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Uno.

Una chica agradable que escuchó atenta y lo aceptó todo.

La mañana de aquel día para Aika en St. Rachel's College no fue rara a comparación de otras, todo parecía ir normal. Llegar a las siete treinta, con el uniforme bien planchado y su cabello en una bonita coleta; tenía el rostro despejado con una sonrisa que lo iluminaba. Aika no necesitaba de lápiz labial, poseía un color fresa natural, aunque algunas profesoras solían reprocharle por usar maquillaje cuando no era así.

—Ya le he dicho que el colegio no es una pasarela, Jackovich —la profesora de francés dijo con una mirada poco amistosa mientras le entregaba su examen.

—Jakov —le corrigió con un tono dulce y una sonrisa avergonzada mientras tomaba la hoja con la vista en el pupitre—. No me he maquillado, señorita Bisset.

—Claro —murmuró con ironía mientras seguía su camino entregando sus exámenes a los demás.

Miró su puntaje conteniendo la emoción, mordió el interior de su mejilla mientras sonreía, al menos esa vez no tuvo un puntaje muy bajo. Se hundió en su silla cuando escuchó los cotilleos de las chicas a su lado, Aika ya sabía que a las muchachas de secundaria poco y nada les importaba su vida, pero luego de seis años siendo acosada en primaria ya no podía evitar temblar y hacerse pequeña ante cada murmullo a su alrededor.

El timbre para el almuerzo hizo que todas las sillas se hicieran para atrás y los alumnos salieran en manadas hacia el pasillo. A Aika no le agradaba mucho la señorita Bisset, le daba algo de miedo, por lo tanto en ese momento lo último que quería era quedarse en el aula, sola con esa mujer que insistía en llamarla con otro apellido.

En cuanto estuvo en el umbral de la puerta luchando por salir, sintió que unas manos la empujaban por atrás. Llevó sus manos junto con los libros hacia adelante cuando notó que no podría mantener el equilibrio. Cayó sobre sus codos haciendo un ruido sordo, le temblaron los dientes e hizo una mueca.

—Tiraste a la japonesa,  Fran —dijo una chica.

— ¿No que era rusa?

—Yo ya había pensado que era ciudadana estadounidense al fin.

Suspiró cerrando los ojos con fuerza, al parecer aún no habían superado eso. Las risas de sus compañeros sonaron durante unos segundos y luego todos se dispersaron, fueron pocos los que la ayudaron a levantarse.

Aika les dedicó una sonrisa agradecida e intentó arreglar sus libros mientras volvía a caminar. Al menos no todos eran unos insensibles, eso era algo que en primaria no se veía seguido. En esos tiempos todos temían ir contra la corriente y se quedaban callados en una esquina, viéndola llorar en el suelo.

La única razón por la que había sido acosada casi toda su vida en el colegio era porque ellos no podían ver una familia de diferentes nacionalidades. La madre de Aika era japonesa, su padre ruso... Ella era adoptada. Siempre lo supo, aún así los amaba, amaba las diferencias en casa. Desde el primer día de clases en preescolar no comprendió porqué se burlaban tanto de su familia.

La respuesta se la dio su padre. Intolerancia. Ignorancia. Eso era lo que tenía la gente por ahí, por eso no comprendían que la familia Jakov era como cualquier otra.

Luego del almuerzo tenían gimnasia. Aika se aseguró de ser la primera en llegar al vestidor, odiaba cambiarse frente a las otras chicas. Pues ella seguía teniendo un pequeño cuerpo de niña, que algunas no dejaban de resaltar mientras recorrían el lugar con diminutas tangas. Guardó el uniforme diario en su taquilla y acomodó su coleta antes de salir.

— ¡Jakov! —saludó la profesora de gimnasia al verla—. Primera en llegar, como siempre, así me gusta... ¡Comienza las diez vueltas por la cancha! —se acerca y le susurra guiñándole un ojo—. Tal vez me haga la vista gorda en la séptima...

La señorita Owen lo decía con una sonrisa encantadora, pero la verdad es que eso era una tortura. Aika sólo pudo asentir antes de comenzar a trotar. Apenas había comenzado y lo único que se repetía mentalmente era que debía inhalar por la nariz, exhalar por la boca, repetir eso durante las siete vueltas o comenzaría a jadear en la segunda.

Cuando iba por la mitad de la tercera vuelta vio que sus otras compañeras al fin llegaban a clase, con varios minutos de retraso. La profesora Owen comenzó a gritar.

— ¡Veinte vueltas para todas! ¡¿Por qué no son puntuales como Jakov?! —entonces se vuelve a ella, Aika sigue corriendo mientras se le eriza la piel ante las miradas de odio—. ¡Aika, haz dos vueltas más y luego descansas! Como premio.

Asintió y comenzó a ir más rápido.

Me van a matar, me van a matar. Pensó con pánico cuando casi alcanzaba al grupo de chicas que comenzaba su vuelta uno de veinte. Quiso ir más lento, pero pasar junto a ellas era inevitable. Aún le faltaban dos vueltas y la cancha era enorme.

— ¿Por qué no son puntuales como Jakov? —se mofó la primera en cuanto Aika estuvo junto a ellas, imitando muy mal el acento sureño de la profesora.

—Supongo que porque no somos japonesas perfectas como Jakov —le siguió su amiga, mirando de reojo a la pequeña rubia.

No soy japonesa, soy estadounidense. Pensó Aika frunciendo apenas el ceño.

—Cuidado, no la hagas enojar porque comenzará con sus hechizos del oriente.

Su rostro se puso completamente rojo, todavía recordaba esa vez que perdió el control y soltó un montón de cosas en japonés y ruso. Desde entonces decían que era una bruja y que lanza maldiciones cuando habla en otro idioma.

Aceleró el paso, yendo tan rápido como sus piernas le permitían e ignorando las burlas que surgían en el camino. Ese día iba empeorando, y a decir verdad en un rato lo haría aún más.

— ¿Terminaste, pequeña? —le pregunta la profesora cuando camina jadeando hacia las bancas.

—S... Sí, señorita Owen.

—Muy bien, ¿puedo pedirte un favor? Busca las pelotas de voleibol en el gimnasio, hoy éstas señoritas van a sudar un poco más —se gira hacia la cancha y hace sonar su silbato—. ¡Con más ritmo, niñas! ¿Acaso no almorzaron hoy?

Aika sentía que sus músculos temblaban a cada paso, el calor de su cuerpo no desaparecía aún cuando había un viento de locos. Subió la vista al cielo con los ojos entrecerrados, nubes de tormenta oscurecían el campo. Pero sabía que la profesora Owen de todas formas las haría jugar hasta que caigan los rayos y estos amenacen sus vidas.

La puerta del gimnasio no cedió con su primer intento, tuvo que lanzarse contra ella un par de veces para poder abrirla. Casi se cae de cara pero logró mantenerse en pie mientras la oscuridad del lugar le envolvía.

—Esto no da miedo, claro que no, para nada —susurró mientras se acercaba a la pared, buscando el botón para encender las luces. Fue un intento fallido—. Creo que está al otro lado...

Se movió a ciegas, con las manos girando hacia todas partes para evitar chocar con algo, sus pies nunca dejaron de arrastrarse. Cerró los ojos, porque después de todo era miedosa y temía que algo le aparezca de repente.

Las puertas del gimnasio se cerraron de golpe, dado que una ventisca de la tormenta de afuera las empujó. Aika soltó un grito y se quedó quieta en su lugar.

La profesora Owen vendrá, vendrá a buscarme en cualquier momento. Claro que sí, por supuesto que lo hará.

Un olor peculiar llenó su nariz mientras su trasero chocaba contra una mesa. Sus dedos la recorrieron hasta tomar algo parecido a un salero de mesa. Frunció el ceño, las luces del gimnasio entonces se encendieron.

—Ahí estaba la sal, gracias —siseó una porrista de aspecto extraño.

Aika grita otra vez, con fuerza y retrocede golpeándose con la pared.

Dos chicas con piernas de burro y de metal, de piel blanca y ojos rojos. La rubia por poco se desmaya. Una de ellas estaba junto al interruptor, la otra tenía una enorme olla a un lado, era eso lo que olía raro. Además de sus piernas de burro, claro, apestaban.

—Ah... Ah —fue lo único que salió de la boca de Aika mientras intentaba digerir la situación.

— ¿Amapola?

— ¿América?

— ¡Ahhhh! —grita una vez más, aún más fuerte que antes. El par hace una mueca de molestia y entre cierra los ojos—. ¡Mamá! ¡Ayuda!

Corre hacia la salida, escucha que atrás los monstruos hacen lo posible para seguirle el paso, lo que era difícil teniendo en cuenta sus piernas de metal. Intenta abrirla; una vez, dos veces, nada. Las otras aún no llegaban, así que corrió al otro lado del gimnasio, subiendo las cajas hacia la ventana.

— ¡No! No me gustan revueltas —se quejó una cuando la vio correr, tropezar y volver a levantarse.

Logró sacar la cabeza por la ventana. Una gota de lluvia cayó sobre su nariz, la ignoró y miró con pánico la silueta de la profesora Owen.

— ¡Profesora! ¡Ayuda! ¡Señorita Owen! —todos sus gritos eran acallados con truenos ensordecedores. Aika miró al cielo, su labio inferior tembló—. ¡Por favor cállate un momento!

Eso sólo hizo que comenzara a llover. Golpeó la pared con enojo y sintió que rozaban sus piernas. Eso hizo que de inmediato se lanzara por la ventana hacia el pasto del exterior. Su mejilla impactó contra el suelo y sintió un poco de sabor a sangre. Pero volvió a levantarse y corrió como nunca.

— ¡Tampoco me gustan estrelladas! —gruñe la misma empusa, mirando a su presa correr.

—A ti no te gusta nada —responde la otra, rodando los ojos—. Esto es tu culpa. No debimos traer los condimentos.

—Fuiste tú quien preparó el monólogo con las luces apagadas.

Aika corría por la cancha bajo la lluvia, gritando y cayendo. Repitió ese proceso durante cinco minutos hasta que un chico de pantalones anchos con una enorme falda encima y muletas se le unió. Al joven le tomó tres minutos alcanzarla, taclearla y subirla a sus hombros para luego irse tranquilamente.

La señora Owen y las demás miraban la escena con la boca abierta.

—Ahora también es escocesa, ¡esta chica lo tiene todo! —resalta una de las chicas señalando la falda a cuadros del que la llevaba.

Media hora después Aika estaba en su casa, escuchando atentamente lo que el sátiro debía decirle. Sus padres tomaban sus manos junto a ella. Esperaron más gritos, pero Aika sólo soltó un largo suspiro, desinflándose por completo.

—Eso explica todo —mira a su padre y suelta una carcajada—. ¡Querían cocinarme y luego comerme! ¡Porque soy semidiosa! ¡Japonesa, rusa, estadounidense y semidiosa!

A su risa se le unieron las nerviosas de los demás. El sátiro le dio un mordisco a su lata de coca cola con una sonrisa incómoda.

Tres horas después Aika colgaba su mochila en la estatua de Zeus, ignorando por completo las consecuencias de ello. Apenas había pisado la Casa Grande para conocer a Quirón y algo brilló sobre su cabeza, a Zeus no le dio de otra más que reconocerla. Tomó una ducha y luego salió de la cabaña con intenciones de recorrer el campamento.

Chocó con una chica alta, de cabello castaño oscuro y ojos azul eléctrico. Supo de inmediato quién era, entonces le sonrió abiertamente. Quirón le había dicho que una chica ya residía la cabaña de Zeus desde hace unos meses.

— ¡Eres Marlee!

***

—Así fue como terminé en el campamento —susurra Aika, recostada sobre su brazo izquierdo.

Cole le miró confundido, moviéndose dentro de su bolsa de dormir. Intentó hacer el menor ruido para no molestar a Lloyd, el amargado estaba algo lejos pero tenía oídos súper desarrollados.

— ¿Por qué vuelves a contarme eso?

—Porque tal vez fue lo primero que no debí hacer... Ser tan comprensiva, ilusa y aceptarlo todo muy rápido.

Hay un silencio, él hace una mueca e intenta levantarse.

—O'brien, juro que les romperé las piernas, a ti y a la pequeña muñeca de porcelana, si no cierran la boca de una buena vez.

El par se estremese y suben sus mantas hasta la barbilla. Aún están frente a frente, Aika tenía los ojos aguados hace un momento pero ahora parece estar bien. Arruga la nariz mientras intenta llamar la atención de él.

—Seguiremos mañana.

—Está bien.

***

¡Hola, queridas! Primer capítulo de CQTVNDH... Vamoh a decirle historia de Aika xD, hasta eso es más corto.

Esta historia va a narrarse en dos tiempos hasta que se alineé con los sucesos de abajo, ya saben, donde están Lloyd, Cole y Aika (¿dónde estarán? Ahre)

Aika va a enumerar todo lo que hizo mal, en cierto punto notarán qué fue, en caso de que no, pues de todas formas ella lo va a decir xD También podrá contar lo que sucede en el campamento a la par de la misión de Marlee.

En fin, ¡hasta luego!

Este capítulo te lo dedico a ti, lector, que no me has abandonado hasta ahora y sigues ahí para mí. Debes tener una paciencia y un corazón de oro (o mejor diamante, que no se rompa fácilmente, iokc) para seguir leyéndome, luego de ocho historias desde S&B1. Estoy tan agradecida con ello que no puedo plasmarlo en palabras.

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