Capítulo 3.- Give me a chance
Henry no se consideraba a sí mismo un hombre de aventuras. Su época de "experimentación" había sido muy limitada, siempre consciente de sus responsabilidades y el peso de ser hijo de Devon Hathaway, además de pasar mucho tiempo al pendiente de sus hermanos menores.
Recordaba que a los quince años, cuando sus padres biológicos murieron, tuvo que ocuparse de muchas cosas para sostener a sus hermanos. Trabajaba de sol a sol y las noches las ocupaba para estudiar. Pero había delegado los aspectos más mundanos a Terry y Sam, que limpiaban la casa e iban a hacer las compras. Terry había hecho lo posible para darles una comida decente, pero nunca se le dio bien y a menudo tenían que pedir comida a domicilio. Un gasto más a la enorme lista.
Con el tiempo, la situación fue insostenible. Si no fuera por Devon y Gabrielle, Henry hubiese perdido la custodia de sus hermanos y se hubiesen perdido en el sistema de protección a menores.
Eran tiempos dramáticos en los que se perdió algo tan sencillo como ir al supermercado y llenar el carrito de compras. Una experiencia que estaba viviendo ahora con Rosalind O'Connell, que había tomado la autoridad sobre el carrito y lo guiaba de un lado a otro en un sentido ordenado que a él le sorprendió.
Rose parecía saber dónde estaba cada producto de la tienda, así que habían empezado el recorrido desde un extremo y barrían cada sección con cuidado.
Por su parte, la muchacha se lo estaba pasando en grande. Nunca había ido de compras con un presupuesto ilimitado, pudiendo elegir las mejores marcas sin demeritar las ofertas. Además, estaba aprendiendo un montón sobre los hermanos Ross sólo con la lista de compras.
- ¿Nada de almendras? -Le preguntó al mayor y éste negó.
- Terry es alérgico.
- ¿Y Sam? -Se le ocurrió que era un buen momento para conocer más sobre sus alergias. No quería darles nada peligroso por falta de información.
- Sam es alérgico a los frutos rojos. Al menos a las zarzamoras y frambuesas. Y yo... -Henry se detuvo junto al pasillo de cereales. Rose estaba eligiendo entre una caja de avena y una de arroz.- Yo no como carne.
Por un instante aterrador, pensó que la muchacha se desmayaría. O peor, que lo golpearía con un objeto contundente (¿la caja de avena?). Lo miraba como si le hubiese salido una segunda cabeza y ésta le cantara el himno alemán.
- ¿Es vegetariano?
Oh, ella realmente lo mataría.
- Vegano, de hecho.
Un silencio atronador les cayó encima. Rose lo observaba detenidamente, y de no estar tan preocupado Henry se habría echado a reír. Era como si la muchacha se replanteara qué tanto podía confiar en él.
- Dios. -Ella suspiró. Luego estalló en carcajadas.- ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¡Tendré que cambiar la mitad de lo que llego en el carrito!
Rose seguía riendo, murmurando cosas como que le vendría bien un recetario vegano y que no podía creer que alguien pudiera vivir sin queso. Se movía nerviosa alrededor del carro de compras, verificando qué productos debía cambiar y cuáles podía conservar.
Sin embargo, él sólo podía pensar en qué ella lo había tuteado, y que no parecía darse cuenta que seguía haciéndolo. Y que su risa era como una cascada de agua limpia y fresca, una verdadera bocanada de oxígeno.
No sabía que necesitaba esa risa hasta ahora, viviendo entre personas que debían cuidar su apariencia al máximo. Había pensado que estaba bien en esa existencia calculada, pero Rose se abría paso como una marea de alegría.
- ¿Entonces? -Escuchó que le preguntaba, y por su tono, no debía ser la primera vez.- Señor Ross, ¿puedo llevar chocolate o no?
- Henry. -Le dijo él de pronto, desconcertándola.- Puedes llamarme Henry.
- Pero... ¿No sería inapropiado? -Dudó ella, cayendo en cuenta de haber tomado demasiada confianza en la última hora.
- No. No serías la única empleada que me llame por mi nombre, además. -No era una mentira, pero tampoco iba a mencionar que Terry era su subordinado y que lo estaba contando como empleado.- A menos que quieras que empiece a llamarte "Señorita O'Connell".
- ¡No, por favor! -Rose enrojeció cuando vio la sonrisa de victoria de Henry.- Eres un bribón, ¿te lo han dicho? Y no engañas a nadie con esa carita de inocente.
- No tengo idea de lo que estás hablando. -Replicó él sin perder la sonrisa, tomando el control del carrito mientras Rose vociferaba a su lado.
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- Déjame ver si entiendo. -Recapituló Rose mientras metían las compras en el auto.- Tú eres vegano, Terry es un pro fitness adicto a la carne y Sam tiene un problema con el azúcar. ¿Olvidé algo?
- No diría que lo de Sam sea un problema. -Replicó Henry, girando en su mano un bote de cocoa antes de devolverlo a la cajuela.- Sólo tiene un paladar muy exquisito para los dulces.
- Oh, yo no lo estoy juzgando. -Le aseguró la muchacha, viendo que todo había entrado sin aplastar los productos más frágiles. Lo animó a cerrar el auto y cuando entraron a los asientos delanteros, añadió:- Si yo tuviera un presupuesto ilimitado como el de hoy, también compraría todo lo necesario para postres gourmets.
- ¿Eres muy golosa? -Le preguntó Henry, divertido.
Rose se puso el cinturón de seguridad.
- Un poco. ¿Qué sería la vida sin chocolate?
- Dijiste lo mismo de la mantequilla, los huevos, la crema batida...
- Y no olvides la ternera. -Señaló ella, sintiendo el ronroneo del auto cuando él encendió el motor.
- Intento olvidarla, gracias.
Henry condujo hacia la calle, pasando las avenidas de Middletown. En contra de lo que Rose pudiera haber esperado, los hermanos Ross no vivían en Park Avenue, sino cerca del río en el lado Este. Seguía siendo un buen vecindario, con hermosas casas de dos pisos y un sótano bien iluminado, con ventanales en la parte superior y un precioso jardín al frente junto a las escaleras. Cuando Henry se estacionó y ambos salieron del auto, ella se tomó un momento para apreciar la impecable blancura de la fachada, algo poco usual en esa parte de Manhattan.
- Se parece a las casas que salen en las portadas de revistas. -Le dijo al mayor.
- Suena a que piensas que soy un esnob.
- Bueno, un poquito. -Rose se echó a reír y lo ayudó a sacar las bolsas de compras. Eran más pesadas de lo que esperaba.- No es un insulto. No tendría mucho sentido trabajar tanto para no darse algunos lujos.
- Cuidado en las escaleras. -Le advirtió Henry, pasando un brazo por su espalda cuando ella ascendió en el pórtico.- Con el frío que está haciendo tal vez estén resbalosas.
- Gracias.
- Pero sobre el dinero... No puedo evitar estar de acuerdo contigo. -Sacó las llaves y abrió la puerta principal, dándose un momento para reflexionar un poco sobre su estilo de vida.- Empecé a trabajar muy joven, y para cuando me gradué de la escuela ya estaba recibiendo un sueldo muy apetitoso. Nunca consideré que debía escatimar en gastos... Salvo, por supuesto, el ahorro.
- ¿Ahorras? -Se asombró Rose, pues al entrar se encontró con un recibidor que vendría excelente para las primeras páginas de aquella revista de casas modernas. Tenía un estilo minimalista que no le terminaba de encajar, pero las piezas eran exquisitas y costosas.- No lo diría.
- Esto fue... un regalo. -Admitió Henry, casi avergonzado.- Devon pensó que necesitaba una casa decente, y no un piso en Grinch Village. Además así puedo vigilar mejor a mis hermanos.
Antes de que Rose pudiera preguntar quién era Devon, Henry la había llevado a la cocina, que estaba justo al lado izquierdo del recibidor.
Igual que el resto de la casa, no tenía decoraciones innecesarias, pero conseguía un aspecto más cálido gracias a la barra de granito gris y la isla llena de frutas y utensilios de cocina. Estaba inmaculada, sin una mota de polvo ni vaso ni cubierto fuera de lugar.
Rose la recorrió en dos pasos. Era del tamaño justo.
- ¿Cuándo fue la última vez que alguien cocinó aquí? -Preguntó ella.
- Sin contar el sandwich que hice la semana pasada, diría que en Navidad. -Su sonrisa era traviesa, como si recordara algo divertido.- Vino toda la familia, así que mis primos pudieron darle uso.
- Okey -Rose se volvió hacia él-, llevo un buen rato con la curiosidad y sé que será grosero preguntar, pero... ¿Quiénes son Devon y Gabrielle?
- Oh. -Henry se dio cuenta que no había dicho nada sobre su relación con los Hathaway. Y aunque no era ningún secreto, se lo pensó un momento antes de explicarle todo a su nueva empleada.- Son mis padres adoptivos. -Se acercó a la barra y apoyó contra ella la cadera.- Mis padres biológicos eran socios de Devon Hathaway. Ambos murieron en un accidente cuando yo tenía quince años, así que...
- Quince años. -Repitió Rose en un suspiro. Henry todavía era un niño. Entonces un alarma en su cabeza comenzó a sonar.- Espera. ¿Hathaway? ¿Te refieres a ese sujeto que siempre aparece en las portadas de revistas de economía?
El mayor pareció divertido e incómodo a partes iguales, echándose a reír.
- Sí, él no es muy discreto con sus negocios. Se dedica a la compra y venta de microempresas. Le gusta hacer que las cosas crezcan.
- Escuché que ha dejado en bancarrota a un par de personas. -Apuntó Rose con delicadeza.
- Sí, como digo no es muy sutil. Siempre que puedo, le propongo métodos menos agresivos.
Ella asintió e hizo una pausa para organizar a su manera la despensa recién comprada. Henry la observó mientras lo hacía, preguntándose por qué le contaba todo aquello. Y por qué ella le gustaba tanto.
Tenía un sentido del humor refrescante y una inteligencia avispada. Parecía injusto, de algún modo, dejarla desperdiciar todo su potencial en el centro comercial.
- Como decía... Cuando mis padres murieron yo sólo tenía quince, así que recayó en mi la responsabilidad de mis hermanos. Durante todo un año lo estuve evadiendo, pero Devon estaba empeñado en adoptarnos y darnos apoyo económico.
Rose se quedó quita delante del refrigerador, como si observara una fascinante obra de arte en el interior. En realidad, intentaba imaginar la situación, suponiendo que debía ser aterrador para un adolescente tomar tales decisiones. Y aún así, sintió una punzada de envidia.
No quería pensarlo ni sentirlo, pero ella también deseaba esa posibilidad.
Y le dio vergüenza pensar que Henry se había dado cuenta. No podía ni mirarlo.
- Fue difícil aceptar la ayuda de alguien que no era mi familia, Rose. -Continuó él con suavidad. No se había movido de su sitio, pero casi parecía sentirlo sobre su espalda.- Durante un año le di evasivas a Devon, pero él insistió. Y al final me di cuenta que no tenía nada de malo aceptar su apoyo.
- ¿Qué te hizo cambiar de opinión? -Le preguntó ella en voz baja.
- Sam. -Respondió Henry con una sonrisa.- Un día vino y me dijo que quería ser astronauta. Sé que todos los niños dicen eso, pero yo sabía que Sam realmente podría hacerlo... Si yo decidía darle la oportunidad.
Volvió a hacerse el silencio.
Henry quería darle la vuelta a Rose, pero se obligó a esperar.
Casi podía ver a través de ella, tragándose el llanto y las miles de preguntas y respuestas que no tendrían lugar ese día. Le sorprendió la fortaleza que mostraba esa muchacha, pero por primera vez comprendió lo que Devon Sotton vio cuando aceptó formar parte de su familia.
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Eran cerca de las nueve de la noche cuando Rose volvió a su casa. Henry había sido muy dulce al ofrecerle llevarla hasta Queens, pues según él no podía dejarla viajar de noche en el tren. "Nueva York es peligrosa", repetía con seriedad, pero ella sólo podía pensar en lo agradable que era tener algunos minutos extras para disfrutar su compañía.
Henry le había dado toda la tarde para organizar la despensa y cocinar la primera cena oficial en su casa. Resultó ser una gran experiencia para ambos. Un "fettuccine alfredo" con un vino tinto que ella, obviamente, no pudo probar. Henry estaba extasiado.
Ya en la puerta de su casa, Rose sopesó todo lo que hablaron mientras cocinaba. Todas las cosas que podría hacer con su nuevo salario y la libertad que tendría una vez que pasara su cumpleaños.
- ¡Estoy en casa! -Gritó con alegría, esperando recibir el silencio de un departamento vacío como de costumbre.
Para su sorpresa, respondió una voz de mujer.
— ¡Estoy en la cocina, Rosie! —Exclamó su hermana, Alice, sobre el sonido de algo friéndose sobre el fuego. Rose se asomó desde el recibidor y observó que en efecto, una de las gemelas se hallaba cocinando una tortilla española con generosa panceta de cerdo. El aroma era intoxicante... Y no en un buen sentido.— ¡Hace siglos que no te veía! Estás enorme. Venga, ayúdame con esto. Quiero ponerle un poco más de queso.
Exactamente igual a su gemela, Alice era una mujer de veinticinco años, de piel pálida y largo cabello rojizo. Como de costumbre, una fina capa de maquillaje cubría sus facciones, realzando esos ojazos azules. El delantal de rosas rojas de Rose cubría más que su outfit, aunque nunca llegaba a verse vulgar. En realidad, debía admitir que todas sus hermanas eran preciosas.
— Alice... —Rose dejó su mochila en el suelo junto a la barra de la cocina, del lado del salón, sintiendo que se le bajaba la presión. Nunca era buena señal tener a su hermana en casa.— ¿A qué hora llegaste?
— Como a mediodía, más o menos. Me sorprendió no encontrarte en casa. ¿Acaso tienes novio?
— No, estaba trabajando. —Le dijo, un tanto incómoda, mientras la pelirroja le encargaba la tortilla en la lumbre para deshebrar más queso Mozzarella.— Pero... ¿Por qué no avisaste que vendrías?
Alice cubrió la tortilla con el queso, relamiéndose los labios cuando comenzó a gratinarse. El aroma tentaría a cualquiera, por estricta que fuera su dieta, pero a Rose se le ocurrió pensar la expresión de Henry si viese aquel platillo.
¿Asco o deseo?
— Le dije a papá que vendría desde hace dos meses. —Escuchó que decía su hermana, sacándola de sus pensamientos.— ¿No te lo dijo?
No.
— Mmm... Supongo que debió mencionarlo. —Ella murmuró, bajando la mirada. Luego, cuando Alice echaba más huevo y patata al sartén, Rose la miró con cansancio.— ¿Cuánto tiempo te quedarás?
Curiosamente, Alice le dirigió una mirada evaluativa, como si calculara algo en su reacción. Sintiéndose confundida, Rose tomó algunas servilletas para quitarle algo de grasa a la tortilla que ya estaba servida.
— Wow... De veras papá no te lo dijo. —Oyó que su hermana murmuraba, casi para sí misma.
Rose no se atrevió a pedir explicaciones al principio, hasta que Alice apagó el fuego y sirvió la segunda tortilla en otro plato. También había abierto una botella de vino, lo que no le gustó mucho a la más joven, pues su padre llevaba una semana sobrio.
Cuando fueron a la mesa, Alice tensó los labios en un gesto pensativo, como si se preparara para lanzar una bomba.
Y así fue.
— Me despidieron de la editorial, y los muy malditos no me pagaron la liquidación, así que perdí el departamento que estaba rentando en Boston.
— Lo siento mucho.
Y lo hacía, porque ahora entendía qué hacía Alice en casa tan de repente.
Sentía que iba a vomitar y el aroma a queso y panceta no le ayudó en absoluto.
— Papá me dijo que no tenía que preocuparme, que podía volver y quedarme aquí hasta que encontrara otro empleo. —Dijo muy alegre su hermana, soltando toda su munición sin notar la expresión vacía de Rosalind.— ¡Será como cuando éramos niñas! —Exclamó, dándole una palmadita en el hombro.— Ojalá Sophie estuviera aquí, pero supongo que tiene sus propias aventuras.
A partir de ese momento, Rose dejó de escuchar a su hermana. Era como si de pronto se encontrara a kilómetros de ahí, bajo tierra, bajo el océano. Un zumbido terrible la acosaba en el oído, porque sin importar cuan lento llegara -y no iba en absoluto despacio-, sabía que pronto sería empujada por el abismo al que tanto miedo le tenía.
Esa noche no pudo dormir, no sólo por la voz de su hermana que provenía del salón, pues estaba dispuesta a pasar toda la noche contándole a Willem las maravillas de la vida editorial de Boston, y los planes que tenía ahora en Nueva York.
Realmente no tenía idea de cómo relajarse.
Su cuerpo estaba listo para la siguiente descarga de dolor, y esperar era incluso peor que cualquier golpe o decepción.
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