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89.

—89—




—¡Mamá: encontré a Nemo!

—¡No soy un pececito!

—¿Ah no?

—¡Qué no, Oné, déjame entrar! —se quejó Nina cuando su hermana no le permitió el ingreso a la vivienda familiar porque, como si de la esfinge mitológica se tratase, la mayor exigía un tributo para ceder el paso.

—Si quieres entrar; contesta. Espécimen que dice no ser un pez que se portó mal, ¿qué eres?

—¡Una que adolece! —y por primera vez en su vida; bastante orgullosa de sus dieciséis, Nina afirmó: —¡Y una muy rebelde!

—Oh. Ya veo —ironizó. Tras acomodarse la carcajada que a duras penas lograba contener, cruzada de brazos y agudizando la mirada, la treintañera que podía dar cátedra sobre las causas, efectos y derivados de la rebeldía; escudriñó el rostro de la menor. —Y por tanto, como muestra de tozudez te escapas para ir a... ¿estudiar?

—Sí —respondió con firmeza y al ver que Oneida no daba crédito a lo que ella consideraba sublevación, Nina aprovechó para anotarse una victoria en aquel tablón imaginario que ambas se disputaban desde que pudieron entablar plática: —También me rebelé ante el mundo y sus reglas cuando, en el lugar menos indicado, le dije al hombre que me gusta que le llevo ganas. Jaque.

—¿Vos? —la señaló Oneida desconfiando. —Vos... le dijiste a Darío que... ¿eso?

—Ajá —confirmó sin su característico e intachable orden; demostrando un puñado de sentires, emociones y pensamientos en plena metamorfosis.

Algo tan natural y sublime a lo que las adultas de la familia, a pesar de prevenirlo desde hacia tanto, ahora no sabían cómo reaccionar.

—¿Que hiciste qué? —cuestionó de repente la madre de ambas.

—Nada. —aseguró la pecosa tapándose la boca como jugando a esconder los números de las matemáticas.

—¿Cómo que "nada"? —dijo la señora con el cerebro sintonizado en la comprensión y a la vez en su papel de madre. Con su irrupción, no pretendía cohibir a Nina; buscaba convencerse de que aquello procesado por su oído no era un rezago de la radio novela que recién había escuchado porque, a pesar de que también llevaba rato esperando tales muestras de locura por la edad: le resultó casi imposible creerla ahí, sin avisos ni preámbulos rompiendo esos modos tan maduros con los que regía sus actos. Por eso y tratando de no ceder ante la sorpresa, Doña Maho se mordió los labios antes de pronunciar: —¡"Nada" fue lo que dijo el pez y terminó por ahogarse!

—Ni pez ni ahogada, solo niña que se hace mujer. —enunció sin titubeos y con una mano puesta donde se guardaba el corazón, con la otra daba fe a su juramento.

—Creo... creo que su hija al fin se atrevió a sentir sin pensar. Eso es lo que pasa, mamá. —concluyó Oneida al comprobar que su hermanita no bromeaba.

—¡Sí lo sabré yo! ¡Ay, sí sabré yo sobre eso y ten por seguro que tenemos mucho por digerir pero antes: directo a la ducha!

—¡Pero quiero ir a saludar a papá!

—¡Y vuelve la mula al trigo! —protestó Oneida masajeándose la sien pues Nina seguía alienándolas de su vida inmediata.

—No entiendo el drama. Ya saben que no puedo poner un pie dentro o fuera de ésta casa sin contárselo a papi. Es lo menos que puedo hacer después de haber...

—¡Dije al baño! —la cortó contundente la señora y esa su severidad que podría parecer repentina; no caía en la incongruencia.

Nina atropellaba el alba de sus sentimientos con el apego insano a su condena auto infringida. A modo de costumbre, ella continuaba anteponiendo a César por sobre todo y todos y, aunque sus motivos proviniesen del amor, no se le debía permitir ni tolerar más esa actitud que únicamente servía para usar como claustro la trinchera dolorosa del ayer.

—¡Mamá!

—No fue una pregunta, Nina. Obedece. —recalcó Oné la orden.

—¿Cómo les explico que no me urge un baño?

—Que si no te sacas el aguacero de encima te vas a enfermar.

—¿Así o más claro?

—¡Que no estoy mojada!

—No diría lo mismo de tu entrepierna, mujercita.

—¡ONEIDA! —chilló Nina y ante semejante insinuación, no le quedó más que aceptar su derrota y obedecer limitándose a muecas de frustración contra su acusadora que, hinchando el pecho canturreaba:

Jaque mate.




Con la cabeza obligada y la piel desnuda, cuando las primeras gotitas de agua tibia le empaparon las pecas de la espalda, Nina relajó los hombros y tras dar un único suspiro, repasó cada una de las singularidades que durante ese lunes había experimentado y, como era de esperar, inició su recuento pensando en Darío Elba.

—Fue como subirse en una montaña rusa sin siquiera haber visto dónde empezaba el circuito —reflexionó al recordar qué tan ligado estaban Darío y el Colegio porque no había forma de separar a uno de lo otro. No al menos hasta que el Calendario escolar acabase.

Y tal suceso inevitable a Nina le provocaba ansiedad.

Cuando hacía hincapié en que para demostrar de forma pública su querer hacia Darío necesitaba ya no formar parte del alumnado; sobre saturada de congoja resentía más y más la escases de sus días como bachiller.

Pasado lo del Festival, pronto dejaría de convivir a diario con Moira, Bloise, Adler, Andrew, Lindo y compañía porque todos ellos cambiarían las paredes del Colegio por las Aulas Magnas de sus respectivas Universidades. Recapacitar en ese gran paso a Nina le revolvía las entrañas; el estar tan cerca de iniciar sus estudios superiores sí aminoraba el mal trago mas no le quitaba su amargo. No era ilusa y estaba consiente de que lograr su objetivo, el de ser Neurocirujana, le tomaría años de años.

«Prometo no darme por vencida» le decía en realidad a la nada aunque en su cabeza la figura de su papá completamente sano, no se desvanecía hasta que el presente llegaba para devorarla. De hacer memoria que ese maldito estado comatoso le impediría bailar con César el día de su graduación: cerraba los puños hasta enterrarse las uñas contra la carne.

Nina nunca supo sí el maltratarse de esa forma alguna vez le dolió, pero de un tiempo acá se percató de que cada que lo hacía, además de lastimarse a sí misma sentía otra piel.

Porque de algún modo Darío Elba siempre estaba a su lado aunque no lo pudiera ver.

—Esto es una vorágine. —añadió poniéndose la mano derecha sobre el abdomen porque de pensarlo a él todo el cuerpo le cosquilleaba.

Vorágine la de Eustacio Rivera. Lo tuyo se llama despertar, darse cuenta del estar vivo y vivir —interrumpió Oneida —Y con permiso. Ahí vas a disculpar. Espero no haberte cortado más que palabras complicadas.

—No, no me cortaste nada porque no estaba haciendo lo que imaginas pero sí; pasaste como cuchillo sobre mis murmullos ¿No podías usar el otro cuarto de baño?

—Allá arriba no está la viejita que ocupa el sahumerio milenario —se excusó refiriéndose a la olla de barro cocido con patas en la que se quemaban las hojas medicinales que formaban parte de los remedios orientales que Emiko Hirose recomendó para que la pelirroja se recuperase. —Te quiero Nina, pero con esto apestas a reunión de ancianos. No sé cómo tu amor no pone queja con tanto menjunje de olores y hablando de mi virtuoso cuñadito: ¿dónde está la luz de tu vida? El fuego de tus entrañas. Tu pecado, tu alma. Da-rí-o. La punta de tu lengua...

—Deja de parafrasear a Nabokov, Oné. —pidió Nina al ver que su hermana combinaba párrafos de la obra maestra de éste escritor con el nombre de su amado.

—Vale pues, me calmo pero dime por qué no vino con vos a casa.

—Tenía más compromisos que cumplir fuera de su horario de trabajo y, ya que mencionamos la palabra "trabajo" ¿por qué vos no estás en el tuyo?

—Porque hoy laboré salvando el mundo.

—¿Te pusiste calzones de Batichica o Mujer Maravilla?

—Hoy se me ocurrió andar comunes y corrientes —contestó Oneida y después de sentarse encima del cesto de ropa sucia, confesó —Quizás si me hubiese puesto mis siempre confiables calzones de heroína, no habría vacilado en exponerle a Doña Pastora que el querer y el amor no dependen del género con el que se nace.

Nina, al escuchar el nombre de la abuela de Reuben Costa, cerró la ducha y por una de las esquinas de la puerta corredizas, asomó la cara para prestar atención a la historia que desesperaban por contarle.




Esa mañana, cuando Oneida despachó de la panadería al de colochos casi chamuscados, sus intenciones estaban más traslúcidas que un acetato: distraerlo para poder presentarse ante la abuela de él y ver de qué manera le abría paso con ese delicado tema del querer entre los del mismo sexo.

Determinada, ni bien se desvaneció la figura de Reuben en el horizonte, Oneida puso pies en polvorosa aunque las manos le temblaban demasiado lo cual no cambió durante el camino y tampoco disminuyó cuando estuvo frente a frente con Doña Pastora Echegaray.

—¿Qué te sucede? —le preguntó la abuela con preocupación porque la conducta de la hija de en medio de los Cassiani, quien poseía un carácter férreo e inquebrantable, no solía apreciarse desbaratada tal cual ahí lo estaba.

—¿Eh? No, no me pasa nada. Buenos días, disculpe que la moleste. Es solo... quería... ¿será que puedo pasar?

—Sí, sí, claro, pasa, pasa.

Teniendo su argumento atrapado entre los dientes y estando con la matriarca de los Costa, Oneida sintió como si los retablos de santos y vírgenes que colgaban por toda la casa, imaginería católica que apreció durante su primaria y secundaria, le hablasen.

«¿Vas a seguir diciéndome "así no" pero sin decirme el cómo? ¡No se vale, Jerónimo!» se quejó Oneida en su mente pues según ésta, el fundador de la Orden de los Somascos, la prevenía de que estaba por pisar sobre vidrio frágil y quizás también, temperamental y bien pudo pasarse el día tratando de expiarse ante la imagen de San Jerónimo Emiliani de no ser porque, cuando el tiempo de contemplación ya parecía demasiado extraño, la dueña del cuadro le dispersó el pensamiento.

—¿Todo bien en la panadería? —dijo Pastora haciendo el máximo esfuerzo por controlarse. —¿Le pasó algo a mí Reuben? —consultó ésta vez buscando los ventanales para ver si podía distinguir la estructura del negocio a larga distancia.

—Se nos creció el Colochito. —comentó Oneida sin planearlo y cuando su mirada se encontró con la vista cansada de la abuela, anheló que todo lo que necesitaba decir fluyese igual que un río manso. Camuflando que estaba tentada a desmayarse, Oné sacó charla —De un tiempo acá se le ve más ameno, suelto y alegre ¿no le parece?

—¡Me lo dices a mí que me puedo todos los ensortijes de su melenita! ¡Ni atacada de cataratas dejaría de ver que cada día él está mejor que ayer! —expresó la señora ya calmada y alegre. Ella se la pasaba admirando cómo su nieto se le había puesto grandote y hasta bromeaba diciendo que lo que le quedaba de vida se le iría en suspiros por ese ya no famélico que nació abandonado; ahora hombre maravilloso y excepcional —No te imaginas lo orgullosa que estoy de mi niño. No me cabe en el pecho lo feliz que él me hace.

«¿Y será igual de feliz cuando sepa que el motivo del cambio en él es por alguien que se le parece hasta en el cuerpo?» quiso preguntarle, mas volviendo la mirada, ésta vez al cuadro de Santa Lucía, todo quedó en su cabeza.

Atenta a la enumeración de Doña Pastora de las virtudes de Reuben, Oneida hizo de cazadora fortuita: tan cerca de su objetivo y a la vez tan lejos por temor a no conseguir lo pretendido.
Hablar del panadero era propicio para atacar el tema que la había llevado hasta esa mesa de manteles bordados a mano empero; apagarle la ilusión a la señora le detenía y siguió deteniéndola por lo que fue casi media hora hasta que, a causa de un nombre, se le disparó la alarma auditiva.

—... y yo la verdad es que todavía no sé quién es el bendito Leandro...

—¿Leandro? ¿Reuben le ha hablado de Leandro?

—¡Uy si para qué te cuento! No deja de hablarme de él con más devoción que de Sandrito y de esto último: shhh, que quede entre nos. No me le vayas a decir a tu hermano que es tan sensible que a la de menos entiende mal y recae en la bebida. Yo le debo mucho a él y aunque nunca podré pagarle con plata; le doy lo que queda de corazón.

—No, no, tranquila Doña Pastora. Entiendo perfectamente y dígame una cosa: ¿por qué cree usted que Reuben se ha encariñado harto de Leandro?

—Pienso que es porque mi nietito nunca pudo tener amigos de su edad ni en el barrio y menos cuando estudiaba ¡Malditos monos desgraciados que en vez de darle una oportunidad me lo jodían hasta desesperarlo!

—Esos tiempos de alma apretada ya pasaron, no le de más cabida, Doña Pastora.

—Tienes razón Oné. Lo pasado ya pasó.

—Esa es la actitud.

—A todo esto: ¿vos conoces o sabes algo de éste muchacho? Es que como ni en foto lo he visto: pensé que Reuben otra vez andaba en cosas de bichirejos imaginarios.

—Oh Doña Pastora, le aseguro que Leandro es tan real como usted y yo lo somos.

—¿Pero y qué tendrá éste que Reuben no me lo quiere presentar? Y me quejo porque ya van varias veces que me deja plantada. Me dice: "mañana se lo traigo" y mañana ya fue y yo sigo aquí esperando. Un día me animé a ir a la panadería porque es de mi conocimiento que Leandro le ayuda a Reuben con el oficio. Me vestí así toda presentable y ya cuando iba a pasito de tortuga atómica ¡se me cayó la presión de un bajonazo! Ni modo, me tocó volver a echarme en el sofá a ver si por la noche lo conocía y nada.

—Es que Leandro pasa bastante atareado con cosas del negocio de su familia y su arte.

—¿Es verdad que él es pintor?

—Un verdadero artista más allá de la palabra, Leandro es un maestro del dibujo y el pincel.

—Gente así como él que se entrega por pasión al arte ya no queda. Ojalá pueda yo conocerlo antes de que me muera.

—¡No me hable de morir que usted tiene prohibido irse de éste mundo de aquí a cien años!

—¿Y quién va a querer a un vejestorio de ciento setenta y pico años, Oné? —alegó la señora riéndose a carcajada limpia. Ella veía con buenos ojos a la muerte porque tenía fe ciega de que, llegado el momento en que tuviese que partir: su nieto ya no prescindiría de ella para vivir.

—Todos la vamos a querer así sea que se ponga como ciruela pasa.

—¡Cuidado se cumple y luego no cumples! —amenazó siempre risueña —Volviendo a lo del muchacho artista: ¿no sabes si se le da el pintar personas?

—¿Dice usted retratos?

—Ajá. Eso mero. Es que hay una foto de Alfie chineando a Reuben cuando estaba recién nacido y yo siempre he querido que me la pinten y algo me dice que éste joven podrá hacerle justicia al amor que ahí se refleja. Sé que el arte no tiene ni tendrá precio jamás y no quiero parecer aprovechada ni deshonrarle pidiendo descuentos pero: ¿crees que cobre mucho? En todo caso, con unos ahorritos que tengo por ahí guardados quizás me alcance y si no, pues ya veré que invento para pagarle. Quiero darle ese cuadro a mi Reuben como regalo pa'cuando se gradué ¿Viste que ya le queda poquito? ¿Viste que cada vez está más cerca de tener el título? ¿Viste Oné, viste?

Y así, el tiempo a Oneida se le volvió agradable y eterno. No le incomodaba escuchar a Pastora porque de cierto modo, la septuagenaria suplía ese papel que ninguno de sus abuelos pudo darle. Los Cassiani Almeida tenían gusto por labrar lápidas con sus nombres apenas y rozando los primeros años de la tercera edad y por eso, sólo Sandro logró conocer a los padres de sus progenitores. Para Oné y Nina no hubo más que fotos antiguas y anécdotas que se volvieron leyenda pero a falta de dichas figuras consanguíneas; tenían a Pastora desde para dar consejos hasta una que otra reprimenda sincera.

—Oné, mami de Egon, no es que no me guste tu visita pero ¿no te van a fregar en el trabajo?

—Pierda cuidado. Tengo todo cubierto. Hoy me di el día libre por puro gusto y sin causa aparente.

—Ah pero alguna razón tienes para estar aquí, no creas que no presiento. Podrá disminuirme la fuerza, pero no la intuición. Suelta la sopa y cuéntame para qué soy buena. Hnm, a ver, déjame ver... ¿Será que quieres volver a la iglesia? Hace un rato te caché viendo mis cuadritos, ovejita pródiga.

—No practicaré el catolicismo ni ninguna otra religión hasta que en ellas no se haga valer al ser humano en total autonomía —respondió Oné muy sincera.

—Te entiendo y te respeto —le apoyó la señora que ni naciendo católica recayó en lo pandereta. Sabía muy bien que su religión había cometido crímenes y pecados horripilantes desde sus cimientos; por eso profesaba un credo modificado que no concordaba con las de su edad.

Algo que sus contemporáneas aludían como escudo destinado hacia su hija descarriada.

—¿Sigue sin tener noticia de ella?

—Todo sigue igual que hace veintitrés años cuando, con un chorrito de sangre corriéndole por las piernas, se bajó de la camilla para dejarnos a todos atrás —confesó refiriéndose a Oriana, su hija y la madre biológica de Reuben —Hace uhhh que la perdoné y pese al tiempo, nunca la olvido en mis plegarias. A Dios y a los santos pido, sin encono, que esté bien donde sea que esté.

—Si hubo algo que nos enseñaron en casa fue a no ser rencorosos. Mamá y papá nos explicaron que nada se hace viviendo en el odio pero créame que con Oriana no sé cómo hacer el intento de quererla y menos tengo idea de cómo perdonarle lo ingrata que fue con Reuben.

—Es que imagina y mírala a ella completa. Oriana rechazó a mi niño desde fetito, no lo quería para nada y de quedarse habría terminado maltratándolo y así la historia sería otra. Reuben: en el sistema de Orfanatos Nacionales. Su mamá y yo, en la cárcel: Oriana por negligencia y tu servidora por darle a ella una tunda al tratarle de escribir amor a palos y es bien sabido que por la fuerza ni la comida es buena. —aseguró sin dudas Doña Pastora. Su pensamiento, evolucionado, no consentía ni apoyaba muchas cosas sobre lo que debían y no debían hacer las que nacieron mujeres. En contra de los matrimonios por pompa y burocracia; lo que más sopesaba en su conciencia era el derecho a la no pérdida del individuo pues, no por la posibilidad a ser madre todas las mujeres deberían serlo. —Uno no puede obligar a nadie a querer a otros y a pesar de que hay quienes en el proceso desarrollan el sentimiento; nadie garantiza que en ambas personas no quedarán raspones de por vida.

—Pues sí, tiene razón. Hace bien el que no estorba.

—Sí, así es y sé que yo no reemplazo ese vínculo que él tiene y que tendrá con ella hasta que el aire se nos acabe, pero Dios y la Virgencita son testigos. Mi Colochito tuvo carencias de todo tipo pero no le faltó amor de parte mía y ni de Alfie que en paz descanse. Lo amamos desde el instante en que supimos que existía en la panza de Oriana y lo amaré así sea que me coman los gusanos y no hablo ni presumo de cuánto lo quiero pa'echarme laureles y perfumarme. Aunque hice cuánto pude para que Reuben llegase a la mitad de donde está ahora, él sufrió crueldad a manos de los otros que cargaban su misma sangre. Encima de lo que vivía aquí en la casa; sobrevivió a la escuela cuando también se le volvió un calvario. Aguantó hambre cuando la tiendita se me vino abajo y pues, él lloró conmigo cada una de mis enfermedades. A la larga, eso más la guía y ejemplo que adquirió al conocer a tu hermano y familia: me lo hizo fuerte y grande. No, no es bonito crecer sin mamá y no lo es ni lo será jamás pero creo que no hay mal que por bien no venga y si tenemos un charquito de temple como la que él tiene, los tiempos mejorarán.

—Espero que Omán y yo, criando a Egon, podamos lograr un poco del impacto que tuvo en Reuben. A usted se debe que él sea haya convertido en un hombre respetuoso y de provecho para la sociedad.

—Ya tienes la parte fundamental: lo aman y el niño lo sabe. Mejor mamá y papá de mente abierta no pudo tener ese chiquito. Oneida, disculpa la majadería pero, tocando el tema de la familia: ¿está todo bien en tu casa? ¿Tu papi sigue dormido? ¿Nina está sana? Te pregunto porque ya no descifro el motivo de tu visita que como te digo; lejos de molestarme me alegra el día pero no me olvido de la pena con la que llegaste.

—Omán está en el puerto trabajando. Regresa hasta el sábado, Egon hace de chico grande y me cuida a mí y a la casa. Papá sigue igual que hace dos años y la pelirroja hoy se animó a ir al Colegio lo que quiere decir que ya se recuperó de los pulmones y si vine, es porque quería ver cómo estaba y para que le miento: estoy aquí también por parte de Sandro. Le preocupa que como no ha podido venir a chequearla, usted tenga una recaída.

—¡Tan bello que es mijo que no se olvida de ésta viejita que ni una raya suya carga! Dile a Sandrito que tenga paz porque estoy bien. Idalia pasa pendiente de mí y a veces hasta se le pasa la mano ¡Ah, de eso si me quejo! La acuso de que el otro día no me dejó comer camarones empanizados con un su cuento de que se me iba a subir el colesterol.

—No es cuento, Doña Pastora. Tenemos que apegarnos al plan nutrimental para que usted esté en óptimas condiciones. —se defendió Idalia que más allá del deber, apreciaba a Pastora como si de su familia consanguínea se tratase. —¿No se le antoja un vasito de cebada, Oneida?

—¡Qué mal educada que soy! ¡Ni agua te ofrecí! Eso si ya es leda [1], espérame un ratito y te empaco unos tamalitos de elote para que te los comas con tu hijo y una conserva para que le des con café a tu maridito cuando regrese. Ya vuelvo. Avísame si te cabe algo ahí en tu bolso o si te pongo todo en un saquito reusable.

Oneida Cassiani quedó desvalida y a merced del sillón que acentuaba la sala de los Echegaray. Sintiendo como si el mueble la tragara; aceptó que no había perdido el tiempo pero sí el momento, pues no logró ni el quince por ciento de su cometido inicial.

«Al menos no metí la pata» se auto consoló luego de un rato de perderse en los cuadros de personajes de vidas inimaginables.

—¿Si te cabe algo en el bolso?

—Hasta un kilo de carne y dos litros de leche le he metido ¿cómo no podrá con una conserva y dos que tres tamales? —dijo Oneida en lo que hacia espacio y acomodando sus objetos de uso personal estaba cuando se topó con un coleccionable que le entregaron en una de las tantas marchas en que participaba.

Un sticker con el que podía expresa miles de palabras.
Justo aquellas que su boca no halló cómo pronunciar.

Sin esperar, Oneida se puso de pie y revisó que nadie la viera mientras dejaba la calcomanía sobre el librito del Rosario de la Misericordia que, con seguridad, Pastora leería ese día a las tres de la tarde. Después se dejó comer por el sofá de los Echegaray, se bebió hasta la última gota del delicioso refresco con el que se bajó la pena que casi la consumía y ya con la comida que le obsequiaban empacada, se despidió mediante un cálido abrazo y se marchó sin decir más nada.




—¿Crees que desaproveché la oportunidad? —consultó Oné a Nina buscando un poco de saciedad.

—Hiciste lo correcto.

—A pesar de que no hice nada, ¿verdad?

—Sabemos que está feliz de ver a Rhú feliz y ella, por él; haría de todo aunque quizás de buenas a primeras no comparta ni entienda que dos de su mismo género se pueden querer por encima de lo que la sociedad y la Biblia mandan.

—Lo que me dices me cae como sábila sobre quemadura pero no me sana. Reuben llevará a Leandro hoy por la noche a su casa ¿y qué pasará si Doña Pastora no lo acepta? ¿Y si de la impresión se enferma y capaz se nos palma? ¡Si el pobre de mi hermanito mocoso ya carga suficiente con la loca que le tocó de suegra!

—Le contaré a Darío. Él sí que es un excelente mediador y puede ser de mucha ayuda para cuando Rhú presente a Leandro ante su abuela y ya, deja de preocuparte que te saldrán canas. Acuérdate de aquella frase de Winston Churchill con la que mami nos enseñó sobre el cuidar de no hablar de más:

—"A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada" —dijeron a coro las tres mujeres Cassiani porque la madre acababa de asomarse por la puerta trayendo el celular de Nina en una de sus manos.

—¿Hay alguna clase de regla en este club de viejas que diga que hay que andar en cueros para poder entrar? —preguntó luego de ver que Nina había terminado de bañarse pero seguía desnuda, Oneida, por su parte, tenía la blusa abierta y el brasier a medio anudar.

—Estoy a media pechuga porque esos vapores medicinales me harán desaparecer si me dejo la ropa puesta y Nina: es un milagro que no haya sido poseída por ese su pudor medieval ¡Retiro lo dicho porque ya se enrolló en el manto sagrado!

—Hablabas sobre un tema tan importante que olvidé ponerme la salida de baño. No pasa lo mismo con vos, exhibicionista, tápate esas cosas. —demandó Nina a su hermana porque ella, en vez de acomodarse la ropa, ya tenía libre el torso entero.

—Independientemente de si me paraste bola o no: no tienes por qué tener vergüenza con nosotras ¿o es que eres mutante y no tenemos lo mismo?

Tanto Doña Maho como Oneida, volvieron la vista hacia Nina que se ceñía más y más a la toalla pero, pasados unos minutos de incómodo silencio, se animó a demostrar que también estaba creciendo en relación al amor que le guardaba a su cuerpo. Desprendiéndose de la tela que la cubría, se presentó con la naturalidad de Eva en su primer día en El Jardín del Edén.

—Vaya. Aquí estoy —dijo mostrando una silueta que ya no concordaba con la de una niña de razonamiento precoz.

Líneas femeninas se amoldaban.

De caderas amplias acordes a la estructura ósea, sus piernas largas; dignas de alguien que solía apresurar los pasos. Muslos carnosos que, a medida que se acercaban al norte, se unían a un par de nalgas redondas. Al llegar a la entrepierna; su sexo cada vez con menos signos de infantilidad, hacía juego con una cinturilla graciosa que aún no terminaba de formarse.

—Ni me di cuenta de cuándo te me hiciste señorita. —admiró la madre.

—Tampoco reparé en los cambios hasta hoy que perdí la batalla con la falda.

—Y yo sigo sin creer que ésta que está frente a mí, hace ayer era una bola de pecas que vivía pegada a los brazos de Sandro.

Por esa memoria que debía ser tierna de recordar, Nina dibujó con melancolía una sonrisa en sus labios y reposó la vista en lo que fue y no fue de su infancia.

Autómata, alzó la mano derecha y uno a uno, repasó sus diecinueve puntos de sutura y, preguntándose cómo sería su ahora si César jamás hubiese desarrollado ese tumor que le acortó la vida; imaginó que ninguna de sus cicatrices existía porque, de haber aguardado en casa como se lo pidió Reuben Costa, su cuerpo nunca habría sido atravesado por aquellas balas y, por lo tanto: su padre no estaría postrado en cama.

«Él había planeado entrar por voluntad propia al quirófano al siguiente día y contra pronóstico, la extracción del tumor bien pudo salir totalmente exitosa. Todo sería distinto si yo hubiese dejado que las cosas siguieran su curso ¿Por qué no pude esperarme? ¿por qué desobedecí? ¿por qué

—Tus pechos ya son más bonitos que los míos —aseguró Oneida al percatarse que la pelirroja, de nuevo, se dejaba arrastrar por la culpa.

Nina sonrojó en cuestión de segundos porque el comentario de su hermana le revolvió la memoria. Trayendo a luz que Darío conocía esa parte de su cuerpo, frente al espejo empotrado del baño rememoró que ella lo invitó a que la tocase; guiándolo a lo Santo Tomás Apóstol y Jesús Resucitado, para que la comprobase viva y humana.

«¿Se habrá fijado en mí como mujer?» se preguntó inundada de recato y auto respeto extraño porque Darío jamás había dirigido palabra alguna sobre si gustaba de su anatomía.

«Quizás del miedo no pudo ver lo que es mi periferia» dedujo porque aquel momento, lejos de ser apasionado, estuvo lleno de escabroso pavor.

Pensando en sobresaltos y desasosiegos, Nina se acordó de la noche en que conoció el torso húmedo y desnudo de Darío Elba.
En esa ocasión, ella también quería correr despavorida y no precisamente porque le disgustase lo que veía; él era el primer hombre al que reconocía como tal y presenciarlo con la piel y los sentimientos expuestos: la condujo al desvarío y a la fecha, le continuaba sucediendo estando despierta o en sueños.

«¿Seré capaz de causarle lo mismo que él provoca en mí?» dudó con gran inocencia y para ese instante, su rostro estaba ilegible de expresiones.

Como adolescente que necesita ayuda para aprobarse, todavía viéndose en el espejo, preguntó:

—Eso... crees... crees que mis... ¿te parecen agradables?

—Si. —certificaron tanto madre como hermana mayor.

—Mercedes te cerró con muchísimo amor. —argumentó Oneida refiriéndose a que cuando ya la ciencia de la medicina había hecho cuanto podía hacer, fue su cuñada quien la suturó porque el día en que se suscitó aquella tragedia, ese pecoso tórax bañado en sangre ya no era más una planicie.

Decorado con pequeños volcanes que buscaban convertirse en mamas, la piel de esa región ya comenzaba a estirarse por lo que confiarle el delicado trabajo de sutura a cualquiera, podría causar deformaciones en ese paisaje al que toda mujer tenía derecho de poseer y Mercedes quería evitar más pena y dolor del que sin falta tribularía a su joven cuñada. Milímetro a milímetro cuidó su labor porque de hacer más tensión de la debida o el desviar la puntada; provocaría que un seno acabase mal formándose. Mercedes también unió la piel pensando médica y estéticamente. La probabilidad de que quizás Nina desarrollase queloide[2], era alta y lo que todos deseaban, incluyéndola a ella, era que los puntos no vivificaran aún más el trauma.

Al final su trabajo resultó loable.
La herida sanó bien y no hubo necesidad de más operaciones de ningún tipo. Con cremas indicadas para el período de embarazo y lactancia, fue suficiente para que aquellos conatos de accidentes geográficos se desarrollasen libres hasta convertirse en hermosas montañas que en el presente llenaban muy bien copas de talla B.

—Nadie pudo hacerlo mejor que ella —dijo Nina a modo de constatación y, recuperando la confianza, añadió: —Antes de que se me vaya el pájaro, voy a mostrarles algo que tiene mucho que ver con mis cositas ¿Quién podría traerme el bolso que llevé hoy a clases?

Poco tardó Oneida para traer lo solicitado. —Toma, aquí está tu costal de, hnm, vamos a ver qué trajo el gato a la casa... ¿más libros? No sé por qué no me sorprende.

—¿Es legal sacar tantos a la vez?

—Es un privilegio que me concede el ser la Presidenta —justificó Nina como respuesta a su madre —Y si cree que sólo éstos me traje, espere a que venga Darío y verá cuantos más amigos de papel me voy a leer sólo ésta semana.

—Acaparadora —le llamó la atención Doña Maho —Vas a terminar como Cuasimodo por forzarte la espalda y peor que un topo por darle tanto quehacer a tus ojos.

—El conocimiento merece dos que tres sacrificios.

—No rechistes y enseña. Para, a ver... ¡Que chulada! —exclamó la madre llena de fascinación por el despampanante boceto que su hija menor mostraba.

—Me encanta. Me encanta lo que son capaces de crear esas dos cabezas duras —alabó Oneida con aplausos a la idea que, sin lugar a dudas, supo que había salido de la mente de Moira pero que Gail consiguió que ella fraguase. —Son unas genias.

—¿Moirita y la enojona de Gail hicieron esto? —preguntó la señora.

—Sí y no sólo diseñaron este atuendo. Durante la mañana bocetaron veintinueve más y ninguno se repite: cada una de nosotras y los de la 2-5, usaremos modelos distintos.

—Eso sí que es talento.

—Vestidos similares a éste son los que se ven en alfombra de los Óscares.

—El escote profundo lo vuelve una prenda de ensueño.

—Todavía tengo un poco de recelo con eso —confesó Nina con la cara entre las manos.

—Ay Oné, mira cómo va lo de la espalda.

Jesús. Esto es como de muerte lenta. Pobre Darío. Lo que tendrá que aguantar.

—¿Es mucho? —quiso saber Nina que no quería parecer o quedar como provocativa y mucho menos vulgar.

—¡ES PERFECTO! —gritaron las dos mujeres para animarla a usar tan bella prenda con gracia.

—¡Ay de vos si a última hora te da que no te lo pones porque te desbarato dos que tres de tus más queridos libros!

—Tampoco se pasen de la raya.

—¡Aquí las rayas las pongo yo, señorita y de que no vas a dejar plantadas a Moirita y tus demás compañeras: también me encargo! ¿De cuánto es la inversión?

—Sume de una vez la compra de ropa interior especial para éste tipo de ropa. Todavía no te manejas como para andar enseñando la mercancía sin el empaque.

—Por el vestido: nada. Moira me dijo que era como una especie de regalo que me haría por haber vuelto a clases y con lo otro, Gail se hará cargo.

—No me parece correcto pero para la hora que es, ella de seguro ya tiene lo necesario.

—Créeme que sí. Me dijo que me iban a salir arrugas en la frente por andar sacando cálculos de cuánto podría costar y toma, éste papelito te lo manda específicamente a vos. —y Nina entregó a Oneida una hoja negra doblada por la mitad que en una de las caras, traía escrito: "Para la mujer más guapa del mundo"

—Gail siempre tan linda.

—A veces quisiera saber cómo es que ustedes se conocen, pero ya cuando le doy vueltas al asunto: me da miedo y prefiero vivir en la ignorancia.

—Opino lo mismo —compartió Doña Maho que tenía sus reservas sobre la relación que sabía que existía entre su hija mayor y tan exclusiva chica de apellidos costosos.

—Son cosas de Batichica y la Mujer Maravilla. Algún día les contaré en lo que andamos —explicó Oné sin detalles —Según éstas instrucciones tengo que ir a una tienda en específico a comprarte un par de sandalias estilo gladiador.

—¿Y no serán muy caras?

—Nah. No te preocupes. A vos sólo te toca mentalizarte que el día del Festival, además de un par de irises de azul grisáceo, tendrás bastantes miradas encima.

—Como que pensar en eso no me ayuda mucho, Oné.

—Pues de vez en cuando es bueno que pienses en cosas mundanas. Ya me voy, tengo que ir a recoger a tu sobrinito.

—¡No, todavía no te vayas! Tienes que enseñarme a hacer coronas.

—¿Coronas?

—Sí, coronas e iguales a esas que usaban los griegos y romanos.

—Hnm. Si te enseño ¿qué me darás a cambio?

—¡Oné, hazme el favor!

Dando y dando, pajaritos volando, querida. Te ayudo pero te toca llevar a Egon a sus entrenos de futbol en la plaza del barrio.

—No. Eso no es justo. Vos debes estar con él para apoyarlo.

—Me suena a decreto y pues no. No porque sea yo quien lo parió, dio de mamar y crió; tengo que llevarlo al fuchibol.

—No es por esas razones Oneida. —ajustó cuentas Nina.

—¿Y entonces?

—Es por que lo amas. Por eso continuarás llevándolo —le hizo reaccionar Doña Maho —¿Crees que a mí me gustaba derretirme las orejas cuando te acompañaba a esos conciertos de rock underground? No y no te hagas la que no sabes, hija. Asistí porque respetaba tus gustos y porque no quería perderme nada de vos.

—¡Ahora me voy con la cola entre las patas! ¡Cuando las dos se confabulan en mi contra, pierdo!

—Aquí quien pierde es mi nietito porque su mamá no quiere compartir sus gusto con él.

Oneida farfulló palabras que parecían de lenguas muertas antes de explicar: —No quiero ir porque presiento que un día terminaré deshaciendo una lata de gaseosa contra dos que tres cráneos ¿Cómo hago para que entiendan que la gente que va a sentarse a las graderías habla pura mierda y no hacen más que sacarme de mis casillas y querer agarrarlos a madrazos?

—Eres muchísimo más sociable que yo. —la animó Nina —No creo que de entre tantos padres de familia no hayas encontrado un compinche decente.

—¡Ni que quisiera ser amiga de un atajo de incultos! ¡Ahí no hay ni una sola persona que sepa que hay matemáticas y física para meter un gol!

—Bueno, si lo que quieres es compañía para pasar el rato con ingenio; invita a la Doctora Hirose. Suele llevar a Brunito a jugar en los alrededores de la cancha y quizás puedas coordinar su rutina con tu horario. A Egon no le molestará ser amigo de un niño de menor edad y te juro que a vos te caerá bien hablar con ella sobre ciencias puras e historia. Te será más que placentero porque el conocimiento que habita en su cerebro es verdaderamente exquisito.

—Pareciera que te quieres comer el cerebro de tu suegrita pero entiendo el punto. Hay mucho que me gustaría saber sobre Japón ¿Me pasarías su número de celular?

—Te lo doy antes de que se te caiga el hígado... ¡Ay no! ¡¿no me digan que perdí mi teléfono?! —preguntó alarmada al no hallarlo en el compartimiento donde supuestamente lo había guardado.

—Ya, cálmate Nina. Ten. Lo saqué porque desde que te metiste a la ducha comenzó a sonar como loco y eso era lo que venía a darte hace rato pero ¡ups! se me olvido. —se disculpó Doña Maho sacando el aparato de la bolsa de su delantal. —Y para que sepas: no, no sé quien te busca tan desesperadamente porque no lo he revisado. Además de que no sé porqué sigues con esa maña de no agendar a las personas con sus nombres y apellidos igual que hacemos todos los normales ¿Cómo haces para saber quién es quién si solo aparecen números y números?

—Ha de ser porque no quiere que sepamos sobre las cosas rojas que se dice con Darío, mami.

—Es un ejercicio para la memoria y respecto a lo que crees, Oneida, te decepcionará saber que no tengo nada que esconder. Como dice Moira: hasta mi celular es aburrido —contestó ella y dado a que no usaba sus lentes, entrecerró los ojos para intentar leer quién le había escrito tantos mensajes. —¿Y a éste individuo qué demonios le pasa? —se quejó indignada y molesta al revisar que un desconocido, le pedía de mil y un maneras que devolviese La Gran Enciclopedia de Mecánica General I.

"Vete a la mierda" digitó Nina a toda velocidad como respuesta al último mensaje que el solicitante le había enviado pues no iba a entregar el libro que tenía en su mochila ni con plegarias y menos con amenazas. El título en cuestión le era indispensable. Planeaba leerlo hasta desmenuzarlo porque quería comprender el funcionamiento de los motores y poder así participar de manera activa en la remodelación del coche que Darío estaba armando.

Motivo de gran importancia para Nina que el muchacho que se hacía pasar por aquejado ni siquiera imaginaba.

Pero dicho estudiante de Mecánica Automotriz no pensaba darse por vencido con la pelirroja de la que se había ilusionado. Se propuso como meta el acercársele antes de poner en marcha aquel plan de separarla de Bloise el día del Festival y, ya que la movida de sentarse a comer con ella durante el almuerzo le resultó fatal; sin el permiso de Otis tomó de sus contactos el número de la pelirroja y se dedicó a escribirle atacando un flanco que sabía que ella no iba a dejar sin pelear: el derecho sobre material bibliotecario de uso común.

—¿Y qué hiciste, hija? —indagó la mamá porque, después de que el mensaje enviado por ésta fue leído: una llamada entró y Nina la rechazó sin piedad.

—¿Yo? Nada.

—Ajá. Si. Cómo no. Tanta insistencia no debe ser en vano —y Nina, que creía no tener por qué temer, le entregó el teléfono a su hermana.

—Pecado. Éste chaval reprobará el proyecto si no le cedes la enciclopedia, Nina. No seas mala. —resumió Oné después de leer la disputa del muchacho en contra de la pelirroja.

—Los libros de la Biblioteca se conceden por orden de llegada y si lo tengo yo es porque, por lógica, lo tomé antes que éste fulano y según las reglas: tengo una semana sin recargos de ningún tipo para conservarlo.

—Si, estoy de acuerdo en que "el que se fue a Sevilla, se quedó sin su silla" pero éste chico tiene dos puntos a su favor: el primero es que el libro pertenece a su especialidad técnica. No hay quite en que él tiene prioridad sobre vos. Segundo: su alegato de que ni siquiera llenaste la ficha es válido porque el cartoncito de acá está en blanco y sin la firma de Mister O. Lo cual quiere decir que no registraste la salida del libro.

—¡Soy la Presidenta y tengo derechos por encima de éste cabrón!

—Nina Mercedes Cassiani Almeida: déspota.

—Má: si este bendito libro existe en el inventario de la Biblioteca es porque yo se lo solicité personalmente al Señor M.E.I. y pues no, no...

—O le devuelves mañana el libro a éste chamaco o no te ayudo con las coronas. —dijo Oneida poniendo a Nina en una situación que jamás espero.

La ofendida dio tres brincos en el mismo rectángulo de cerámica y mientras se le teñía la cara de rojo; tuvo que ahogar todas maldiciones que le picaban en la boca. Después del berrinche, cerró los ojos; inhaló y exhaló dos que tres veces y aceptó.

—Prometo devolverlo mañana. Ahora: te pones ropa, vas a buscar hojas y ramitas, las retuerces hasta que parezcan una corona ¡y te tiene que quedar más bonita que las que aparecen en las pinturas griegas Oneida!

—¡Sí mi comandante! —y haciendo una marcha militar, la que jugaba de subalterna salió carcajeándose del baño y fue al jardín de su madre a cumplir con la misión que su hermana le había encomendado.

—Eres igual de testaruda que César con eso de los libros, Nina y no, no es un cumplido. Mejor cambia esa risa, mula terca. Mira que casi dejas a un estudiante en desamparo, ¡qué bárbara!

Pero Nina se hizo la de oídos sordos y salió del baño muy campante. Aunque sí devolvería el libro al siguiente día, más tardaría en entregarlo que en recuperarlo.

—¡Es que éste definitivamente no sabe con quién se metió! Hola papi, buenas tardes. Perdóneme por no venir antes —le dijo a su padre cuando ya tenía enfundado su cuerpo, de nuevo, en la camisa que perteneció a Darío Elba y de ésta manera, bajo la complicidad del silencio de aquel gran señor, Nina se dedicó a relatarle su día entero. —...si, tiene razón. Fue una total imprudencia el haberme gastado mi dólar de repuesto. Me quedé sin un cinco para el pasaje y la ilusión que tenía de poder venirme con Darío en el bus no me ayudó mucho ¡Ah, pero no crea que el chófer salió perdiendo, ! ¡Me pidió más de la mitad de mi barra de chocolate! ¡Con lo que ese motorista goloso se comió hasta me quedó debiendo!

Y confesada la travesura máxima, Nina se echó a reír como le gustaba porque sabía que César, de poder hacerlo, estaría riéndose al unísono con ella. En su oreja todavía sonaba la voz de tenor de él, el sonrojo de su cara, sus intervenciones sensatas, la forma en que sus ojos se iluminaban cada vez que la llamaba "hija" y otras características más que tanto atesoraba en su memoria pero, de repente Nina erró al fijar la mirada en los tubos y sondas que retenían el alma al cuerpo de su papi. Todo lo leído en el estudio médico sobre las consecuencias de los estados de coma, se le vino encima hasta casi soterrarla.

Lo real se le traslapó y la regresó sin compasiones a la nitidez de la circunstancia que la rodeaba.

—Usted sí me escucha, ¿verdad papá? —le preguntó clavando la mirada para ver sí lograba detectar alguna señal de movimiento, mas César no respondía y quizás tal vez, no respondería jamás —Yo sé que usted sigue ahí, yo sé que usted sigue aquí porque yo nunca he dejado de...

Nina ya no pudo acabar la oración porque detectó la presencia de Oneida quien por más que quería no dejar correr ni un lágrima, no podía evitarlo porque así como le dolía ver a su padre preso de cables y máquinas, de la misma forma le afectaba su hermanita gastándose la vida creyendo en imposibilidades.

—Esto no es sano, Nina por Dios, recapacita. Él...

—Déjanos.

Y Oneida salía igual que siempre que se encontraba con Nina en aquella habitación mortuoria: odiándose por no poder hacer más que ahogarse. Sólo Omán sabía la contradicción con la que vivía. A ratos se extasiaba de una fe sin fundamentos que le aseguraba que su padre sí podía despertar. Lo que le restaba del tiempo se la pasaba lamentando la crueldad que era no dejarlo ir como ella intuía que él lo deseaba.

La inminencia de una bomba que día tras día a Oneida le torturaba.

—¿Te heriste? —le consultó Doña Maho a la de treinta al verla gesticular aflicción y su pregunta que podía caer en lo absurdo y lo tonto, no se basaba en la ignorancia pues ella también prefería engañarse. Quería creer que se debía a las ramas que Oneida torcía que su rostro se hallaba gris y no porque, otra vez, intentó hacer entrar en razón a su hermana.

—Algo así pero ahorita se me pasa. Tome. Ahí le da esto a ya sabe quién. Guárdelo en la refrigeradora que de lo contrario se marchita. Adiós mami. Gracias por el almuerzo y también por su paciencia, nos vemos luego.

Con las manos retorciendo su delantal, Doña Maholi vio cómo su hija se marchaba bajo un aguacero con el que de seguro excusaría su maquillaje cortado. La puerta ancha de la vivienda la sintió más pesada que de costumbre al cerrarla pero, como buena guerrera, continuó con sus hábitos rutinarios.
Subió a la habitación de Nina con la clara intención de lavar y secar la falda semi nueva del uniforme que Garita les había condonado. En lo que la buscaba descubrió que su pecosa terca no había obedecido a la orden de contestarle al muchacho que, urgido, seguía pidiendo el libro al borde del llanto.

—¿Qué no te dije que solventaras ésta situación?

—Será más tarde, ahorita estoy ocupada.

—No me hagas acusarte con tu padre, Nina. —dijo Doña Maho señalando a su esposo ausente.

Aquella táctica, infalible, para algunas personas podría resultar trastornada. Apoyarse en el punto de quiebre de la pelirroja se volvía necesaria porque, inteligente o no, por él; Nina a veces no le dejaba espacio a la razón.

—Está bien —contestó con la cabeza gacha porque ella no soportaba faltarle a "los mandatos de su padre" y según su memoria, ante la queja de su mamá, él la hubiese hecho obedecer sin reparos.

Con desgano, Nina tomó su teléfono y se dirigió a su cuarto. Sacó de su bolso el libro que para esos instantes ya no resultaba placentero, se acostó en la cama y lo abrió por la mitad para ponérselo en la cara. Luego de aspirar el olor a páginas nuevas, se dispuso a llamar al indeseable ser por el cual su hermana y madre le regañaron.




Al joven en cuestión casi se le cae la caja completa de cubos y llaves que sostenía al percatarse de que el nombre de Nina Cassiani apareció en la pantalla de su móvil e hizo de todo para calmar el titubeo que le desarmaba la boca.

—H-h-hola. Gracias por...

—Cállate y escucha. Mañana, a las nueve con cuarenta y cinco te entregaré lo que me pides. Adiós.

—¡Espera, espera, espera!

—¿Qué más quieres? ¿Qué parte no entendiste de mis palabras? Te repito: mañana tendrás el libro.

—¿Así sin más me lo vas a dar?

—Hay gente que consigue lo que no le corresponde porque joden peor que el mal de muelas. Considérate en esa lista, quien quiera que seas.

—¿Vas a seguir con esa actitud tan mierda?

—Vos con tu majadería y yo con mi carácter, ¿estamos?

—Es que ese es el problema. Lo turbio no corresponde a tu forma de ser.

—La verdad no me interesa hablarte y si te cedo el libro es sólo porque olvidé llenar la ficha bibliográfica. ¡Ah! y de una vez te aviso que únicamente podrás tenerlo por veinticuatro horas.

—¡¿Qué?! ¡Pero si es una enciclopedia no comic de a peso! ¿Qué hago yo con sólo verle la tapa y hojearle el índice?

—Ese no es mi problema. Si supieras leer como yo tendrías un alto nivel de comprensión pero, ni modo. Es una pena que estés por graduarte y no sepas asimilar un contenido con rapidez. Considera darte un paseo por preescolar y quizás así consigues no dejar en pena a nuestra generación.

—Eres una ingrata presumida. Eso de que sabes leer y entender algo de tal magnitud en poco tiempo, ni los chinos se lo creen.

—Mira, persona que me vale un comino: ¿estás consciente de con quién estás hablando?

—Claro. Te llamas Nina e igual que Otis, vives entre libros en vez de con los de tu edad pero no por eso eres más lista que yo. Al menos no en cuestiones específicas de mecánica. Supongo que para aprender sobre ese tema es que te llevaste la enciclopedia y dado a que no me equivoco: te propongo un reto. Dime, ¿ya leíste algo de lo que hay en el libro?

—Bastante. —contestó Nina que había matado el tiempo de soledad leyendo el libro durante su trayecto de autobús.

—Bien por vos. Te doy media hora para que releas y luego te llamaré para preguntarte cosas básicas que sé que ahí están explicadas. Si logras exponer con facilidad y coherencia los tres primeros temas: te dejas el libro. De lo contrario me veré obligado a hacerte una visita domiciliar cuando acabe mi práctica de taller y tendrás que entregármelo te guste o no.

—Ni en tus sueños vendrás en mi casa. —aceptó la pelirroja antes de colgar.

Y de esa manera, Nina cayó en el juego que el ya no tan adolescente urdió con astucia especialmente para ella. Él, tal y como ya lo había previsto, ejerció presión exacta donde debía y como resultado; movió mucho a su favor.




Alegre y entusiasmado, contaba los minutos en su cronómetro para volver a escuchar la voz que, ya fuera molesta o llorosa, le sonaba como a canción popular de amor.

—Deja de jugar con esto que vas a acabar igual que yo —señaló su corazón el gemelo que segundo a segundo penaba por Moira Proust. —Ellas son amigas y han de estar cortadas con la misma tijera, no me extrañaría que las dos sean...

—No porque vos la hayas cagado significa que yo también lo haga.

—No digas que no te previne. Me largo. No me siento bien. —avisó Olmos y dejó el Taller de Mecánica del Colegio sin autorización de nadie y su hermano quiso seguirle pero la encargada de la clase, la Ingeniero Azari, se lo impidió.

—Usted se queda hasta terminar de montar esa pieza. Con un Larraín desobediente me basta.

Vuelta tras vuelta de rosca, el joven meditaba en sí lo que su hermano gemelo creía sobre Nina era cierto. Conocía a varias muchachitas de su edad por encima y también por debajo de la falda y no negaría que más de una tomó de él lo único que le interesaba para después irse sin más y Moira era y no era un caso aparte. A ella, Olmos la tenía entre ceja y ceja y cuando ésta por necesidad se digno en volver a verle; hubiese sido mejor que nunca lo determinase porque, según lo expresaba: el dolor de por fin tener lo ansiado sólo para perderlo se volvía intolerable.

Pensando y repensando le llegó el instinto de preservación y decidió echarse para atrás con su plan de pretender a la bonita pelirroja de la 2-4. No la llamaría e iba a borrar su número de teléfono para no darse alas y cuando estaba a punto de hacerlo se sintió en el cielo. A treinta minutos exactos Nina devolvió la llamada.

—¿Estás listo para jugar al alumno y la maestra?

—No te pongas títulos si antes no te calzas el sombrero. A ver, ilumíname pelirroja.

Como si fuera exposición de cierre de período, Nina comenzó a hablar con propiedad sobre la Historia de la mecánica. Citó momentos claves donde el ser humano hizo uso de mecanismos antiguos que hasta la fecha continuaban siendo efectivos y válidos. Abarcó el movimiento mecánico muchísimo mejor que como explicaban las Profesoras del Colegio e incluso se atrevió a dilucidar sobre el movimiento perpetuo; un delicadísimo tema con el que científicos, ingenieros, matemáticos, granjeros y por supuesto, varios charlatanes, se enfrascaban desde hace siglos atrás.

El muchacho, embobado por comprobar que Nina en nada se parecía a Moira, no hacía más que calentarse el oído con su voz. Fantaseaba con que si lograba conquistarla, tendría el paquete completo: bonita, reservada, de buenos sentimientos, inteligente y testaruda como nadie.

El combo perfecto según sus gustos y estándares.

—Juro que en diez minutos, acabo de aprender más que en éstos tres últimos años.

—Deberías poner una queja ante el Consejo Educativo. Si tus maestras y profesoras saben menos que yo sobre mecánica: significa que la calidad de nuestro Colegio ha caído por debajo del suelo.

—¡Lo decía en sentido figurado! —contestó él muerto de risa porque, Nina Cassiani que interpretaba todo o casi todo con la seriedad de un juicio con veredicto de sentencia máxima, ya estaba comportándose con él según su costumbre. Su amenidad lo enamoraba más y más porque dicho rasgo hacía de ella una joya rara y preciada que le encantaría tener entre sus brazos. —Ganaste el libro con honores.

—Gracias.

—¡Ey, pero cambia esos ánimos! ¿No ves que ya tienes cómo lucirte ante tu novio cuando hablen sobre coches?

No tengo novio —respondió sin pensárselo dos veces porque así se había entrenado para contestar con el objetivo específico de prevenir que descubrieran de quién estaba enamorada.

El problema es que a Nina por pronunciar "no tengo novio"; se le volvieron nudo las tripas, el cerebro y el corazón.
Negar a Darío se tornó horripilante aunque la lógica le decía que tal ofensa a su amor impoluto era por un bien mayor, pero ni con ese razonamiento logró eliminar ese desasosiego que su cazador fallido logró sentir a kilómetros de distancia.

—¿Estás ahí?

—Tengo que colgar.

—¡No, no, espera, déjame decirte algo!

—Habla.

—No quería hacerte sentir presionada con lo del libro.

—Y entonces, ¿por qué razón me jodiste la tarde?

—No, o sea. Sí lo necesito pero no quería molestarte de más. Pensé que te rendirías a la primera y bueno, pues me excedí y ahora siento que debo compensártelo de alguna manera. Veo que eres entusiasta de la mecánica y sin importar el motivo por el cual te interesa el tema: puedo darte una visita por el Taller. Aquí hay bastante con qué experimentar. Sé que te gusta poner en práctica lo que aprendes y aquí verás y harás valer desde los principios más básicos hasta una que otra ley intrincada, ¿qué te parece?

Nina había prestado atención a lo que le ofrecían porque necesitaba silenciar la palabra "traición" que le zumbaba entre las sinapsis de sus neuronas porque para ella su reciente negación era una traición y aceptó lo que le proponían con tal de distraerse.

—Bien, pero antes te agradeceré que me avises. Éstos días los tengo saturados por lo de Festival.

—Estamos en las mismas Nina Cassiani. Perdón y muchas gracias.

—Oye, disculpa la pregunta pero ¿cómo es que te sabes mi nombre? ¿Te conozco?

—Sueles apodarme como "una de las dos torres" pero según mi acta de nacimiento me llamo Ignacio Larraín y si todavía no das conmigo, pues no me queda más que añadir que soy uno de esos dos que siempre está con Otis Maier.

—¡EL ROBA PAPAS!

—Ah no, no me confundes. Ese del medio día fue el bruto de Olmos, mi gemelo.

—Hnm, ya veo, torre gemela bautizada Ignacio.

—Puedes decirme Nacho para acortar y perder las formalidades.

—Mejor te digo Ignacio para no pensar en comida.

—¿Y eso?

—Decir "nacho" me hace pensar en un rico, antojadizo y delicioso plato de nachos mexicanos.

—¿Es la comida o yo lo que se te antoja?

—Consideraría el canibalismo pero sólo si hablásemos de un apocalipsis zombie de dimensiones épicas y honestamente no creo que mi cerebro racional o irracional buscase a tu persona. Quédate tranquilo.

—¿Y si por casualidad toparas conmigo? Eh. Pero hablo de mí no del otro que se parece a mí, valga la aclaración ¿Se te antoja Ignacio Larraín?

—Es muy seguro que te confunda con tu hermano que tiene nombre de árbol. No sé reconocerte.

—Eso fue peor que decir claramente "NO. No te me apeteces ni en hambruna" ¡Ouch, Nina! Me dolió.

—No debería de aquejarte porque estoy segura de que es común y popular la incapacidad de distinguir cuando se trata de gemelos monocigóticos.

—¿Mono quién?

—Mo-no-ci-gó-ti-cos. De ésta forma se les conoce, médicamente, a los que son idénticos como lo es el caso de ustedes dos. Por cierto: me alegra que tu mamá no haya padecido Síndrome del gemelo evanescente.

—¿Podrías explicarme eso que dices de mi mamá, por favor?

—A veces, durante el primer trimestre del embarazo, sucede un fenómeno llamado "síndrome del gemelo evanescente". Éste consiste en que ya sea tu mamá o vos absorben al otro gemelo y él desaparece. Créeme cuando te digo que tu hermano bien pudo convertirse en un lunar perdido en algún cuadrante de tu cuerpo.

—¡¿Y a cuántos gemelos succionaste vos, que estás repleta de pecas?!

Nina se rió sin remedios ante la idiosincrasia del muchacho que, detrás de la línea, estaba extasiado «¿Por qué no te vi hace años?» se reclamaba Ignacio imaginándola siendo y haciéndolo feliz a él por tonterías y cosas sin significancia.

—Estoy segura de que cuando yo fui embrión, no me escindí en dos. El espermatozoide que consiguió fecundar al óvulo de mi madre, únicamente me creó a mí. —confirmó la pecosa cuando ya había logrado controlar la sinceridad de su risa.

—¿Y cómo explicas ese tu reguero de lunares?

—Se deben al código genético de mi progenitor masculino. Él me cedió bastante de sus características.

—A lo guión de película sobre Isabel I: ¿eres hija de tu padre?

—Sí. Así es y para que te des una idea: soy una réplica, dicen.




«Dicen... que soy como él» repasó Nina Cassiani sus palabras con el corazón acelerado al caer en cuenta de lo que tal aseveración implicaba.

«Como él» recalcó con desespero recordando el recién achaque de su madre de que con César ella compartía hasta la terquedad.

«Física y mental... ¿soy como papi

Y mirándose en el reflejo de la ventana de su habitación, a Nina por primera vez se le manchó el orgullo que sentía a compartir tantas similitudes con su papi.

En su ADN cosas buenas y malas destacaban porque César Cassiani: sólo era otro humano más sobre la Tierra. Padre de una hija qué tal vez había heredado degeneración celular y, quizás también, el no bello arte de la traición y el engaño.


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[1] Leda:
Forma popular y bastante antigua de los adultos mayores para referirse a los problemas que les aquejan por el paso de los años.
"Leda", vendría siendo la contracción de las palabras: "La edad".

[2] Queloide:
(Cicatriz hipertrófica).
Crecimiento de tejido cicatricial adicional. Se presenta en donde la piel ha sanado después de una lesión pero debido al crecimiento excesivo del tejido puede causar problemas estéticos.

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