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Capítulo 34: El amor es paciente

Mientras esperaba el auto rentado, Mitzuru vio a 3 niños corriendo descalzos en sobre la yerba, se tiraban al suelo y rodaban embriagándose del fresco olor que tenia de insignia el campo.

En eso se acercó un hombre que probablemente era el padre a regañarlos, pero una mujer de delantal se interpuso con una sonrisa pacifica a tranquilizarlo. Lo que le haya dicho, él lo acepto a regañadientes y permitió que los niños siguieran arruinando sus ropas al restregarlas con el pasto.

Pensó que ese era el tipo de momentos de relajación extrema que la gente normal recordaba de su juventud.

Pero él nunca fue así.

Mitzuru paso su juventud atiborrada de actividades escolares y clubes que nunca le permitieron salir a oler la yerba. Siempre ocupado, siempre tenía algo que hacer, algo que era más importante que las risas y la diversión. Todo con el fin de prepararse para una vida que al final no resulto como esperaba.

Fijo su vista en la pareja que se sonreía mutuamente mientras sus hijos se distraían, seguro que compartían pensamientos y memorias cursis a través de los gestos secretos que los matrimonios suelen desarrollar con el paso del tiempo, mismos que usan para comunicarse como en un leguaje tan exclusivo que solo conocían ellos dos.

Mitzuru se preguntaba si eso era a lo que su madre se refería con "Alguien a quien abrazar por las noches y saludar al llegar a casa".

Solo podía imaginarlo de esa forma, a través de extraños, porque estaba seguro de que ella jamás había tenido nada como eso.

Tashibana Mei se casó dos veces, ninguno de sus esposos la hizo feliz. El primero porque no tenía la capacidad de hacerlo, el segundo porque no lo quiso.

A diferencia de los matrimonios normales, ella y Reiji se habían sentado uno a un lado del otro en la misma mesa durante 25 años, intercambiando dos o tres comentarios y luego se pasaban media hora hablando cada cual con sus respectivos hijos, pero nunca entre ellos.

No eran capaces de comunicarse ni con palabras.

Lo último que Mitzuru desearía para sí mismo era un matrimonio como ese.

Preferiría morir solo antes de convertir su hogar en la segunda casa Tashibana en la que tuviese que vivir.

Por lo que, cloncluyo que su madre estaba equivocada, el matrimonio estaba lejos de ser la solución a sus problemas.

—Listo—anuncio Maia interrumpiendo su reflexión al entrar al auto con dos kebabs —. Gracias por esperar—sonrió acomodándose en el asiento, luego le ofreció uno a Mitzuru—, toma, te traje uno.

—Gracias—contestó tomando el suyo.

—Tenía muchas ganas de volver a comer uno de estos—exclamó antes guardándolo en su bolsa ante el gesto confuso de su compañía.

—¿Y no vas a comerlo?

—En el hotel—explicó ella como si fuese obvio—, con un tenedor.

"Que molesta" pensó Mitzuru.

Le parecía una tontería el sumo cuidado que Maia ponía en mantener su imagen ante él, como si no supiera que ella era humana.

La imagen de Elizabeth con medio burrito dentro de su boca como cuando la con conoció le vino a la cabeza.

Su madre dijo "debes cuidarte de las mujeres meticulosas" solo porque le vio las uñas limpias a Elizabeth, pero a él no le parecía que lo fuera.

Claro, era de esas chicas que cuidaban su aspecto, lo que sería lógico ya que ese siempre fue el tipo de chica que le gustó. Pero no era tan obsesiva como sugería Mei. No era como si no dejase que el vestido se le arrugase al bailar o el merengue de los pastelillos le manchara los labios al comerlo.

Más era alguien que pretendía ser meticulosa, pero dejaba que sus sentimientos y deseos sobrepasaran su voluntad.

Sin embargo, a los ojos de su madre, la diferencia entre las dos era clara, porque a ella de pronto le agradaba Maia y probablemente jamás le agradaría Elizabeth.

—¿Programaste el Email? —preguntó Mitzuru.

—Si. Les llegara el lunes antes de las ocho en punto—aseguró en un gesto diligente.

—Perfecto—Maia lo vio como si esperara algo de él. Mitzuru solo la ignoro—. Ryu—dirigió su vista a él—, vamos al hotel.

—¿No quieres ir a algún lado? —le preguntó Maia consternada.

—Estoy cansado. Quiero dormir.

Ella parecía estar molesta al respecto, pero no dijo nada. Suspiró y se cruzó de brazos.

Cuando llegaron al hotel, ella se acercó a la recepción.

—Buenas tardes—saludo Maia—, reservado para Tashibana Mitzuru.

La mujer de la recepción le ofreció una tarjeta, Maia se aproximó a tomarla, pero Mitzuru se le adelanto. La miró con el perjuicio en el rostro, luego se giró a la recepcionista.

—Y para Maia Carpintier, por favor.

Entonces la mujer le dio otra tarjeta y Maia abrió su boca incrédula.

—¿Pediste otra habitación para mí? —le dijo en un gesto ofendido.

—Le dije a Charlie que te apartara una.

—¿Por qué? —Realmente estaba cansado, no tenía ninguna gana de discutir así que, le ofreció la tarjeta con una mueca de fastidio, pero Maia solo se cruzó de brazos—entonces, ya te la estas cogiendo—le reclamó.

—Toma tu tarjeta o la arrojare por la ventana—Maia mantuvo el porte rígido, sus berrinches no hacían más que exasperar a Mitzuru. —Maia—le advirtió—, conmigo no vas a dormir.

—¿Enserio? ¿Le vas a ser fiel?

—¿De que estas hablando? Yo nunca fui infiel.

—Así no es como yo lo recuerdo.

—Maia—le insistió con la tarjeta.

Ella tomó el plástico a regañadientes, ambos caminaron al ascensor que dejo solo el botones.

—¿Desde cuándo? —preguntó Maia cuando el ascensor ya se había cerrado con la clara intención de acorralarlo. Él no dijo nada—¿desde cuándo te la coges? —insistió. Mitzuru se negaba a mirarla por lo que ella se le planto en frente—. Literalmente, se pasó la fiesta coqueteando con otro frente a ti y tú...

—¡Basta! —la silencio con el estruendo de su voz—Te estas pasando.

Ella se contuvo unos segundos apretando los labios, pero las lágrimas en sus ojos se acumularon a tal punto que comenzaron a derramarse por sus mejillas.

Hacía mucho tiempo que ese tipo de gestos en la cara de Maia solo provocaban estrés en él.

—Estabas conmigo cuando te acostaste con Rebecca.

—No—nego en ese semblante frio que ella odiaba incluso más que su semblante enfadado—. Yo terminé contigo, luego tuvimos sexo y después me acosté con Rebecca. Jamás te dije que íbamos a volver.

—Sabias bien que yo creía que sí.

—No sé porque lo creíste. Y no se porque lo reclamas ahora.

—¿De verdad no lo sabes o solo no quieres cargar con la responsabilidad?

—¿Cuál responsabilidad? Yo termine contigo, no era entonces ni soy ahora, responsable por ti o tus sentimientos.

—¿Y Elizabeth? ¿A ella le dirás lo mismo cuando le rompas el corazón?

—A ti no te interesa—asevero hastiado—lo que yo haga o deje de hacer con Elizabeth. Tú y yo no tenemos una relación, nunca la tuvimos, deja de actuar como si así fuera.

Entre más hablaba, más fuerte era la punzada que ella sentía en el pecho.

El ascensor de abrió y Mitzuru aprovecho para huir de la conversación, pero a mitad del camino, lo detuvo la voz de Maia.

—¿Y con ella la tienes? —le preguntó entre el ruido de su taconeo.

—Que molesta eres—le respondió tras girarse a su encuentro. Estaba tan harto de todo aquello ¿Qué más podía hacer? ¿Cómo podría quitársela de encima?

—¿Eres siquiera capaz...—la voz le temblaba y cada vez que abría la boca se le llenaba de un sabor salado, no obstante, se mantenía allí porque una parte de ella también quería que se terminara—de tener una relación?

—No quiero una relación.

—¿Y a las personas? ¿A las mujeres? ¿Puedes querer a alguna?

—Tal vez sí —escupió—, tal vez solo no te quiero a ti.

Verla exalar todo el aire de sus pulmones por el impacto lo hizo arrepentirse de su respuesta. Más no lo suficiente como para retirarla. Al final, desvió la vista. A Maia casi le dio risa

—¿La quieres a ella?

—¿Qué carajos quieres de mí? —le reclamó caminando en su dirección, Maia dio un par de pasos hacia atrás—¿Querías que tuviera sexo contigo pensando en Elizabeth? —la cuestiono de una manera tan directa que lo que le provoco ya no era dolor, era un aire gélido que llegaba profundo como para detenerle el corazón—. ¿Qué tan cruel tengo que ser contigo para que lo entiendas?

—Ni siquiera te das cuenta—replicó—, ni siquiera puedes ver lo cruel que realmente eres.

—Tienes razón. No lo veo. No lo entiendo—camino un poco más y ella rehuyó hasta chocar con la pared—. Teníamos algo y ya no, es así de simple. Me gustabas y ya no me gustas. ¿Por qué es tan difícil de entender?

—Porque así de difícil es—explicó arrastrando las palabras—, dejar de amar a alguien. Pero tú no lo sabes, no puedes saberlo porque estas hecho de palo. Porque no sientes ningún dolor al causarle dolor a otros.

—Mira—negó con la cabeza—, si lo que esperas es una disculpa...

—Ni siquiera eso puedes entenderlo. Te estoy diciendo que te amo, idiota, y todo lo que se te ocurre es ¿ofrecerme una disculpa? —se indignó.

—¿Y que más esperas? —insistió—. Es lo único que te puedo dar.

—¿Qué te parece la verdad? —remarco las palabras en un instante de valor— ¿De verdad, después de todo lo que te he amado todo este tiempo, jamás logre que sintieras nada por mí?

Mitzuru la miró a los ojos y repaso uno a uno todos los recuerdos que tenían juntos. Solo una respuesta le llego a la cabeza.

—El que me ames no me obliga a amarte de vuelta.

Y ella supo en ese momento que ese, era el golpe más fuerte que tenía dios.

Maia suspiro con fuerza esperando que el óxigeno ensanchara lo suficiente sus pulmones para que para que fuesen capaces de sobar su corazón.

—Ójala te joda.

—¿De qué estás hablando?

—Por como pierdes la paciencia cuando la nombran, como te giras a los lados al oler su perfume y la manera estúpida en la que te le quedas viendo, de verdad espero que te enamores de ella—nisiquiera la estaba escuchando, su balbuceo no le parecía a Mitzuru otra cosa que el gritó lamentable del despecho—. Porque se le nota en los ojos, tiene la ambición tatuada en la mirada y la malicia adorna su sonrisa, esa que te pone cuando encuentra tus ojos en su dirección, esa que usa para hacer que hagas todo lo que ella quiera que hagas. Ojalá te joda esa sonrisa.

Mitzuru concluyo que Maia estaba loca y se dispuso a dar la vuelta, pero ella volvió hablar para interrumpir su paso.

—¿Tienes su Instagram? —le preguntó en aura retadora.

—¿Su qué? —le devolvió la cara.

—Norma consiguió el del chico con el que estuvo en la fiesta, ¿ya lo viste?

—¿Por qué me interesaría ver el Instagram de ese idiota?

En un gesto de demencia, Maia sonrió mientras sacaba su celular.

—Me lo envió mientras estaba comprando la comida, la recepción era mala así que quise esperar a estar en el hotel para comprobarlo, pero estoy segura de que es ella.

—Maia—suspiró con pesadez—, es su amiga, no sería raro si tuviera una foto con ella...

Mitzuru se trago sus palabras cuando vio la imagen en la pantalla. En efecto, era una captura del Instagram de Nico Salcedo y si, estaba con Elizabeth.

Fácil era adivinar el tipo de excusa que pondría respecto a porque estaban abrazados en la fotografía o la forma boba en la que sonreía con un corazón pintado en la mejilla, incluso el porque estaban en lo que parecía una especie de feria o alguno de esos lugares a los que la gente va cuando tienen una cita.

Pero ¿la leyenda?

¿"El amor es paciente"? ¿Enserio? ¿Cómo iba a explicar eso?

Notas de autor.

Hola, soy la autora y como siempre, quiero agradecerte por llegar hasta este capítulo.

No se preocupen que poco a poco se ira desenvolviendo todos los cabos que se van dejando sueltos a lo largo de la trama.

Muchas gracias por seguir esta historia. 

Sin más, yo soy Shixxen y me despido, ChaoBye. 

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