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Capítulo 4

Dos días después en clases, se mantuvo inquieto, moviendo un pie de arriba a abajo sin parar, observando y esperando a que Denki entrara por esa puerta semi abierta que el docente dejó al ingresar al aula.

«¿Cuánta fuerza usé ese viernes cómo para provocar que el idiota faltara a clases?» Divagaba preguntándose con sus propias palabras mentales. Trataba de impedirse que siguiera en cavilaciones, resolviendo raudo los ejercicios químicos de la pizarra.

En el momento que Hanta giró a verlo por accidente, de inmediato evadió las muecas y cuestiones murmuradas de Katsuki. Mina lo vio por un rato, sólo para ofrecerle una mirada despectiva, de seguro estaba molesta con lo de aquella noche, lo supo al instante. Chasqueó la lengua molesto, no insistió más y quitó la vista de sus posible ya examigos.

Le costó centrarse en las demás clases, preocupado de que le pudo haber hecho a Denki, le mataba la conciencia imaginarlo; ahí postrado en el hospital con la cara desfigurada. ¡Por favor! No es que tuviera una fuerza descomunal, sin embargo; no paraba de pensar lo peor.

A la salida aprovechó para acercarse a el grupo de ayer que abandonó. Ellos estaban posicionados en una esquina de la cancha de la preparatoria UA, hablando lo más bajo posible, denotando previsión para no ser escuchados. Katsuki se abrió paso, teniendo la atención del grupo, divisó a cada uno demostrando su preocupación igualitaria hacia Denki.

—¿Cómo se encuentra Denki? —Tardó minutos en hablar— ¿saben por qué no vino?

—Dime, ¿tú vendrías estando con un moretón grande en el ojo?  —dijo Mina, exponiendo obviedad sarcástica en sus muecas y manoteos.

Katsuki frotó su nuca, frustrado moderadamente. No le gustó el tono con el que le respondió la de cabello rosado, y tampoco le agradó oír esa noticia.

—De parte mía le dicen que me disculpo y que se recupere... Pronto —pronunció a penas sin ganas.

Se dio la vuelta, intentando dejarlos atrás lo más rápido que pueda; no obstante los tres le detuvieron el paso. Se pusieron delante suyo, poniendo cara de denuedo y seriedad, pero poco en la de Kirishima y Sero, en los dos se notaba comprensión.

—Bakugou Katsuki, —Mina dictó su nombre completo, no se podía decir que ella estuviera contenta y tranquila con el tema de Denki—, fuiste tú el de la broma y fuiste tú quien golpeó a Denki. Debes tú ir personalmente a pedirle disculpas.
    
—¿Qué broma?  —Se exaltó atónito Katsuki.

—¿En serio? Dijiste que querías presentarnos a "alguien" que no estaba ahí y luego nos asustaste hablando del centro comercial Golden Cricket; y que de paso corriste allí sin juicio alguno.

—Me dio mucho miedo, sí, te salió bien la broma, pero ¿por qué golpear a Denki? —interrumpió Hanta— Eso no fue muy varonil de tu parte, como dice Kirishima.

—Hey, esa era mi línea —habló Eijirou.

—¡No era una puta broma! —exclamó airado Katsuki, alzando los brazos.

Los tres susodichos se quedaron pensativos unos instantes, no se podían creer que esa noche de halloween, su amigo de verdad estaba paranoico y abrumado de susto al percatar que lo que veía Katsuki no podían verlo ellos. Con razón ya se les hacía raro que de la nada se pusiera a jugar inventando historias de amigos fantasmas.

Mina se sintió más culpable que los otros, considerándose que fue la que menos supo ser tolerante y comprensiva con su amigo. Denki tuvo mucha razón defendiéndolo. Ahora no se negaba que actuó imprudente y juzgó mal a Katsuki.

Ella apenada miró de un lado a otro, para finalmente mirarlo, y afrontando su error suspiró.

—Al parecer te debo una disculpa, Bakugou. Discúlpame, debí asegurarme bien de que hablabas en serio. Sin embargo, no puedo dejar a un lado tu comportamiento. —Sujetó los hombros de Katsuki—. Debes de pedirle disculpas a Denki, ve a su casa.

Los ojos de Katsuki se abrieron asombrados, la boca se le arqueó descontento y sintió la presión de momento acalorarle las mejillas.

—¡No, definitivamente no!

Supieron que Katsuki se rehusaría, predijeron lo terco que se pondría, así que anticipadamente lo sostuvieron de cada lado del saco perteneciente al uniforme estudiantil. Se mantuvieron así, firmes, hasta salir de la preparatoria y conducirlo al recinto de Denki, importándoles menos que gritara groserías cerca de sus oídos. A los único que aturdía fue a las personas que pasaban a su costado.

Pasaron vergüenza y cansancio trayéndolo a jalones, pero su esfuerzo valió la pena.

Hasta Katsuki se había cansado de oírse así mismo, tenía su garganta seca de tanto gritar, lo único que llegó a hacer al final para negarse, era mover la cabeza en negativo. Se empecinaba a no ir, no quería demostrar fragilidad pidiendo perdón de Denki.

—¡Tú puedes, Bakubro! —Lo empujó Eijirou dándole animos.

—¡Oblíguenme, idiotas! —Viró y les enseñó enfadado su marcado dedo del medio.

—Bueno —Encogió sus hombros Mina sin importancia.

Rió entre dientes, y saltando graciosa se aproximó a la entrada de la casa, seguido de dar tres golpes esperando a que se abriera la puerta. Antes de que reaccionara Katsuki, los tres amigos lo atrajeron a la entrada de esa casa pintoresca de color celeste y blanco, dejándolo solo.

Quiso escapar, y desafortunadamente pisó una de sus agujetas que se desató hace minutos atrás. Cayó de rodillas dando la espalda a la puerta, de no ser que se sostuvo de brazos, su cara hubiera sido rasmillada en el descenso. Para ese rato, sus amigos corrieron lejos sin parar.

Percibió que el cerrojo de la puerta se abría. Antes de que eso pasara, ató sus agujetas y se puso de pie todo cohibido.

—¡Buenas! el hogar más genial de la zona a su servicio ¿qué se le ofrece...?

Denki se mostró en el marco de la puerta, usando gafas de sol. Notó bien quien era el visitante, y enseguida quitó su sonrisa normal de diversión. Trató de fingir la incomodidad y estupor, dando una sonrisa sumisa combinada de ser jacosa.

Antes de abrir la boca de vuelta, carraspeó.

—Bakugou, amigo. Qué sorpresa, —Apuntó a Katsuki con ambas manos, usando el dedo índice al frente y el pulgar arriba—, ¿qué te trajo por aquí?

—Los pies —respondió irónico y serio.

—¡Ajá! Qué gracioso estás hoy —Denki rió sólo.

Otra voz suspendió la charla sin rumbo. Era la mamá de Denki, ocupada en uno de los pasillos que guiaba a la lavandería. Llevaba consigo dos baldes de ropa mojada que llevaría a enjuagar en la máquina.

—Hijo, ¿quién es? —gritó la fémina intentado ser escuchada.

—Es Katsuki —anunció mirando a la dirección de su progenitora.

—¡Oh! hazlo pasar, hijo. Dejé papas fritas en tu cuarto, compártelas —dictó serena.

—Sí, mamá —Denki se puso más incómodo y asustado. Mordiéndose las uñas a escondidas de Katsuki.

Sabía que su mamá lo regañaría más tarde si trataba descortés o botaba a la visita inesperada. Debía actuar normal, sin levantar sospechas.

Analizó que quizás Katsuki vino por obligación a pedirle disculpas por lo del incidente, pero no necesitaba que lo expusiera frente a su progenitora que no tenía ni idea de que Katsuki fue el causante de su moretón en el ojo. No quería arruinar la reputación buena que su madre veía en Katsuki. Tampoco deseaba que Katsuki supiera del daño, y eso fue lo que precisamente pidió a Mina, Kirishima y Sero.

Realizó un ademán de guardar silencio, tomó el cuello de la camisa de Katsuki, y lo arrastró a su habitación. Encerró con seguro la puerta y exagerando inquietud de nuevo habló, muy rápido que no se podía entender casi toda la oración.

—Todo está bien, ahora, sólo finge que sólo viniste para prestarme los apuntes de las clases y que tienes que irte pronto.

Katsuki, enojado propinó un coscorrón a Denki, y este se quejó de dolor.

—¡Insensato de mierda, deja de exagerar! ¡Actúas más sospechoso!

—Ya, me calmo —Fingió llorar, actuando chistoso.

Resopló harto Katsuki. Luego, dejó a Denki de lado y su vista se posó en la ropa tirada por doquier, los trastes sucios que no llevó a la cosina, los cuadernos abiertos en el escritorio y las bolsas de papel incontables de hamburguesas. Lo último le hizo indagar de que sí se trataba realmente de envoltorios de hamburguesas. No pudo evitar dudar del disgusto de Denki que siempre era burla en su grupo de amigos.

Quiso acercarse más para comprobar, pero fue impedido por un montón de ropa que el mismo Denki tiró encima. El dueño de esa habitación sudaba de nervios, quería que un montón de tierra lo tragara y se lo llevara a cualquier lado, menos ahí. Estaría más agradecido si le dejaba en una sala de cine en la que se esté estrenando la secuela de su película de acción favorita.

El visitante no insistió saber su secreto, es más, evadió ese sitio con mala cara. De todos modos no pretendía inmiscuirse en cosas que "no le importaban".

—¿Juegas a estar en la playa o qué con las gafas?

El chico más alto arrebató las gafas del más bajo. Viendo así mejor el moretón morado que rodeaba al ojo izquierdo de Denki.

—Devuélvemelo —pidió impaciente y preocupado de tener su ojo al descubierto.

Consiguió quitarle y se las puso de nuevo.

—Mi mamá no sabe que fuiste tú. Mentí diciendo que en la fiesta de halloween, que no fuimos por cierto. —Entrecerró los ojos molesto y cruzado de brazos, recordando que se perdió de la última actividad que harían ese día—. Me peleé con alguien que no conozco. Puedes estar tranquilo, estoy bien, sin rencores.

Sacudió las manos en señal de que no tenía importancia darle más vuelta al asunto. Y acto seguido se tiró en su cama, cubriéndose con las ropas amontonadas, esperando a que Katsuki se fuera sin verlo. Pero no pasó eso, el de ojos rojizos se quedó, se acomodó en la silla del escritorio y sujetó entre sus brazos el plato hondo lleno de papas fritas. Se las devorada una por una sin parar.

—Perdón.

Denki abrió los ojos, impactado de escuchar a Katsuki disculparse, aunque no se pudo entender bien con la manera en la que lo pronunció, teniendo la boca llena de papas.

Preguntó qué es lo que dijo, pero no lo volvió a repetir. Más bien, siguió comiendo, y esta vez, presumiendo en silencio de que se estaba acabando todo. Denki al percatarse de ello, salió de su escondite, a penas pudo quitarle cinco papas del plato. Recalcaba que eran suyas y Katsuki le recordaba que su madre dijo que las compartiera. Eso le provocó risas al egocéntrico Katsuki, victorioso de haber acabado con la mayoría de las papas.

No le pareció que decir "perdón" haya sido suficiente, aún sentía que tenía el deber de ganarse la disculpas de Denki apropiadamente, no pudo negar el hecho de que verlo así le daba remordimiento y pena. No pararía de sentirse así hasta que hiciera algo que demostrara de verdad su arrepentimiento, pero sin que pescara sus intenciones buenas. 

Aprovechó el desorden de la habitación para ayudar a Denki a limpiarla. Aun cuando Denki se negó que lo hiciera, pero Katsuki no hizo caso, hasta lo puso de barrendero. No se quedaría mirando nada más sin ayudar.

Dividieron la ropa limpia y sucia, la limpia se iba al armario y la sucia la mandaron a lavar con la señora Kaminari. En tanto a la basura, Denki en sigilo sacó los envoltorios de hamburguesas en una bolsa negra, previniendo que Katsuki no lo viera.

Katsuki ayudó en la lavandería a la madre de Denki, ella agradecida aceptó. También junto a Denki limpiaron la sala, lavaron los platos y al final de todo, acompañó a la adulta a cocinar la cena.

Acompañó a la familia Kaminari durante la cena, que no aceptó a un inicio porque no pretendía ser aprovechado, pero madre e hijo le convencieron de hacerlo.

Estuvo rodeado de risas y bromas, el señor Kaminari era idéntico a Denki, bromista y divertido. Katsuki entendió de donde sacó lo jacoso el chico de ojos dorados. Que a contrario de él, la señora Kaminari disfrutaba mucho carcajear con las ocurrencias que padre e hijo decían y hacían al azar.

Terminando de cenar y agradeciendo a cada uno de los alimentos deliciosos, se retiró despidiéndose cortésmente. Al salir afuera de la casa, Denki lo acompañó para despedirse mejor.

—Nos vemos pronto —dijo Denki contento, palmeando la espalda de Katsuki.

—No, nos vemos mañana —amenazó casi apacible—. Ese morado no impide a tu cerebro pensar y caminar. Temprano debes estar en la preparatoria.

—Ash —Se quejó Denki, entrándole la flojera pensando en las clases. 

Sin más que agregar, Katsuki se iba alejando del hogar Kaminari, y antes de que cruzara la calle, Denki corrió hacia él guardando distancia. Sacó al aire la duda que tuvo desde esa noche en halloween, no perdería la oportunidad de saber lo que le pasó a Katsuki que haya provocado que corra al cuarto piso de aquel centro comercial.

—¿Qué más o menos viste en halloween? —Tragó saliva— ¿Qué ocurrió mientras nosotros pedíamos dulces?

Se mantuvo en mute Katsuki tras las preguntas, un nudo se le hizo a la garganta, sudaba frío y las piernas le flaqueaban. Claro que rememoraba, todo, menos el rostro de Izuku, y prefería que así sea.

—Nada —respondió de largo tiempo. Y siguió caminando suave aprovechando que no había autos que pasara.

Denki se resignó, no quiso insistir más, además de que pudo notar que Katsuki se intranquilizaba. Y fuera lo que fuera que le haya pasado y visto, lo apoyaría desde lejos sin hacerle recordar el infortunio en la que ni él y sus otros amigos pudieron acompañarlo. Sólo pensó que quizás Katsuki prefería dejar esa noche en el pasado. No creyó que la supuesta broma fue una actividad paranormal real que le tocó vivir a Katsuki, no hasta que vio él mismo las reacciones reales de miedo y desazón que presentaba Katsuki el treinta y uno, parado frente al ventanal del cuarto piso del Golden Cricket.

—¡Bakugou!

—¿Qué? —No miró atrás el de semblante adusto. Sólo detuvo su andar.

—Gracias —Sonrió Denki. Feliz por la tarde que compartió con quien se supone que no le gusta pasar tiempo de amigos.

De a poco en lentitud serena, Katsuki llegó a su respectivo hogar.

No tuvo la necesidad de preocuparse de la velocidad, de todos modos su madre no estaría por ese día completo, debido a que desde ayer le hizo saber que debía cuidar a la abuela que se encontraba muy enferma. Así que al único que avisó por llamada que llegaría tarde estando de visita en casa de los Kaminari, fue a su padre que llegaría de noche después del trabajo.

Lo halló sentado en el sillón, durmiendo cubierto de una manta desacomodada y con las gafas a punto de caerse. El entrecejo suyo se suavizó un poco, y sin remedio tuvo que despertar a su padre que no pudo resistir el sueño esperándolo. Comprendió que estaba cansado y que no le importó con tal de asegurarse de que llegara él a salvo.

—Viejo tonto, es muy noche ¿por qué no fuiste a dormir cómo la gente normal? —Acomodaba las gafas del adulto.

Bakugou Masaru, su padre, se reconfortó escucharlo, ahora podría irse a dormir tranquilo.

—Buenas noches, hijo. —Bostezó sonriente y adormilado—. ¿Cómo te fue hoy?

—Bien, todo igual sin nada diferente.

El hijo tomó de la mano a su padre, a modo de ofrecer apoyo físico y que pueda levantarse del sillón.
    
—¿Pasar la tarde con los Kaminari no hizo la diferencia?

—No.

—¿Seguro? —Sacudió Masaru los cabellos de su hijo con fragilidad. Sonriente como siempre.

Como de costumbre a ese gesto afectuoso, Katsuki se molestó, y parecido a un niño berrinchudo se deshizo de la mano paternal. Y por más que negara que le gustara, el instituto de su padre le decía que sí, porque era evidente que cuando sentía el tacto gentil, Katsuki retiraba todo rastro de ceño fruncido y la tranquilidad le invadía. Toda su aura se convertía apacible hasta un cierto punto en la que se daba de cuenta y volvía a ser el mismo.

—Hace poco calenté la comida que dejó tu madre, ¿te sirvo? —Se dirigió a la cosina, tomando la tapa de una de las ollas en la estufa.

Su hijo impidió que lo hiciera, comentando que había comido demasiado en el hogar Kaminari, y de verdad, estaba muy lleno que a penas le costaba mantenerse de pie de tanto peso en el estómago. Sólo que no pudo resistir a las muecas lánguidas que puso su padre. Le enojó que esa mirada le chantajeara y le dio pesar que se haya esmerado a esperarlo con la comida lista.

No tuvo más que comer, luego de retirar al adulto a su respectiva habitación. No dejó siquiera que le sirviera la comida, se quedó sólo en la cosina, dando bocados grandes y forzados, sentado en una de las tres sillas de la mesa frente a la alacena.

Casi vomita al acabar, y no porque estuviera horrible, si no que su estómago llegó al límite, de eso tuvo que mantener su cabeza en otro lado y relajarse para que las ganas de expulsar todo huyera de su cerebro lleno de quejas de malestar.

Lavó el plato y cuchara que usó. Agotado a penas se pudo lavar los dientes y cambiarse de ropa. Al acostarse sintió toda la pesadez caerle en sus párpados, toda la comida le estuvo provocando un sueño inmenso, pero esa pesadez le incomoda dormir de costado, es así que no tuvo remedio de mirar al techo alumbrado de algunas sombras lumínicas del exterior. Estando minutos parpadeando en silencio casi fijo, de improviso un sonido nuevo apareció después de que un último coche transitara.

El sonido se volvió en estruendo que provenía de su armario entre abierto. Se levantó de susto, recordando que tenía ahí su alcancía en el soporte de madera dentro el armario. Temía a que se hubiera desplomado y desparramado el dinero ahorrado, al no soportar tanto peso ese soporte que ya tenía suficiente sosteniendo objetos sin uso.

Inspeccionó el interior, y no había nada roto. Se alivió aunque no llegó a analizar bien el lugar de donde exactamente vino ese sonido. Pero, cuando irse de vuelta a la cama quería, notó que su ropa colgada dentro el armario se removía, y tener que ver eso le tensó la piel e incluso los huesos. Se quedó estupefacto. Prefería creer que la comida le estaba provocando alucinaciones.

No tuvo de otra, debía tomar la poca valentía de sobra, porque si se tratase de un ladrón oculto, quedarse estático no le ayudaría.

«¿Y sí es una rata? Pero... No  existen ratas tan grandes. Claro, qué imbécil soy»

Sostuvo el bate de béisbol que descansó mucho tiempo en el costado del armario, de nuevo tenía en sus manos el objeto que le hizo ganar muchos partidos de béisbol en las que dejó de tomarle importancia luego de los once. Esta vez, batearía a lo que fuera que se escondiera y no a una pelota; no ganaría una medalla o trofeo, pero si la seguridad que deseaba.

—¡Sal cobarde de mierda y deja al Cerdo Oing en paz! —Se refirió a su alcancía. Ya que dedujo que era la razón por la que principalmente el supuesto ladrón entró a su habitación.

Al separar las muchas ropas, pudo ver con claridad de quien se trataba.

Ojos verdes, cabellos verdes, cuatro pecas, piel pálida y ese disfraz. Era él de nuevo sin duda.

El rostro de Izuku retornaba a los recuerdos reprimidos de Katsuki.

Izuku estaba expuesto, sentado y apretando sus rodillas a su pecho, inseguro de cómo reaccionaría Katsuki, ahora que sabía que él habitaba lejos del plano terrenal.

El rubio cenizo cayó al suelo de la impresión, sus ojos se mantuvieron abiertos así como su boca levemente entreabierta. De momento a otro no podía hablar, ni gritar tampoco, hacía el esfuerzo.

Tuvo que guardar calma, pero se le imposibilitaba teniendo el corazón acelerado. Quizás hasta se podría confirmar que el joven estaba queriendo pasar por un paro cardíaco. Pero su gallardía ayudó a que su voz regresara.

—¡Papá! —Se desplomó en el piso de madera, espantado.

Llamó en voz alta cuatro veces a su padre hasta que apareciera. Y lo hizo, acompañado de un mata insectos, prevenido y no como la última vez que su hijo le pidió auxilio.

—¿Dónde está la cucaracha? —Masaru alarmado abrió el picaporte y prendió la luz— ¿es de las que vuelan?

El chico rubio cenizo alzó una ceja en señal de estar confundido. Las preguntas estólidas de su padre le quitaron de un momento el susto, e instintivamente se golpeó la cara con la palma de la mano, renegando de las barbaridades que el adulto dijo, pero también le dio vergüenza recordar las muchas veces que desde la niñez chilló de asco viendo cucarachas y pedía a su padre que las matara.

—¡Eso no, mira! —Apuntó al armario abierto.

El hombre de cabellos castaños fue a inspeccionar el interior del mueble, y no encontró nada. A espaldas de Katsuki, recordaba con ternura las varias ocasiones en las que su hijo lo despertaba a media noche afirmando que el supuesto Coco estaba bajo su cama, y eso ocurría cada que la familia se ponía a ver películas de terror en horas nocturnas de los jueves, como pedía el niño Katsuki del pasado.

—No hay nada —Cerró el armario—, ¿qué fue lo que viste?

Katsuki se reincorporó del piso, no convencido de lo que decía su padre. Se puso a buscar desesperado por debajo la cama, tras la puerta, dentro el baño y el armario. Y no lo encontró.

—¿Era el señor Coco? —Masaru rió bajo y grácil.

—Mucho peor, es un prototipo de Coco verde y escurridizo —Gruñó irritado, volviendo a observar debajo de la cama.

—Qué miedo —Jugó el padre.

—¡Hablo en serio!

—Bueno, a veces cuando te da indigestión, la mente suele volar en el aire de la imaginación. Creo que tu madre guardó una pastilla contra ello sobre el armario. —Se acercó a su primogénito y le dio pequeñas palmadas en la espalda—. Ven, tomas la pastilla y a dormir, jovencito. Ya es muy noche.

El padre conducía a su hijo fuera de la habitación, sosteniéndolo del hombro para hacerle saber que le daba su confort incondicional.

—Espera, no quiero volver aquí. Preferiría mil veces dormir afuera.

—Perfecto, el césped del patio agarra la temperatura de la mañana, por lo que puede llegar a ser cómodo y cálido.

Sabía a donde quería llegar su hijo, sin embargo, bromeaba sin motivo y porque sabía que Katsuki no se humillaría a pedir alojamiento en la habitación de sus padres como pedía de niño.

—Viejo —Katsuki advirtió mirando severo.

—Bien, te entendí. Calma, hijo —dijo carcajeándose.

Desde ese lunes, Katsuki debía contar las noches y mañanas. Teniendo en cuenta que el Coco verde y escurridizo no sólo vino a invadirlo por sólo una noche. No puede huir a habitaciones ajenas de por vida.

Si quería que Izuku se valla definitivamente, la forma tenía que buscar. No a todos los... Cocos les gusta estar debajo la cama.

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