nota 3
Hace diez años atrás
Han pasado dos semanas desde que había considerado una rutina vagar de camino a la biblioteca y toparme con ese anciano. Diariamente lo veía buscando entre esas multitudes de llaves la correcta para insertar a esa apertura de metal y madera, y cada que me veía siempre me invitaba a pasar. Nunca le notaba molestia en su rostro, hasta podría jurar que él mismo miraba de lado a lado hasta aterrizar su nublada vista hacia mí. Y para ser sinceros, de igual forma me gustaba convivir con él.
Si tan solo estuviera conmigo en estos momentos le diría que él era la principal razón por la que recurría hacia ese rumbo, después de todo no tenía ningún propósito por salir de casa.
Mientras tanto, dentro de aquel lugar lleno de curiosidad. Solía buscar algún libro que me agradara, y una vez encontrado se lo mostraba con esa emoción que sólo podía expresar mi sonrisa. Siempre escogía el que mejor portada tenía y en ocasiones los que el anciano me recomendaba. Fui aprendiendo a leer más claro y a escribir con caligrafía, le ayudaba a sacudir los libros polvosos y uno que otro rincón con telaraña y recorríamos entre aquel camino de muebles y libros mientras resumía de sus increíbles viajes por el mundo.
Eran días inolvidables, de esos que con sólo recordarlo no puedo evitar sacar una sonrisa. Días de los cuales me gustaría volver a vivir.
La única parte de la que no me agradaba del todo en aquella rutina de nueve horas, era al caer el anochecer. Tenía una necesidad por querer quedarme más tiempo y terminar de los cuentos que me faltaban por leer; hasta que una idea brillante pasó por la mente del señor de cabellos blancos y por cortesía me prestaba los libros que yo quisiera para que los leyera en casa antes de dormir. Sin duda yo le agradecí demaciado y corría por aquellos pasillos en busca de algún cuento para pasar la noche.
Escogía historias de guerreros que protegían sus pueblos y de héroes que dieron su vida por la de otros.
Fábulas que llenaban mi mente de infinita imaginación, que me distrajera un poco de la cruda realidad y qué incluso me dejaban una enorme ilusión por querer ser como uno de estos personajes ficticios... Un héroe, alguien al que a fame mucha gente y que respeten aun sabiendo sus problemas.
Desde ese punto todo iba normal, pero cada vez que llegaba a casa lo complicado era ocultarlo de Kouyou. Temía porque llegara a enterarse de que hablaba con extraños. Pues aún así conozco el cómo se comporta cuando le desobedesco.
[...]Era lunes en la mañana, el reloj marcaba cerca de las diez y me levanté con entusiasmo. Rumbo al baño me miré a la cara con ese mediano espejo que posaba en el lavamanos. acomodaba mis cabellos y amarraba mi capa negra. Usaba en aquel entonces una camisa blanca de manga larga y pesqueros que combinaban con la tela que cubría mi espalda. No me veía tan formal, pero me sentía muy cómodo y satisfecho.
—"Está todo listo" — pensaba en que algo más me faltaba de equipar y era el último libro que me había prestado el señor.
Un grueso libro con olor a naftalina y con pasta de color rojo. Ni si quiera había llegado a la cuarta parte, pero desde donde iba me había parecido muy conmovedor.
Al abrir la puerta de mi habitación parecía no haber percatado la presencia de alguien y caminé sin mirar por ningún costado en dirección a la entrada, escondiendo aquel libro cual era difícil de ocultar. Lentamente se escuchó un sorbo de una bebida detrás de mi, justo a la mesa hasta oírse un:
— ¿a dónde vas tan temprano cariño? — preguntó dejando su taza en aquel platillo que daban juego.
Suspiré tomando la poca calma que me quedaba y camuflado ese temor fui dirigiendo mi mirada en ella.
— Kouyou, ¿Pero qué haces aquí a estas horas? — aclaré mirándola de frente.
— Bueno tú siempre me insistias por qué pidiera permiso para tomar un descanso y dedicara más tiempo a tu lado y eso fue lo que hice. Hace semanas me he dado cuenta de que te estás portado muy nervioso, ni si quiera comes del desayuno que te preparo. Más bien debería preguntarte ¿Que es lo que tanto haces allá afuera?
Me sentía derrotado en ese momento, con esa enorme necesidad del querer confesarle y evitar problemas mayores. Suspiré muy engorroso y fui directo hacia la mesa.
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