El Escorpión De Chejov
Uno de los fenómenos más extraños e interesantes del universo ocurre constantemente en la ciudad de Nueva York, un problema que una y otra vez ha desconcertado a todos, desde historiadores hasta sociólogos y estudiantes universitarios ebrios durante décadas. Y tiene que ver con una pizzería.
Tratar de entender a Ray's Pizza y su historia es una tarea gigantesca e infructuosa, sobre todo porque no importa tu opinion acerca de ella, para un neoyorquino, estás jodidamente equivocado.
Con más de cuarenta ubicaciones y nombres diferentes, que van desde el clásico Ray's Pizza, hasta Ray 'Famous Pizza, Ray's Original Pizza, Original-Flavored Ray's Pizza, Word-Famous Ray's Original Pizza y nuestro favorito, Not Ray's Pizza, con todos y cada uno de ellos afirmando ser los originales y los mejores, no es de extrañar por qué todos tienen una opinión diferente sobre cuál es el mejor.
Tah'Utha el Sabio una vez trató de desentrañar el misterio y descubrir de una vez por todas cuál Ray's Pizza era objetivamente el mejor. Después de probar todos y cada uno de ellos, llegó a la conclusión de que los neoyorquinos son quizás una de las personas con mayores desafíos mentales en el universo conocido por estar peleando por porciones de pizza de 99 centavos en lugar de invertir todo ese esfuerzo en resolver la pobreza o encontrar una cura. para el cáncer.
Inmediatamente fue apuñalado en el vientre por un fanático de los Mets y arrojado a Central Park para ser destrozado por patos enojados, creando un desastre diplomático galáctico. Afortunadamente para nosotros, se sabía que era un imbécil, por lo que no lo echamos de menos.
Aún así, el misterio persiste y, aunque todos tienen sus preferencias, Ray's sigue siendo uno de los lugares más populares por dos razones subyacentes.
Primero, es muy barato. Por tan solo ¢ 99 te llevas una rebanada con pepperoncino y orégano gratis, siendo el bocadillo perfecto para ricos y vagabundos por igual. En segundo lugar, y lo más importante, están abiertos las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Por lo tanto, si te metiste un pase de mafafa de la buena y quieres aplastar esos munchies, la solución más barata y sabrosa suele ser una rebanada barata de pizza de Nueva York.
Como tal, siempre puedes encontrar una pandilla de bichos raros, desadaptados sociales y otros seres del bajo mundo, como políticos y trabajadores de aseguradoras pululando en cualquier pizzería de Ray en todo momento. Son un refugio seguro para quienes intentan vivir al margen de la sociedad o, en este caso particular, un excelente lugar para esconderse de un cíclope homicida.
—¿Cómo puede comer en un momento como este? —preguntó una Sarah muy disgustada. No solo por la situación, sino también por el hombre muy obeso con un sombrero de papel de aluminio sentado detrás de ellos que olía a tristeza y pastel de limón y murmuraba algo sobre estelas químicas y ranas homosexuales.
—Tranquila —dijo Peter, tomando dos cocteleras de la mesa, la cual tenia dos pedazos de pizza—. Primero, pones el orégano, y luego el parmesano.
—Eso no es lo que quise decir —dijo Sarah, acercándose más a la mesa.
—Luego la pimienta —dijo Peter—. Quieres que se mezcle con el parmesano.
—Sr. Katz, yo-
—Creo que ni siquiera es queso —interrumpió Peter—. Sabe más a cartón rallado.
Sarah tuvo suficiente. Golpeó la mesa con las manos, haciendo que los condimentos saltaran una pulgada hacia la derecha. Una acción que, sin que ella lo supiera, acabaría provocando un terremoto en Chile.
—Un hombre acaba de morir, Sr. Katz —dijo—. Esto no es cosa de risa.
Peter le dio un mordisco a su pizza y, para su sorpresa, descubrió que el queso era en realidad cartón rallado. —Le dije al doc por teléfono que se estaba muriendo —dijo con la boca llena.— Pero el doc trató de negarlo.
—Lo mataron —agregó Sarah—. No se estaba muriendo.
—Semántica, shmantica. No importa ahora —dijo Peter, agregando más cartón rallado a su pizza. Le gustaba un poco de fibra en su dieta.
—¿Qué le voy a decir a su esposa? —dijo Sarah, colocando ambas manos en su frente para apoyarse.
—Que fue asesinado en el cumplimiento de su deber —dijo Peter—. ¿Vas a comer eso?
Luego tomó el plato de debajo de la nariz de Sarah, como el idiota que era.
—No es policía para morir en la línea de fuego —dijo Sarah.
—Era —corrigió Peter—. No era policía. Tiempo pasado. Y es mejor que decirle que fue ensartado por una bola de boliche de siete dedos.
—Bola de boliche, bola de boliche —comenzó a murmurar el hombre de papel aluminio detrás de ellos—, así es como te atrapan. No a mí. No pondré mi dedo en los redondos anos de Satanás.
Sarah se acercó aún más a la mesa. —¿Quién era ese tipo, de todos modos? Parece que lo conoces.
—¿Ese? —dijo mientras señalaba al hombre del papel de aluminio—. Ese es el Loco Lucas. Él cree que los rusos están tratando de controlar su mente usando papas fritas y trap suavecito. Es inofensivo.
—¡El hombre con un ojo, Sr. Katz! —gritó, haciendo que el Loco Lucas se orinara un poco.
Peter tomó un bocado de pizza y se limpió la boca grasienta con la manga. —Sabes, acabamos de escapar de la muerte juntos. Puedes llamarme Peter, Sarah. O papi, si lo prefieres.
—Y puede llamarme Srta. McGuffin —dijo Sarah.
—Entonces, ¿no hay señor McGuffin? —dijo Peter con su sonrisa más encantadora. Por supuesto, su boca estaba llena de grasa barata, por lo que era más una sonrisa de "Tengo que mantenerme alejado de las escuelas secundarias y las paradas de autobús de acuerdo con las leyes de Nueva York."
—El hombre de un ojo, Sr. Katz —dijo Sarah, cruzando los brazos—. Expliquese.
Peter se limpió los dedos con una servilleta, tirándola a un lado con disgusto. —Me sorprende que hayas accedido a venir hasta aquí para hacer esa pregunta. Muy conveniente para la trama.
—Hablando de eso, ¿estamos a salvo aquí? ¿No deberíamos ir a la policía?
—Mientras estemos en público, no intentará matarme —dijo—. No quiere llamar la atención sobre sí mismo. Solo los policías y los pandilleros pueden matar a plena luz del día. Además, ese tipo solo me persigue a mi, así que no tienes que preocuparte por ti.
—Estoy segura de que el Dr. George no tenía que preocuparse, con esa logica —comentó Sarah—. Eso no le impidió morir.
—Jesúcristo bendito consacrado, Sarah —dijo Peter con voz preocupada.
—Srta. McGuffin —corrigió.
—El hombre fue asesinado. Tenga algo de respeto. Esto no es un chiste.
Sarah era una mujer muy paciente, sobre todo porque trataba con pacientes todo el tiempo. Los pacientes, aprendió a lo largo de los años, no son muy pacientes. Pero había una línea muy fina entre ser paciente y ser un saco de boxeo, por lo general cuando las cosas se ponen difíciles. Y Sarah podía golpear muy bien a un saco de boxeo.
—¿Sabes cuáles fueron las últimas palabras del Dr. George? —ella preguntó.
—¿Supongo que algo entre un gorgoteo y un grito ahogado?
—¡Me pidió que fuera amable y paciente! —dijo mientras se ponía de pie a toda prisa, haciendo que el corazón del Loco Lucas se detuviera. Tenía una arritmia paralizante—.Me dijo que nadie es realmente malo y que solo necesitamos paciencia para sacar lo mejor de las personas.
—¿Incluso Hitler? —preguntó Peter, recostándose en su silla—. ¿O Mussolini? ¿Y Stalin? ¿Tienen algo bueno en ellos?
Sarah respiró hondo, que sirvió como una oración silenciosa para Kali, la diosa hindú de la compasión. Lamentablemente, Kali también era la diosa hindú de la muerte, que es algo que a menudo sigue a las personas compasivas. Vea Cristo, Jesús para más información.
—Adiós, Sr. Katz —dijo Sarah, tomando su bolso. Después recordó que no había traido bolso, y se preguntó momentáneamente de quien es ese bolso que tenia en la mano. No había otras mujeres en el restaurante.
—Le hago el saludo, Sr. Abogaducho —dijo una voz tonta, vagamente de Europa del Este desde la puerta de la pizzería. Era un poli. Un policía calvo, de siete dedos, con un uniforme ensangrentado y un ojo salton pegado a donde debería estar su ojo derecho.
—¡Son los pacos! —gritó el Loco Lucas, arrojando una lata de pimienta al suelo para que sirviera como una bomba de humo. Fayo horriblemente, ya que no solo la pimienta se quedó en el suelo sin ceremonias, sino que también lo hizo resbalar y caer de cabeza en un cubo de basura, perdiendo su sombrero de papel de aluminio en el proceso.
—¿Estás haciendo bien? —preguntó el policía.
Loco Lucas se puso de pie casi de inmediato, con los ojos muy abiertos y totalmente erguido. —Sí —dijo en un tono monótono—. Estoy bien. Solo me deslice en pimienta negra. No hay problema. Ahora moveré mis gordas piernas capitalistas e iré al lugar donde está el líder de la nación para estrecharle la mano. Por madre rusia. Redrum, redrum, redrum.
Procedió a caminar robóticamente y no sospechósamente en absoluto de ninguna manera.
—Eso me hizo el extraño —dijo el policía—. Tener un día muy extraño. De todos modos, nadie más se va con el hombre robot. ¡La policía oficial tiene cosa oficial de policia de hacer!
Por supuesto, todos procedieron a salir corriendo de allí, excepto Peter, que olió que se avecinaba una buena demanda si el hombre intentaba siquiera ponerle un dedo encima.
—¿Qué puedo hacer por usted, oficial? —dijo Peter con su mejor sonrisa engreída.
—El nombre es Oficial... —dijo el policía, mirando la placa de identificación de su propio uniforme—, Davidson Meidin Chaina.
—Puedo ver eso, oficial —dijo Peter—. ¿Quién más usaría ese uniforme, sino usted? ¿Qué puedo hacer por usted esta noche?
—Buscando abogado y secretaria gitana —dijo el policía.
—¡Ejem! —Sarah dijo cómicamente mientras se aclaraba la garganta, haciendo que ambos hombres se sobresaltaran. Nadie sabía que ella seguia allí. Bueno, nosotros lo sabíamos, pero habría estropeado el chiste si te lo hubiéramos contado. La lección aquí es nunca confiar en el narrador.
—La secretaria gitana callada como un fideo peligroso —dijo el policía mientras apretaba el pecho—. Silencioso y mortal. ¡Muy resbaladizo! Sería una buena billetera.
—¿Qué quiere con nosotros, oficial? —dijo Sarah—. Y yo soy un asistente administrativo, eso sí.
—Recibídos un informe de abogado y gitana huyendo de escena de la muerte en el hospita l —dijo el policía, poniendo las manos en la cintura con torpeza a pesar de que el cinturón y la pistola se interponian en el camino—. El oficial Davidson Meidin Chaina sólo necesita que vaya con oficial para hacer interrogatorios.
Peter se levantó de su asiento y se arregló la corbata. Los viejos hábitos tardan en morir. Los viejos hobbits, sin embargo, son muy fáciles de matar. —Esto es acoso. No hemos hecho nada malo. ¿Está planeando arrestar a todos los que han dejado el hospital desde el incidente en cuestión?
—Sólo abogado y gitana —dijo el policía.
—Entonces te veré en el tribunal —dijo Peter.
—Sr. Katz —dijo Sarah, acercándose más a Peter—. ¿No le parece extraño que este 'oficial' solo tenga siete dedos, sin cabello, lleno de cicatrices y un uniforme empapado de sangre?
—Es un veterano, lo sé —susurró—. Será difícil engatuzarlo. Pero puedo hacerlo. Una vez convencí a un policía que no estaba manejando borracho, sino que todas las calles las cambiaron de lugar y mi cuerpo ya estaba acostumbrado a como estaban antes.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer una vez dijo que cada persona está impulsada por una voluntad de vivir, un apego cegador y autodestructivo a los placeres de la vida cotidiana, como el amor, la procreación y los hijos. La única forma de existir en paz es rechazar la existencia y la voluntad de vivir, cortar el apego humano tanto como sea posible y darse cuenta de que nacer es quizás el peor error que alguien puede cometer en la vida, simplemente porque somos arrojados a la mala voluntad del universo.
Schopenhauer murió solo en su diván, algo que creemos que no debe decirse, ya que se podría haber deducido fácilmente.
Si estuviera vivo hoy, habría deducido que la estupidez ciega de Peter hacia el peligro y la vida es simplemente un rechazo de su voluntad de vivir, abrazando el fin como un medio para escapar de las garras del sufrimiento.
O, y tal vez sea más apropiado, habría dicho que Peter era un idiota.
Sarah, sin embargo, era bastante aguda, ya que su voluntad de vivir estaba tan muerta como el Dr. George. Agarró una rebanada de pizza de la mesa y la golpeó contra la etiqueta con el nombre del policía.
Con la etiqueta con el nombre oscurecida por salsa y demasiado queso parmesano, Peter finalmente logró ver quién era.
—¡Massimo! —dijo Peter.
—¡Soy yo, Massimo! —dijo Massimo, sacando su arma hacia él—. Es hora de dar muerte. ¡Y luego Massimo mata a gitana!
—¿Por qué yo? —dijo Sarah, apretando su puño en el listo.
Massimo apuntó con su arma a Sarah, amartillando el cebador. —La asistente gitana usa poderes gitanos para descubrir disfraz de Massimo. Massimo no puedo permitir que digas cómo se ve Massimo a autoridades. Muy caro para Massimo.
—Echale un parado ahi. No te estoy pagando para que mates a gente inocente —dijo Peter, levantando las manos y moviéndose lentamente entre Sarah y Massimo—. Solo me quieres a mí, ¿recuerdas?
—Espera, ¿le pagaste? —preguntó Sarah.
—Larga historia —dijo Peter—. Mira, ¿no puedes simplemente dejarla ir?
—No, no va a hacer. Es hora de dar muerte. Massimo daria gracias si ponerte frente a gitana— dijo Massimo—. Hará esto fácil. Mata dos pájaros de un tiro.
Y con eso, apretó el gatillo.
Falló por más de un metro.
—Es por eso que Massimo no usa armas —dijo—. Solo un ojo es que tener. No hay percepción de la profundidad. También por qué Massimo no conduce un automóvil. Sin embargo, el autobús está bien. Un seguro muy caro. El cuchillo es lo mejor, pero cuchillo de Massimo perdido.
—Quieres decir —dijo Sarah, sacando el cuchillo que se encontró en el piso del hospital—. ¿Este cuchillo?
Massimo quería expresar su agradecimiento hacia Sarah por ayudarlo a encontrar su cuchillo. Era un cuchillo muy especial, que le había dado la única mujer que había amado. Un hermoso estilete italiano, fabricado en acero de Damasco, y con las iniciales de la joven duquesa inglesa con la que tuvo un breve romance. Se dice que apuñaló a dicha duquesa con ese cuchillo, solo para probar cómo se sentía.
Su gratitud duró poco, principalmente porque en lugar de entregarle la hoja, Sarah acortó la distancia entre ellos y le clavó el cuchillo en el brazo. Antes de que pudiera gritar, Sarah le dio un puñetazo en la nuez de Adán.
—¡Eres una serpiente! —comentó Peter—. ¿Dónde aprendiste esos movimientos?
—Clase de bailoterapia defensiva en el centro comunitario —dijo—. Vamonos.
El famoso dramaturgo ruso Anton Chéjov era un hombre que sabía un par de cosas sobre morir con estilo.
Murió pacíficamente mientras dormía después de que un ataque de tuberculosis destrozara su cuerpo, no sin antes disfrutar de una copa de champán y gritar "¡Me estoy muriendo!" tan fuerte como pudo. Lo dijo en alemán, aunque casi no sabía nada de alemán. Luego, su cuerpo fue transportado a Moscú en un vagón de tren refrigerado hecho para transportar ostras.
Su procesión fúnebre se mezcló con la procesión de un general ese mismo día, por lo que fue escoltado por accidente a su lugar de descanso final por una banda militar. En verdad, sabía morir con estilo.
También sabia escribir, hecho evidente por sus numerosos clásicos, cuentos y obras de teatro. Una de las mayores contribuciones al arte literario fue el principio del "Arma de Chéjov," que dice, y citamos: "Si en el primer acto ha colgado una pistola en la pared, entonces en el siguiente debería dispararse. De lo contrario, no lo ponga allí."
Básicamente, significa que cada elemento debe tener un propósito y todo elemento innecesario debe descartarse. Si decimos que Peter le robó un lápiz al Dr. George en el capítulo uno, entonces debemos mencionarlo nuevamente en otros capítulos como un elemento importante, o incluso mencionarlo como un ejemplo de algo más grande.
Peter no sabía nada del Arma de Chekoj, ni de lo que representaba en su vida. Francamente, no le importaba, para ser honesto. Si le hubiera importado siquiera leer la sinopsis de este libro, sabría que tendría que correr por su vida muy pronto, y uno no huye por su vida en la comodidad de su propia casa.
Si le hubiera importado un poco más, habría sabido que había un escorpión increíblemente mortal corriendo por su apartamento. ¡Y qué escorpión era! Enorme, peludo y agresivamente multicolor.
Si a Peter le hubiera importado saber lo que el Arma de Chéjov tenía reservado para él, no habría ido a su apartamento. Pero era, como diría Schopenhauer, un idiota.
—Entonces, un asesino contratado por ti, para matarte antes de que lo haga el cáncer, y su contrato vence en un mes —dijo Sarah mientras Peter luchaba con sus llaves.
—Básicamente —dijo Peter, ahorcando a sus llaves hasta que srivierann. Se las arregló para abrir su apartamento donde, efectivamente, el desastre que hizo el Sr. Basura el día anterior todavía estaba activo.
—¿Todavía quieres morir? —preguntó Sarah, tratando de encontrar un asiento que no estuviera lleno de basura.
Peter tomó un vaso y lo llenó de agua. No tenía mucha sed; solo quería tener algo en la mano. —No lo sé, ¿tal vez? Solo quería morir rápido para no tener que sufrir. Pero...
—Pero ahora tienes la posibilidad de sobrevivir. Por muy pequeña que parezca.
—Exactamente —dijo Peter.
Sarah se puso de pie, colocándose a su lado, hablando casi en un susurro. —Mira, no voy a fingir saber por lo que está pasando. Pero un hombre murió hoy por tu culpa.
—Estoy bastante seguro de que ese policía también estaba muerto —dijo Peter—. Pero lo entiendo. ¿Esa oportunidad para el tratamiento experimental sigue en pie?
—Lo está —dijo Sarah—. Te ayudaré. No quiero hacerlo. No te lo mereces. Pero el Dr. George querría que lo hiciera.
—Gracias, supongo —dijo Peter—, Pero eso no soluciona mi problema con Massimo. No puedo despedirlo. Solo puedo correr.
—Tenemos que correr entonces —dijo Sarah saltando directamente al centro de la habitación—. Él también quiere matarme. Gracias por eso, por cierto.
—¡No fui yo a quien jugo al karate kid con sul garganta! Pero sí. Supongo que tienes razón. Nos vamos hasta que todo esto se enfríe.
—La temperatura no es el problema aquí —dijo Sarah—, pero estoy de acuerdo. Déjame correr a mi apartamento, tomar algunas cosas y encontrarme contigo aquí.
—Suena como un plan —dijo Peter—. Vaya allí, nos reuniremos aquí y nos ocuparemos del resto más tarde.
Ambos tomaron caminos separados, con Peter agarrando varias cosas de la casa y arrojándolas al azar dentro de una bolsa de lona. Ignoró por completo los lamentos del Sr. Basura, que se tradujeron aproximadamente como: "Una enorme bestia acaba de meterse en su bolsa, amo, y huele peligroso. Sólo el poder limpiador del fuego destruirá a esa horrible bestia."
Pero cayó en oídos sordos.
Finalmente, tenía una bolsa de lona llena de artículos esenciales, principalmente ropa interior y ron del bueno, y estaba listo para irse. Solo tenía que esperar a Sarah. Y espera, lo hizo.
Y esperó.
Y esperó un poco más.
Finalmente, esperó.
No fue hasta casi la medianoche cuando escuchó un golpe en la puerta.
—¡Contraseña! —gritó, poniendo su oído en la puerta.
—Nunca configuramos una contraseña —dijo la voz—. ¡Déjeme entrar, Sr. Katz!
—¿Cómo sé que eres quien dices ser?
—¡No he dicho quién soy! —dijo la voz.
—Cierto. ¿Quién eres tú?
—Sarah. Sarah McGuffin —dijo la voz.
—Oh, ¿por qué no lo dijiste? —dijo Peter—. ¡Vamos!
Sarah entró rápidamente en la habitación, arrastrando una maleta detrás de ella. —Tenemos un problema.
—Sí, no establecimos una contraseña —comentó—. Propongo 'Bananas en Pijamas'.
Sarah no tuvo tiempo de intentar decidir sobre las maquinaciones internas de la mente de Peter. En cambio, ella empujó su teléfono en sus manos.
En él, había un video.
Un video de un tuerto.
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