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Capítulo 14: A su merced

—Necesito que vayas a todos los pisos a recoger los informes de gastos—ordenó Maia a Elizabeth mientras bebía su café prestándole la mínima atención —, ve descendiendo desde aquí y los traes grupos cada cinco pisos.

—¿Quieres que recorra todo el edificio en tacones?—se quejó.

—Para empezar, te dije que me hablaras de "usted" y yo no te ordene traer tacones ¿cierto? —Elizabeth torció los labios, a Maia le molestaba que ella pensara que pudiera negarse—, bueno, enviaría a Roberta pero ella esta haciendo un balance general del semestre para después realizar un informe de gastos en comparativa con el anterior—la miró de forma retadora—¿prefieres hacer eso? ¿Puedes?

Notando la insinuación en sus palabras, Eli se marchó a hacer lo que le ordenó.

Era consiente de que, la razón por la que ella era enviada a hacer trabajos que nadie quería hacer, era porque no era capaz de hacer los que se suponía debería hacer.

Aunque, recorrer 50 pisos en tacones puede ser un trabajo extenuante.

Para el 5to viaje cada paso se sentía como si tuviese agujas clavadas en sus plantas.

En el octavo viaje, quería morirse.

Comprendió porque la sirenita original se había arrojado al mar para convertirse en espuma en lugar de matar al príncipe. Si iba a vivir con ese dolor de pies, mejor era desaparecer.

Aprovecho el almuerzo para descansar un poco.

Se sentó a comer en la fuente cuando lo vio pasar con sus enormes anteojos negros. Aun usaba camisas polo demasiado grandes para él y pantalones anchos, aun llevaba el corte circular que no le quedaba para nada bien y aun era tan bajo y escuálido que quizás lo derribaría el aire.

Estaba rodeado del grupo de becarios y charlaba con ellos como si fueran amigos desde hace tiempo.

—¿Takeo? —lo llamo distrayendo al chico de su charla con Ian—. Si, eres Takeo—le dijo con una sonrisa al verle la cara, el chico se acomodo las gafas y en su cara formo un gesto que pretendía una queja.

—Oh, genial —exclamo con pesadez mientras Elizabeth se acercaba a él—, Brooklyn.

—Oye—le reclamo ella—, ¿Por qué lo dices como si fuese una tragedia verme? —él desvió sus ojos conteniendo sus pensamientos.

—¿La conoces? —le pregunto Roberta a Takeo, él asintió en un suspiro.

—Es mi karma—aseguro Takeo.

—¿Tu qué?

—En mi otra vida, debí ser una persona terrible con ella y ese rencor nos siguió en esta, haciendo que nos reencontráramos en preparatoria. Desde entonces hasta la graduación, me atacó cada día para vengarse.

—El único rencor aquí es el tuyo—se indignó Elizabeth—. Tú tampoco fuiste un encanto.

—Brooklyn—le recordó cruzándose de brazos—, me copiabas.

—Takeo, eres japonés, todo el mundo te copiaba en Algebra.

—Me copiabas en Algebra, en química y hasta en inglés.

—Sí—afirmo entre risas—. Saque un promedio de 8 gracias a su increíble cerebro asiático—a ninguno de los chicos les hizo gracia la broma.

—¿Y qué haces aquí? ¿Eres la cuarta becaria de finanzas? —Intuyo.

—Si. ¿Y tú que haces aquí?

—Trabajo en una agencia de publicidad, me enviaron a sacar fotos de los nuevos dispositivos para las pancartas.

—¿Fotos? —se sorprendió ella—¿No ibas a ser dentista como tu papá?

—Si a ti te sorprende, imagínate a mis padres.

—Imagínate si le dices a Grace.

—Oh, le dije. Hemos vuelto a hablar recientemente.

—Cariño—le preguntó arrugando su rostro—, ¿Por qué hablas con tu ex?

—Algunos me preguntarían ¿Por qué hablo contigo? —Elizabeth asintió en resignación.

Ella distinguió entonces la impaciencia en el rostro de Brandon.

—Como sea—se cruzó ella de brazos —¿Cuánto tiempo estarás por aquí?

—Bueno, quiero aprovechar para hacer un mini-documental para mi clase de cine así que quiero convencerlos de que me dejen filmar todo el proceso desde la idea hasta el producto terminado, tal vez unas cuantas semanas.

—Bueno, ya saldremos para ponernos al día—ella se giró para volver a sentarse, pero la voz de Takeo interrumpió su paso.

—¿Por qué no vienes con nosotros?

Los becarios se vieron entre sí. Ante su silencio, Takeo los vio extrañado.

—Es que ellos no quieren—explico Elizabeth fingiendo nerviosismo—, creen que me acuesto con el CEO de la empresa.

Ian y Roberta ocultaron la vista, Brandon lanzo un gruñido.

—Oh—exclamo Takeo —¿y alguno de ustedes esta celoso o...?

—¿Qué? —se extraño Roberta—. No.

—Entonces ¿Por qué les molesta?

—No es que nos moleste—explicó Ian antes de justificarse con la acusatoria Elizabeth—, solo no queremos problemas.

—Lo que pasa es que—agrego Eli—Maia, que es nuestra jefa, si se acuesta con él, entonces ellos eligieron tomar partido.

—Vaya—sonrío Takeo—, el drama te persigue—luego se giro a los chicos y dijo: —Escuchen, gracias por el tour y eso, pero comeré con ella hoy —señalo a Elizabeth quien se alegro ante su decisión.

—¿Estas seguro? —pregunto Roberta nerviosa.

—Si—dijo Takeo subiendo los hombros.

—Takeo—le advirtió Ian—el poder de Maia no solo abarca el área de finanzas.

Takeo asintió pensante.

—¿Alguno de ustedes sabe lo que se siente ser excluido? —los 3 chicos agacharon la cabeza—. Soy extranjero y lo que aquí llaman super nerd, así que sí, yo si lo sé—A modo de despedida agrego: —. Disfruten su comida.

Dicho aquello, se marchó a sentarse con Elizabeth.

El almuerzo se le fue volando mientras él le contaba respecto a su decisión de abandonar la universidad que habían elegido sus padres y empezar de nuevo en otra, solo para seguir su verdadera pasión.

Esto causo que sus padres dejasen de hablarle y obviamente, de apoyarlo económicamente.

Ella se alegraba por él, no obstante, no podía evitar sentir cierta envidia.

Él no solo había enfrentado su propia naturaleza, que por lo general lo empujaba de vuelta a su zona de confort, también enfrentó a sus padres por cumplir sus sueños.

Además, había conseguido un departamento compartido, tenia un trabajo y mantenía buenas notas.

Takeo estaba haciendo bien todo lo que ella estaba haciendo mal.

Al acercarse la una de la tarde, ambos chicos volvieron al edificio y mientras charlaban en recepción Elizabeth vio la camioneta de Mitzuru por la ventana.

Como no quería hablar con él, se dio media vuelta y pretendió huir, pero el dolor punzante del puente de su pie la hizo sentarse en el piso para sobárselo.

—¿Te encuentras bien? —pregunto Takeo agachándose a su altura.

—Si, es que me duelen los pies.

—¿Quieres que traiga hielo o algo para apaciguarlo?

Eli se quedó pensativa, luego bromeo:

—¿Me das un masaje?

—Primero muerto.

—Anda—se quejo de forma infantil—, de verdad me duele.

—Brooklyn, si me haces tocarte los pies, te daré puñetazos para que te duelan de verdad.

—¿Con tu fuerza de niña harás eso?

—Conseguiré un martillo.

—Eres el peor—hizo un puchero—, consígueme el hielo.

—Olvídalo, mereces quedarte sufriendo.

—¿Cómo?

Luego hablo fingiendo un aura sombría.

—El ser humano solo aprende mediante el dolor.

—Que cruel.

—Está bien —asintió entre risas—, te lo voy a t...—Takeo hizo silencio al sentir una mano sobre su hombro.

—Hola—saludo entonces Mitzuru, ante el peso de su mirada, el chico se encogió en si mismo—. Eres el chico que vino con Alicia ¿no es cierto?

De pronto Takeo se veía igual que en su primer día de escuela; incapaz de decir una frase sin sobre pensarla 10 minutos antes. Elizabeth tuvo que intervenir:

—Se llama Takeo—Mitzuru se giró hacia ella.

—¿Takeo que?

—Takeo...—lo pensó torciendo los las cejas. Esa cara confundida saco del trance al chico.

—¿Es enserio que no recuerdas mi apellido? —le reclamó.

—¿Tú recuerdas el mío? Ni siquiera me dices por mi nombre.

—Elizabeth Alexandra Marcovich Bergh—señalo triunfante. Elizabeth rebusco en sus recuerdos.

—¿Lleva una S?

—Solo dices lo que te suena japonés ¿verdad?

—¿Sushi?—lo molestó ella pasando de largo la presencia de Mitzuru.

—Matsuda—le dijo Takeo a Mitzuru, después se levanto, hizo una muy rígida reverencia y dijo: —[Mucho gusto, Tashibana-san].

—¿De dónde eres?

—Gunma.

—Un chico de las montañas. Soy de Tokio.

—Todo el glamour está en Tokio—dio una sutil sonrisa, pero Mitzuru ya se había girado a Elizabeth.

—Vuelva con Alicia, yo ayudare a la señorita Marcovich.

Takeo hizo una reverencia mas como despedida y abandonó el lugar.

Elizabeth vio a Mitzuru dudosa de su actuar, él le sonrío con suma tranquilidad.

—¿Puede levantarse? —preguntó él.

—Si, aunque preferiría no hacerlo.

—¿Por qué?

—Ya no soporto mis pies.

—¿Qué les paso?

—Maia me hizo recorrer todo el edificio llevando informes y los tacones me cansaron.

Mitzuru suspiro pesadamente.

—Le duelen los pies, pero sigue trayendo zapatos de tacón.

—Es que —puso una sonrisa que no logró disimular sus nervios —soy muy vanidosa.

—¿Enserio? No lo había notado —Ella no pudo evitar sonreí divertida ante su sarcasmo, él le devolvió el gesto—, por favor quíteselos. No tiene caso sacrificarse tanto solo para lucir un poco más bonita.

—Yo diría que—Eli se paró con una soltura y facilidad que negaba su dolor y puso sus manos detrás de su espalda, seguido a ello le mostró de nuevo esa sonrisa retadora y coqueta, mientras meneaba la cintura a propósito—me hacen lucir mucho más bonita, en realidad.

—No, sus piernas son bonitas—se acercó a susurrarle—, ya ve que no puedo dejar de mirarlas—la sonrisa de Eli se intensifico, así como el carmesí de sus mejillas—. Además, incluso si no fuera así, usted tendría que bañarse en barro por lo menos, para perder solo un porcentaje de lo bonita que es.

—Y entonces, me volvería sexy.

—Vanidosa —la regañó a juego —. Mire, ahora que sé que esta adolorida me cuesta concertarme en mi trabajo. Por lo tanto, como su jefe, le prohíbo traer tacones hoy.

—¿Lo agregara al código de vestimenta?

—Solo por hoy y solo por usted.

—¿De verdad mi dolor le afecta tanto como para distraerlo de su trabajo?

—Todo lo que respecta a usted, es una distracción —un aire cálido envolvió a Elizabeth al escuchar esa declaración—. Quíteselos.

—Me da vergüenza, porque mis pies están hinchados, rojos y muy feos.

—Muy bien, entonces por favor —indicó a la puerta del armario de ropa —, entre ahí y salga con zapatos de piso.

—No hay zapatos de piso ahí.

—¿Esta segura?

—Bueno, es que son horrendos.

—Hasta para la vanidad hay límites, Elizabeth.

—No para mí.

—¿Nació en tacones a caso?

—Desde que me convertí en mujer me hice un juramento—Levanto su dedo al cielo—. Solo usaría zapatos de piso, si fueran Jimmy Cho—Mitzuru ahogó una risa—. ¿Cree que soy superficial y engreída por decirlo?

—Por el contrario. Yo creo que, una chica que es bonita debería ser consciente de serlo—Oh mierda, ahí iba otra vez Elizabeth, a perder el piso por una frase mal hecha—. Venga conmigo—le ofreció su mano. Elizabeth vio hacia la recepción de donde provenía la mirada analítica de Norma. Él se dio cuenta de lo que la hacía dudar, guardo su mano y le dijo: — De acuerdo. Vaya a enfermería, use una de las camillas, ponga una almohada bajo sus pies y espéreme allí.

—Pero, ¿A dónde ira?

—Solo haga lo que le digo.

—Está bien.

Como realmente no podía aguantar más y la enfermería estaba en el primer piso, Elizabeth obedeció a Mitzuru.

Cuando entro al lugar, noto que la enfermera no se encontraba allí, por lo que supuso que ella tendría una hora de comida diferente.

De todas formas, encontró unas bolsas de hielo en el minibar que había junto al escritorio, tomó ambas, corrió la cortina que cubría la segunda camilla y se recostó con los pies sobre una almohada y las bolsas de hielo sobre la hinchazón.

Antes de darse cuenta, se había quedado dormida.

Despertó sobresaltada al sentir las yemas de los dedos acariciarle la mejilla. Pero su corazón encontró la calma cuando vio el rostro de Mitzuru frente a ella.

—Señor Tashibana —dijo sentándose aun soñolienta, ignorando como las bolsas de hielo, que ya eran mayormente agua, caían al suelo—¿Ya volvió?

—Pasaron 2 horas—admitió con indiferencia.

—¿Qué? —preguntó impactada—¿Por qué no me despertó antes?

—Parecía necesitar dormir.

Ella suspiró.

—Lo lamento mucho. Anoche llegó mi vecina lastimada y yo me desvele cuidándola—mientras lo decía, Mitzuru le puso una caja de cartón a un lado—. ¿Qué es eso?

—Bueno, no quiere usar zapatos feos—le sonrío Mitzuru pese a que ella seguía confundida—. Pensé que accedería a usar zapatos de piso—destapo la caja—si eran Jimmy Cho.

Eran unos zapatos valeriana azules con cristales incrustados. Tan lindos que pondrían celosa a Dorothy.

Ella estaba conmovida pero sabia que no debería estarlo.

—Es excesivo—suspiro de manera dolorosa.

—Elizabeth—contestó aparentemente apenado mientras iba tomando uno de los zapatos, después se sentó con una rodilla en el suelo—. Se que estuvo evitándome toda la mañana. Y creo que se porque.

—¿En serio? — Eli sintió que su corazón se encogía y se hacía más grande, tanto como para sacarle el aire a sus pulmones, ese sentimiento que le recorría la sangre, provocaba que todo su cuerpo se sintiera caliente.

Él le fue metiendo el zapato en el pie como en la cenicienta. Luego le clavo la mirada.

—Se arrepintió de a lo que accedió primero—ella trago saliva mientras Mitzuru estiraba su mano para tomar el otro zapato.

—¿La enfermera no va a venir?

—Se fue temprano hoy, tenia que ir a la escuela de su hijo. ¿Por qué la pregunta?

—Me asusta señor Tashibana, el quedar completamente a su merced.

Él sonrío como si le diera risa, mientras terminaba de calzarle el otro zapato.

—¿Es consciente de que—siseo lentamente sabiendo que con el calor de su aliento derretía las barreras de Elizabeth —, si llegamos tan lejos, fue porque usted lo permitió?

—Lo sé, pero...

—Si lo sabe, no hay razón para que este tan alerta en mi presencia ¿cierto? —la intensidad de sus ojos era tal que a ella le era imposible apartarle la vista.

—Bueno, es un hombre después de todo—dijo bajando su vista por un segundo.

—Elizabeth, jamás le pondría un dedo encima sin su permiso—respondió como en un juramento, ella le negó una respuesta, aun lucia dudosa. Aunque fue como una punzada para su ego, Mitzuru mantuvo su porte tranquilo —. En otras palabras, solo haremos aquello que usted desee hacer. Lo entiende ¿verdad? —Levanto su pie por el empeine y deposito un electrizante y fino beso en el puente—Soy yo—después ascendió besando su rodilla—, quien está completamente a su merced.

Elizabeth lo contemplando preguntándose si de verdad podía confiar en él.

Si de verdad valía la pena arriesgarse a vivir algo de pasión.

Si acaso a su vez no podía también usar esa pasión para distraerse, para olvidarlo todo, para olvidar de una vez por todas a Kiroshi.

Y se preguntaba si de verdad era capaz de vivir sin consecuencias esa pasión, si de verdad podía controlar su rebelde corazón e impedir que eso se convirtiera en amor.

Al final, Elizabeth Marcovich era muchas cosas, más no era una cobarde.

—Señor Tashibana—propuso ella—, ¿quiere verme las tetas?

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