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Capítulo 21: Mujeres

Nota: Este capítulo no fue subido en la fecha correspondiente. Es el que sigue del capítulo 20 y esta situado justo después de que se desgloza la trama del cafe sobre Maia y antes de la fiesta. No me dí cuenta de que me lo había saltado. Disculpen el inconveniente. 

A decir verdad, Tashibana Mitzuru no tenía muchos recuerdos de su padre y la mayoría no eran buenos. Pero uno de los más presentes en su vida era aquella tarde soleada, cuando el hombre se encontraba usando solo un yukata, sentado en la roca frente al río, al que lo llevo para enseñarle a pescar.

Pese a que no sabía exactamente como había comenzado la conversación, no podía olvidar lo que dijo al final.

"Escucha, Mitzuru" exclamó mientras hacía que el niño le cambiara la lata bacía por una nueva ", el punto es que, mujeres es igual a problemas; Si tienes una, tienes un problema" reflexiono un rato ", si tienes dos, tienes dos problemas. Pero si no tienes ninguna, tienes un problema mucho mayor" finalizo su frase riendo.

Aunque en su inocencia, el niño no pudo entenderlo del todo, los años se encargarían de explicárselo sobre la marcha. Sobre todo, en ese punto en el que las mujeres en su vida sí que se habían convertido en un problema detrás de otro.

Justo esa mañana, se había encontrado con su madre para desayunar con el afán de responder a su no muy sutil indirecta durante su conversación posterior a la junta, donde ella le dijo "últimamente vengo y me echas a patadas, ya nunca pasamos nada de tiempo juntos".

Tashibana Mei se hacía la tonta, bien sabia la razón por la que él solía evitarla, pues más claro no podía ser; estaba harto de que cada vez que se quedaban a solas, ella sacara de la nada ese tema.

Sin embargo, cometió el error de darle el beneficio de la duda e invitarla a desayunar, ya que ella se quedaría unos días más en NY con motivo del evento próximo. "Tal vez ya lo acepto" le dijo su conciencia y de verdad quiso creerle como si no conociera a su madre.

Había escogido para su encuentro una cafetería que daba la vista al Met, el único edificio que la señora apreciaba en NY.

Su madre era una mujer a la que le gustaba de vestir con elegancia y hablar de manera aristocrática, ella no nació rica, pero Mitzuru no recordaba ningún momento de su vida en el que fuese una mujer diferente a la que se encontraba sentada de manera recta, con una expresión de obvio desagrado mientras leía cuidadosamente el menú.

Harto de su pesado silencio, Mitzuru dejo salir un bien marcado suspiro que casi le borra la sonrisa que tan minuciosamente había preparado para ella.

—[¿Qué no te gusta, madre?]—Le pregunto directamente con la esperanza de que la mujer mantuviese algo de su aparente condescendencia.

—[No entiendo esta letra —se quejó Mei—es demasiado pequeña. Además, siempre te he dicho que esta ciudad apesta, no sé por qué tenemos que comer en el exterior]

—[¿Quieres que entremos?]

—[No, adentro también apesta.]

—[¿Quieres que te lea el menú?]

—[Está bien, de todos modos, no tengo hambre—rendida, bajo el menú—. Solo pídeme un té de Sakura.]

—[Aquí no venden eso.]

—[¿Y de qué hay té?]

—[Ah... —lo pensó un rato —Limón].

—[Mejor me hubieras llevado a tu casa].

—[No tengo té de Sakura en mi casa].

—[¿Y de qué tienes?]

—[Ah... Limón].

—[¿Te parece bien burlarte de tu madre, Mitzuru? —El solo rio en silencio, Mei hizo una mueca de desaprobación —pídeme algo que sepas que me gustara].

—[Te pediré el pay de manzana y un té de canela].

—[¿Y tú que vas a comer?]

—[Se me quito el hambre.]

—[¿Tan rápido volviste a esa aura?]—preguntó como en un reclamo.

—[¿Qué aura?]

—[La última vez que te vi, parecías estar de buen humor].

—[Vaya, si esa era mi aura de buen humor, igual y si debería preocuparme].

—[Siempre has sido más del tipo amargado].

—[Gracias por tu sutileza, madre—Mei sonrió para sí].

—[¿Me vas a decir que te tenía así? —Mitzuru no dijo nada, solo miro al Met con una expresión pensante, Mei apago su sonrisa—, ¿o quién? —él sonrió y giró la cabeza —Es esa mujer, ¿cierto?]

—[No sé de quién estás hablando].

—[Mitzuru, soy tu madre —le recordó a modo de regaño —. No me trates como idiota].

—[¿Por qué piensas que tiene algo que ver?]

—[Porque eres hombre y te conozco, sé perfectamente que tu debilidad siempre han sido las mujeres hermosas.]

—[Entonces, ¿Por qué preguntas algo si no quieres saber la respuesta?]

—Disculpen —se acercó un mesero—¿hablan inglés?

—Sí —contestó Mitzuru—, ¿le puede traer a ella un pay de manzana y un té de canela y a mí la tartaleta de limón con el jugo de naranja?

—Claro—asintió el mesero, recogió los menús y se marchó.

—[De todas formas —dijo su madre con desdén —ya deberías pasar de los problemas con las mujeres].

—[No me gusta a dónde vas con eso]—Justo en ese instante, se arrepintió de invitarla.

—[Mitzuru, ya tienes 34 años. Te estás haciendo viejo y tu fama de mujeriego ya te está cobrando factura. Algunas de las chicas con quienes hable me dijeron que tienes demasiado historial para su gusto].

—[En primer lugar, no es tanto—se defendió, aunque parecía darle risa —, en segundo lugar, ¿Por qué estás hablando con ellas cuando te dije que no quería un matrimonio arreglado?]

—[Porque no te veo ningún avance, quiero decir —continuó con una expresión burlesca —, no te vas a casar con Maia y es evidente que tampoco con...]

—[Elizabeth].

—[Ya sé cómo se llama—chisto y se cruzó de brazos—. De todas las cosas que se suponía ibas a aprender de Reiji-san —Mitzuru blanqueo sus ojos—, ¿tenías que adquirir el peor de sus vicios?]

Para Mitzuru, la diferencia era clara; Reiji estaba casado y él no.

—[¿Te refieres a las mujeres?]

—[A las de 20, principalmente. Hace 5 años, todavía no era alarmante, pero ahora que tienes 34, me preocupa que te quedes en esas].

—[¿Por qué últimamente tienes más arraigada esa obsesión?]

—[Porque—le dijo en tono melancólico—, el hecho de que tengas 34 años significa, que yo pronto tendré 60 y la mayoría no vive mucho después de eso.]

—[Pero si eres un roble—le tomó la mano Mitzuru.]

—[Sí, ahora me siento bien, pero quien sabe si mañana—puso su otra mano sobre la de su hijo—, soy la única familia que tienes y lo único que me da miedo respecto a la muerte, es que cuando pase, te quedaras solo.]

—[Sobreviviré.]

—[No quiero que sobrevivas, quiero que vivas. Quiero que experimentes la alegría y el calor de un hogar, quiero que tengas alguien que te dé la bienvenida al llegar a casa, a quien puedas abrazar hasta que amanezca...]

"¿Se supone que tú tienes eso?", esas palabras aparecieron dentro de su cabeza, pero no se atrevió a llevarlas hasta su boca.

—[Y yo quiero que respetes lo que quiero yo].

—[¿Y qué quieres tú?, ¿una mujer y una cama diferente cada cuánto?, ¿dos, tres, cuatro meses?]

—[Quiero que me dejes vivir a mi manera.]

—[Está bien—se resignó Mei —, pero piénsalo por favor. Recuerda que, un hombre no está completo sin su familia.]

Mitzuru rió con ironía, luego llegaron los platos a la mesa y el agradeció al mesero.

Recordaba haberse sentido ligeramente aliviado cuando por fin pudo huir del encuentro para volver al trabajo, actividad que lo absorbía lo suficiente para no pensar en ese tipo de cosas tan molestas.

Sin embargo, todo lo que encontró en lo que debía ser su pacífico espacio seguro, fue otro drama.

Cuando por fin dio por cerrado el asunto, Maia permaneció un rato en silencio antes de preguntárselo.

—Mitzuru...—susurró dejando que el ardor en su pecho saliera entre el temblor de sus labios.

—Deja de decirme por mi nombre—le ordenó con su ya acostumbrada frialdad—. Ya te dije, no somos cercanos, así que...

—¿Cómo puedes ser tan cruel? —chillo cuando sus ojos no pudieron más con la irritación en ellos y sus cálidas lágrimas salieron expulsadas de sus órbitas.

Mitzuru negó con la cabeza insensible a su dolor. Mucho más harto que empático.

—Sí, soy cruel—admitió sin reparos— y soy apático, amargado y egoísta y ni siquiera me importa serlo. Y ¿sabes qué? Así lo he sido siempre. Nunca te engañé, nunca fingí ser quien no era y no sé qué clase de hombre te inventaste que soy, pero esa persona no existe.

"Pero aquí la persona cruel soy yo. ¿Lo entiendes? Deja de desquitarte con el resto del mundo solo porque puedes.

—Me apoyes o no, todavía la puedo demandar.

—No lo vas a hacer porque aún necesitas algo de mí —reiteró—y no lo vas a arriesgar solo para perjudicar a Elizabeth. Eres intensa, pero no eres boba.

Maia tembló, aquellas palabras que le parecieron irreales.

—¿Me estás amenazando? —pregunto incrédula al pensar "Por favor, dios, golpéame más fuerte" —¿Me fastidiarías por protegerla?

—Intento que seas razonable.

Ella bufó una risa dolorosa.

—Razonable—apretó los labios y asintió—. Tienes razón. No voy a arruinar esto solo para molestar a tu juguete de turno, pero tú deberías cuidarte de ella.

—¿Y ahora de qué carajos hablas?

—Ni siquiera puedes verlo. Inténtalo, mira a Edvin Marcovich, es uno de los hombres más racionales y justos que conoces, sin embargo, no se molestó en prestar atención a los hechos porque lo único que pudo ver durante todo el rato fue a su nena llorando.

—Ah—señalo con ironía—, entonces si sabes que se llama Edvin.

"Golpéame más fuerte", pensó Maia "porque esto, todavía lo puedo soportar".

Tembló una vez más, se limpió las lágrimas con la manga y arrugó el entrecejo asintiendo.

—Sabes que lo hizo a propósito, ¿verdad? —Mitzuru la observó sin decir una palabra—incluso apuntó a la cara. Pero no te importa en lo absoluto.

—¿Qué ganas con saber?

—Cabrón. ¡Me quitaron la blusa y el sostén! —abrió sus manos y las movió de forma errática para dejar ver su desesperación —, mis subordinados me vieron los senos, Ian MacKenly se apiadó de mí y se quitó el saco para evitar que me viese toda la oficina. ¿Y sabes que hizo tu muñeca de plástico? ¡Nada! Se quedó sentada en el piso recogiendo su estúpido espejo.

"¡¿Puedes imaginar lo humillante que fue eso?!

—Bueno—levanto sus hombros—, incluso me gritó a mí antes, así que...

Ella lo vio como si no lo conociera.

—¿Te estás burlando de mí?

Él suspiró con pesadez y negó con la cabeza.

—Verás, Maia—le explicó de manera lenta y calmada—. Yo no necesito a una becaria que me traiga el almuerzo o haga un informe torpe sobre manejo de cuentas que no entiende, para ese trabajo hay otras tres personas mucho más capacitadas que ella aquí.

"Tampoco necesito que hable con clientes o impresione a los socios porque para eso estas tú.

"El favor a su padre se lo hice al contratarla, que resultara no saber hacer nada, era más que suficiente motivo para echarla. Y aún sigue aquí porque nada de eso me importa, ni siquiera si no es capaz de respetarte, obedecerte o cumplir con lo mínimo de las tareas que le asignas.

"La verdad es que, puedes sentarte frente a mí a quejarte todo lo que quieras, lo único que lograras al hacerlo es fastidiarme.

"Aunque se te eche encima y te saque los ojos, yo no voy a despedirla, porque la única razón por la que la mantengo trabajando aquí es el hecho de que necesito una excusa para seguirla viendo.

—Entonces, ¿me estás diciendo que me calle y lo soporte?

—¡Así es! —Exclamo cínico—. Te estoy diciendo que lo superes y dejes de quejarte.

—Te vas a arrepentir—amenazó Maia, Mitzuru solo rodó los ojos —. Te lo digo por algo, Mitzuru, esa mujer es peligrosa.

Él se quedó en silencio un rato.

—¿Algo más? —le preguntó a Maia hastiado, ella lo vio confusa —¿Algo más que quieras decirme?

La ira que sus palabras provocaron en Maia era evidente, con ese mismo resentimiento ella se puso de pie hasta que finalmente se marchó. Mitzuru soltó un largo y pesado suspiro arrojando su cabeza hacia atrás para ver el techo.

Siendo sincero consigo mismo, lo que realmente quería no era ir a casa. Quería tener sexo.

Estaba estresado y por lo general eso lo relajaba más que un cigarrillo o una copa de whisky. Pero en ese momento, no podía permitírselo.

Era consciente, sin embargo, de ser el único culpable de sus limitaciones. Si solo hubiese reprendido a la rubia menor, hubiese bastado para contentar a Maia y ni siquiera hubiese llegado a perjudicar a Elizabeth, pero Maia era tan inestable que si se acercaba de nuevo a ella se pondría intensa otra vez y comenzaría hablarle de matrimonio, hijos y esas cosas.

En ese sentido, y a pesar de que había llamado a su padre para defenderla, Elizabeth era más madura que Maia. Al menos ella entendía como eran las cosas y no se victimizaba por una situación que había aceptado en primer lugar.

Pero Elizabeth era tan tacaña.

No sabía si de verdad escondía un cuchillo tras esa irreprochable sonrisa, o si solo era que le gustaba el juego, o tal vez era su misma inmadurez que la hacía tomarse las cosas como si una relación de secundaria se tratase, pero definitivamente, ella no tenía ansias por apresurar nada.

Él se había prometido a sí mismo que sería paciente, que no perdería el control y que la dejaría ir a su ritmo, de modo que ella se sintiese segura a su lado.

Pero en cada capa que descubría de su persona, desde la encantadora rubia caprichosa de Brooklyn, cuya sonrisa iluminaba aún el día más nublado, desde la irritante mujer ególatra que hacía un monumental berrinche cuando algo no salía como quería hasta la falsa niña indefensa que sabía poner ojitos de cachorro y abrir el grifo a voluntad para salirse con la suya, él era siempre cautivado por cada una de ellas y cada que descubría una nueva solo quería ver más.

No sabía si considerarse estúpido o loco, porque sabía que su mayor problema tenía nombre y apellido y dos malditas piernas anchas que se moría por tener cruzándose tras su espalda.

Todavía pensaba en ello al siguiente día cuando, sentado en el sofá de su oficina, trataba de concentrarse en los documentos que tenía en frente.

—¿Señor Tashibana? —le dijo ahuyentando de él todo pensamiento ajeno a ella, ni siquiera la había visto entrar.

Aun cuando el impresionante azul de sus ojos se cruzó con los negros de Mitzuru, él mantuvo esa convicción.

Que para volver a su aburrida y controlada vida pacifica, todo lo que tenia que hacer, era mandarla al diablo.

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