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Capítulo 15: Tetas

Mitzuru la observo atónito, no se creía lo que había escuchado salir de sus labios, el hecho de que ella se riera en ese momento solo aumentó en él la sospecha de ser víctima de una broma.

—Es un pervertido—dijo Elizabeth en un puchero.

—Pero—se levantó para quedar a su altura—, si usted fue la que lo dijo.

—¿Se da cuenta, señor Tashibana? —presumió—Me basta con decir la palabra "tetas" para tener toda su atención.

—Ni siquiera necesita decirlo—admitió burlándose de sí mismo.

—Estos zapatos—preguntó inclinándose hacia él como si le ofreciera de nuevo sus labios—, ¿me va a pedir que se los pague?

—Nunca le pediría que me pagara nada—respondió inclinándose a ella, sin embargo, cuando se dispusó a tomar un beso, ella se alejó.

—Dudo que sea tan altruista—sugirió y después arrugo su nariz—. Creo que está haciendo puntos.

—¿Para verle el pecho?

—Nunca dice las palabras, ¿cierto? —le preguntó con una sonrisa burlona.

—No frente a una dama.

—¿Incluso si... quien lo dice, justo en ese momento, no tiene ganas de ser una dama?

—Una dama es una dama—susurró—, aun cuando no quiere serlo—y clavo en ella esa mirada que la hacía ruborizarse.

Ya no era un juego de cazador y presa, era una lucha entre depredadores.

A Mitzuru eso no le pasaba. Él perseguía a las mujeres y después de tener, ya fuera su consentimiento o su rechazo, continuaba con su vida.

Si era el consentimiento las mantenía un rato con él, si era rechazado pasaba a la siguiente.

Nunca había estado frente a una mujer que jugara con él como lo hacia ella. Sin decirle que no, sin decirle que sí. Manteniéndolo en un limbo tan asfixiante como emocionante. Como en un buen libro de misterio, si supieras el final sería aburrido.

—Es incluso más gallardo—menciono ella.

—¿Qué quien?

—No importa. Incluso si me sigue viendo como una dama, le doy permiso de dejar el porte de caballero.

—¿Usted me da permiso a mí?

—Así es. Un permiso para que lo diga. Diga: "Elizabeth, quiero verte las tetas".

—¿Si lo digo lo hará?

—¿No cree que valga la pena intentarlo?

Ella era una apuesta peligrosa, podía dárselo todo y, aun así, no obtener nada. O podía valer la pena al final.

Era un juego nuevo para él y en la monotonía en la que se había convertido su vida, casi nunca se encontraba con algo nuevo. Algo que realmente lo sorprendiese.

—Elizabeth—la vio directamente a los ojos, pero no pudo soportar ese rostro que parecía estar listo para soltar la burla, no pudo soportar el pensamiento de que quizás era el mismo juego de siempre, solo que su ego no le dejaba ver que, esta vez, él era la presa—, Anata ti sekkusushitaidesu.

Ella empujó sus piernas una contra la otra como si las obligara a no abrirse, por un segundo la sangre que corría por sus venas se le detuvo y justo después, un calor abrazador le quemaba el estómago.

Su gesto hizo que el sabor de la victoria se derramase dentro de la boca de Mitzuru.

—Eso es trampa, señor Tashibana—dijo en un suspiro.

—¿Enserio?, ¿Por qué?

—Si habla en japonés, no puedo saber lo que dice.

—Maaa—exclamó mientras se inclinaba más hacia ella, viendo como a su vez, Elizabeth caía hacia atrás casi recostándose por sí misma— hontōni?

—Basta—Claro que el cabron se estaba dando cuenta de lo rojo en el blanco rostro de Elizabeth y el movimiento errático de sus piernas por mantenerse cerradas.

Mitzuru tenía una voz tosca y autoritaria la mayor parte del tiempo. Pero tenia un inglés lento que remarcaba el final de las palabras. Era casi fluido, solo fallaba en un semi imperceptible acento al final de cada frase.

Pero su voz en japonés era otra cosa.

Era fuerte, segura, tan masculina, tan poderosa.

Ella se hubiese deshecho ahí mismo si solo hubiese entendido lo que le susurro cuando se inclinó tanto que si ella se alejaba más se acostaría y él le quedo a milímetros del choque de sus frentes, clavando un brazo a cada lado de ella como aprisionándola hasta que junto con ella la punta de su nariz.

—[Elizabeth, Quiero hacer que te vengas gritando mi nombre.]

—{Dos pueden jugar ese juego, señor Tashibana}—Frances.

Mitzuru agacho el rostro dejando escapar una ligera risa. Hablaba 6 idiomas. Ninguno era francés.

—No se lo esperaba, ¿cierto? —se burló ella—Yo también puedo...

Antes de continuar, su cara fue atrapada por las manos resecas de Mitzuru y sus labios entre los de él.

¿Podía seguir llamándolos "besos robados" acaso? Considerando que ya respondía por inercia a todos ellos.

Los labios de Mitzuru estaban siempre húmedos, su sabor amargo se había vuelto exquisito para ella y su lengua tomaba de la boca de Elizabeth todo lo que podía, ya la recorría con confianza, como si ya fuera el dueño de ella.

Esa boca de la que salía aquella voz tan varonil, ella estaba segura de que estaba hecha para ensamblarse con la suya. Apenas y pudo soportar no arrojarse sobre él cuando este se separó para decirle:

—Elizabeth, quiero verte las tetas.

Ni siquiera le dio tiempo de regodearse en su victoria pues cuando los ojos de la rubia se cruzaron con los profundos y oscuros orbes de Mitzuru, se perdió a si misma en ellos y respondió:

—De acuerdo.

Mitzuru de verdad no le creía. Pensaba que seguía burlándose de él cuando le hizo el gesto que se apartara con la mano. Pero había perdido en ese punto, la capacidad de negarse a sus caprichos.

Así que dio un paso atrás para contemplarla.

Eli lo observó fijamente. No quería perderse ni un segundo de sus ojos.

Él tenía esa mirada penetrante que a ella se le arraigaba en el pecho, esa mirada que decía: "Enserio te deseo".

Eli lo seducía con su sonrisa confiada, de esa forma que tenia de seducir y después decir que no se estaba dando cuenta, porque adoraba esa mirada.

Esa que le inyectaba de ego la cabeza y le elevaba hasta el cielo la frente.

Con predispuesta lentitud se levantó la blusa, dejo que los cabellos le cayesen sobre los hombros y el escote, no podía explicar lo bien que se sentía quitarse la prenda, solo para comprobar que el la seguía viendo, embobado por el deleite de su cuerpo expuesto.

Para cuando se abrió el bra, estaba segura que se esforzaba en ocultárselo, lo mucho que había endurecido.

Cuando se lo bajó, guiándose por el instinto, se llevó ambas manos al cuero cabelludo y se formó una cola de caballo con los dedos, sabiendo que ese le levantaría las aureolas.

—¿Qué le parecen señor Tashibana? —Le pregunto ansiando más esa mirada que desbordaba su pasión y su locura —¿No son bonitas mis tetas?

Mitzuru sonrió y asintió.

¿Bonitas? Joder, Etsuro Sotoo se ha pasado 45 años restaurando estatuas en Barcelona y a ninguna le puso tetas como esas. La venus de Milo, seguro que estaría celosa.

Sus tetas eran firmes y redondas, con grandes areolas rosadas y el tamaño justo para sostenerlas con una mano cada una.

—Perfectas—le respondió observándolas fijamente para luego levantar su rostro buscando su sonrisa, en efecto, ella reía sin poder contenerse, justo como una colegiala.

—¿Le gustaría tocarlas? —le pregunto aún más emocionada que antes.Mitzuru se quedó atónito, Elizabeth mantuvo su sonrisa un par de segundos, después se volvió incomoda.

No tardo nada en llegar a ella, Elizabeth soltó sus cabellos cuando el beso de Mitzuru le aprisiono los labios. En un respiro le pidió que esperara un poco, pero Mitzuru solo la tomó por la barbilla y le susurró:

—Niña traviesa, ¿a que estas jugando conmigo?

Antes de que pudiese contestar, él la tomó por el trasero metiéndole sus manos baja la falda, la cargo ligeramente y luego la volvió a empujar a la camilla para recostarla.

Embriagada por el calor del ambiente, Elizabeth no pudó hacer nada cuando él se puso sobre ella.

Mitzuru le beso el cuello y fue descendiendo con sus labios hasta su pecho, Elizabeth hecho su cabeza hacia atrás, la lengua de ese hombre la recorría impregnándole su veneno por los poros de la piel. Mientras con la mano derecha le tomaba el seno, con su lengua paseo sobre el pezón izquierdo.

Ella trato de forzarse a cerrar las piernas, pero Mitzuru le había puesto la rodilla en medio.

El tamaño de su corazón dentro de su pecho se había vuelto insoportable y la fuerza de sus latidos le provocaba el ardor del fuego dentro de su piel.

Cuando los filosos incisivos de Mitzuru le mordieron el pezón, Elizabeth no pudo contener su grito de concupiscencia.

—Señor...—dijo en un gemido.

Mitzuru tomo entonces un seno con cada mano y descendió en besos por su vientre, pero cuando su lengua llego justo debajo de su ombligo, Elizabeth lo tomo del cabello obligándolo a levantar el rostro para verla.

Jadeante y enrojecida, caliente como una olla a vapor, la temblorosa Elizabeth trago saliva para forzar su voz.

—No haga trampa, solo puede verme las tetas.

—Puedo hacerlo sin ver—propuso en una mueca divertida.

—Del ombligo hacia arriba, solamente.

—Entonces —se agacho para depositar otro beso en el vientre de Elizabeth, esos besos ya se sentían como electricidad por sus articulaciones— ¿Aquí?

Al principio ella no entendió nada, Mitzuru se apoyó en sus manos y gateo posicionándose frente a el rostro de Elizabeth mientras ella le soltó la cabellera para dejar caer su brazo, pero Mitzuru solo se abrió el pantalón, luego le tomo la mano y la levantó para entrelazar sus dedos con los de ella y cuando Elizabeth pensó que había logrado zafarse de aquella situación, el beso sus nudillos como un caballero victoriano.

Eso apago toda resistencia en ella.

Luego él guio la mano de Elizabeth hasta meterse entre los dos, hasta hacerla sentir su masculinidad en la punta de sus dedos.

—Ponla aquí—le ordenó Mitzuru.

Ella trataba de recuperar el aliento, su cuerpo buscaba desesperada bochadas de aire en el caluroso ambiente, pero todo aire que lograba llevar a sus pulmones traía consigo la esencia de Mitzuru.

Él se lo puso contra su vientre, Eli no pudo evitarlo o quizás sí, quizás no quería evitarlo, quizás era ella o solo su propio cuerpo quien se encontraba ansioso por complacerlo.

De una manera u otra, termino por sostener la palpitante erección de Mitzuru, rodeándolo con la mano y pegándolo contra su propio vientre mientras este se dejaba arrastrar por su instinto animal y movía sus caderas para deleitarse con el placer de solo estar sobre ella.

El sentirlo tan caliente, tan rígido como la madera, que parecía estar a punto de explotar entre mayor era su fuerza y su agarre en él, la excitaba aún más, pues sabía que ella era la razón, la que lo ponía así.

El oírlo jadear solo empeoró su situación, el palpitar de Mitzuru se volvió frenético, cuando jadeo el nombre de Elizabeth ella no se contuvo.

Lo masturbó apretando sus dedos y con movimientos acelerados hasta que sintió como el néctar de Mitzuru le llenaba la mano y el vientre.

Entonces se agacho para ver la evidencia de su pasional arranque manchando por completo su vientre.

Mitzuru le beso la mejilla antes de levantarse un poco para respirar.

Elizabeth volvió a mover sus piernas y se dijo "dios, que zorra soy" pues sentía que le corría un rio entre las piernas, estaba tan mojada ahora que era imposible que él no lo notase saliéndole por los bordes sus bragas.

—Señor Tashibana —le dijo mientras él respiraba en la cara recuperándose—, aquí —luego dirigió su mano por su vientre empapado en semen hasta que se levantó ella misma la falda de enfrente—ahora, meta su mano aquí—se apuntó ella.

Mitzuru sonrió como un idiota. Sabia que la venganza le llegaría pronto, no sabía que sería tan pronto.

Sin esconder su satisfacción le dijo:

—Di que lo quieres.

—¿Eh? —se quejo Elizabeth—, no sea tan egoísta.

—Dilo y lo hare. Solo así.

—Que cruel es, condicionándome de esa forma.

Él le puso entonces la mano en la rodilla y le acaricio la pierna ascendiendo hasta sus bragas.

—¿Qué tal esto? Hare todo lo que me pidas que haga, solo tienes que pedirlo.

Sin poder soportar mas su excitación, ella suspiró. No imagino que todo este tiempo, estaría actuando también en su contra.

—Señor...

—Mitzuru.

—¿Qué?

—Mi nombre—le acaricio el muslo, solo un par de centímetros bajo las bragas—, si vas a gemir, gime mi nombre.

—Mitzuru—susurro ella, él mismo sintió que volvía a endurecerse solo por escuchar su nombre salir de esos jugosos labios y de esa forma tan sensual—, Mitzuru—le sonrió con malicia al notarlo duro de nuevo—, por favor mete tu mano en mis bragas y hazme venir.

Él se mordió el labio, claro que terminó obedeciendo, pero estaba muy decepcionado de sí mismo, había perdido la habilidad de mantenerse neutral frente a ella.

—Si quiere, puede besarme mientras lo hace —propuso Eli —pero aún no puede verme toda desnuda.

Mitzuru suspiro en resignación, luego cumplió sus deseos introduciendo los dedos por debajo de sus bragas.

Eli no lo hubiese admitido nunca, pero ella sabía que también se estaba conformando, que necesitaba mucho más que dedos para quedar satisfecha, pero no podía dejarse llevar, tenía que seguir siendo ella quien lo controlaba todo.

Mitzuru entendió rápidamente que, introduciendo un dedo a penas y la hacía ruborizarse, él no lo soportaba, no soportaba verla así, por lo que al grado de que le introducía el segundo dedo, usaba la otra mano para volver a sacarse el miembro y masturbarse mientras la contemplaba, a lo que Eli se mordió los labios y movió por si misma sus caderas.

A Mitzuru esto le hacía pensar en lo evidente que eran sus deseos, pero estaba listo para seguirle el juego mientras ella quisiera jugar, pues la sabia caprichosa.

Era tan diferente, tan diferente a cuando lo hacia ella misma, el fuego de su vientre se le escapaba en aquellos gemidos le estrujaban la garganta y los dedos que le tenía adentro eran largos y gruesos, entraba en ella despacio, acariciaban su interior y con su humedad, la acariciaba cada vez más rápido, cada vez más profundo.

Para él era una descarada, no tenia reparos en esconder el desborde de su pasión, en clavar las uñas en el colchón o en mover sus caderas a capricho propio, gustosa por recibir a cuenta todo su placer.

—Mitzuru—repitió su nombre entre gemidos.

Era un espectáculo impresione que él deseaba acabar al mismo tiempo, por lo que aceleró el ritmo de sus movimientos y antes de venirse él mismo, le apretó con el pulgar.

De Elizabeth salió todo como en una fuente, ella levanto sus caderas y lo dejo correr, apretando la mano de Mitzuru con las piernas para que no la sacara aun, no hasta que su interior estuviese completamente seco.

En ningún momento le apartó la vista o dej de mirarlo a los ojos, él estaba hipnotizado en ella, la voz dentro de él le dijo que era un estúpido, que se estaba dejando manipular por una rubia tonta y mimada y tenía que ser todo un imbécil, pues no le importaba en absoluto.

Había llegado a tal punto de locura hacia su persona, que ahora le parecía más importante darle gusto, que proteger su propio orgullo.

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