—¿Alguna vez usted sintió una conexión tan grande con otra persona?

—No—respondió tajante la mujer al otro lado del vidrio.

—Entonces no entendería lo que siento cuando estoy con ella—la muchacha le dio la espalda tratando de ingnorarla.

—Pero puedes explicarme lo que te pasa—la voz dulce le salió natural, conteniéndose las ganas de entrar y darle su merecido a la joven por ser tan malcriada desde que la conoció.

—Usted ni nadie podría entenderlo, sus mentes inferiores no podrían llegar a tal punto. Sin embargo, lo que puedo explicar es ese fuerte sentimiento de necesidad que esa persona aparezca en cada momento. Como si dependieras de ello. Cuando hablamos simplemente no puedo parar, pero cuando es hora de irse, promete regresar al siguiente día, a la misma hora y en el mismo lugar—soltó un suspiro sonoro y su mirada se dirigió hacía una de las paredes de la habitación—cada vez que nos encontramos es como si el mundo no existiera a nuestro alrededor, es más que una mejor amiga para mi. Es como mi hermana y ni tu ni nadie podrá separarnos—su mirada oscura chocó contra la de la mujer de bata blanca.

Dicen que existen todo tipo de miradas y si ella tuviera el poder de matar, ya lo habría hecho.

—¡¿Entendiste?!—dió un grito desgarrador junto a un intento de romper el grueso vidrio que las separaba.

Dió un escupitajo con el líquido rojo que emanaba de su garganta, agarró la bata blanca que tenía puesta y se la acomodó delicadamente pues se le había alzado.

Volteó nuevamente hacia una de las paredes, alzo una mano en forma de saludo hacía la nada y se sentó en la esquina contaría.

—Ella está aquí—pronunció con los dientes ensangrentados y la voz más perturbadora que podría haber escuchado alguna vez la doctora, entre todos los pacientes que había atendido en sus años de trabajo.

Cámaras de seguridad del psiquiátrico Lowrens. 17: 50 horas.