Capítulo 12: Sucia
Para cuando la mano de Mitzuru se adentró en sus bragas, ella tuvo que encontrar algún vestigio de su fuerza para tomarle la muñeca y detenerlo.
Se separó de él con la que le quedaba y le dijo:
—¿Y ahora que hice, señor Tashibana? ¿Cómo hice para provocarlo?
—Todo lo que eres tú, está hecho para provocarme.
Ella trató de forzarlo a sacar la mano, pero los dedos de Mitzuru se movieron y a Eli se le escapó el primer gemido.
¿Podía acaso seguirlo negando cuando él tenía, literalmente, la prueba en las yemas de sus dedos?
La prueba de que su deseo competía con el de él y sería tan fácil. Tan fácil llevarlo hasta el final.
Y es que todo en él la calentaba, desde la anchura de sus dedos hasta el tono de su voz. Desde su sonrisa arrogante y su mirada vacía que solo le recordaba a la de un lobo. El sabor amargo de su lengua, la fuerza de sus brazos, el punto exacto de lo tosco de su piel.
No podría, nunca podría apartarse de él.
Supó en sí misma que la única forma de detenerlo era la súplica.
—Por favor, pare—Mitzuru escucho el susurro de sus labios y la miro a los ojos buscando la honestidad en ellos, pero su boca y sus ojos eran lo único que de hecho mentía en ella—. Por favor.
Con decepción y hastió le saco la mano de las bragas y se recargó sobre la mesa, aun contemplando los ojos tiernos que había puesto.
Actuaba como una liebre asustada. Como si él fuese alguna clase de depredador.
—Ah, claro—dijo tras girar su rostro en un desaire—. ¿Qué necesita?
—¿Cómo dice?
—Olvidaba que usted solo pretende seducirme cuando necesita algo.
El impacto y la ofensa de sus palabras se reflejaron en el rostro de Elizabeth, sin embargo, trató de disimularlo con una forzada sonrisa.
—¿Sabe cuál es su problema?, señor Tashibana.
—¿Usted?
—Cree que el mundo entero se encuentra a sus pies y no soporta el hecho de que yo no lo esté.
—Tiene razón, me gusta que el mundo esté a mis pies, pero se equivoca—le tomó la cara por debajo del menton y susurro:—porque el lugar donde yo la quiero es justo arriba de mí.
Elizabeth echo su cabeza hacia atras rechazando su toque, Mitzuru disimuló su irritación con gracia.
—Y si pensará—agregó Mitzuru— que usted no lo quiere, no insistiría.
Ella le regresó la vista pretendiendo ser estoica.
—Tiene demasiado ego, señor Tashibana.
—Es cierto, pero tambien es cierto que sus señales no son claras, señorita Marcovich.
—¿Ahora no soy clara?
—Sale corriendo si le robo un beso, pero cuando lo me hago me responde. Entra a mi oficina, moviendo sus caderas y mostrándome su provocativa sonrisa, me mira intensamente a los ojos sin decir nada y cuando le pregunto, dice que no coquetea. No me dice que sí, pero tampoco me dice que no.
—Cuando las mujeres no decimos que si o que no, los hombres deberían interpretar un no.
—Cuando los hombres no recibimos una respuesta, creemos oír lo que queremos oír, y yo solo quiero escuchar su sí.
—Y...—se defendió—Yo le di una respuesta.
—Sin embargo está aquí, sola en la noche con un hombre que nunca deja de verle las piernas. ¿Y pretende que le piense que es tan tonta como para hacer algo así sabiendo mis intenciones con usted?
—Ya le expliqué eso.
—¿Espera que crea que Maia—su cuestionamiento más se acercaba a un reclamo que a una incognita—, que sabe que yo siempre me quedo hasta las siete u ocho de la noche aquí, le dijo que se quedara hasta tarde para recoger los platos? —ella desvió la vista, el odiba que hiciera eso así que se inclinó sobre la mesa apoyando sus manos alrededor de ella y le exigió:— Mireme, señorita Marcovich —por aquella fuerza extraña que emitía el tono de su voz, Eli obedecio—. Tal vez si usted fuera, el tipo de chica inocente que intenta aparentar que es, yo desistiría y hasta me sentiría culpable por empujarla hacia mí de esta manera.
"Pero usted, no es inocente. Usted no es así de aburrida, su corazón no es puro y no está hecha de buenas intenciones.
—¿Y qué soy? ¿De qué estoy hecha entonces?
—Pasión. Pura pasión–se inclinó para volver a acariciarle los labios con los suyos.
—Tiene razón—replicó y lo empujó ligeramente para hacer espacio entre ambos—quedarme aquí fue tonto—se bajó de la mesa y comenzó a caminar a la puerta, Mitzuru la tomó del brazo y la atraj hasta sí.
—Dígame. ¿Finge esa inocencia porque es lo que cree que las personas quieren de usted?
—¡Suélteme! —le exigió haciendo que él la jalara del brazo hasta su pecho.
—Está bien—le tomo el rostro y la obligo a levantar su cara para que sus miradas se enfrentaran, sus labios estaban a milímetros del encuentro y su lujuria se mezclaba a través de su aliento—. Hagamos un trato.
Elizabeth rio con descaro.
—¿En serio? ¿Va a negociar?
—Concédame un deseo. Y yo le concederé dos—ella giró su rostro reflexionando al respecto.
—No—negó con la cabeza y regreso su rostro a él—. No tendrá lo que quiere de mí—le garantizó con firmeza. Pero Mitzuru le contestó con una risa.
—No todavía—ella trató de zafarse una segunda vez, pues su sonrisa arrogante ya le estaba pesando—. ¿Qué tal una pequeña muestra?
—Es un pervertido.
—¿Y usted no? —le acaricio la mejilla con los mismos dedos que había metido entre sus bragas y susurró: —Mi mano sigue sucia—Ella le apartó en rostro con salvajismo y él volvió a tomarlo desde el mentón—. Mire, Elizabeth. Ya me estoy hartando de su acto de damisela en apuros esperando al príncipe que la va a rescatar.
—No sé de qué está hablando.
—Cuando la veo a los ojos me doy cuenta. Usted no tiene la mirada de la princesa recluida en lo más alto de la torre—ella analizaba sus palabras que parecían verdades absolutas capaces de desaparecer toda negativa que se le pudiese ocurrir—, usted tiene la mirada del dragón.
"Así que de nada sirve que se haga la inocente conmigo, porque no le creo en absoluto.
Y sin más reparos, Mitzuru se agachó a ella y le atrapo los labios con los suyos y en su beso tomaba su esencia y absorbía todo lo que era Elizabeth y le devolvía todo lo que era él, siendo entonces un mismo ser.
Ella solo podía recriminarse a sí misma, ¿Por qué era así?, ¿Por qué era tan fácil?, ¿Por qué lo deseaba tanto?
Pero lo que estaba mal no debería sentirse tan bien, si de verdad no debían estar juntos, dios no debió hacer que besara como el cielo el desgraciado.
Cuando al fin libero su boca, ella forzó su voz a salir de entre el fuego de sus pulmones solo para susurrarle:
—¿Qué favor quiere?
Mitzuru se sonrió victorioso.
—¿Sabe? —le soltó el rostro y le tomo la muñeca para contemplarle el brazo —Tiene la piel muy suave, está tibia y es tan pulcra—ella aún temblaba, la fuerza de los latidos de su corazón le imposibilitaba el sostener aire a sus pulmones.
—¿Mi piel?
—Sí, quiero ensuciarle la piel.
—¿Ensuciarme?
—Adivina que parte de ti me gusta más—Eli lo pensó un poco mientras tenía la sensación de que era un juego muy injusto.
—Mis piernas.
—Tus muslos, para ser exactos.
—¿Quiere hacer algo sucio con...—preguntó confundida— mis muslos?
—Quiero hacer algo sucio con todo tu cuerpo—respondió mientras recargaba su frente en la de ella—. Pero en el área de los muslos, si los mantienes juntos, yo podría...
—Es un pervertido—le sonrió con gracia.
—¿Lo harías?
Analizó la propuesta dentro de su mente. La verdad era que la curiosidad del cómo se sentiría eso le resultaba atractiva de cierta manera.
—Necesito 1000 dólares para la renta—le respondió ella como arrojándolo.
—Hecho.
—¿Así de fácil?
—Le daré dos.
—Creí que era bueno negociando.
—Soy bueno para obtener lo que quiero. Respecto al precio. Eso dependerá de cuanto lo desee.
—Debí pedir más, entonces—su arrogancia provocaba la sonrisa perversa en Mitzuru.
Elizabeth se preguntaba ¿Dónde estaban las sirenas de peligro cuando su naturaleza aventurera se anteponía a la razón?
Lejos, muy lejos, tan lejos que ella no podía oírlas.
O tal vez se habían quemado hasta las cenizas, pues en su vientre había una burbuja caliente que se extendía desde su centro hasta los límites de su persona.
—Sí.
—¿Segura?
—Sí.
—Bueno —Mitzuru le dio un beso en el hombro que extendió las palpitaciones de su cuerpo, luego se separó de ella, la idea de correr hacia la puerta y huir le atravesó la mente, una idea tan débil que le desaprecio más rápido de lo que llegó. Se quedó quieta, viendo esa manija sin poder tocarla, hasta que escucho el ruido de la caja de archivos chocar con la madera, ella miró a Mitzuru tratando de entender —, párate ahí.
—¿Para qué?
—Pues, necesitamos darte algo de altura, ¿no crees?, No vaya a ser que se vaya para donde no es.
—Si eso llegase a pasar, señor Tashibana —lo amenazó apuntando con el índice—se lo arrancaré.
Mitzuru lo tomó con gracia. Incluso le ofreció su mano para que ella se apoyase y le fuera mas fácil subir a la caja.
Un acto tan caballeroso y a la vez tan impropio.
Finalmente, ya arriba de la caja, Eli se volteó contra la puerta, Mitzuru no la hizo esperar, la hizo escuchar cómo se quitaba el cinturón y se bajaba los pantalones.
Luego le acaricio las piernas bajo la falda con lentitud, lo podía escuchar jadeándole en la espalda, sintiendo su aliento traspasándole las fibras de la ropa, podía sentir como usaba sus manos para separarle las piernas, solo un poco, solo lo suficiente para ponerlo en medio y que lo apretaran.
Él lo deslizó en el huequito que le formo en los muslos, ella lo sintió, endurecido y palpitante y ese palpitar le retumbo cada molécula de su ser.
Se deslizó una vez y otra y otra y seguía apretándole las piernas con las manos, para después usar la derecha y ponérsela en el seno, seguida de la izquierda que le acaricio el vientre a pelo, al tiempo que comenzó a jadear su nombre, "Elizabeth", "Elizabeth", "Eli...".
Mitzuru se imaginaba dentro de ella, bueno, al menos la piel de esos carnosos muslos era mejor que la de su propia mano.
Era suave y tibia y a la vez tan firme, ella olía como algodón de azúcar y su pezón estaba tan duro.
Pero algo se empezó a sentir mal en el estómago de Elizabeth. Le preguntó ella al cielo ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué de esa forma sería que la empezaría a llamarla por su nombre?
Parecían dos amantes dejándose llevar por la pasión de la noche, entonces Eli podría sentirse de alguna manera orgullosa, al saber que lo ponía de esa forma.
Pero la ilusión se le iba desvaneciendo cuando recordaba que ella no era su amante ni su novia ni alguien que le importara, solo era alguien a quien estaba usando para desquitar uno de sus bajos instintos.
Sucia, su piel era mera apariencia, pensaba que estaba sucia porque su alma lo estaba, porque ella era sucia y el hecho de que, finalmente, la esencia de Mitzuru saliera para recorrerle el largo de las piernas mientras lo escuchaba soltar un gemino, solo servía para recordárselo.
Era viscoso y su olor era agrio, relucía en blanco, pero, estaba segura de que también era sucio.
Y era como si ella supiera que lo que había ensuciado, lo llevaba por dentro, no en la piel.
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