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Capitulo Cinco


CHARLES LECLERC

Lidiar con mi mal genio en los últimos días era más que difícil, ni siquiera el equipo entero podía hacerlo y mucho menos los fanáticos que ya ni siquiera me esforzaba por mostrar una sonrisa frente a ellos. Y como estos preferían no acercarse a mi. Había preferido esta vez mostrarme tal cual y no con una máscara que estaba harto de verme forzado a utilizar.

Camino por el paddock con una resaca tremenda. Sentía casi como mi cabeza estañaría si no llegaba lo más pronto.

—Charles. —escuchó la molesta voz de Andrea a mis espaldas. Una vez más lo ignoro y sigo con mi camino hacia mi habitación. —Charles.

La paciencia colmó y el mal genio que intentaba esconder salió. —¡¿Que?! —termine por gritar y girarme completamente furioso a él. Pude notar casi al instante como se encogía solo un poco de lo intimidante que seguramente me estaría viendo.

—Debes de ir a las entrevistas de conferencias. —me recordó cautelosamente.

Abrumado dejó salir un quejido. Odia hacer esto, en especial cuando estas eran muy temprano por la mañana, sin pasar por desapercibido la terrible resaca que estaba pasando.

—Diles que no iré.

—¿Que?

—¡¿No oíste?!

—Pero..

—¡Solo diles! —grite de nuevo y antes de que tuviera la oportunidad de decir una sola cosa más, me doy la vuelta y camino al livery de Ferrari en donde pasó por desapercibido a todas las personas que trabajan ahí y solo me encierro en mi habitación.

Podía sentir cómo hacía mi mejor intento por no enojarme aún más de lo que ya estaba. Como intentaba contener mis emociones y no recordar lo que más me dolía.

Tomo asiento en la pequeña cama de la habitación antes de no poder contenerme más y desmoronarme por completo. Reluciendo esas emociones que me había esforzado por esconder; enojo, tristeza, miedo, vergüenza y culpa.

Una a una y silenciosamente descendieron las lágrimas por mis mejillas cuando la galería de fotos en mi teléfono abro, y uno a uno los recuerdos me invadieron.

Fotografías y videos que solía ver a cada inicio de una carrera. Eran momentos que me hacían felices. Como los momentos habían sido captados a la perfección en el instante indicado. Y como estos significaban como tesoros preciados.

Veía su sonrisa radiante en la pantalla en la primera fotografía que había tomado de ella en nuestra primera cita, esa vez que había bajado del podium para besarla frente a todos. La ola de nostalgia llegó con solo recordar lo nervioso que ese día me encontraba por hacerlo. Y después estaba el video frente al piano en casa en el que bien captada como solían ser nuestras noches. Como yo solía sentarme frente al piano y tocar mientras que Maxine a mis espaldas fingía bailar al son de la música o solo abrazarme por la espalda mientras que susurraba en mi oído cuanto le encanta escucharme tocar el piano.

Fuera casi como si me esforzaba por revivir el momento al cerrar mis ojos, jurando aún escuchar su voz hablándome al oído y que sus manos rodeaban mi torso.

Un sollozo arrastra con mi garganta sin manera de poder contenerlo y que ese nudo que jamás desaparecía volviera a aparecer con tanto dolor.

Dios, si tan solo ella supiera cuanto la extrañaba.

Si supiera cuanto la necesitaba.

Cuan arrepentido estaba.

Cuan abrumado me encontraba.

Cuan necesitado de su apoyo estaba.

Si supiera cómo lo sentía.

Si supiera que yo también amaba a mi bebé.

Terminó por bajar a la cafetería solo horas más tarde. Haber llorado durante tanto tiempo solo había echo que mi resaca fuera aún más peor y que el dolor punzante en mi cabeza fuera difícil de lidiar.

A mi alrededor distingo unos cuantos trabajadores del equipo Ferrari, todos consumidos por su propio mundo entre charlas entre sí.

Me adelantó a la cafetería sin llamar mucho la atención y tomó un termo. Mi mirada dirigió por toda la cafetería en busca de un lugar vacío, deteniéndose en la reconocida silueta de mi madre en un rojo Ferrari y como su acompañante vestía un azul fuerte que relucía entre la multitud.

Siento como el aire de pronto me faltaba en los pulmones.

Mi mirada se congela en Maxine y mi madre quienes estaban sumidas en su propia conversación y mundo. Su familiaridad me resultaba un tanto extraño, alguna vez recuerdo que Maxine comentaba cuán cercana era a a mi madre y como la tomaba como una figura materna. Ahora que lo veía, jamás había creído que su relación fuera tan estrecha.

Antes de tomar conciencia misma, camino hacia ellas. Pero a pesar de conocer el riego, de la orden de alejamiento, solo podía pensar e hipnotizarme en su sonrisa y ojos azulados brillosos

Pero se veía tan hermosa como la primera vez que la había visto entrar por la puerta de la sede de Ferrari. No la conocía y tampoco sabía que era la hija de Binotto en ese momento, pero recuerdo haber pensando lo linda que me había parecido. Después buscarla por la cedé se había echo costumbre, y como también la siguiente vez que la vi tras la valla me había preocupado tanto por que saliera lastimada, tanto que fue como tome iniciativa de hablarle y no seguir mirándola como un completo acosador.

Pero ahora, ya siquiera me esforzaba por no parecerlo.

—Hola. —salude, llamando la atención de ambas.

Maxine no tuvo que girarse a verme a los ojos como para percatarse de mi. En cambio, su expresión corporal cambiando de una tranquila a una más rígida.

Gira a verme. Suplicaba. Quería verla de nuevo frente a frente. Que sus ojos azules se conectaran con los verdes míos una vez más y que toda esa emoción que recuerdo sentir volviera a encender.

Pero ella no lo hizo. Maxine no se giro a verme.

—Pascale, fue un gusto.

—El gusto fue mío, hija.

—Hasta pronto. —y con eso Maxine se despidió, parándose de la mesa y saliendo de la cafetería sin mirar más allá.

Esa pequeña esperanza que aún aguardaba en mi se apagó. Creí que ella se giraría, o saludaría, o al menos una mirada de desagrado como de las que ya estaba acostumbrado. Nada. En cambio se fue dándome la espalda como todo el mundo sabía hacerlo ahora.

Con la última imagen de ella marchándose, tomo asiento en la silla libre frente a mi madre.

—Comienzas a abrumarla, Charles.

—No se que hacer, mamá. —admito cabizbajo.

—Claro que sabes que debes de hacer, Charles. —un momento en silencio, continuo; —Debes de estar con Maxine.

—¿Como? Me odia, al igual que todos. —dije. —Además, ella está con Max.

—Ella no está con Max.

—¿Que? —pregunte, de pronto toda mi atención esta sobre mi madre. Y si anteriormente me había sentido agotado, ahora la intriga me ganaba.

—Maxine lo dijo. —siguió. —Comentó algo acerca de una carrera en Bélgica. Dijo que allí conoció a Max desde pequeños.

Mi entrecejo se arrugo inevitablemente de la confusión. Maxine jamás había comentado que ella y Max eran conocidos, tampoco jamás los había visto interactuar antes. Recordaba a la perfección como ella detalladamente describía siempre una de sus primeras carreras en karts y como había terminado volviéndose cercana a su rival. ¿Había sido Max de quien ella solía hablar?

—¿Pero ellos..?

—Dijo que no estaban juntos, que solo eran amigos. Más sin embargo recalcó que Max se trataba de alguien especial para ella, que después de todo el la había apoyado. —completo mi madre.

—La quiero, mamá.

—¿Y porque me lo dices a mi y no a ella?

Mi mejor esfuerzo hago por formar una sonrisa que pareció más una mueca triste.

Si tan solo mi mamá supiera cuanto dolía.

—Porque no me escucha.

—Entonces, debes de forzarla a que lo haga.

poor Charles 😢
Pero recordemos que cada historia tiene su proceso y línea de tiempo, y cómo estás dan giros. Así que, solo esperen, puede que Charles esté bien.

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