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Capítulo 36: Pasión y venganza


—Olvídalo.

—Roberta—se cruzó de brazos—, ¿Dónde está Mitzuru?

—No esta aquí si es lo que preguntas.

—¿Y cómo sabes que no está en Suiza?

Roberta se mordió el labio, Eli se sopló un mechón de cabello.

—Dime—le ordenó—, anda, ¡Dime ya! —Roberta apretó los ojos. Elizabeth le tomó entonces el brazo—. Ambas sabemos que no puedes correr el riesgo de enfrentarme, ¿verdad?

La amenaza implícita en su intimidación esfumó por completo la sororidad que Roberta había llegado a sentir hacia ella.

—Me dio una dirección —confesó—, para enviarle una copia de la renuncia.

En silencio, Elizabeth estiró la mano exigiendo la información y Roberta le entregó contra su voluntad, una nota amarilla con la dirección escrita. Elizabeth le sonrió de manera tétrica. Luego, le acarició una de sus rastras.

—¿Ves? Que fácil es cuando seleccionas el lado correcto ¿verdad?

Roberta no contestó. Solo se quedó quieta mientras la veía marcharse, al final, se sintió muy decepcionada de sí misma.

El mundo no cambia, no importa si estas en la secundaria o en la oficina, siempre hay alguien que esta en la cima y alguien a quien pisotean para llegar a ella.

Roberta Gutierrez prefería pensar que estaba al margen, porque cuando era arrastrada a esa escalera, nunca se veía en la cima.

Aunque era un edificio cercano a la oficina, el departamento era mucho más pequeño de lo que Elizabeth imaginó que seria. Además, los colores claros y las plantas en los rincones, no iban mucho con los tintes opacos de los que generalmente se rodeaba Mitzuru.

Aun así, era una mansión comparado con el departamento donde vivía ella.

En cuanto encontró la puerta con el número doscientos treinta y cinco, comprobó la dirección en el papel, después tocó el timbre.

Espero tres segundos antes de tocar tres veces continuas, tras el mismo silencio, procedió a golpear la puerta.

—¡Señor Tashibana! — lo llamó desde afuera mientras golpeaba—. ¡Señor Tashibana! —insistió siendo un más ruidosa que al principio—. ¡Mitzuru—perdió los estribos y comenzó a gritar—, abre la puta puerta, cabron!

Fue cuando la misma se abrió por completo. Eli apenas vió las facciones de Mitzuru antes de que este le tomara la muñeca y la jalara del brazo al interior del departamento.

La resistencia que ella pretendía mostrar solo aumentaba la fuerza del movimiento en él, para cuando ella estuvo completamente adentro del inmueble, Mtzuru cerró la puerta.

Los colores claros se extendían al departamento, que también era tipo estudio. Al lado derecho se veía una puerta que presuntamente daba al baño seguido de una bien iluminada cocina con muebles madera en tono suave y una isla en medio acompañada de bancos azules.

Al otro lado de estaba la sala, era color azul sobre una alfombra blanca afelpada que daba vista a un televisor sobre una chimenea falsa. Y en medio de ambas estaba una amplia cama Queen que tenía suaves y blancas sabanas, dos esponjosas almohadas y una base lisa elevada por una plataforma mientras la pared de atrás era de cristal dando paso a una envidiable cantidad de luz natural además de una panorámica vista a la ciudad.

Deslumbrada por el lujo y la calidez que representaba el inmueble, ella casi olvido la razón de su visita. Pero la recordó al escuchar los pasos de Mitzuru acercándosele, por lo que, alerta, se giró a él.

Él usaba un pants gris y una camisa blanca de mangas corta que dejaba ver sin tapujos sus cicatrices, además, estaba descalzo y despeinado.

Elizabeth se preguntó si acaso estaría enfermo pues solo borracho lo había visto de ese modo. Pero cuando quiso encontrarse con sus ojos solo recibió de él una gélida mirada que provoco que ella olvidase todas las palabras que había ido a decirle.

—Tienes que quitarte los zapatos—mencionó Mitzuru en una carrasposa y ajena voz mientras sus ojos la recorrían de una forma que nunca se había sentido tan incomoda.

Elizabeth, que ni siquiera había querido entrar en primer lugar, pensó que su orden era absurda pero no se negó a ella pues emitía él aquella aura insostenible que la hacía ceder a cualquier petición como en un instinto de supervivencia.

Sin embargo, mientras se descalzaba los tacones, algo en el ambiente le decía que debería salir corriendo, algo en él que, en definitiva, no estaba bien.

Cuando se sacó el primer zapato se tambaleó ligeramente en el que le quedaba, siendo entonces sostenida de las caderas por Mitzuru. Sintió cierto alivio al percibir la gallardía volver en él, pero cuando buscó encontrarse con su rostro, él le tomó las mejillas con una mano y le introdujo su lengua a la boca como un invasor.

Ella no se apartó del beso, sin embargo, este mismo parecía más una lucha campal dentro de sus bocas, más que las anteriores caricias percibidas, que pretendía en la medida que pudiera adueñarse de ella.

Aun con el pie colgante, fue levantada como un maniquí por el trasero y llevada hasta la cama cayéndosele el zapato en algún punto del camino.

Al llegar al colchón, fue arrojada sobre el mismo, siendo su caía amortiguada por la firmeza del mueble.

—Espera—susurró cuando el peso de Mitzuru se le posicionó encima, pero esté ignoro su suplica volvió a devorar a gusto propio, el sabor de sus labios.

—No quiero hablar—aseguro Mitzuru mientras se sacaba la camisa por encima de los hombros, después volvió a tirarse sobre ella, le beso la mejilla eliminando de poco la resistencia de Eli—solo quiero estar contigo—para después continuar manipulándola con los besos que le dejaba en el cuello.

A voluntad, Mitzuru paseo su mano derecha por la tela del vestido de Eli que poco o nada hacía por disminuir la intensidad de las quemaduras que esa mano iba dejando sobre ella, deteniéndose solo un segundo para apretar su seno, acto seguido le recorrió la tela con las yemas de sus dedos hasta que esos mismos dedos se adentraron a sus bragas.

Ella temblaba con la fragilidad de la pluma de un ave siendo atrapada en la espiral de un huracán y mientras el acariciaba la corteza del fruto prohibido, herencia de Eva para todas mujeres, ella respiraba a su aroma y cedía a la necesidad de su cuerpo por volver a recibir la visita de Mitzuru en él.

De nada hubiera servido el intentar contener el gemido que, el dedo de Mitzuru atravesando aquella corteza le provocó.

—Mitzuru... —jadeo ella su nombre.

—Con un par de besos y un dedo—retumbó la masculina voz dentro de la cabeza de Eli—¿ya estas así de mojada? ¿Qué pasa? ¿Me has extrañado estos días? ¿Acaso, tu novio no te atiende bien?

—¿Que? —por un momento, la ira que causo el comentario de Mitzuru se antepuso al libido de Eli. Pero fue tan fugaz que murió apenas sintió el segundo dedo dentro de ella.

Sus adentros parecían expandirse a placer de Mitzuru por lo que él no se contuvo para aumentar el número a tres. El grito que Eli soltó le tensó las piernas.

—Despertaras a los vecinos—le regañó Mitzuru sin dejar de acariciarla desde el interior.

Elizabeth clavó las uñas en la seda que cubría la cama al tiempo que se ahogaba en lo sonidos de su boca que fracasaban en su intento por ser palabras.

Cuando logró al fin encontrar los ojos de Mitzuru, estos permanecían más que vacíos, había algo dentro de ellos, una oscuridad tan densa que era aterradora.

Los labios de él se curvaron de una forma siniestra, luego atraparon los de ella en una cárcel de pasión custodiaba por un beso que parecía ser incluso consiente del cómo ese veneno que esparcía asesinaba sin piedad alguna, todo vestigio de fuerza dentro de ella, y cuando Elizabeth estuvo en la línea de su límite, lél le saco los dedos sin ningún reparo.

Ella luchaba por recuperar el aliento cuando él le levantó el vestido y se lo arrojó al suelo.

Eli se sintió tan patética al ser tan fácilmente sometida, como si con sus nulas acciones le dijera "si me besas otra vez, puedes tomar lo que quieras de mi".

Aun reflexionaba en ello cuando Mitzuru le dio la vuelta y la puso cara contra la almohada.

Entonces beso su espalda mientras ella se aferraba a aquella almohada clavando sus uñas en la misma.

Cuando Mitzuru le abrió el sostén para liberar sus pechos y le bajo con salvajismo las bragas ella pensó: "Entonces es su turno ahora".

Él la sostuvo de la cintura y la hizo levantar las caderas, Eli se apoyó en las rodillas y las palmas para quedar a gatas frente a él.

Aunque no tenía ningún reparo en complacerlo, la fuerza con la que Mitzuru la embistió la hizo caer contra las sábanas.

Se habría quedado ahí de no ser porque luego él se agacho a besar su mejilla y posteriormente sus labios. Su propio cuerpo era un traidor que prefería el control de Mitzuru antes que el suyo. Por eso sus caderas volvieron a levantarse permitiendo que este la penetrara a placer.

Él lo hizo lento, abriéndose paso en ella de manera sigilosa como lo hacen los invasores, sin embargo, conforme fue agarrando confianza aumentaba el ritmo, tanto como para que necesitase sostenerla por las caderas, como previniendo su huida.

El golpe constante de su pelvis contra el trasero le Elizabeth le sometía a ella todo el cuerpo. Le hacía apretar los dientes y golpear los mismos con su lengua mientras su garganta se ahoga en un dolor tan placentero como seguro que lo es la muerte.

Eventualmente, él metió las manos dentro del brasier de Elizabeth y los broches se rompieron haciendo que la prenda cayera terminando por colgarle en las muñecas.

De manera involuntaria sus piernas habían comenzado a temblar cuando el fino hilo de sus bragas no soporto los movimientos de las mismas y rompió chicoteándole los muslos.

Aunque ella grito, Mitzuru no paro en ningún instante. En lugar de ello, le beso la espalda y fue suficiente para que ella se sintiese agradecida.

Después de todo, estaba tan firme y llegaba tan profundo dentro de ella que se volvería loca si llegase a detenerlo.

Ni siquiera podía ella negarle el placer escuchar su nombre nombre de Mitzuru saliendo de entre sus acalorados gemidos porque escucharla decirlo así, era en parte la razón por la que se mantenía tan duro.

Casi al final, cuando aquella explosión de sensaciones dentro de su cuerpo anuncio su llegada, Mitzuru la tomó del cabello e intensifico la fuerza de sus embestidas. Ella volvió a gritar, se sostuvo de los barrotes de la cama pues comenzaba a rasgar las almohadas y sintió el corazón tan grande que no le cabía en el pecho.

Y se ahogaba, se ahogaba con ese violento y salvaje corazón que no dejaba de clamar el nombre de Mitzuru entre sus latidos.

Mitzuru la penetro entonces de una manera bestial que la hizo reventar desde su núcleo expandiendo esa sensacíon como una corriente de aire que le renovaba el cuerpo mientras él se desbordaba dentro de ella.

Su esencia llenándola la hizo desvanecerse ahí mismo, víctima del éxtasis compartido, causado por la colisión de su pasión, dejándola dormida aun con la esencia de Mitzuru dentro, arrullada por el aroma que se había impregnado entre las sábanas, por la descarga de deseo que habían perpetuado sus cuerpos.

Para cuando sus ojos volvieron a abrirse, se encontró tan sola en la inmensidad de aquella cama que aun con la manta llegando hasta sus hombros, tuvo frio.

Le costó mover su mancillada anatomía para levantar la cabeza y buscar a Mitzuru, lo encontró en la isla de la cocina, con la mirada fija en su laptop.

Se había vuelto a vestir y tenía encima esa cara seria que ponía cuando era absorbido por su trabajo.

—Ey—lo llamó Elizabeth de manera seductora sin conseguir en absoluto su atención—, ¿no quieres volver aquí?

—Tu dinero está en el buró de la izquierda—contestó sin mirarla.

La frialdad de sus palabras fue tan absoluta que Elizabeth la sintió llegar a su pecho en forma de estalactita. Ella se giró a ver un bajo de billetes en el buro.

—Mitzuru...—sonrió por lo bajo, supuso que estaría enojado, pero esperaba que después de lo que compartieron, se le hubiese bajado un poco.

—¿Ya soy Mitzuru otra vez? —le preguntó dedicándole una mirada que no era mejor a su actitud distante, pues esa mirada era tal que Eli tuvo que agachar la suya al no poder soportarla. Nunca la había visto de esa manera, pese a ser su jefe desde el día que lo conoció, nunca había actuada como si ella fuese inferior a él—. Porque cuando llegaste, me llamaste "señor Tashibana".

—Estaba enojada cuando llegue.

—¿Y a ti con coger se te pasa el enojo? —se sentía como un ataque. A Elizabeth le parecía muy injusto pues, ya que nunca la había atacado realmente, no sabía como defenderse.

—¿Desde cuándo dices "coger"? —preguntó con la voz entre cortada, pero se tragó sus propios reclamos cuando se dio cuenta de que los él había caminado hasta ella.

Le levantó la cara por el mentón para obligarla a enfrentar sus ojos, el dolor que provocó la fríaldad que emitía para ella casi la hacía llorar.

—Ya vete—le ordenó como si la enorme distancia que parecía haber nacido entre los dos hubiese existido desde el principio—. Tengo que trabajar.

—Yo también, pero...

—Tú ya trabajaste—Elizabeth se preguntó cuántas capas tendría su corazón, cuantas veces podían romperlo y dejarla viva en aquella agonía eterna en la que lo hacían—. Porque es como trabajo para ti. ¿No? Porque obviamente, quien te gusta no soy yo. Lo cual entiendo, de verdad que lo entiendo, pero... ¿Qué necesidad sientes de mentir al respecto?

—Yo no mentí—trato de explicarle.

Él habría contenido un poco más su ira si en ese momento ella no hubiera empezado a soltar las lágrimas. Pero lo hizo así que, la tomó del brazo y la levantó de un tirón, provocando en ella un quejido de dolor.

—No me interesan tus excusas, ya cumpliste, ahora toma tu dinero y vete.

—¡Tu no me puedes echar así!

—Claro que puedo, yo pague este lugar, así como estoy pagando por ti.

—¡Me estas ofendiendo!

—No sabes lo poco que me importa—se inclinó al buro y tomo el fajo de billetes, después la jaloneo por el departamento hasta llevarla a la puerta.

—Suéltame—exigió —, ni siquiera me dejas explicarte. No es justo, no merezco que me trates así.

Ante sus protestas, él la jalo hacia si y choco su cara con la de ella.

—Vamos a ponértelo así, linda. Porque sé que tu cabecita no suele entender las cosas con facilidad—de todas las primeras veces que experimentó con él, esa fue la primera vez que, de hecho, la llamo estúpida—. Si tú te vas a portar como una puta, yo te tratare como a una puta.

Aprovechándose del shock en Elizabeth, Mitzuru abrió la puerta y la arrojó al pasillo, ella cayo de rodillas, ni siquiera se levantó del suelo cuando los billetes cayeron al lado de ella.

Aun continuaba así cuando la puerta se abrió una segunda vez cayendo entonces sus ropas.

Sabía que estaba molesto, sabía que pelearían al verse, pero lo que paso allí dentro no fue una pelea.

Fue una bien planeada y estructurada jugada cruel cuyo único propósito era herirla.

"Merecido te lo tienes" le recrimino su conciencia. Porque había cedido en todo, le había dejado hacer lo que quería con ella, se había portado bien y al final, solo la utilizó como cualquier otro idiota de aquellos que decían quererla.

Pero Mitzuru Tashibana no tenía idea de la perra con la que se estaba metiendo.

Porque ella ya no era esa Elizabeth que se tiraba a llorar al suelo cuando un hombre jugaba con ella y después pretendía desecharla. Ella se había convertido en alguien que al recibir una cachetada devolvería dos y si creía que iba a tenerla a su merced, rogando su perdón, estaba muy equivocado.

Notas de autor: 

Hola, soy la autora.

Antes que nada, como siempre, te agradezco que hallas leído hasta este punto.

Pero no seas tímido, cuentame ¿qué te pareció este capítulo?

Espero que yo les haya gustado porque yo hasta me enojé XD.

Que tengan una excelente semana, soy shixxen y me despido, chaobye.

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