Nota 1
Hace Doce años atrás.
Aun recuerdo las fastidiosas risas de aquellos miserables niños. Divirtiéndose en esos absurdos juegos, cayendo sobre el elevado tobogán o balanceándose sobre columpios e implorando a que los empujaran más fuerte.
'Qué patético'. Era lo que podía decir ante ver multitudes de sonrisas hipócritas.
¿Envidia? Claro que no.
¿Celos? Tampoco.
¿Disgusto? Pff.
Lo que tenía hacia ellos no era más que resentimiento; verlos con sus caras llenas de felicidad a lado de sus padres me hacían sentirme un ser que no vale la pena, y me recordaba a tantas cosas, cosas que dejaban un vacío desde mi pecho y llenaban mi alma de la misma carencia. Soledad, ese sentimiento cual me marcaba rabia y a la vez pensaba que era la única alternativa para no ser lastimado. Aunque en realidad no estaba del todo solo.
Kouyou Ozaki, quien para mí era y seguirá siendo una mujer tolerante, en el sentido de que me crió durante casi toda mi infancia. Simplemente agradezco que se haya topado en mi vida ya qué, si no fuera por eso yo andaría bagando por las calles intentando buscar algo para comer o un buen refugio. Gracias al cielo no me faltaba ropa o comida.
Tal vez ella podría ser más que una hermana adoptiva, pero yo, desde el día en que me recogió la eh considerado como una madre, la madre que nunca tuve. Sin embargo, nuestra relación como "hermanos" también tenía sus defectos y es debido a que la mayoría del tiempo salía a trabajar. Eso no me molestaba en realidad, lo que no me convencía era de que no tenía el valor de decirme cuál era su empleo.
[...]El día estaba radiante, yo me encontraba sentado en un área alejada del parque, en donde sólo me encontraba yo con mis rodillas cubiertas de arena. Mataba el tiempo dibujando personas con un palo que brindo el árbol viejo que se encontraba a lado mío dándome sombra y una vez terminado dicho garabato lo borraba con mi otra mano hasta quedar cubierto de aquella espolvoreada tierra blanca. Mi expresión era seria, me concentraba en buscar la forma en hacer el cuerpo de un humano como si fuese un pintor profesional, aunque para ser sinceros, el dibujo no es lo mío.
Una pareja de niños pasaron en frente mía, no pude evitar apreciar aquél momento tan alegre que poseían ambos. Se reían sin césar, empujándose mientras corrían, como un extraño juego de combate. Un suspiro salió de mis labios acompañado de una pequeña sonrisa. Debo admitir que su juego era un poco llamativo y te dejaba con el deseo de jugar con ellos. Volví a concentrar mi vista hacia la arena, mi mano tomó de nuevo aquella vara con la que anteriormente dibujaba y dejé que mi imaginación se encargara de lo demás, sin quitarme de la mente aquella escena tan inolvidable.
'Me gustaría tener un amigo'
Fue lo único que pensé luego de terminar la "obra" que ilustré sobre la arena. Dos chicos, con una sonrisa extravagante, tomados de la mano. Ni si quiera entendí el por qué los dibujé así, mi mentalidad era tan inocente en aquel entonces. Me quedé contemplando detalladamente la figura en el suelo, llegué a tener una insólita impresión con tan sólo admirar su belleza. El sentir unos cosquilleos en mi estomago y mi corazón palpitar con fuerza no era nada normal, pero por otro lado, me agradaba. Fue tan grande mi persuasión que temía en borrarlo.
Aun así, siempre tenía que haber algo que interrumpía mi momento de felicidad.
Un chico de aspecto bravucón, llegó pateando descaradamente la arena blanca salpicando gran parte de mi rostro.
Traté de defenderme gritándole imbécil, pero pareció haberlo tomado como una burla y se echó unas cuantas carcajadas. Me levanté apretando ambos puños y sequé la arena de mi rostro con la capa negra que me había regalado mi padre el último día que lo vi partir. Bajé la mirada dándome cuenta de que había borrado por completo el dibujo de la arena haciendo que el rencor volviera a apoderarse de mí.
— ¿Qué vas a hacer al respecto enano?
Alcé la mirada. Su hostigada voz me hizo explotar en ese momento y sin responder a su pregunta acerqué mi puño hacia su cara hasta el punto de tirarlo al suelo. El bravucón gimió de dolor, un grupo de niños corrieron tras escucharlo y lo ayudaron a levantarse. 'Era una trampa' sabía de qué se trataba todo eso. Comenzó a toser sangre, en realidad no tenía idea de que lo golpearía tan fuerte, me sentía tan orgulloso de mí. Pero por otro lado ese momento de victoria no duró mucho. Olvidé la parte en la que tenía que correr y evitar las consecuencias. Todos sus "secuaces", obviamente más altos que yo, fueron en contra mía a empujarme para acto seguido patear cada parte de mi cuerpo, en especial mi espalda y mis piernas.
Me cubría el rostro con ambos brazos mientras que infinitos insultos salían de sus sucias bocas. Yo gritaba socorrándo a algún adulto que me ayudara contra esos niños salvajes, pero la peor desgracia era de que estábamos en una zona muy alejada del parque, por lo que nadie era capaz de escuchar semejantes gritos, y aunque lo hicieran de todas formas no lo impedirían.
Los golpes duraron minutos, el bravucón tuvo algo de piedad y les dijo que pararan, todos se detuvieron y esperaron ordenes de él. Éste dijo que me dejaran y que se fueran...
— No necesitan defenderme de éste huérfano mal nacido, no vale la pena
Fue lo último que escuché luego de que él mismo me diera una patada justo en mi estomago. Mi respiración comenzó a dificultar en ese instante. Bajé mi mano izquierda para sobar mi vientre haciendo permanecer en esa posición durante horas. No me hacia falta llorar en situaciones como esta, aun así, sentía que merecía esta clase de castigos.
La puesta del sol no tardaba en dar por comienzo. Mi rostro se veía deprimido y mi cuerpo totalmente invalido. Tenía que buscar la manera de poder levantarme e ir a casa antes de que anochesca y reciba más regaños con Kouyou.
Mis ojos estaban rojos por querer llorar, mi espalda quebrada y mis pies débiles. Toda la gente del parque me veía murmurando en que yo era el hijo de aquel monstruo.
'¡Tonterías! Mi padre era un hombre fiel y respetuoso. Mi madre una mujer humilde y vanidosa ¿por qué tendría que ser un monstruo? ' pensaba molesto.
Hice la lucha por huir corriendo, mis piernas no soportaban las heridas pero aun así ignoraba el dolor.
—¿Qué es lo que he hecho para merecer esto? Lo único que quiero es vivir tranquilo como cualquier familia.
Mi hogar estaba a casi unos metros, intenté guardar la calma respirando hondo, suerte que mi rostro estaba en buen estado. Llegué tomando el picaporte de la casa y lo abrí lentamente. Hay estaba, sentada en el sillón leyendo un libro, al parecer esperando mi llegada.
—¿Dónde te metiste cariño? — me dijo sin dirigirme la mirada.
Yo le respondí tranquilo, ella rápidamente volteó a verme sonriendo y se paró dirigiéndose hacia mí. Me abrazó, apretando mi espalda y mi pecho, justo en donde había recibido aquellos severos golpes. No pude evitar gimotear del dolor haciendo que ella se alterara preguntándome si me lastimó. Yo negué con la cabeza mientras las lágrimas me vencían. Me cargó llevándome a mi habitación con la mayor delicadeza.
Al principio creía que se trataba de marcas que durarían por toda la vida, pero al parecer sólo eran pequeños moretones morados de los que sanan en un laxo de uno o dos días. Me dolían las costillas y gran parte de mi columna vertebral. Kouyou me había colocado vendas en mi pecho hasta parar a mi barriga y aprovechó ese momento para preguntarme el por qué de mis heridas. Mi mayor error fue mentirle en que me tropecé y que accidentalmente me caí entre las rocas. Su rostro no parecía confiar ante mis palabras, pero de todas formas asintió, no sin antes advertirme en que tuviera mucho cuidado con todos esos malcriados. En verdad era muy astuta.
—Nunca engañes a una dama como yo, Chuuya— me respondió desafiante.
Le devolví una sonrisa asintiendo con la cabeza. Me dio un beso en la frente y me cubrió con el manto de mi cama. Se dirigió hasta la puerta apagando la luz y me deseó las buenas noches.
Las horas pasaron, una blanca luna se reflejaba desde la ventana junto con dos deslumbrantes estrellas que la acompañaban en tan hermosa y fresca noche. Me levanté de la cama tomando una pluma y un cuaderno y comencé a escribir un comentario acerca de lo que había vivido hace unas horas.
"Otro día sin ningún resultado de cambiar. Me pregunto, ¿Cuando será el día en que la luz me iluminará y me sacará de este insoportable abismo?"
Miré releyendo aquella pequeña frase, era demasiado corta. Me quedé pensativo mientras tarareaba una canción y allí fue donde se me había ocurrido la fantástica idea del volver a rehacer aquel dibujo. me había quedado igual de deforme. Arranqué la hoja y le abracé como si fuera un peluche de felpa. Acto seguido me levanté de la cama y la pegué en la pizarra donde tenía más dibujos clavados. Muchos de estos eran de mí mismo a lado de mis padres o de kouyou, todos con la misma sonrisa y ahora habrá uno con el amigo que nunca tendré, o eso pensaba.
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