Hacedor de paisajes
¿Cómo es el canto del universo en lo profundo?
No en las altas torres de la vigilia,
sino antes de ser siquiera un sueño...
Más allá del tejido de la noche
no hay ya mundo,
solo late
el inhumano espacio de los orígenes,
la realidad disuelta,
el desbordante caleidoscopio de lo mínimo,
los minúsculos soles atómicos
hiriendo tus párpados.
Tus manos maravilladas
juegan con los copos de luz,
con las estelas de diminutas órbitas,
con los peces-partícula
de ese insondable océano
donde todos tus sentidos se derrumban.
Ahora mira:
cuando emerges,
ya asomas tus ojos constelados,
los delineadores de montañas,
el taller de las luces.
¿Qué trajiste del fondo
de esa noche iluminada,
tú, el hijo bastardo de Darwin,
huérfano universal,
resto de las mareas nocturnas?
Tus manos venían llenas de anhelos,
hacedor de paisajes.
Tras tu llegada,
el fragor silencioso de los acantilados
ascendiendo vertiginosamente,
blanqueados por la espuma virgen,
hacia el azul en cúpula,
donde tiembla el enigma
de cómo puede ser la gaviota...
Y después,
el rumor de la hierba creciendo
con toda la intención de ser pradera,
un altar extendido sobre la tierra
hirviente ya de frutos.
Más sobre ella, en la cima,
bellos fustes se yerguen
con sus dulces estrías,
nublados por el humo perfumado
de los sacrificios
y tu sientes
al dios del frontón púrpura,
sin saber que toda esa delicadeza
un día será ruina...
Inmenso decorado
ha querido tu corazón extraño.
Pero dime, tramoyista imposible,
¿olvidaste en tus cartas marinas,
carnosas de conchas y de perlas,
señalizar la costa,
la costa del remanso,
Costa de los Abrazos?
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