Las olas del mar golpeaban la improvisada barcaza, el olor a sangre, fuego, gritos y lamentos se escuchaban por doquier. El general romano había perdido la voluntad de vivir, pero al ver los ojos resueltos de aquel joven, no pudo evitar recordar a su propio hijo.

―¡Rápido! Bebe mi sangre, veremos si tu Dios bendice tu anhelada venganza.

El joven lo miró confundido.

―Hazlo rápido, nuestro verdadero poder viene con la noche, solo falta poco menos de una hora. Si sobrevives al juicio de la sangre, serás casi un inmortal, serás considerado un real descendiente de la prístina sangre Cornelia. Solo cuida que no te hieran en el corazón.

El joven convicto, en virtud de su venganza, bebió la sangre que manaba de la muñeca del general romano, inmediatamente después, empezaron las convulsiones; un dolor inefable lo atacó, casi podía sentir que moría una y otra y otra vez. 

Al caer la noche, los piratas palidecieron ante un poder abrumador.

El festín de sangre fue apoteósico, luego, quemaron todas las galeras y huyeron en un bote. Ambos podrían continuar a la deriva por meses sin ningún problema. 

Después del rescate, el ahora Cónsul Romano, Quinto Arrio, adoptó a Juda Ben-Hur.