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Capítulo 22: ¿Y si me quito las bragas?

En Japón existe un trabajo.

No es tan raro como suena, pero los extranjeros siempre se horrorizan ante la idea. Claro, tampoco es que este del todo bien visto en Japón, simplemente, los japoneses prefieren hacer como que no ven nada.

Es bastante sencillo, en realidad, se trata de chicas que son bonitas y pasan algún tiempo con un viejo adinerado.

Contrario a lo que el resto del mundo piensa, no tiene nada que ver con prostitución. Incluso existe cierto tipo de clubes. Uno llega, algún empleado lo redirige a una mesa y en menos de un minuto, una chica joven y bonita llegará a sentarse. Como cliente, se puede hablar con la chica de lo que sea, ellas serán siempre amables, educadas y sumamente condescendientes.

Por supuesto, parte del trabajo de la chica es asegurarse de que el viejo gaste dinero en el club y el extra que consiga, por lo general, llega directamente a sus manos. Por ello es que estas chicas siempre dirán cosas como "Me gusta este bolso, pero es algo viejo", "Hoy vi unos aretes increíbles en el centro comercial, me gustaría tener dinero para comprarlos" o "Si me traes un obsequio mañana, estaré feliz de usarlo".

Casi todos los extranjeros que visitan Japón lo ven como alguna clase de prostitución a luz del día o estafa para los débiles corazones enamoradizos, sin mencionar que en Japón los sitios de prostitución suelen estar abiertos durante el día.

Pero la realidad es que en Estados Unidos también existe este tipo de trabajo, la diferencia radica en el hecho de que, en Japón, los hombres saben que es un trabajo. Están conscientes de que la chica no se sienta con ellos porque realmente añore su compañía y por supuesto que espera una propina por la excesiva atención brindada.

La mayoría está de acuerdo con ello. Uno va a esos lugares para tomar unos tragos, jugar algunos juegos de azar y pasar un rato agradable con una chica hermosa. Al final, solo pagas y te vas.

En Estados Unidos, los clubes no registran a las chicas que hacen ese trabajo ante hacienda y las que lo hacen por su cuenta siempre corren cierto riesgo de que algún incauto realmente piense que enseñando su Rolex en la calle y ofreciendo pagar unos cuantos tragos a las chicas, están les harán compañía por su encantadora personalidad e incluso tomaran la responsabilidad de subirse a sus autos y seguirlos hasta su casa.

Tashibana Mitzuru recibió este choque cultural de buena manera. No sabía que esas chicas actuaban mucho más discretamente que en Japón, por lo que son un poco más difíciles de identificar.

Resulta que algunas de ellas prefieren tomar el dinero por su cuenta en lugar de esperar a que se los des y algunas hasta se pondrán pesadas cuando no quieras llevártelas a casa.

También resulta que las americanas son más osadas que las japonesas y se sienten terriblemente ofendidas si pretendes darles propina después de haber compartido un trago contigo.

Pero en general, hasta ese punto, había salido intacto de esas situaciones.

Sin embargo, reconocía su error al no advertirle a Kai de las mismas, pues en ese momento atendía una llamada del dueño de alguno de esos bares, diciendo que tenía retenido a cierto extranjero que había pretendido irse sin pagar, alegando que una de "sus chicas" le había robado la cartera, por supuesto, la llamada era de un teléfono fijo porque también le robaron el celular y aquel era el único número que conocía de memoria en la ciudad.

Mitzuru agradeció al hombre y se disculpó en nombre de Kai, pues quien había hecho la llamada aseguraba que él no tenía chicas y no sabía de qué hablaba el idiota. Mitzuru dijo que iría para allá en una hora antes de colgar el teléfono en un gesto de fastidio.

Se suponía que Kai había ido a ese lugar para aprender como hacían las cosas en NY y ayudar a Mitzuru con el trabajo, en cambio, solo lo había convertido en su niñero trayendo más trabajo para Mitzuru.

Pensó que esa molesta sensación no podía ser más grande cuando se giró para descubrir que Elizabeth seguía de pie detrás de él.

"Miren eso" pensó Mitzuru ", es mi estrés en persona".

Pero al notar que la observaba, Elizabeth curvo sus labios en una sonrisa y el resentimiento que tenía Mitzuru con ella se fue al diablo.

Si bien había ido un par de veces a los clubes de Japón, siempre le pareció un poco patético saber de hombres que se gastaban una fortuna en mujeres que si acaso les dejarían tomarles la mano.

Ahora se sentía como uno de ellos, poniendo el mundo a los pies de una que con esa sonrisa lo empujaba a cumplirle hasta el último de sus caprichos. Sin embargo, tenía que ser fuerte, no podía convertirse en uno de esos que era dominado por una cara bonita. Aunque fuese una así a de bonita.

—Señor Tashibana—repitió esa distante forma de llamarle que no tenía por qué usar cuando estaban solos, dejando en claro que seguía molesta—, le traje un café—no obstante, le acerco la ofrenda de paz que llevaba en la mano con esa irreprochable sonrisa—. Es para agradecerle que me defendiera ayer y disculparme si lo hice enojar antes.

Mitzuru la miro sabiendo que aquella era su oportunidad para dejar las cosas en claro y concluyo que Kai podía esperar un poco.

Llego a la conclusión de que tal vez no debería aferrarse al dicho que recordaba de un borracho y tal vez era tiempo de descansar de las mujeres y sus dramas.

Tomó entonces el baso y después lo posó sobre la mejilla de Elizabeth, ella soltó una queja y dio un brinco hacia atrás.

—Te puedes dar cuenta. ¿Cierto? Puedes sentirlo caliente a través del vaso—la expuso, Elizabeth torció sus labios y se giró para marcharse, pero Mitzuru el agarro del brazo— ¿Qué pasa, Elizabeth? ¿Te sorprende que no te crea el papel de víctima después de que trataste de desfigurar a una persona?

—Maia es una exagerada—se justificó—, no estaba tan caliente.

—Sí, y por eso estamos hablando aquí y no en una celda. Pero dudo mucho que hayas podido medir la temperatura exacta del vaso.

—¿Qué está insinuando?

—Pudiste marcarla de por vida.

—No le importo ayer para marcarla usted. ¿Verdad?

—Se le borrará en una semana.

—La quemadura en dos días.

Mitzuru sonrió con malicia. Puso el café en el escritorio sin soltar a Eli y se devolvió a ella.

—No se está cuestionando el resultado, sino la intención.

—¿Qué es lo que quiere de mí, señor Tashibana—lo reto —? ¿Quiere que admita deliberadamente que trate de quemar el rostro de Maia? Porque incluso si refuerza su idea de que yo sabía que el café estaba caliente, esta boca jamás admitiría una intención tan perversa como esa.

—¿Por qué no? Aquí no está tu padre para juzgarte y ya hablé con Maia por lo que sé que no seguirá con este tema hasta la corte—Ella trató de zafarse a lo que él la jaló hacia sí con más fuerza, pese a que ella se quejó—. Te saliste con la tuya, como era de esperarse.

Eli lo vio ofendida.

—Incluso si eso fuese verdad, a lo mucho mi intención fue que le doliera, no trataba de desfigurarla.

—Bueno, le dolió bastante.

—Bueno—lo parafraseo altiva y en descaro—, si ibas a defenderla, eso era ayer, ¿no crees?

—¿Quién la está defendiendo? —Mitzuru soltó al fin su brazo y le dio un sorbo al café mientras ella se sobaba como si de verdad la hubiese lastimado —Lo que digo es que no fue muy listo de tu parte atacarla de frente ¿no crees?

—¿Qué? —se extrañó Elizabeth.

—Más bien fue imprudente—le reclamó Mitzuru—. Ahora todos vieron como humillaste a tu superior y saliste impune de ello.

—¡Ella me abofeteó! —se defendió Eli.

—¡Ella es tu jefa!

—¡¿Y por eso tenía que agachar la cabeza y aguantarme?!

—¿Crees que una bofetada amerita una quemadura con agua hirviendo?

—Claro—admitió sin reparos —, cuando alguien da una bofetada, la única forma de parar a esa persona es devolverle dos.

—Tú no la paraste. La única razón por la que no va a demandarte es que yo impedí que lo hiciera.

—¿Y qué quieres? —se cruzó de brazos —¿Agradecimiento? ¿Una mamada? —y ahora se burlaba.

Mitzuru exhalo su estrés.

—Me gustaría que comenzaras por la verdad.

—¿La verdad?

—¿Por qué fue la pelea, Elizabeth?

—¿Por qué no le preguntas a Maia?

—Te estoy preguntando a ti—Eli lo vio fijamente, después bufo una risa que acabo con la paciencia de Mitzuru.

—Crees que fue por ti, ¿verdad?

Justa y certera, directo a su ego.

—Sí—le concedió en calma, luego camino a ella y se inclinó casi a su altura —, creo que fueron celos—dijo de forma acusatoria.

—¿No será que eso es lo quieres oír? —susurro ella en su clásica coquetería.

—Al contrario—se alejó, pues temía perder el control—, preferiría que no fuera así.

—¿Por qué? —se extrañó Elizabeth.

Mitzuru fue a su escritorio para hacer tiempo, se sentó en la silla, dejo el café de lado y pretendió trabajar.

—No es correcto que estés celosa.

—¿Por qué no? —insistió Elizabeth caminando hacia él.

—Porque este es un juego—Trataba de regañarla, pero la manera burlona en la que ella entresacó la lengua entre sus dientes lo hizo ver que no lo estaba logrando—, no está bien que traigas cosas innecesarias a la mesa como los celos.

—Sí, es un juego —asintió Eli sentándose en la silla frente a él —, y tú eres un pésimo perdedor.

—Qué curioso —Mitzuru cerró su computadora para contraatacar—, siento que te podría decir lo mismo.

—Entonces —cruzo sus piernas de manera sugerente, Mitzuru seguía sus movimientos con la mirada que era atraída a ellos como a un imán —¿Ya no te gusta este juego? ¿Por qué ahora estás perdiendo?

—Lo que no me gusta de este juego es que haces trampa.

—¿De qué manera?

—Abandonas cuando pierdes la ventaja y regresas cuando quieres.

—¿No es lo que haces ahora? Pretendes huir porque te estoy ganando y usas la vaga excusa de que soy celosa y tramposa para librarte.

—No es la única razón.

—¿Qué más? —movió la cabeza, puso en su rostro una mirada cazadora y se levantó de la silla— ¿Qué otro defecto tengo? — camino hasta él y se recargó al lado del escritorio, después se sentó en la tablilla con un brinco, Mitzuru carraspeo.

—Eres demasiado emocional, impulsiva y caprichosa como para lidiar con eso.

—Vaya—susurro en un suspiro que era casi un gemido —, soy un infierno, ¿verdad?

—No importa—le aparto la vista y pretendió volver a abrir su laptop—. Ya me rendí con ello.

—¿De verdad—Eli cerro la computadora lentamente al grado que se inclinaba hacia él —? ¿Así de fácil?

¿Qué era esa calor? ¿Acaso era el aliento de Eli golpeando su cara o era el aire que se había vuelto fogoso? ¿O acaso venía de adentro de sí mismo?

—Sí—dijo en una exhalación tan larga que volvió poco creíble su respuesta.

—Entonces, si yo me bajara las bragas aquí mismo—Se puso las manos en las piernas y las fue acariciando al mismo tiempo que se levantaba la falda, después metió sus manos debajo de la tela, de manera que él podía verla sostener las bragas, a Mitzuru se le heló la sangre—y me ofreciera a ti ¿no darías un solo paso? ¿Me rechazarías si hiciera eso?, Mitzuru —joder, escuchar aquellos perfectos labios, decir su nombre, era mejor que una ópera para sus oídos. Él solo la miró sin responder, Eli sonrió complacida— parece que, a pesar de que soy celosa, emocional y caprichosa, tu propuesta sigue estando muy en pie, ¿cierto?

Mitzuru no pudo más, se levantó tan rápido que ella apenas y lo vio, después la tomó de la mejilla y dejo caer la cara sobre ella para arrebatarle un beso.

Entre la suavidad de sus rozados labios introdujo la lengua y pretendió robarle el aliento. Elizabeth ya no se negaba a él, no lo empujaba ni hacia la cabeza hacia atrás pretendiendo apartarse, su lengua no huía a la de Mitzuru y no hacía ningún esfuerzo por ocultar el desenfrenado latir de su corazón.

Mitzuru la sostuvo de las caderas y apretujo la fragilidad del cuerpo que tenía contra el suyo mientras la calidez que emanaba ella pasaba, atravesó de las fibras de la tela del vestido que portada, tela que no hacía más que estorbarles a las manos de Mitzuru, pues, de hecho, hasta la misma corteza de Elizabeth le estorbaba.

Sus besos ya no hacían nada para saciar el hambre que tenía de ella, en cambio, aumentaban de lleno su apetito como lo haría cualquier tentempié. No era suficiente, ya nada era suficiente.

Quería arrancarle la ropa y sentirla, ser envuelto en ella, quería tocar cada gramo de su persona y adentrarse hasta lo más profundo de su ser, besar más allá de lo que nadie la había besado antes y quedarse grabado en su carne como lo hacía la sangre de sus venas.

Quería convertirse en un virus incurable que Elizabeth llevase siempre encima y siempre adentro, vivir en ella, adentrarse en su cabeza y adueñarse de su voluntad para que actuase siempre como una muñeca.

Una con la que él pudiese hacer lo que le viniera en gana, de la que nunca escuchara un "no" y siempre se moviese de manera automática a su deseo. Sí, por eso era que lo quería, por eso ansiaba fundirse en ella y volverse un mismo ente.

Deseaba que ella pudiese leerle la mente para entender todo aquello que él no podía decirle en voz alta.

Que compartieran una misma pasión y una sola voluntad.

En su juventud se burló tanto de los viejos ingenuos que se dejaban embaucar por las chicas lindas como si olvidaran que toda esa atención y coquetería no era más que un negocio para ellas. Ahora era igual.

Ya no quería "convencerla" de nada, en cambio, lo que añoraba era que ella se lo pidiera.

Más allá de su apariencia o su astucia, lo que lo enviciaba de Elizabeth era el sentirse deseado por ella. No sabía si esa sensación era real o ella demasiado buena, fingiéndola, pero quería creer todos y cada uno de sus ademanes provocativos y ser consumido a la vez que la consumía.

—¿Horas extras, señorita Marcovich?

Pero en la voz que retumbo dentro de su oficina, supo que el destino tenía otros planes para él.

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