Dónde estamos?

—1648 de Brooklyn.

—¿Departamento?

—4B.

La mujer rebuscó en sus recuerdos, aun con la mirada perdida dijo:

—¿Sabes dónde está el departamento 4A?

Eli se giró para ver la puerta detrás de la mujer.

—¿Te refieres al que está justo enfrente de mi puerta?

—Sí.

—Sí, puedo ver donde se encuentra.

—¿Podrías llevarme hasta allá?

Volvió a verla de manera incómoda, entonces notó sus sombras de ojos doradas, su rímel algo corrido en las ojeras, sus labios oscurecidos por el lápiz labial y el brillo del iluminador en sus mejillas, todo eso manchado por el rojo de la sangre que escurría su labio inferior reventado.

No quería verla en la parte de la falda, pero no se podía ignorar el inmenso moretón que se asomaba parcialmente por su entrepierna.

Su imagen perdida le dio tanta pena, que tomó las llaves del suelo para abrir la puerta del departamento de enfrente, después la tomó de los brazos y con sumo esfuerzo la arrastró hasta que logró meter su cuerpo por completo, luego se inclinó a ella para observar la herida en su rostro.

—¿Qué estás haciendo?

—Quiero ver si puedo curarte. ¿Tienes un botiquín?

—Déjalo así, linda —sonrió la mujer—, no es nada serio.

—Si lo dejo así podría infectarse—pese a la seriedad de Eli, ella solo bufó una risa.

—¿Qué tal si mejor me traes algo de hielo del congelador?

Fue a buscar el hielo mientras observó el inmueble, tenía muebles viejos, sillas desiguales y manchas de grasa entre las paredes, pero lo que más llamaría la atención de Elizabeth era el hecho de que no tenía fotografías o trofeos ni ninguno de esos recuerdos que la gente suele guardar en lo que llamaría "su hogar".

Envolvió el hielo en una toalla de cocina y se lo llevó a la mujer que se encontraba en la sala, sentada en el suelo mientras le bailaba la cabeza, recargada contra el sofá verde.

La mujer extendió su mano y Eli le dio el hielo. En lugar de ponérselo en el labio, ella se lo metió entre las piernas y las apretó conteniéndolo entre sus muslos para después soltar un quejido de dolor.

—uff eres un ángel—exclamó la mujer, vio como Eli trataba de evitar mirarla y le sonrío enternecida—, soy Alika.

—Elizabeth.

—Sí, me lo dijiste en tu puerta.

—Sí.

—¿Y?

—¿Y? —le regresó la vista a ella.

—Cuéntame tu tragedia. ¿Por qué un ángel como tú, está en un infierno como este?

—Es temporal.

—Sí, yo dije eso hace siete años—esa frase se llevó una importante parte de la esperanza de Eli.

Negándose a rendirse por completo, se sentó en el sillón rojo junto a ella, soltó un pesado suspiro y luego hablo.

—Mis padres me echaron de casa.

—¿Embarazo? —hubo un silencio prolongado—¿Lo vas a tener?

—Si—afirmó con pesadez.

—Me gustaría felicitarte, pero, con ese tono, se me quitaron las ganas.

—Quiero tenerlo, es solo que, tengo miedo.

—¿Dónde está el padre?

Ah, esa pregunta, esa a la que sabía que tendría que acostumbrarse, esa que apenas terminó de escuchar, deshizo el muro de bloques que había puesto para sostener su corazón.

Los recuerdos que alguna vez le parecieron tesoros de un amor tan profundo como el más grande océano, se habían vuelto dolorosos al convertirse este en una tragedia, como si ese mar se la hubiese tragado.

—El padre...—susurró a través de la fuerte compresión de su pecho—el padre no está.

—Ya veo—dijo con indiferente voz, aun perdida dentro de su cabeza, hizo un largo silencio viendo al infinito—, ¿quieres una cerveza?

Eli arqueó las cejas.

—¿En serio? —la regañó— Acabo de decirte que estoy embarazada.

—Ah, cierto—lo recordó entonces—, déjame reformularlo: ¿quieres traerme una cerveza? —Elizabeth se levantó ofendida— ¿A dónde vas?

—A mi casa.

—¿Es por qué no lloré con el hecho de que tu hijo es huérfano de padre? ¡Vamos!, ¡Eres bonita, le conseguirás otro pronto!

Fue lo último que le dijo antes de que Elizabeth azotara la puerta.

Se arrepintió de haberla ayudado, ahora estaba cansada, preocupada y enfadada.

Y todo estaba por empeorar cuando finalmente vio su apartamento.

Era un departamento tipo "estudio" por no decir que no tenía paredes, los únicos muebles que tenía eran una mesa de madera, dos sillas de plástico, una estufa, un lavabo, un minibar y un colchón sucio en el que no tenía ganas de dormir.

Lo único que pudo pensar al oír rechinar los pisos de la madera bajo sus pies fue "este lugar es una mierda".

Sin energía siquiera para limpiarlo, se recargó contra la pared y descendió desplazándose en ella hasta que estuvo en el suelo, mismo sobre el cual se quedó dormida.

Para cuando el brillo del sol le llegó a la cara, Elizabeth se despertó con el cuerpo adolorido y la mitad de la cara llena de baba, olvidando completamente las razones de su incómoda posición, se tomó unos segundos para razonar sobre la humedad de sus ojos. Se preguntó entonces si acaso había llorado dormida, pero, esa preocupación se le esfumó de la cabeza haciéndola pararse de un salto.

"¿Qué hora es?".

Buscó desesperadamente su celular por el suelo, cuando lo encontró e intentó encenderlo se encontró con el hecho de que estaba muerto.

Recordó entonces que, al salir de su casa, no llevaba ningún cargador.

Metió el dispositivo en el morral, salió corriendo despavoridamente del cuarto, corrió por el pasillo, toco múltiples veces el ascensor, lo escuchó subir durante diez segundos exactos justo antes de escucharlo apagarse.

—No, no, no —exclamó desesperada.

Refunfuñó en molestia y corrió a tomar las escaleras, el ascensor volvió a encenderse y pretendió regresar, sin embargo, como si se burlara de ella, este solo cerró sus puertas en su cara y volvió a apagarse.

Descargando su ira entre zapateos, no tuvo más remedio que bajar corriendo las escaleras.

No tenía tiempo para usar el metro, así que gasto veinticinco dólares en un taxi, después corrió por las calles hasta llegar de manera casi milagrosa a la oficina.

—Hola —saludó a la chica sentada en la entrada, tratando de lucir simpática a medida que sus pulmones volvían a funcionar—, sé que es tarde, pero, ¿Me podrías abrir el ascensor, por favor?

—Elizabeth, ¿verdad? —Eli asintió, ante la voz antipática de la recepcionista —son las 9:28 de la mañana, no solo es tarde, es otro día ya.

—Ay, no exageres tampoco.

—Lo siento, no puedo abrirte.

—¿Qué? —preguntó como si hubiese sido atacada — ¿Por qué no?

—Porque son las reglas, no puedes llegar tarde aquí, ¿no te lo dijeron? La excelencia es la insignia de Tashibana.

—¿En serio? ¿Esa es la razón? ¿Un estúpido spot publicitario?

—No es un spot, es la política de la compañía.

—¿Cuál política? ¿Ser absolutamente diligentes, inhumanos y crueles?

—La disciplina. Lo siento, vuelve mañana.

—Norma—tartamudeó tras leer el nombre de su gafete—, Norma escúchame por favor, este es mi primer día, no tengo gafete aún, si lo pierdo perderé el empleo ¿entiendes?

—Lo siento, son las reglas.

Se quedó unos segundos sin poder reaccionar, eventualmente, tuvo que salir a tomar aire, pues sintió un fuerte golpe en sus pulmones.

Apenas había bajado dos escalones de la entrada cuando no pudo contener más sus impulsos y se golpeó la cabeza con la palma abierta. Era consciente de que, solo podía culparse a sí misma.

¿Y ahora qué?

No tenía casa, no tenía familia y ahora ni siquiera tenía empleo y lo peor, no estaba sola. Tenía aquella personita en el vientre que ya enfrentaba su primera crisis sin haber nacido aún.

—Mierda —se le salió decir antes de que comenzara a patear el suelo con violencia —¡Mierda!, ¡mier...! —ni siquiera pudo terminar de maldecir cuando, por sus torpes golpes, se le rompió la punta de su tacón.

Eso fue, demasiado, el último golpe para su inestable ser.

Como ya no había nada más que hacer, se sentó en el borde de la escalera, se metió la cara entre sus rodillas y sus brazos y comenzó a llorar como la niña perdida que en realidad era.

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