Winky abrió los ojos. Eso era común. Winky abría los ojos todas las mañanas cuando despertaba. Todos los elfos domésticos lo hacían. Lo extraño era que esa mañana, Winky se sentía feliz. Por primera vez desde que fue despedida, Winky no estaba triste ni desolada. Algunas veces, Dobby la había hecho sonreír. Pero nunca se había sentido tan llena como en ese momento. Por primera vez en mucho tiempo, Winky no necesitaba refugiarse en una botella de cerveza de mantequilla. 

Winky se sentía muy feliz, y quería decírselo a Dobby. Después de todo lo que Dobby había ayudado a Winky, se lo debía. Dobby le hacía sonreír cuando Winky tenía una recaída. Dobby cuidaba de Winky cuando estaba demasiado borracha para cuidarse sola. Dobby ayudaba a Winky en su traba. Dobby incluso hizo a Winky amar su trabajo. 

Sin embargo, cuando Winky despertó, los demás elfos domésticos parecían algo tristes. 

—¿Qué ha pasado?—preguntó Winky. 

—La guerra...—respondió una elfina cuyo nombre Winky desconocía. 

—¿El señor que no debe ser nombrado ganó?

—No. Pero Stinty está triste porque muchos amigos de Stinty han muerto—contestó Stinty.

—Winky se pregunta dónde está Dobby...—mencionó Winky.

—¿Winky aún no lo sabe? Dobby también murió.

Winky no supo quién le respondió. Pero a Winky le dolió mucho. Winky lloró esos días. Pero Winky no bebió, porque sabe que a Dobby no le gusta que Winky beba. Winky extraña a Dobby y espera poder volver a verlo pronto. Winky ama a Dobby.

Para Dobby, 

con amor:

Winky.