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•Sombras secretas•

Disclaimer: Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada. Yo sólo estoy jugando con los personajes.

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En el ocaso de la siguiente media luna, mueren trece personas más.

Ancianos. Jóvenes. Hermanas madres

Doce son llevadas a la oscuridad por el Polvo Hambriento. La decimotercera, una anciana, había partido sola en el crepúsculo en busca de su hijo viudo, que había desaparecido la noche anterior. Philips le había suplicado que se quedara, pero el hijo era la única familia de la mujer, por lo que no pudo escuchar sus súplicas.

Los habitantes encontraron a madre e hijo a la mañana siguiente en el Valle, un triste par de cadáveres decapitados, sus brazos descarnados tendiéndose el uno al otro en la muerte.

...

Déjalo —dice Philips, y sabe que sus palabras son duras.

El niño, Jaime, agarra los hombros de su padre y no dice nada. Invisibles a sus ojos, las motas azules del polvo ya han comenzado a darse un festín en el cuerpo del anciano granjero.

Déjalo —repite Philips—. Debemos volver al pueblo antes de que el monstruo regrese.

Jaime lo mira con desesperación, sus ojos inyectados de sangre por las lágrimas.

¿Le negarías a mi padre sus ritos funerarios, pero llevarías el cadáver de ese simple turista de regreso a la montaña?

Él no es un turista, y no está muerto —dice Philips, más duro de lo que pretendía—. Es lo único que se interpone entre nosotros y esa cosa. Nadie más podría salvarnos.

...

Aún así, hubo algunos sobrevivientes.

Además de la pequeña Gwen, seis aldeanos fueron encontrados vivos en el Valle la mañana siguiente a su desaparición. Todos ellos eran niños, señala Philips, y piensa que debe ser más que una coincidencia.

La única niña que murió, según lo relatado por su gemela ennegrecida por la congelación, entre lágrimas, fue a causa del mismo frío. Posteriormente el Polvo se la devoró.

Cada niño sobreviviente dijo que había visto al monstruo de huesos. Que había aparecido ante ellos, con los ojos llameantes, y que daba la sensación de juzgarlos, y que luego se había retirado sin causar daño.

Mucho más allá de la coincidencia, piensa Philips.

...

«Vigilen. Despiértense unos a otros a la primera señal de problemas».

«Cuidado con las motas azules».

Éstas son las cosas que Philips le dice a la gente de la montaña cuando asciende desde el Valle, el cuerpo de Shaka, ligero, demasiado ligero, sobre su hombro.

Pero los habitantes no confían en él, a pesar de la ropa manchada de sangre de Jaime y la fantástica historia de Nicole. Los monstruos y la magia son cosas sobre las que se susurra en el fuego, o contra las que hay que protegerse; esta gente no es más que de campos y tierra y piedra, y ocasionalmente el concreto de las ciudades.

Y así no le hacen caso, y el Polvo reclama dos vidas más esa noche.

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—A mi hijo le pasa algo —dice una mujer—. Su rostro es extraño. Dios me lo devolvió después de que se lo llevaran, pero no me lo devolvió bien.

—El mundo entero está al revés —dice el niño, miserablemente.

—Puedo intentar examinarlo —acepta Philips—, pero desde ya te digo que no soy médico.

—Igual, se lo agradecería. Véalo por usted mismo.

El niño parece sano y no herido por su terrible experiencia.

No es hasta que Philips escucha su pecho que se da cuenta de lo que había hecho el Polvo .

El corazón del niño late en el lado opuesto de su cuerpo.

El Polvo lo había devuelto al revés, como si fuera su propio reflejo en un espejo.

...

Phillips consulta cada libro que lleva, cada información que ha recopilado a lo largo de los años. Ser detective es la mejor manera de enmascarar su verdadero interés. Las cosas serían más fáciles si pudiera consultarlo con compañeros de oficio, pero la comunicación al exterior está cortada. Es como si todo el pueblo se hubiese aislado.

El monstruo gigante puede estar más allá de él, pero el Polvo-

el polvo-

Cada vez, Philips obtiene la misma respuesta en sus libros: un enjambre de Polvo Hambriento es una rareza inofensiva. Nadie antes ha necesitado ahuyentar a uno.

Y así, debe ser el primero en descubrir cómo.

La mayoría de los seres tienen un contador, una vulnerabilidad, algún medio por el cual pueden ser derrotados. Este polvo también puede tener uno.

Phillips reza para que pueda descubrirlo antes de que sea demasiado tarde.

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Los aldeanos construyen un anillo de fuego alrededor de sus casas, quemando su preciado suministro de leña seca. Extienden aceite en los bordes de sus habitaciones, con la esperanza de atrapar el polvo que pasa. Encienden linternas, cuelgan talismanes, cantan hechizos, rezan a Dios, todo en vano.

El Polvo, al parecer, no es tan fácil de disuadir.

Phillips experimenta con algunas motas recién capturadas y algunos restos de carne seca. No encuentra respuestas y sólo puede ofrecer sugerencias de lo que cree conocer.

Los nativos intentan todo lo que dice, pero aún así desaparecen uno por uno en la oscuridad.

...

—¿Está ella... ? —pregunta Nicole, con voz temblorosa.

Philips niega con la cabeza mientras se limpia la sangre de las manos.

—Nada que pudiera hacer. La mitad de sus órganos ya estaban disueltos.

Nicole parece doblarse sobre sí misma.

—Mejor era morir rápido —susurra—, en lugar de despertar mientras estaba siendo devorada.

Philips no tiene palabras para eso. Dice la verdad. Y es terrible.

Nicole no levanta los ojos.

—Todos vamos a morir, ¿no?

Él agarra su hombro. Sus uñas todavía están manchadas de carmesí, y no es más que un frío consuelo.

...

En última instancia, todo lo que los aldeanos pueden hacer es mirar.

Ahora duermen por turnos. Los que quedan despiertos deben estar atentos a la más leve desaparición de las extremidades de sus familiares o vecinos dormidos, las primeras señales de que el Polvo ha comenzado a alimentarse.

Es más fácil para Philips, ya que puede ver las motas. Pero sus ojos no pueden estar en todas partes, y él también debe dormir eventualmente. Y al igual que los aldeanos, incluso él no sabe si se despertará por la mañana en su propia cama o en las mismas fauces de la criatura del Valle.

Los niños robados siguen sobreviviendo, pero ahora todos regresan mal.

Un niño nunca volverá a caminar. Sus pies son trozos de carne deforme, los músculos y los huesos mezclados bajo la piel.

A la gemela viva le falta un brazo entero. El Polvo se lo había regalado a la hermana que había muerto por hipotermia.

¿Cuánto tiempo más pasará, se pregunta Philips, hasta que el Polvo vuelva a desamblar a uno de los aldeanos de adentro hacia afuera? ¿Cuánto tiempo más hasta que ya no necesite al monstruo vengativo para obtener más presas?

«Esta gente se está quedando sin tiempo».

...

—No sirve —anuncia el hijo del carpintero, quitándose la gorra cubierta de escarcha—. El paso del sur yace cerrado por la nieve. Y al norte: avalancha. Las antenas están caídas.

Su rostro luce sombrío y marcado por el dolor, al igual que los rostros del resto de los aldeanos apiñados alrededor del fuego en la casa de Nicole.

—Así que estamos atrapados —dice el más anciano de todos—. Éste es nuestro final —hay desesperación escrita en cada línea de su piel marchita.

Se vuelve hacia Philips.

Por favor —dice—, ¿no hay nada más que puedas hacer?

Por un largo momento, Philips se queda en silencio. Entonces, responde:

—Tenemos que esperar a que él despierte. No hay otra opción.

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El extraño flota en el vacío-

Inmóvil, una estrella fija en un universo que gira rápidamente.

Volando más rápido que el pensamiento, un gorrión veloz en un cielo helado.

Los hilos escarlata cortados que lo unían a su carne se entrelazan a su alrededor como el cabello de una mujer ahogada. Alguien grita un débil eco de un susurro de dolor; el Polvo Hambriento ha venido a alimentarse de su caparazón mortal nuevamente.

Su Otro Mismo pronuncia una palabra y las motas azules huyen despavoridas, cantando canciones de terror.

El extraño despertará pronto. El extraño se despertará dentro de la eternidad.

«Todos los momentos son uno y lo mismo».

...

—¿Cómo llamas a algo que no está dormido ni muerto?

—¿Se supone que eso es un acertijo? —pregunta Nicole, haciendo coincidir su paso con el de él mientras avanzan entre las casas cubiertas de nieve.

—No hay tiempo para acertijos —dice Philips—. Simplemente me estoy preparando para hacer caso omiso de la razón.

Sus pasos titubean levemente.

—Los seres vivos tienen reglas. Puedes aprender sus secretos. Predecirlos, hasta cierto punto. Pero ésto del Polvo y el Monstruo del Valle, eso es parte de un reino del que sé, para mi desgracia, relativamente poco. Al menos, creía saber mucho, pero ahora sé que es el equivalente a nada.

—Es comprensible, creo yo. No es como que nos enseñaran en la escuela a combatir monstruos no-vivos.

—Aún así —dice Philips—, lo veré resuelto, sin importar el precio.

...

El extraño se despierta en una habitación a oscuras, con una vía intravenosa en el brazo y un paquete de sangre al costado de la cama, sobre la mesita de noche.

El detective se sienta a su lado, mirándolo impasible con sus ojos marrones.

—No sé si eres un dios o un espíritu, o algo más allá de mi comprensión —dice el hombre—. Sin embargo, sé que eres todo lo que se interpone entre la gente de este pueblo y el horror debajo de la montaña.

Un vendaje, empapado en carmesí, se envuelve alrededor de su antebrazo.

—¿Me equivoco? —pregunta.

El extraño mira la vía intravenosa y la bolsa de sangre, luego a Philips.

—Tu ayuda... es apreciada.

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Philips cierra la puerta detrás de él y respira profundamente el aire helado de la noche. El corte en su brazo palpita.

«Forma y verdad y pesar».

—¿Y si descubro los dos últimos, la aldea se salvará?

«Nunca hay absolutos cuando se trata de exorcizar a viejos demonios, tanto reales como metafóricos. Pero si no encontramos la raíz, este pueblo seguramente será destruido».

Forma y verdad y arrepentimiento, piensa Philips.

Shaka lo había armado con el conocimiento de estas cosas, por lo que debe buscarlas.

—Nicole —dice en voz alta—. Tráeme una pala.

...

La gente de esta montaña le dijo que cremaban a sus muertos. Los túmulos de piedras apiladas justo al lado de la carretera del este dicen lo contrario.

No ve esta clase de cementerios con mucha frecuencia. Hace siglos, eran el producto de demasiados cuerpos en muy poco tiempo víctimas de pestilencia, bandidos o, en gran medida, hambruna–y demasiado dolor y muy poca fuerza entre los sobrevivientes para honrar a sus vecinos según la tradición. En cambio, los muertos recibían un pozo poco profundo, una cubierta de tierra y más tarde, quizás, un monumento de piedra.

Una fosa común.

Philips presiona su pala en el suelo junto al túmulo más cercano, y comienza a cavar.

...

—Le pregunté a un anciano sobre el peine, el que encontré en el Valle.

Él hace una pausa en su trabajo y se seca el sudor de la frente.

—¿Qué dijo?

—Sus labios se volvieron delgados y blancos —responde Nicole, frunciendo el ceño—. Eso sólo sucede cuando la persona está muy enojada. O tiene miedo.

El suelo yace congelado y apenas cede cuando Philips vuelve a meter la pala.

—Sigue preguntando, por favor. Puede ser una cuestión de vida o muerte.

—¿De verdad crees que es importante?

—Nicole, ese peine es exorbitantemente valioso. Una pieza de museo, quizás. Muchos coleccionistas pagarían por él y hasta podrías volverte rica al precio justo. Nadie tira algo tan valioso a menos que tenga algo que esconder, ¿no te parece?

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El extraño levanta la mano hacia la débil luz de la vela encendida, observando el aleteo del pulso en su muñeca, debajo de la piel. Pronto podrá levantarse, piensa, y murmura en acuerdo para sí mismo.

La sangre del hombre es más fuerte de lo que esperaba.

Hay un río de luz dorada refractada dentro de su fuerza vital, y una promesa de oscuridad abyecta-

Y recuerdos-

Un niño desaliñado que había perdido a su madre. Uno de pelo rubio que había perdido su nombre. Un hombre que perseguía mitos y fantasmas. Curioso, piensa, ¿son sus recuerdos, o los del detective?

Sí, esta sangre es fuerte.

...

Es como sospechaba Philips.

Las tumbas están vacías. Todas ellas.

Nicole jadea horrorizada.

—¿Quién podría haber hecho ésto?

—El Polvo —responde Philips—. Ha sido un invierno excepcionalmente duro. Está más hambriento que de costumbre. Vino para llevarse la poca carne disecada que pudiera encontrar y, al hacerlo, creó al monstruo que ahora asola tu aldea. Esa sería la respuesta más sencilla.

—¿Qué? ¿Cómo?

Él dijo que esta cosa nació de cadáveres mal enterrados, ¿recuerdas? Especialmente los de las pobres almas muertas de hambre.

Deja caer la pala.

—Un fantasma de hace veinte años está detrás de todo esto. Esa es la verdad que estamos buscando, apostaría. Y sin embargo, hay mucho más que desentrañar.

...

El miedo tiene cierto olor. Afilado y metálico. Cobrizo, como sangre fresca.

Los habitantes que desfilan frente a la casa de Nicole apestan a eso.

El detective los ha llamado a todos juntos, al parecer. Debe tener la intención de confrontarlos, de sacar la verdad y el arrepentimiento de este mal que ellos mismos han creado.

Un hombre útil, este Philips.

Todos los humanos llevan secretos dentro de sus almas; estos aldeanos no son diferentes. Estas personas de la montaña pronto deben enfrentarse a la criatura que engendraron en la vergonzosa oscuridad de sus corazones; de lo contrario, serán destruidos.

Sonriendo, Shaka se quita la intravenosa del brazo una vez que la bolsa de sangre ha quedado vacía.

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—Déjenme contarles una historia —dice Philips.

La masa de aldeanos que rodea el pozo, casi todas las personas en la montaña que aún quedan con vida, lo miran fijamente con ojos apagados. Su trabajo lo ha llevado a menudo ante tales multitudes, pero en este día, sin embargo, él no se presenta ante estas personas como un detective estrictamente neutral.

Hoy, se erige como su acusador.

—Déjenme contarles una historia —comienza de nuevo—. No es muy buena, tallada como está a partir de especulaciones y conjeturas, pero no obstante, es lo mejor que he podido extrapolar.

»Esta historia trata sobre un hombre, un viajero, que procedía de un lugar mucho más allá de esta montaña. Sé que era un hombre por la forma de las caderas del monstruo, y sé que era un turista porque llevaba ésto.

Philips sostiene en alto el peine de marfil. Lo ha pulido, y su incrustación astillada de nácar brilla débilmente a la tenue claridad, opalescente, ajena contra las chozas monótonas y las calles fangosas.

—No sé si era un hombre rico o simplemente un vendedor ambulante. Pudo haber sido un predicador en lo que ha mí respecta, aunque sospecho que no. Sin embargo, sé sin lugar a dudas que este viajero era un hombre bueno y justo, y es la misericordia de la criatura,, su misericordia, la que me lo dice.

La multitud se mueve incómodamente. Sombras extrañas han comenzado a extenderse sobre algunos de los rostros vueltos hacia arriba, brotando como tinta que se seca a través del papel. ¿Es miedo, culpa o ira?, se pregunta.

—Esta historia —continúa Philips—, también se trata de un pueblo, un pueblo de montaña, uno tan remoto que sus vecinos más cercanos están a dos semanas a pie por pasos altos y caminos angostos. Hace veinte años, este hombre llegó al pueblo pero nunca más se fue. Pereció allí, ya ven, y sus huesos quedaron en el valle al pie de la montaña. No puedo decirles cómo y por qué murió el viajero, pero puedo decirles lo que sucedió después.

Los rostros sombreados son ahora más oscuros y más numerosos.

Philips sigue presionando.

—Alrededor de la época en la que llegó el viajero, sobrevino una gran y terrible hambruna. Decenas de habitantes murieron, y todos ellos fueron enterrados en tumbas poco profundas sobre la montaña. Y luego, veinte años después, en las profundidades de un duro invierno, sus restos solitarios fueron encontrados y sacados de sus lugares de descanso.

»Ustedes han contado durante mucho tiempo historias de un demonio que habita en el valle de abajo, uno que se escapa y devora todo lo que está hecho de carne muerta, ya sean cadáveres o incluso cuero. Pero, en verdad, no existe tal demonio morando en el lugar al que llaman el Valle de los Huesos. En cambio, sólo está el Polvo Hambriento, una criatura rara que se alimenta de carroña. Es este Polvo el que robó a las víctimas de la hambruna de sus tumbas, las llevó, pieza por pieza infinitesimal, al Valle, volvió a ensamblar los cuerpos y luego los consumió por fin, dejando sólo huesos secos.

Philips hace una pausa.

—Pero, ¿qué son unos pocos huesos humanos sin enterrar contra los miles que ya están en el Valle, desde épocas pasadas? 'Suficiente' es la respuesta. Suficiente para que se unan para formar un nuevo ser. Suficiente para unirse con el alma inquieta del viajero caído. Suficiente para convertirse en un terrible monstruo que algún día devoraría a sus familiares y vecinos.

Algunos de los hombres y mujeres mayores entre los pueblerinos que observan han comenzado a caminar en silencio hacia los bordes de la multitud. Estas personas se han dado cuenta de lo que Philips les va a pedir, y ahora está seguro de que las expresiones oscuras que muestran son de culpa. Se permite un ligero pinchazo de orgullo por esto, porque significa que sus conjeturas son correctas. Sin embargo, sólo un pinchazo, porque es un asunto siniestro.

—Dije antes que ésta era una historia pobre, y de hecho lo es. Les he preguntado a muchos de ustedes y he buscado en este pueblo de punta a punta, pero todavía no tengo un nombre para el viajero enterrado bajo la montaña. ¿Hay alguno entre ustedes que me pueda dar ese nombre y completar la historia? ¿Hay alguno entre ustedes que quiera hablar?

Philips mira a la multitud. Algunos de los aldeanos le devuelven la mirada, hoscamente desafiantes. Otros simplemente lo observan sin comprender. Varios no lo ven a los ojos en absoluto.

Sus secretos están enterrados desde hace mucho tiempo y son pálidos y viscosos por la podredumbre. No esperaba que exhumarlos fuera fácil, por lo que sigue adelante, sin inmutarse.

—Siete de sus hijos ahora se han encontrado con esta criatura —dice Philips—, y los siete han regresado ilesos. El hombre cuyos huesos yacen en el Valle se transforma en un monstruo, pero perdona a los nacidos después de su muerte, esas almas inocentes del mal destino que le sobrevino. Les hablé de su misericordia, ¿no es así? Y de su honor. ¿Es su silencio la manera en que se lo pagan? También les ofrezco la oportunidad de salvar a su gente, y todo lo que pido es sólo un nombre.

Un largo y pesado silencio reina sobre la multitud. Finalmente, el padre de Gwen da un paso hacia adelante.

—No recuerdo el nombre del viajero, porque entonces yo era sólo un niño —dice—. Era un vendedor ambulante de baratijas. Cintas. Incienso. Peines.

—¿Y qué fue de este vendedor ambulante de peines? —pregunta Philips—. ¿Cómo murió?

El padre de Gwen se lame los labios.

—Él-

—¡Cállate! —ladra el más anciano, emergiendo de la multitud. Entonces se vuelve hacia Philips.

—Eres un forastero, detective. No sabes nada de las dificultades que ha enfrentado nuestro pueblo. No tienes derecho a juzgarnos.

—No soy yo quien los juzga —responde Philips—. Simplemente busco entender lo que ha sucedido. Es la criatura la que pesa sus acciones pasadas y las encuentra deficientes.

El rostro del anciano se arruga de ira. Abre la boca para hablar, pero sus palabras se pierden cuando el aire es desgarrado por el grito de una mujer.

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Cien mil motas azules se arremolinan y bailan sobre la nieve, sobre las raíces, sobre la tierra, la piedra y el hielo.

«Comeremos bien esta noche después de que el trabajo esté hecho, cuando salga la luna (cantan para sí). Carne blanda, carne blanda. Fresca, joven y dulce».

Una vez, esperaron la quietud total antes de comenzar su cosecha. Ahora arrancan la fruta a media quietud. Y, con el tiempo, cuando la mitad de la quietud se convierte en la quietud total, se dan un festín.

«Carne blanda y carne fresca (cantan)».

Abajo en el valle, las motas azules bailan. Abajo y abajo, a su catedral de huesos.

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La mujer que grita es la hija del mecánico, y lleva una fina peineta de marfil en el pelo.

—¡Mi bebé, mi bebé! —ella gime, agarrando un bulto vacío de mantas—. Yo lo estaba sosteniendo y- y- fue tan rápido. Ni siquiera me dio tiempo a... ¡El Polvo se ha llevado a mi bebé!

Agarra el brazo de Philips con fuerza.

—¡Por favor, debes ayudarme! ¡Él es muy joven! ¡No sobrevivirá a la noche de invierno! ¡Debes ir al Valle! ¡Por favor, por favor, debes traerlo de vuelta!

—No, no lo hará —dice Shaka, apareciendo entre la multitud—. Tu hijo está más allá de la salvación.

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